Lorn Moonrunner estaba sentado con su mujer en la
cocina. Eran altas horas de la noche y la luz de una única vela brillaba sobre
la mesa ante ellos. La ciudad estaba extrañamente silenciosa desde que se había
proclamado el toque de queda imperial. Lorn tamborileaba con sus dedos sobre la
mesa mientras se oía de fondo el tictac de un reloj rhamaliano.
-El director Pellias me ha dicho que no hay nada
que podamos hacer –dijo finalmente-. Seguramente no tratarán demasiado mal a
Denel, ya que es humano. Son las especies no humanas las que son convertidas en
esclavos cuando el Imperio toma el control.
-¿Pero cuándo podremos verle? –dijo Artis-. ¿Por
qué no le dejaron marcharse de forma normal?
Lorn tomó las manos de su esposa.
-Ya conoces la respuesta. Intimidación. El miedo
mantiene a la gente bajo control. Ya has visto bastantes veces el
procedimiento. Si Rhamalai hubiera sido un mundo tecnológicamente avanzado, los
imperiales habrían tratado de atraernos al Imperio con promesas de poder y
favores. Pero ya que estamos indefensos, no ocultan su auténtica naturaleza.
Simplemente, conquistan.
-Creí que habíamos dejado esto atrás hace mucho
tiempo. –Artis meneó la cabeza, y luego jadeó cuando la asaltó un nuevo
pensamiento-. ¿Y si interrogan a Denel? ¿Y si descubren quiénes somos?
-Denel no lo sabe –le aseguró Lorn-. ¿Cómo podría
decirles nada? Ambos nos alteramos el aspecto antes de que naciera. Y nuestros
archivos de identidad deberían ser infalibles por el precio que pagué.
Lorn se levantó para mirar por la ventana. Varios
soldados de asalto patrullaban por la ciudad, vigilando el toque de queda.
-Al menos las cosas parecen haberse calmado por el
momento –dijo-. Pellias fue inteligente al prohibir cualquier resistencia
activa. Los imperiales creen que estamos completamente indefensos.
-Pero no podemos limitarnos a sentarnos aquí y no
hacer nada.
Moonrunner regresó a la mesa.
-Estoy de acuerdo. Es hora de poner en marcha
nuestro plan de acción de emergencia.
-¿Estás seguro? –preguntó Artis-. ¿Podemos sacar a
Denel de la guarnición?
-Tendremos que conseguir que le llegue el aviso de
alguna forma. –Pensó por un instante-. Nadra Enasteri trabaja allí como apoyo
civil. Se le permite entrar y salir de la base cada día. Necesitamos su ayuda.
Y algo más.
Se puso en pie y se dirigió a su dormitorio con
Artis siguiéndole. Lorn cerró la puerta y cubrió las ventanas con las persianas.
Apartaron a un lado la cama y se arrodilló en el desnudo suelo de madera.
-Pásame un destornillador. –Artis encontró uno en
un cajón.
Lorn pasó cuidadosamente la mano por el suelo hasta
que encontró una pequeña muesca cortada en el borde de una de las tablas del
suelo. Insertando la herramienta en la muesca, hizo palanca para levantar la
tabla. Metió la mano en el hueco y sacó un pequeño paquete. Le limpió la
suciedad, desenvolvió el objeto, y sopló cualquier resto de polvo que le
quedaba.
En su mano se encontraba una caja rectangular de
unos quince centímetros de largo. En un extremo había una lente oscura, de
menos de un centímetro de diámetro. En un lateral había varias teclas y luces
indicadoras. Con un pequeño chasquido, Lorn activó el mecanismo. Zumbó débilmente
mientras varias de las luces se encendían.
-Aún funciona –dijo.
***
-General, esto es altamente irregular –dijo el
sargento Droman mientras corría detrás del comandante de la base-. No es el
procedimiento estándar que un general se dirija a un grupo de nuevos reclutas.
-Soy consciente de ello, sargento –replicó
secamente el general Yrros.- Pronto descubrirá que yo fabrico mis propios procedimientos estándar.
Entraron en una gran sala de reuniones cerca de las
instalaciones de entrenamiento de la base. Diez filas de nuevos reclutas
aguardaban en posición de firmes con sus uniformes marrones nuevos y
perfectamente planchados. Yrros caminó con aire casual por la parte frontal de
la sala.
El general se dirigió a ellos sin preámbulos.
-El caos de la República moribunda era una plaga
que recorría la Galaxia Conocida. El avance de esa enfermedad se detuvo cuando
el Emperador Palpatine llegó al poder, aunque persisten algunos focos de
infección.
”Os convertiréis en la herramienta afilada que
extirpará los furúnculos de la decadencia y la corrupción. Seréis el antídoto
para la febril infección que aún persiste.
”Para hacerlo, debéis convertiros en la fuerza más
disciplinada imaginable. Al Imperio no le sirven para nada los hombres torpes y
débiles. Os haréis fuertes –les gritó
la palabra- y disciplinados. –Apretó
un puño enguantado ante la cara de uno de los reclutas. El joven se estremeció.
Algo en ese recluta le resultó familiar a Yrros.
-¿Cómo te llamas, hijo? –Puso la mano sobre el
hombro del muchacho, dispuesto a hacer un ejemplo de él.
El joven recluta se relajó y sonrió a medias al
levantar la mirada hacia el rostro del general.
-Denel Moonrunner, señor.
-¡Error! –gritó Yrros-. ¡Permanece firme! ¡Borra
esa sonrisa de tu cara! Y no me mires jamás a los ojos, muchacho. –El general
quedó satisfecho al ver que el rostro del recluta palidecía al enderezar su
posición y mirar de nuevo al frente.
-¿Ves este número de aquí? –Golpeó el número de
servicio impreso sobre el bolsillo izquierdo del recluta.
-¡Sí, señor! –gritó el muchacho sin mirar abajo.
-¿Cuál es ese número, soldado? –Volvió a golpearlo.
-PR-231, señor.
-¿Sabes qué significa?
-¡No, señor!
El general Yrros volvió la mirada al sargento
Droman.
-¡Sargento! Dígale a este muchacho qué significa el
número.
-¡Sí, señor! La P significa primera, la R Rhamalai
–ladró el sargento Droman-. Doscientos treinta y uno es tu número personal.
Eres el recluta número 231 de la primera promoción de reclutas de Rhamalai.
-Repite el número, soldado –ordenó Yrros.
-¡FR-231, señor! –gritó el muchacho.
-¡Más alto!
-¡FR-231, señor!
-¡Quiero que tu querida y dulce madre oiga lo que
dices desde la ciudad, muchacho!
-¡FR-231, señor! –gritó el chico con todas sus
fuerzas.
-Ese es ahora tu nombre, soldado. –Yrros golpeó el
número del chico una última vez-. Y que no se te olvide.
-¡No, señor; eh... sí, señor! –El rostro del
muchacho estaba rojo pero aparte de eso no mostraba ninguna emoción. Yrros
asintió con la cabeza.
El general continuó dirigiéndose al grupo.
-Esta designación os identifica como miembros del
Nuevo Orden, un selecto grupo de hombres elegidos para dirigir la desorientada
confusión dejada por el anterior gobierno. ¡Es vuestro pasaporte para una nueva
existencia, la llave para obtener respeto, poder y gloria! Honradlo bien.
Yrros supervisó en silencio al grupo por un
instante. Nadie se movió. Satisfecho, se volvió al instructor.
-Puede continuar, sargento –dijo.
***
Nadra avanzaba rápidamente por un largo pasillo de
la base imperial. Tal vez pudiera sacar algo de tiempo para sí misma si corría
de camino a su estación de trabajo. Miró tras ellas mientras aceleraba. Si
alguien descubriera lo que estaba haciendo...
¡Bum! Chocó de cabeza contra algo, perdió el
equilibrio y cayó sentada en el suelo.
Sobre ella, una voz cansada dijo:
-Oh, lo siento, no le había visto... ¿Nadra?
Apartándose el cabello de los ojos, ella alzó la
vista.
-¡Denel!
-¡Nadra! ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí? –Denel le
ofreció una mano para ayudarle a ponerse en pie-. Venías volando por el pasillo
tan rápido...
-¡Shh, Denel! No deberían vernos juntos. –Nadra le
agarró de la manga y tiró de él rápidamente hacia el pasillo lateral por el que
había llegado.
-¡Nadra, yo iba en la otra dirección! No podemos...
Nadra le puso la mano en la boca y empujó a Denel
hacia un armario de acceso de mantenimiento. Mirando en ambas direcciones,
abrió la puerta y lo metió dentro. Había el espacio justo para los dos entre
los cables y tuberías. Las parpadeantes luces de un panel de lectura de estado
daban al armario un resplandor fantasmal.
Antes de que Denel pudiera decir nada más, Nadra le
rodeó con sus brazos.
-¡Me alegro tanto de verte! –susurró con pasión.
-Yo también –dijo él, bostezando.
Ella le miró a la cara.
-No suenas demasiado entusiasmado. ¿Qué ocurre?
-Oh, lo siento. –Denel reprimió otro bostezo-.
Estoy exhausto. He dormido menos de cinco horas cada noche desde que estoy
aquí. –Se frotó los ojos, y luego bajó la mirada, advirtiendo el uniforme azul
de la chica-. Apoyo civil, ¿eh? Me pregunto cuánta gente han dejado para
ocuparse de la ciudad.
-Denel, escucha –dijo ella-. Necesito tu ayuda.
-Claro. ¿Qué pasa?
-Acabo de enterarme hoy. He tratado de pensar qué
hacer. –De pronto, sus ojos se cubrieron de lágrimas y la voz se le rompió-.
Han programado que mi madre sea ejecutada, mañana.
-¡Qué! –La noticia despertó por completo a Denel-.
¿Por qué?
-La trajeron para ser tratada. Dijeron que su
enfermedad es incurable, un defecto genético. –Apenas podía evitar ahogarse con
las palabras-. Sólo empeorará y sufrirá mucho dolor. Podría alargarse años.
–Las lágrimas corrieron libremente por su rostro-. Dijeron que es mejor
evitarle la miseria y la humillación.
-Oh, Nadra –susurró Denel.
-Parecía que estaba mejorando, pero dijeron que no
servía de nada. Me dejarán visitarla brevemente mañana, a las 8:00. Luego será
“piadosamente eliminada”. –Nadra se derrumbó entre silenciosos sollozos.
Denel la acunó en sus brazos.
-Shh, Nadra. Debe haber algo que podamos hacer.
–Quedó un minuto en silencio.
-Eh, escucha. Tengo una idea. –La sacudió
suavemente y le alzó la mejilla-. Creo que hay una oportunidad, pero no tenemos
mucho tiempo. ¿Puedes conseguir acceso a un terminal de datos?
-Sí. –Ella se calmó, limpiándose las lágrimas con
la manga-. Me están enseñando a usarlos en mi trabajo. ¿Por qué?
-Perfecto. Podemos sacarnos a tu madre y a mí de
aquí al mismo tiempo.
-Pero yo creía que tú querías entrar al servicio...
Denel suspiró y apartó la mirada.
-Creí la propaganda acerca de la benevolencia del
Imperio. Mi padre trataba de decirme lo contrario, pero nunca quiso explicar
por qué desconfiaba de los imperiales. Una vez me dijo que graban sus propios
actos de guerra y luego alteran las pruebas para culpar a los rebeldes. Pensé
que papá estaba loco pero, bueno, ¿cómo si no podrían conseguir esos
horripilantes vídeos de adoctrinamiento que nos obligan a ver? –Se estremeció-.
Y ahora esto de tu madre... Voy a irme. Necesitaremos la ayuda de mi padre.
-¿Tu padre? –Nadra negó con la cabeza-. Él no puede
enfrentarse a toda una guarnición.
-Sólo escucha –replicó Denel-. Acude esta noche a
mi padre. Tendré las cosas dispuestas para cuando regreses por la mañana. Mira,
esto es lo que vamos a hacer.
***
El capitán Tosh se encontraba en posición de firmes
ante el escritorio del general Yrros, esperando a que el general decidiera
darse por enterado de su presencia.
-¿Deseaba verme, capitán? –dijo Yrros finalmente,
levantando la mirada de su pantalla de datos.
-Sí, señor –respondió Tosh-. Estoy preocupado por
la situación de seguridad. La red sensorial para monitorizar los movimientos
civiles aún no ha sido terminada, y los códigos de seguridad actuales no han
sido introducidos en el sistema informático principal. Incluso los programas de
puntería de la artillería pesada aún no han sido instalados.
-Lee usted sus memorandos, ¿verdad, capitán? –dijo
Yrros, arrastrando las palabras.
-Sí, señor, todos.
-Entonces es usted consciente –continuó el general-
de que nuestra principal prioridad es obtener alimento para nuestras tropas lo
antes posible. Todas las demás tareas son secundarias.
El capitán Tosh no podía creer lo que estaba
escuchando.
-¿Secundarias? ¿Incluso la seguridad? Estaríamos
casi indefensos si los rhamalianos decidieran atacar.
El general Yrros tecleó algunos comandos más, y
luego esperó una respuesta del ordenador. Se volvió a su oficial de seguridad.
-Piense por un minuto, capitán. Este planeta fue
colonizado por un grupo de fanáticos tecnófobos. Esta gente sólo tiene las
armas más primitivas, no tienen transportes ni comunicaciones que monitorizar,
no tienen un conocimiento técnico del que hablar. Esos tecno-idiotas se
acurrucan como conejos asustados ante nosotros. Un solo soldado de asalto con
un rifle bláster sería suficiente para sembrar el terror en los corazones de
toda la población.
-Sí, señor –dijo el capitán, desplazando el peso
alternativamente de un pie a otro.
-Puedo ver que está usted incómodo sin todos sus
juguetitos desplegados –se burló el general-. Déjeme asegurarle que ya no tardará
mucho. En uno o dos días más, habrá más técnicos disponibles para completar la
red de seguridad. Entonces podrá usted activar los terrores tecnológicos que
necesita para protegerse. Hasta ese momento, limítese a permanecer alerta.
-Sí, señor –respondió Tosh.
-Puede retirarse, capitán. –El general regresó a su
pantalla de datos mientras el jefe de seguridad se marchaba en silencio.
-Bueno, ¿por dónde iba? –murmuró Yrros para sí
mismo-. Ah, sí. –Una lista de los ciudadanos del planeta apareció en la pantalla.
Comenzó a teclear la petición para una segunda lista: los criminales más
buscados del Imperio-. Ahora, veamos si este planeta guarda algún secreto.
***
-En realidad, nuestro apellido no es Moonrunner
–dijo esa noche Lorn a Nadra mientras discutían el plan de Denel en la sala de
estar.
-Tuvimos que cambiar nuestras identidades antes de
venir a Rhamalai hace dieciséis años –explicó Artis-. Pensamos que este planeta
era tan remoto, tan poco desarrollado, que el Imperio nunca se molestaría en
venir aquí.
Nadra pasó la mirada del uno a la otra.
-Bueno, ¿entonces quiénes sois?
Lorn se aclaró la garganta.
-Tal vez sea mejor que aún no lo sepas todo.
Digamos simplemente que sé mucho acerca del Ejército Imperial. Si supiera quién
soy, el general Yrros estaría muy interesado en ponerme las manos encima.
Nadra se quedó sin habla.
Lorn cambió de tema.
-Sabes que nuestra familia llegó a Rhamalai cuando
Denel era muy joven.
-Sí –convino Nadra.
-Y conoces las leyes rhamalianas que velan por que
no se extienda ninguna clase de tecnología externa que los viajantes puedan
traer consigo. Si un recién llegado desea quedarse en Rhamalai, debe destruir
su nave, sus armas, y cualquier otro dispositivo que pueda tener.
Nadra asintió.
-Cuando nuestra familia llegó aquí y decidimos
quedarnos –continuó Lorn-, se nos dijo que desmantelásemos nuestra nave. Pero
no lo hicimos.
Nadra pensó que se le detenía el corazón.
-¿Tenéis una nave? –dijo boquiabierta-. ¿Dónde?
-El Refugiado
está oculto en el Valle del Gran Bosque.
-Eso es a veinte kilómetros de aquí.
-Desde que Denel tenía nueve años, hemos estado
haciendo excursiones a la nave, y pilotándola ocasionalmente. Denel es un
piloto y un artillero bastante bueno.
-¡Por eso yo nunca podía acompañaros a vuestras
excursiones familiares al Valle!
Lorn asintió.
-También tenemos una unidad Erredós a bordo.
–Sostuvo una pequeña caja negra, acariciándola suavemente con el pulgar-. Este
remoto activa y envía órdenes al droide.
-¿Al qué?
-El droide –dijo Lorn con una risita-. Los droides
son máquinas inteligentes conscientes de sí mismas. Erredós-Cuatrobé es la
designación de nuestro droide. Se encarga de la navegación y las reparaciones,
y puede almacenar toda clase de datos, proyectar mensajes holográficos...
-¿Holo-qué? –interrumpió Nadra.
Lorn suspiró y se recostó en los cojines.
-Realmente no tenemos tiempo para explicar todo
esto. –Pensó por un minuto.
-Esto es lo que vamos a hacer. Ya he activado a
Cuatrobé. Viene de camino hacia aquí con un par de... dispositivos de
seguridad. Tan pronto oscurezca, Artis y yo montaremos sobre Cazador hasta el Refugiado. Interceptaremos a Cuatrobé y
lo enviaremos a que se encuentre contigo en los límites del pueblo. A su
velocidad máxima, debería llegar justo antes del amanecer. Nosotros
continuaremos hasta la nave y la prepararemos para el despegue.
-Pero, ¿qué hago yo con el... droide? –Nadra no
estaba segura de que le gustara esa idea.
-Paciencia. –Lorn le dio unas palmaditas en el
hombro-. Te lo explicaré todo, pero hay poco tiempo.
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