lunes, 2 de septiembre de 2013

Un ídolo con buenas intenciones (I)

Un ídolo con buenas intenciones1
Patricia A. Jackson

Drake Paulsen se apoyó contra la barandilla de la balaustrada que rodeaba el nivel superior de la Taberna de Feyodor, y sonrió al ver la ajetreada multitud que había abajo. Cuando una refrescante brisa sopló en el tejado, el joven socorrano se retiró un mechón de pelo suelto de su hermoso rostro y se ajustó el aro dorado en la oreja izquierda.
-¡Nikaede, esto ha sido una gran idea! –exclamó con voz juvenil. Tirando con aire ausente del seguro de la pistolera en la que guardaba el bláster, dio unas palmaditas en el hombro de la wookiee y volvió a sentarse en su mesa de la esquina.
La wookiee se acomodó cuidadosamente en la silla de comedor modificada y dejó su ballesta en el suelo para tener un fácil acceso. Víctima de un apetito voraz, aulló con gran placer ante el festín de alimentos ante ellos y felicitó a Feyodor, su cocinero y anfitrión, por su trabajo. Desde la barra, el orondo chef humano hizo una teatral reverencia ante las enfáticas alabanzas de la wookiee e instruyó a sus camareros para que prestaran especial atención al reservado privado de la esquina si no querían afrontar graves consecuencias.
-Hmmmm, tú lo has dicho, socia –dijo Drake con una risita. Cerró los ojos e inspiró profundamente, saboreando el delicioso aroma hasta que sus ojos comenzaron a lagrimear y sus pulmones no pudieron soportar la presión.
Había pájaro uln relleno, caramelizado con una ligera salsa de zumo de bayas de zsajhira y servido con una generosa ración de hocicos de pez soplador issori fritos. Salteados con especias y ligeramente picantes, los saltaarenas de concha blanda junobianos estaban servidos en una diminuta tetera negra de vino corelliano, sacada directamente de los fogones y todavía hirviendo, y cubiertos con copos de auténticas semillas corellianas para potenciar el fuerte sabor.
Colocándose la servilleta sobre los muslos, Drake meneó la cabeza ante el exquisito banquete, que se redondeaba con una canasta llena de mielestix de Rishi, cada uno cubierto de polvo dulce y frito para que quedase ligeramente crujiente. El socorrano mordió el extremo de uno de los tiernos bastoncillos y gimió de éxtasis cuando el relleno se fundió contra su lengua.
-Nik, tienes que probar uno de estos mielestix. ¡Fabulosos! Esta vez Feyodor se ha superado.
Drake se quedó mirando las estrellas. Explotando contra la atmósfera inferior del planeta, proyectiles de fósforo compactado se abrían en vibrantes llamaradas de color verde, rojo y naranja. Los decorativos fuegos de artificio eran detonados en parejas y en cuartetos, e iluminaban todo el dosel del cielo con una deslumbrante exhibición de colores y patrones de formas, cada uno más majestuoso que el anterior. La ciudad capital de Omman estaba abarrotada por miles de curiosos, nativos y turistas, ansiosos por disfrutar del espectáculo. Cuando una continua sucesión de disparos de fuego bláster y armas de mano señalase la centenaria celebración del Festival de la Luna, ciudadanos de todas las edades tomarían las calles y callejones donde comenzaría la auténtica celebración.
Drake se sentía en casa en la Taberna de Feyodor, que estaba decorada con una teatral disposición de luces y joyas que simulaban las constelaciones y cúmulos estelares del cielo nocturno de Omman cincurdante. Organizada detrás de la barra, una intrincada red de luces y tubos fluorescentes creaba la ilusión de cascadas conforme las pequeñas bombillas se apagaban y volvían a la vida lentamente en un aparentemente infinito mosaico de luz.
Drake sonrió, usando el mantel de la mesa para limpiarse la comisura de los labios. La mayor ilusión era la propia red y la clandestina inocencia de su disposición. Aparte de ser una de las obras de arte más singulares en varios años luz a la redonda, era en y por sí misma una obra maestra del engaño. Bajo cada una de las luces parpadeantes había un código cuidadosamente guardado para indicar una potencial oferta de trabajo o un contacto con cualquiera con los contrabandistas, piratas o cazarrecompensas, o incluso agentes de enlace imperiales corruptos, que frecuentaban el establecimiento. Cuando una bombilla estaba encendida, significaba que ese individuo estaba actualmente en la zona y buscando trabajo, o que un potencial cliente estaba en busca de personas para alistarlas en algún asunto de negocios.
Codificada por colores de acuerdo a ocupación, estado y necesidades, la red era un infame mapa galáctico de trabajos y empleadores para el contrabandista que supiera entenderlo. Drake resopló ligeramente por la nariz, limpiándose el polvo dulce de los labios. A plena vista, sincronizadas con el diagrama de la red, había treinta mesas en el tejado del restaurante. Abajo había otras 100 o más dentro del bar, cada una equipada con una lámpara o escultura de cristal central que era una ingeniosa parte del elaborado esquema.
Para aquellos demasiado nerviosos para alardear de su presencia en la redo, o para aquellos demasiado desconocidos para merecer estar en ella, la pieza central actuaba como una baliza para clientes potenciales. Azul significaba un talento veterano, exclusivo y caro. Rojo era una señal de advertencia, indicando que los individuos sentados en esa mesa eran un peligro y que Feyodor, el propietario, no asumiría ninguna responsabilidad por sus acciones, desperfectos o fracasos.
Había otros colores calificativos para cubrir la inmensa variedad de talentos que podían encontrarse en la taberna y en la zona local. Feyodor controlaba cada pieza central desde su panel de acceso remoto tras la barra, cambiando los colores según creía oportuno en cada situación. Amarillo significaba que el grupo en esa mesa ya había sido contratado, pero que el trato podía romperse adecuadamente porque no se había acordado todavía un contrato. Verde indicaba una clara vía abierta; sin trabajo, sin contratos, sólo esperanza. Blanco era una marca de distinción, incluso entre las estrellas celestiales: era el signo de una leyenda.
Drake sonrió, complacido de advertir que Feyodor les había sentado en una mesa relativamente privada con una baliza blanca. Su reservado era el más apartado de todos los demás, y al mismo tiempo el más cercano a la barra al aire libre. Era allí donde su padre había realizado algunos de los tratos más infames en su carrera como contrabandista. En el pasado, esa mesa permanecía abierta para Kaine Paulsen y un jovencísimo Drake, mucho después de la hora de cierre, cuando el cargamento de especia había sido entregado, las autoridades del sector engañadas o sobornadas, y el pago recibido por completo. Y cuatro años después de la muerte de Kaine el propietario aún mantenía esta mesa y otra más, en deferencia al contrabandista y a otros hombres como él.
Drake tomó un sorbo de su raava, pensativo, con el corazón henchido de orgullo. Jugueteando con la pieza central, estaba contento de haberle hecho al corelliano un sutil guiño para indicarle que él y su primera oficial no estaban esta noche disponibles para contratar. Después de sobrevivir al último transporte de especias desde Kessel, con un trío de Destructores Estelares pisándoles los talones, el joven socorrano no estaba de humor para otro trabajo arriesgado. Y el pago por su cargamento les mantendría a Nikaede y a él comiendo y viviendo como la realeza, al menos durante el mes siguiente, más o menos, si medían cuidadosamente sus lujos.
-¿Sabes? –dijo Drake de pronto-, ha sido buena idea atracar el Inquebrantable fuera de la ciudad, en esa chatarrería abandonada. Puede que realmente podamos tener algo de tranquilidad y descanso en este viaje. Si nadie ve la nave, no pueden preguntar por nosotros, ¿verdad? –Escuchó la profunda respuesta de la wookiee y la sugerencia que la siguió-. Sí, a mí también me apetece tomarme un agradable baño caliente. Y estaba pensando, Nik, que tal vez podríamos...
-¿Eres Drake Paulsen? –Sosteniendo en el hombro un petate de tela exageradamente grande, la mujer se acercó indecisa a la mesa del contrabandista-. ¿El capitán Paulsen? –susurró con una sonrisa nerviosa, ofreciéndole la mano al socorrano.
Distraído por el seductor vaivén de unos rizos rojos como el fuego, Drake miró por encima de su hombro a la extraña que les había interrumpido. Aceptando con ciertas reticencias su firme apretón de manos, miró con cautela a su primera oficial al otro lado de la mesa.
-Mire, señorita –dijo, intentando ignorarla-. No estamos de servicio, por así decirlo. En este momento no vamos a aceptar ningún nuevo trabajo.
Nikaede reforzó las frases con un firme gruñido y luego regresó a su muslo de bantha, masticando ferozmente tanto la carne magra como el hueso. Miró fijamente a la extraña y gruñó con satisfacción cuando la mujer se estremeció bajo su mirada intimidante.
-Lo sé. Eso me dijo el camarero –respondió la mujer.
Se apartó un largo mechón de cabello de la cara, revelando sus mejillas sonrojadas. Drake advirtió un ligero temblor en sus manos mientras agarraba protectoramente su petate. Vestía con un traje de vuelo, a la moda, de los que solían llevar los miembros femeninos del negocio del contrabando: una blusa escotada bajo una ajustada cazadora negra, y relucientes botas de caña alta. Ceñidos a sus muslos, los pantalones piratas con una insinuante minifalda en las caderas no dejaban ninguna curva para la imaginación de un contrabandista de diecinueve años.
-Mire, capitán Paulsen –insistió, inclinándose sobre él para ocultar su ronca voz de los viandantes-, necesito una nave segura y sólida, y alguien que sepa cómo pilotarla. Necesito un talento especial, y he pagado extra en el bar para encontrarlo.
Volvió la mirada a la barra, donde Feyodor les estaba observando. Un hombre grande y corpulento, el corelliano le sonrió, sosteniendo la ficha de crédito que ella había dejado en el contador y guardándosela en su delantal. Les hizo a ella y a Drake un gesto con la cabeza para indicar que todo estaba despejado y luego volvió tranquilamente a atender la barra.
-Por favor, capitán Paulsen –Sus vivos ojos azules vibraban con el fulgor persistente de los fuegos artificiales que surcaban el cielo sobre sus cabezas-. Represento a un grupo que estará más que dispuesto a pagarles más de 15.000 créditos si aceptan la oferta. La mitad ahora y la otra mitad al finalizar...
-No salimos de puerto por menos de 25.000 créditos –murmuró Drake, esperando que el precio desorbitado hiciera que la joven se marchase-. Y hay un suplemento de 5.000 créditos por el uso de mi primera oficial. –El socorrano disimuló una sonrisa de suficiencia y Nikaede gruñó secamente, felicitándolo por su eficiente maniobra evasiva.
-¿Eso son 30.000 créditos? –preguntó ella.
Drake se mordió los labios y asintió.
-Son 30.000 créditos.
-¡Hecho! –Rebuscando en el interior de su petate, extrajo la pastilla de crédito necesaria y la estrelló sobre la mesa-. ¿Cuándo podemos marcharnos?
Sorprendido, Drake abrió los ojos como platos mientras la pastilla de crédito rodaba por la mesa hasta su plato. Recogiéndola, la leyó con el escáner, descubriendo con sorpresa que contenía la totalidad del pago. La lanzó por encima de la mesa a Nikaede, que tomó la pequeña unidad y jugueteó con la carcasa de sellado, convencida de que el componente monetario era un fraude. Después de un momento, se encogió de hombros, incapaz de encontrar nada que apoyase sus sospechas.
-Bueno, espera, eh... –comenzó Drake, tartamudeando al darse cuenta de que no sabía el nombre de la mujer.
-Padija Anjeri. –Ella le tomó la mano y se la estrechó de nuevo.
-¿Cuál es la carga?
-Yo misma y otros dos pasajeros. La única estipulación es que debemos partir inmediatamente. ¿Será eso un problema?
-¿Problema? –Drake miró a Nikaede al otro lado de la mesa y luego tomó un bocado del pájaro uln relleno. Conforme la sabrosa carne bajaba por su garganta, comenzó a compartir el desdén de Nikaede hacia la mujer humana y su abrupta intrusión en lo que debía haber sido una velada agradable y una cena placentera.
Pero el dinero era simplemente una tentación demasiado grande. Podía verlo reflejado también en los ojos de su primera oficial. Tan sólo su instinto de contrabandista hervía en sospechas.
-Te lo preguntaré una vez más –susurró con tono neutral, mirando fijamente su plato-. Y más vale que no me ocultes nada de este trabajo o ya puedes volver a la barra y buscarte otro chumani. –Se enfrentó a la expresión de sorpresa de la mujer con un aire inusualmente amenazante-. Dime, ¿cuál es la carga?
De pronto, la mujer pareció estar a punto de desmayarse, por lo que Drake movió la silla que estaba junto a él y se la ofreció. Ella se sentó sin decir palabra.
-Ten, toma un trago. Parece que lo necesitas. –Le tendió su vaso y la observó dar un largo sorbo. El socorrano se sentó en las sombras, escondiendo el placer de su rostro al ver su reacción ante la fuerte bebida.
Limpiándose las lágrimas de los ojos, Padija jadeó mientras el amargo raava descendía por su garganta.
-Supongo que hay que estar acostumbrado a esto. –Hizo una mueca por el regusto y le devolvió el vaso-. Gracias.
Frente a ella, Nikaede murmuró algo entre un apresurado bocado de carne de bantha. La joven escuchó atentamente a la suavidad melódica de la voz de la wookiee, aparentemente fascinada. Veo que no sale mucho por ahí, pensó Drake cuando ella le miró con aire perplejo.
-¿Qué ha dicho?
-Se pregunta si esta es tu primera vez –dijo él.
-¿Primera vez? ¿Primera vez para qué?
-¿Por qué no nos lo dices tú, Padija Anjeri? –Drake volvió a sentarse en su silla y sonrió. No hizo ningún esfuerzo por moverse o abandonar la taberna, e indicó esa reluctancia con su postura relajada. Para asegurarse de que ella captase la idea, cruzó las piernas y se recostó contra el respaldo de su asiento, como si planeara quedarse allí un buen rato.
Temblorosa, Padija respiró profundamente.
-No estaba tratando de engañaros sobre la carga –comenzó-. Yo misma, otros dos pasajeros, y...
-¿Y? –interrumpió Drake.
-Y esto. –Padija posó el petate en su regazo y abrió la parte superior ligeramente para permitir que la escasa luz que había callera sobre el objeto cristalino del interior. Construido sobre un único glóbulo de cristalita pulida y blanca, la escultura de la cabeza de un twi’lek emergió de las oscuridades del saco de lienzo. Refulgía y brillaba con cada destello de luz, dando la impresión de que atraía y retenía la iluminación en lo profundo de su núcleo. Moldeados a los lados de la escultura, los tentáculos craneales se abrían y se enrollaban alrededor del cuello del cristal, formando una base uniforme para mantenerlo derecho.
-Bonito pedrusco –susurró Drake, fingiendo desinterés-. ¿Cuánto vale?
El rostro de Padija se oscureció, mostrando la sombra de un mohín en su atractiva boca y su nariz.
-¿Puedes ponerle precio a las tradiciones y la lealtad de un pueblo? Creo que no. –Rápidamente cubrió la escultura y se colgó el petate al hombro.
-Podría ponerle precio a muchas cosas –susurró Drake-. Incluida esa roca tuya. –Blandiendo su cuchillo ante ella con aire ausente, añadió-: ¿Dónde la conseguiste?
-Me habían dicho que no harías demasiadas preguntas. –Cruzó los brazos sobre el pecho, mirando fijamente al socorrano-. ¿Quieres el trabajo o no?
Drake se apartó un mechón suelto de la frente.
-He dicho que dónde la conseguiste. Y si tengo que repetirme de nuevo, con gusto te devolveré tu dinero y puedes irte con viento fresco.
-Soy una estudiante de antropología tomándome un año sabático de mi universidad en Issor. Vine aquí porque sospechaba que este objeto podía haber sido robado de un asentamiento en Ryloth sin permiso del conservador del museo con el propósito de venderlo en el mercado negro. Tengo todo el derecho –dijo- a asegurar su inmediato regreso al museo. Tan sólo –la tensión desapareció de su rostro-, tan sólo me temo que los hombres que lo robaron en primer lugar quieren recuperarlo. –Miró con tristeza a Drake-. Lo quieren desesperadamente. Incluso matarían por ello.
-Antropología, ¿eh? ¿Eso es alguna forma refinada de decir robar?
-¡No es robar! Es el estudio de los orígenes de las especies y cultura antiguas.
Drake continuó masticando su comida, ansioso de terminar tanta de ella como pudiera antes de que la insistente extranjera le separase de su deliciosa cena.
-Qué curioso, no pareces una antropóloga. –Miró fijamente la pistola bláster abrochada en su muslo. Era un bláster de caza, una herramienta extraña para que la llevase una estudiante de antropología.
-En el transcurso de mis estudios, capitán Paulsen, a menudo me encuentro con gente ignorante. –Enderezó la ligera curva de su espalda, mirando con desdén al socorrano-. Existen aquellos que tienen tanto miedo de la verdad, tan temerosos de lo desconocido, que harían cualquier cosa para evitar que otros, como yo, lo descubra. –Se inclinó sobre la mesa, poniendo el rostro sólo a centímetros de distancia del de Drake-. Digamos simplemente que mi bláster me permite proseguir mis estudios en paz.
A pesar de su ingenuidad, había en sus palabras una pasión vehemente que Drake se vio obligado a admirar. Después de llevársela ligeramente a la boca, dejó caer la servilleta sobre la mesa y se puso en pie.
-Bueno, supongo que ha conseguido una nave, señorita Anjeri.
-Llámame Padija –dijo con una sonrisa, regresando ante sus ojos a su anterior actitud recatada. Volvía a ser la inocente joven que había llegado al bar buscando una forma de salir del planeta.
-De acuerdo –suspiró él-. Padija. ¿Dónde están tus amigos?
-Se supone que debemos reunirnos con ellos en las esquina de las calles Bith y Kossh. –Avanzó rápidamente hacia las escaleras que bajaban al bar-. Seguidme.
Drake se encogió de hombros, mirando su comida. Tomó un último bocado de pájaro uln, paladeando el sabor.
-Mantenlo caliente, Feyo –dijo el corelliano-. Volveré a por ello.
-Descuida, muchacho –respondió Feyodor, despidiéndolos con la mano-. Estará aquí esperándote.

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1 El título original Idol intentions hace un juego de palabras con la expresión idle intentions, muy similar en su pronunciación inglesa, y que en el relato no se utiliza hasta el final. Por eso al principio había mantenido la traducción literal del título, “Intenciones de ídolo”. Al avanzar en el texto, al ver que se trataba de un juego de palabras que por desgracia no puedo traducir, he decidido elaborar provisionalmente este título alternativo. Estoy abierto a sugerencias para mejorar la traducción. (N. del T.)

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