Un dolor insoportable invadió
el brazo de Alex. Se quedó mirando su chaqueta, el tejido quemado, atravesado
hasta su piel. Con el sudor brotando de su rostro, miró a la imponente y oscura
figura encapuchada de pie en la cima de la duna. Permanecía en silencio, como
si juera un juicio, y el silbido de su sable de luz era el único sonido que
atravesaba el denso aire de la noche.
-¿Por qué haces esto? -le
gritó.
Sacudida por el sueño inquieto, Alex se despertó y trató de
recuperar el aliento. Se frotó con la palma de la mano la cicatriz que se
extendía por la parte superior de su brazo. Los recuerdos de aquel fatídico día
en Garos IV estaban todavía vivos, el dolor muy real. La cicatriz no sólo le
había cortado en la carne. Era un recordatorio de lo que había hecho... de su
roce con el lado oscuro.
Miedo... ira... ¿Por qué el recuerdo de
aquel día se negaba a morir? Las emociones se cernían sobre ella como una
palidez mortal. El Jedi oscuro no la había matado. ¿Por qué? ¿Por qué? Él se burlaba de ella en sus
sueños, y en los momentos de tranquila vigilia. Le había hecho dudar de que tuviera
la fortaleza para aprender a controlar la Fuerza. Una lágrima rodó por la
mejilla de Alex. El miedo y la ira la habían llevado al lado oscuro una vez, y necesitaba
de toda su fuerza para mantenerlos a raya ahora. Siempre estaban ahí,
proyectando una sombra sobre todo lo que hacía.
Alex apartó la lágrima y se frotó los ojos, haciendo una mueca
cuando ella se tocó la sien magullada y dolorida. Agitó ligeramente la cabeza.
Gimiendo suavemente, se obligó a ver lo que la rodeaba en la habitación débilmente
iluminada. Equipos de diagnóstico médico parpadeaban con luces amarillas y
verdes, y el aséptico olor de la enfermería flotaba en el aire. En la gran sala
podían verse una docena de camas vacías.
Alex se estremeció, recordando los momentos finales en su ala-X
antes de que se desmayara. Destructor
Estelar Imperial. Había estado a punto de chocar con un Destructor Estelar
Imperial.
***
Alex perdió la cuenta de unos días que parecían interminables,
días que se convertían en noches de insomnio. El silencio de su celda quedaba
roto sólo por el zumbido sordo de los motores de la nave. Las pesadillas
penetraban en el poco sueño que podía conciliar. Estaba exhausta y era incapaz
de alejar las sombras de su encuentro con el lado oscuro. Tenía demasiado
tiempo para pensar.
No había distracciones, ni visitas. No había preguntas. Nada. No
vio a nadie, ni siquiera a los droides que le entregaban dos comidas al día a
través de una ranura en la puerta.
Fue un alivio cuando la nave finalmente se puso en órbita
alrededor de un mundo distante y los soldados de asalto la condujeron a una
lanzadera con destino a la superficie del planeta. Estudió el paisaje que se mostraba
en el exterior de la ventanilla. Picos nevados y lagos de un azul cristalino
parecían contrastar de forma extraña con valles marcados por la guerra. Una
ciudad se extendía a lo largo de un lago, con muchos de sus edificios en
ruinas. Vehículos imperiales de todas las formas y tamaños retumbaban por las
calles. No podía verse ni un solo vehículo civil. El puerto espacial estaba en
mal estado, pero repleto de transportes imperiales. Era como un centenar de
otros mundos que había visto devastados por la Guerra Civil Galáctica.
Sus escoltas la condujeron a un viejo e imponente edificio cerca
del centro de la ciudad. Las instalaciones penitenciarias se encontraban en un
sub-sótano tres pisos por debajo del nivel del suelo. Su celda era una de tantas
en un pasillo débilmente iluminado que olía a moho, habitantes sin lavar, y
animales muertos. Había una sensación palpable de desesperanza y miedo que
emanaba del bloque de celdas. Lo último que escuchó antes de que la puerta de su
nuevo hogar casa se cerrara fue el llanto incontrolable de otro preso al ser
arrastrado por el pasillo.
Pasaron tres días antes de que tuviera contacto humano. Soldados
de asalto la escoltaron a los pisos superiores y la fueron empujando por el
pasillo del cuarto piso. Altas ventanas en forma de arco con volutas y detallados
grabados se alineaban en los amplios pasillos. Alex estudió los terrenos más
allá del edificio mientras sus ojos se acostumbraban a la luz que entraba en el
interior. Una valla bordeaba el perímetro del recinto unos cien metros de
distancia, oculta en lugares por la densa vegetación, desarrollada en exceso. Torres
de vigilancia salpicaban la zona, pero era obvio que estaban apresurándose a
construir más. Una docena o más de motos deslizadoras estaban estacionadas en
la base de una torre, cerca de la entrada principal, y una avenida arbolada se
alejaba del edificio. Las estructuras de rascacielos hechos de duracemento y
transpariacero se recortaban en la distancia contra un cielo de color rosa sin
nubes.
Media docena de puertas se alineaban en el pasillo. Una, al fondo,
estaba claramente marcada como una escalera, y mentalmente la señaló como una
posible vía de escape. El piso estaba desierto a excepción de sus guardias, un
par de presencias humanas que sentía detrás de puertas cerradas, y un soldado
de asalto adicional que entró por la puerta de la escalera. Tuvo una extraña
sensación cuando pasó junto a ella, pero le restó importancia, echándole la
culpa a la falta de sueño.
Un guardia le indicó que entrase en una habitación grande,
escasamente amueblada con un viejo escritorio y una mesa rodeada de cuatro
sillas de madera kirecha de aspecto antiguo. Un sofá de color marrón oscuro, con
el tapizado desgastado en algunos puntos, estaba colocado descuidadamente
contra una pared, con tres sillas más pequeñas alineadas cerca de la ventana.
Alex se acercó a la gran ventana panorámica en el lado opuesto
de la habitación y miró afuera. La parte trasera del edificio contaba con un
patio a la sombra, pero sus caminos estaban cubiertos de maleza que se enrollaba
alrededor de arbustos que no habían sido podados en años. Bancos negros cubiertos
de óxido rodeaban una fuente llena de agua de color verde grisáceo oscuro. Se
preguntó si el lugar había sido bien cuidado en tiempos mejores.
-Apártese de la ventana, teniente -ordenó el soldado de asalto.
Alex frunció el ceño, pero se acercó a la mesa en el centro de
la habitación.
-¿Qué pasa, capitán? Parece que el día ya está demasiado
avanzado para comenzar un interrogatorio.
Sonaron pasos en el pasillo antes de que el soldado pudiera
responder. Irguiéndose, sostuvo su arma en posición de revista.
Alex se volvió hacia los recién llegados. Dos soldados de asalto
más entraron en la sala y se colocaron a ambos lados de la puerta para permitir
pasar a otra figura.
-Esperen afuera –dijo el capitán Brandei a los soldados,
entrando en la habitación con las manos unidas firmemente a la espalda, como si
estuviera inspeccionando su flota.
Alex aún se sentía débil varios días después de su captura, pero
hizo todo lo posible para mantenerse de pie en posición de firmes. Estudió al
capitán. Había más hebras de plata corriendo por su cabello que la última vez
que le había visto.
Brandei se acercó a la ventana, y finalmente habló sin mirar hacia
Alex.
-Veo que ha decidido reincorporarse al mundo de los vivos.
-Era su nave. El Justiciero.
Él asintió con la cabeza.
-Un extraño giro de los acontecimientos, ¿no es cierto?
-Bueno, me sorprende que le haya costado tanto tiempo venir a
verme.
Brandei hizo una mueca burlona.
-Yo no tenía intenciones de verle en absoluto, Alexandra. Me da
asco.
-¿Es así como da la bienvenida a la hija de su viejo amigo, el
gobernador imperial? -preguntó Alex, con voz fuerte, segura y con un aire de
arrogancia que parecía ajeno a sus propios oídos.
Brandei se volvió lentamente, mirándola implacablemente antes de
responder con un tono tan helado como las planicies de Hoth.
-Por favor, Alexandra. No sea condescendiente. Usted es una
rebelde, pura y llanamente. Sólo puedo imaginar cómo debió sentirse el hombre
que la aceptó como a su propia hija cuando se dio cuenta de que había criado a
una traidora al Imperio.
Alex mantuvo la cabeza alta, fijando sus ojos en el capitán. Sus
palabras podían ser crueles, veraces incluso, pero nada de lo que dijera podría
borrar su conocimiento de las atrocidades del Imperio.
-¿Por qué estoy aquí, capitán? -preguntó mientras él se sentaba
en el escritorio.
-No estoy muy seguro, querida. No acostumbramos a capturar
pilotos de ala-X. El personal de rayo tractor está siendo interrogado, y su nave
registrada a fondo. Por qué le trajeron a bordo va más allá de mi comprensión.
Un error, supongo. Algunos de los nuevos operadores en la trinchera de la
tripulación, tal vez. -Frunció el ceño, arrugando la frente-. Imagine mi
sorpresa cuando descubrí su identidad.
Los ojos de Alex se mantuvieron fijos en Brandei, pero no dijo
nada.
-No es de extrañar que los rebeldes en Garos tuvieran tanto
éxito. Tenían una línea interna a las actividades imperiales procedente
directamente de la mansión del gobernador.
-Eso ayudó. -Alex sonrió sin humor, haciendo caso omiso de los dolorosos
recuerdos del trabajo a espaldas de su padre adoptivo. No era algo que Brandei pudiera
entender-. Debo felicitarle, capitán.
-¿Ah, sí? ¿Qué he hecho?
-Ha sido capaz de mantener el Justiciero lejos de las manos de la almirante Daala, lo que
significa que usted no es uno de sus perritos falderos. Por suerte para usted,
ya que ella se las arregló para destruir casi todas las naves de su propia
flota.
Brandei la miró por un momento, y Alex se preguntó si estaba al
tanto de los últimos acontecimientos en el Cúmulo de Las Fauces. Su cara de
sabacc era muy buena.
-Viaja usted bastante, ¿no? No creo que necesite preocuparse por
las actividades de la almirante -se burló-. Sin embargo, puede que esté
interesada en saber qué ha motivado mi visita.
-Déjeme adivinar. Estoy a punto de ser interrogada por medios
crueles e inhumanos, y usted quiere que coopere para que me traten con menos
dureza.
-¡Qué descaro! Su padre no la reconocería. Tal vez no sea tan
arrogante cuando le diga por qué estoy aquí.
-Deje a mi padre fuera de esto.
-No puedo hacer eso, Alexandra. Está bajo arresto, ¿sabe?
-¿Qué?
-Hay personas que quieren que sea procesado por colaboración con
el enemigo.
-¿Conmigo? ¡Eso es ridículo! Usted sabe tan bien como yo...
-No importa lo que yo sepa o crea. El mando tiene relatos de
testigos...
-¿Informes de que he acudido a actos oficiales con mi padre?
¿Qué he visitado la Sede Imperial? ¿Qué demuestra eso? Menudo amigo ha
resultado ser usted.
-Tú misma has colocado esa carga sobre él, querida. No había
nada que yo pudiera hacer para detenerlo.
-Dudo que lo haya intentado siquiera –dijo Alex con desdén-. Usted,
mejor que nadie, sabe que mi padre es inocente. Seguramente no querrá que los ojos
de sus superiores se centren en usted, ¿verdad? Fue su nave, después de todo, la
que me llevó a Garos después de esa incursión imperial. Usted es el responsable
de salvar mi vida, capitán -añadió con total naturalidad-. Supongo que eso le
hace responsable de la caída de Garos IV.
Brandei rió.
-Se tiene usted en demasiada estima, Alexandra –escupió-. Tiene
que reconocer en lo que se ha convertido. Quebró el espíritu de su padre... y
ahora el Imperio está quebrando su mente.
-No le creo.
-Por favor, detenga esta farsa, Alexandra. Su padre es uno de
mis amigos más antiguos y queridos. Le ahorraría ese dolor, acabando con usted
aquí y ahora. Eso sería lo más civilizado...
-¿Civilizado? -Alex golpeó el escritorio-. ¿Usted diría que lo
que el Justiciero hizo en Janara III fue
civilizado?
Brandei se echó hacia atrás, sorprendido por su arrebato. Vaciló,
y luego se aclaró la garganta antes de responder a la acusación.
-Las órdenes del Alto Inquisidor vinieron del propio Emperador. El
bastión rebelde de allí...
-¡No había ningún bastión rebelde allí, y usted lo sabe! Usted
mismo vio la destrucción. -Alex trató de mantener su ira bajo control mientras
un intenso y agudo dolor recorría su brazo y subía por los hombros. Apretó el
puño con fuerza y miró a Brandei-. ¡Niños inocentes y sus familiares fueron
asesinados por sus armas!
-No trate de esconderse detrás de esa antigua historia -dijo
Brandei fríamente, sin reconocer lo que Alex sabía de primera mano. Miró por la
ventana-. De haber sabido el dolor que le ocasionaría a su padre, le habría
dejado enterrada en los escombros de Janara III.
Alex tragó saliva.
-¿Dónde está mi padre?
-Como he dicho, está bajo arresto.
-¿Está aquí? Quisiera verlo antes de que yo...
-Lo que usted quiera no tiene ninguna importancia. Usted no tiene
ningún derecho aquí. Incluso si supiera dónde está siendo recluido, denegaría
su solicitud. Usted ya le ha hecho suficiente daño.
-Entonces, ¿qué va a pasar ahora, capitán?
-Usted va a ser entregada a las autoridades...
-¿Para ser ejecutada? -interrumpió ella.
Si la franqueza de Alex había tomado por sorpresa a Brandei, no
mostró ninguna reacción salvo aclararse la garganta.
-Para ser interrogada –dijo
él mirándola a los ojos-. Pero está en lo cierto, por supuesto. La ejecución es
la única respuesta a sus actividades sediciosas. Piense en lo humillante que será
para su padre verla desfilar ante un tribunal. Humillante y doloroso. ¿Alguna
vez tuvo en cuenta sus sentimientos?
Alex se dio la vuelta. Más
de lo que nunca te imaginarías.
-Todo el mundo conocerá su vergüenza. -Brandei sacudió la cabeza
con tristeza.
Una lágrima luchaba por escapar de la esquina de los ojos de
Alex.
-Será mejor que coopere, Alexandra -dijo el imperial-. Le digo
esto por el bien de su padre, no por el suyo. Las cosas se pondrán peor para él
si no lo hace.
El calor subió por las mejillas de Alex.
-Sus amenazas no significan nada, Capitán.
-No amenazo. Salve la vida de su padre. Que viva el resto de sus
días como le corresponde a un ex gobernador leal. Dígales todo lo que sabe
acerca de sus amigos rebeldes, y no caerán más desgracias sobre él. -Se acercó
a ella-. ¿Cuáles eran sus órdenes?
Alex se encogió de hombros.
-No sé nada que pueda ser de interés para sus interrogadores, capitán.
Sólo soy un piloto de ala-X. –Él no necesitaba conocer los informes de misión
que describían la actividad inusual que habían sido enviados a investigar en
este sector.
Brandei alcanzó el intercomunicador sobre su escritorio y pulsó
el botón de llamada.
-Bueno, entonces esperemos que encuentre algo que les interese.
Pronto. La vida de su padre puede depender de ello -añadió mientras la puerta
de la oficina se abría y un comandante llamado Retkin entraba en la habitación-.
Si son tan amables... -dijo, señalando las sillas de la mesa.
Alex se sentó. Retkin se sentó frente a ella y pulsó su cuaderno
de datos. Dos holos cobraron vida en la cabecera de la mesa. Alex sintió como
si le hubieran aspirado el aire de los pulmones.
-Entonces -dijo Retkin-, ¿empezamos?
Alex se quedó mirando los holos de su padre y Dair Haslip, un
miembro de la resistencia garosiana que servía como teniente en el Ejército
Imperial. Ambos hombres parecían haber sido golpeados. Su ropa estaba
desaliñada y sucia, su cabello despeinado. El rostro de Tork Winger parecía
demacrado y pálido.
-¿Qué les han hecho? -preguntó traicionando con voz su
temblorosa su fallida fachada de calma y tratando de encubrir una rabia que estaba
aumentando a cada minuto que pasaba.
-¿Esto realmente requiere de una explicación?
-Han golpeado a dos hombres inocentes. Debería haber adivinado
que el Imperio usaría tácticas como esta. Pero no han obtenido nada útil de mi
padre o de Dair. ¿Cómo podrían haberlo hecho? No tenían ni idea, ni el más leve
conocimiento, de mis actividades.
-Eso ya es historia. Ahora la tenemos a usted. Y nos dirá...
-No les diré nada.
-Eso sería lamentable -dijo Brandei, mirando a los holos-. No
puedo decir con certeza que su padre vaya a sobrevivir otra sesión de interrogatorio.
-Mi padre tiene amigos en altas instancias.
Retkin resopló.
-Esos amigos le abandonaron en el momento en que se enteraron
que usted había estado trabajando de forma encubierta para la Rebelión. Ahora no
tiene amigos... sólo tiene una hija que le traicionó.
Alex estudió los holos, preguntándose cuánto hacía que habían
sido grabados. Quería desesperadamente creer que habían sido falsificados...
pero no podía estar segura. Pasó su mirada a Brandei y se esforzó por leer su
expresión.
Retkin rió.
-Haslip se rió a través de su dolor cuando le dijimos que le
habíamos capturado pilotando un ala-X. Dijo que habíamos capturado al mejor
piloto de Garos IV.
Alex quiso sonreír, pero mantuvo firme el rostro.
-Eso parece algo que Dair diría -respondió ella.
-Usted debería saberlo, supongo. Era su novio, después de todo. -Retkin
levantó una mano, y una leve sonrisa asomó en sus labios-. Discúlpeme. El pobre
tipo pensaba que era su novio. -El
interrogador estudió el rostro de Alex con atención, luego volvió a las notas
en su cuaderno de datos y avanzó páginas en silencio, ignorándola a propósito.
Finalmente volvió a mirarle, ladeó la cabeza y entrecerró los ojos-.
Encontraron el transpondedor de su nave, teniente. Nadie sabe dónde se
encuentra. Nadie va a venir en su busca. Su situación es desesperada.
Alex inhaló profundamente, endureciendo su voz.
-Realmente no sabe mucho acerca de mí, ¿verdad, comandante?
"Desesperada" no forma parte de mi vocabulario.
-¿Así que no cooperará con nosotros, entonces?
Alex miró hacia el holo mientras la familiar sensación de ardor
empezaba a crecer de nuevo.
-Quiero hablar con ellos -dijo en tono desafiante.
-Me temo que eso no será posible. No están aquí. Además, no creo
que ninguno de los dos quiera verla después de todo lo que ha pasado. Haslip se
siente como un tonto porque nunca vio a través de sus mentiras y engaños. Y su
padre desearía que nunca te hubieran llevado a Garos.
-¿Por qué me miente? -preguntó Alex, apretando fuertemente el puño.
-No es tan arrogante ahora, ¿verdad, Alexandra? -Brandei se puso
de pie y caminó hacia la ventana.
-Vi el video de una de las sesiones de interrogatorio -dijo Retkin
secamente-. Su amante era muy valiente al principio. Muy hablador, también.
Afirmó que cualquier cosa que le hiciéramos no podría compararse con lo que usted
le había hecho.
Alex sabía la verdad de su relación con Dair, pero tenía que
jugar a ese juego... por el bien de él, tanto como por el suyo propio.
-Él habría hecho lo mismo si hubiera estado en mi lugar.
-Todos esos años... le espió a él y a las operaciones del
Imperio en Garos. ¡Incluso espió a su propio padre!
Alex cerró los ojos por un momento y una sonrisa irónica asomó a
su rostro.
-Él no lo hizo fácil. Colocó guardias alrededor de nuestra casa.
¿Cómo se supone que una chica puede salir a hurtadillas por la noche? –El dolor
cruzó sus hombros de repente y descendió por su brazo. No eres lo bastante fuerte.
-¿Qué pasa? -preguntó Brandei, mirándole las manos cuando ella
agarró el borde de la mesa para aliviar el dolor.
-Nada. Estoy bien -respondió ella con los dientes apretados-. Sólo
quiero ver a mi padre.
-Usted debe cooperar con nosotros.
-¿Dónde está mi padre?
Retkin miró a Brandei, quien hizo una rápida inclinación de
cabeza.
-Si habla, veré lo que puedo hacer.
-Usted ha dicho que no está aquí.
-Eso dije.
-¿Dónde estamos exactamente?
-¿Nadie se lo dijo? -Retkin sonrió y miró a Brandei-. Tal vez
tengamos aquí una moneda de cambio, capitán.
-Creo que está en lo correcto, Sr. Retkin -respondió Brandei con
aire de suficiencia-. Alexandra, bienvenida a Sreina. Está en Janara III.
Alex saltó de su silla y corrió hacia la ventana. Quería sentir
algo -cualquier cosa- familiar. Cerró los ojos y se extendió con la Fuerza para
tocar ese mundo en el que había perdido tanto. Explosiones, los gritos de una
mujer, y un hombre gimiendo bombardearon sus sentidos... luego un silencio
sepulcral. "Por aquí", decían unas voces a través
de la bruma. "Por aquí, señor. Está
viva."
Una lágrima resbaló por la mejilla de Alex. Este lugar había
sido su hogar, hace mucho tiempo. Un
millar o más de vidas para encontrar a una niña pequeña y un puñado de
aspirantes a Jedi.
-Debe ser un shock descubrir que usted está prisionera aquí -dijo
Brandei.
Alex no podía saber -ni siquiera tratar de saber- si el capitán
estaba siendo sincero. Olvidó por un momento su entrenamiento de operaciones
especiales al ser abrumada por las emociones, y no le importó que estuviera
compartiendo pensamientos íntimos con su enemigo.
-Solía soñar con volver aquí. Tengo tan pocos recuerdos de mi
infancia en este lugar... -Sus limitadas habilidades de la Fuerza no le
proporcionaron ninguna respuesta-. Este era mi hogar, pero ahora hay tal vacío...
y desolación...
-Por lo menos aquí hay algo -respondió Retkin.
Alex le miró enojada.
-Los antiguos habitantes de Sreina podrían estar en desacuerdo,
ya que su ciudad fue prácticamente borrada del mapa.
Retkin se puso rígido.
-Más de los que les queda a los que llamaban hogar a Carida. ¿Ha
oído hablar de Carida?
Este debía ser el interrogatorio más extraño de la historia, decidió
Alex, mientras le seguía la corriente al comandante.
-Mi padre asistió allí a la academia.
Él asintió con la cabeza.
-Ya no existe, ¿sabe? No sólo una ciudad: un planeta entero. Millones
de personas. Pese a toda su cháchara acerca de las atrocidades imperiales, la
Nueva República también mata inocentes.
-¡La destrucción de Carida no fue a manos de la Nueva República!
-Los Jedi sirven a la Nueva República.
-Un descarriado...
-¿No es eso lo que dice su gente sobre el Emperador Palpatine?
-¡Basta! -gritó Brandei.
Retkin miró fijamente a Alex, y luego a Brandei. Se aclaró la
garganta, pulsó una tecla en su cuaderno de datos, activando otro holo.
-Éramos más que amigos
-decía Dair-. Ella mintió. ¿Cómo pudo
hacer esto? ¿Cómo creen que me hizo sentir después de que... después de todo lo
que significábamos el uno para el otro? No sé lo que quieren de mí. Ella me
usó.
Alex se alejó de Retkin nuevo, examinando el terreno del
exterior. No había rejas en la ventana del cuarto piso, ni pestillos, ni ningún
sistema de seguridad que pudiera detectar. Hizo caso omiso de la voz de Dair en
el holo pero fingió estar molesta por la dureza de las palabras de su viejo
amigo. Por un breve momento, podría haber jurado estar sintiendo la presencia
de Dair. Cerró los ojos y trató de concentrarse en sus alrededores.
-Será mejor que no le hagan daño -dijo Alex en voz baja, con el rostro
rojo de ira. Esa sensación de hormigueo se deslizó por su brazo de nuevo, y el
dolor le obligó a hacer una mueca.
Retkin tocó el teclado y la imagen de Dair cobró vida una vez
más.
-Ella prefería salvar a sus
amigos que ayudar a su padre... que estar conmigo. -El rostro de Dair se arrugó
con desprecio-. Ella nunca me amó. -El
holograma se desvaneció.
-¿Quiere hablar?
Alex permaneció inexpresiva.
-Tengo muchas más horas que podría enseñarle -agregó Retkin-.
Los golpes son especialmente crueles y difíciles de ver. Sin duda me gustaría
ver lo insensible que llega a ser, teniente. Puede ver cómo golpeamos a su
novio; fuimos bastante concienzudos en nuestro... cuestionario. ¿O nos dirá lo
que queremos saber? -Una vez más, el interrogador levantó una mano-. Disculpe.
Haslip no era su novio, lo sé. Sólo un teniente Imperial cautivado por su
encanto y lo suficientemente tonto como para enamorarse de usted. Por otra parte,
está su padre. -Retkin la miró, sin esperar una respuesta-. Él dijo que no querría
ver cómo la matamos.
Las palabras de Retkin la golpearon como la letal estocada de un
sable de luz. El dolor derribó el delgado escudo que había mantenido controladas
las emociones de Alex. Destellos de su encuentro con Brandl y la energía oscura
que convocó para salvar a su padre envolvieron su mente mientras su ira,
alimentada por el dolor, se convertía en una furia ardiente.
Alex embistió a Brandei, tirándolo al suelo, y trató de alcanzar
el único elemento de la habitación que podía utilizar se como arma: una silla.
Se movió un poco a pesar de que nunca llegó a tocarla. Reconoció lo que estaba
sucediendo -no podía creer lo que estaba sucediendo- y canalizó esa energía,
agitó el brazo y lanzó la silla con la Fuerza al otro lado de la sala. Voló contra
Retkin y le golpeó en la cabeza, aunque la peor parte la recibieron sus brazos al
tratar de defenderse del ataque. Cogió una segunda silla y se la lanzó, dirigiéndola
a la cabeza mientras él trataba de ponerse de pie, y el golpe lo dejó
inconsciente.
Alex corrió hacia la puerta y se dirigió por el pasillo hacia las
escaleras, con pasos resonando en el pasillo detrás de ella. Se volvió para
echar un vistazo rápido. Un solitario soldado de asalto la seguía mientras se
abría camino a la escasamente iluminada escalera. Saltó varios escalones a la
vez, y luego saltó por encima de una barandilla al rellano de abajo. El soldado
de asalto entró en tromba por la puerta encima de ella.
-Alto –gritó-. ¡Alex! ¡Alto!
Alex se detuvo en seco, mirando hacia las escaleras conforme el
soldado de asalto llegaba al rellano.
-Levanta las manos –gritó. A continuación, en voz baja, añadió-.
Soy yo, Alex.
-¿Dair? ¿Cuándo te has
unido al cuerpo de soldado de asalto?
-No hay mucho tiempo -respondió mientras descendía por las
escaleras para alcanzarla-. Te alcanzarán...
-Bueno, vamos entonces. ¡Salgamos de aquí! –dijo Alex con
urgencia, dando otro paso hacia abajo.
Dair la agarró del brazo.
-No, todavía no. Nunca conseguiríamos salir del recinto. -Miró
en ambas direcciones, y luego se apresuró a preguntar-: ¿Cómo puedo ponerme en
contacto con tu gente?
Alex recitó una serie de números, que él repitió. Dair le pasó
la mano suavemente por la mejilla, alisándole con el pulgar los oscuros círculos
bajo sus ojos.
-¡Pareces un bantha arrastrado a través del desierto!
-No me dejaron dormir mucho. Me tocaba a mí hacer frente a su inquisición.
-Se encogió de hombros-. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
-Algunas personas hablan demasiado.
-¿No te estarán observando? -preguntó Alex.
Dair negó con la cabeza.
-Honestamente, con toda la burocracia, ¡creo que se han olvidado
de que estoy aquí!
-Espera -dijo Alex-, si no estás bajo arresto, entonces ¿dónde
está mi padre? Brandei y ese comandante amenazaron con haceros daño a ambos si
yo no hablaba.
-Han pasado muchas cosas, Alex... demasiado para contártelo en
pocos segundos. Vamos a sacarte de aquí -añadió, consciente de repente de un
alboroto en el pasillo-. Ponte delante de mí. ¡Date prisa! ¡Rápido! -gritó, apuntándole
amenazadoramente a la espalda con su BlasTech A280.
-Más vale que esto funcione -respondió ella mientras se abría la
puerta del rellano del cuarto piso. Dair le dio un empujón para mantener la
farsa.
-La tenemos, capitán -informó otro soldado en la parte superior
de las escaleras cuando media docena más de pasos resonaron en el pasillo.
Dair empujó a Alex subiendo las escaleras y volviendo al
pasillo. Brandei estaba a pocos metros de distancia, con aspecto ligeramente
despeinado y un oscuro moretón formándose en su sien.
-¿En qué estaba pensando, teniente? -preguntó.
-Sólo cumplía con mi deber, capitán. -Alex sintió que otro rifle
láser se le clavaba entre los hombros. Avanzó por el pasillo con varios
soldados de asalto y un amigo a su espalda.
Brandei la fulminó con la mirada.
-Lleven a la teniente de nuevo a su celda.
Alex pasó por delante de él.
-Es una pena -dijo Brandei.
Alex se detuvo, volviéndose hacia el Imperial por última vez.
-¿El qué, capitán?
-Que su vida haya sido malgastada persiguiendo los ideales sin
valor de una banda de descontentos.
-¿Sin valor? -replicó ella-. Mientras hablamos, esos ideales
están avanzando como una tormenta de fuego en toda la galaxia; una tormenta de
fuego que nunca serán capaces de extinguir, no importa cuántos planetas arrasen,
o cuántas personas torturen.
-Por favor, nada de consignas políticas.
-¿Por qué, se ha cansado de escuchar al Emperador escupiéndolas
sin cesar? -le reprendió.
Brandei sonrió burlonamente.
-Siempre pensé que llegaría lejos, Alexandra. Por eso le di esa
recomendación para la Academia Raithal. Ahora encuentro mi fe en usted
traicionada. Puedo vivir con eso. Pero usted también ha traicionado todo en lo
que su padre creía y por lo que había trabajado. Por lo menos ahora no tendrá
que vivir mucho más tiempo con ese conocimiento.
Alex no se estremeció, con los ojos ardiendo intensamente.
-Cada uno de nosotros tiene que elegir una causa en la que
creer, capitán. Hice mi elección el día que mi familia murió en Janara III.
Creo que mi padre lo entiende. -Estudió a Brandei por un momento, y luego
continuó-. ¿Sabe, capitán? Es gracioso. Fue su acto de bondad, rescatarme
después de ese ataque, lo que nos ha traído hasta aquí hoy. ¿Puede usted vivir
con ese conocimiento? -Se volvió bruscamente y avanzó por el pasillo antes de
que Brandei pudiera decir otra palabra.
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