Entraron en la cámara una hora antes de la puesta
del sol y cerraron la puerta con pestillo, bloqueándola desde el interior.
[Esta criatura, ¿hace daño a los morrts?], preguntó
Kufbrug, acariciando uno de los quince o así que colgaban de su carne, y
Callista sonrió y recordó mover la barbilla y gruñir.
[Usted estará en la jaula, para protegerse], dijo.
[Todo lo que debe hacer es observar. No salga, porque la cosa es peligrosa: kheilwar, se llama. Una avispa-homúnculo
del mundo oscuro de Af’El.]
[¿Y tú?] Kufbrug la observaba a través de la malla
mientras Callista cerraba la jaula y le mostraba como usar el cerrojo.
[Alguien tiene que hacer que nos diga lo que sabe.]
Había traído un cuenco consigo, algo mayor que el
cuenco de cerámica que había encontrado allí esa mañana, y lo había llenado con
una solución de proteínas y azúcares, el análogo, supuso, de la improvisada
sangre que habían dejado allí la noche anterior. Suponía que la sangre había
contenido algún tipo de veneno, preparado por quien fuera que hubiese liberado
al kheilwar en un intento de matarlo,
pero había muy pocos venenos que funcionasen en una criatura semejante. Incluso
el concentrado de mercurio en su propia solución de proteínas apenas haría nada
más que ralentizar al kheilwar. La
habitación estaba llena de sustancias orgánicas que la cosa había estado
comiendo todos esos días; esa mañana había advertido lo reducidas y masticadas
que estaban las alfombras de piel de dwoob, y que se había comido la mayor
parte de los mohos de las paredes.
Tomó la última de sus compras –tres lámparas- y las
encendió, colocándolas en las esquinas de la habitación donde su luz no quedase
bloqueada. Luego se sentó con la espalda contra la malla de la jaula,
desenganchó su sable de luz de su cinturón, y se preparó para esperar.
[¿Qué haremos si tu kheilwar no nos dice lo que deseamos saber?
Alzó la mirada con sorpresa ante la pregunta que
retumbó a su espalda. La mayoría de los gamorreanos lidian con la simple
supervivencia, el simple apareamiento, la simple lucha. No se había esperado
una pregunta acerca de contingencias. Incluso Ugmush, que era una de las cerdas
más inteligentes, generalmente no pensaba las cosas con antelación.
[Lo hará], dijo Callista. [Si podemos obligarle a
ir a esa esquina...] Señaló las secciones reflectoras de las paredes, donde el
agrinio brillaba como ámbar fundido en la tenue luz del atardecer. [...y lo
mantenemos en esa esquina hasta que llegue el día.]
Después de un largo silencio, Kufbrug dijo:
[Pensé que tal vez Guth y yo huir.]
Callista volvió a mirarla, sorprendida, pero
Kufbrug estaba acariciando a uno de sus morrts, con los ojos entornados, y no
la vio.
[Dije a Guth, cuando vino a luchar Vrokk. Huimos,
no le matan. Pero, entonces Rog y Gundruk gobernarían Bolgoink también. Eso no
es bueno. Así que Guth dijo no, él lucharía.]
Kufbrug alzó los ojos.
[Vrokk odia Guth. Guth es bueno. Vrokk no era
bueno. Guth...] Dudó, tratando de encontrar palabras para un concepto del que
raramente se hablaba. [Yo soy gweek],
dijo después de un momento, y se tocó los morrts de los brazos, y señaló la
torre que las rodeaba. [Todo esto... gweek.
Maridos y verracos y campos e hijos... gweek.
A veces... quiero gweek. Gweek para mí. Aún más en deshielo, en
el frío y la oscuridad. Guth...] Se tocó con tristeza su inmenso pecho. [Él es gweek en su corazón. Si muere, si Rog le
mata...]
Quedó un tiempo en silencio, con su gran mano con
garras apoyada en la malla de la jaula y la mirada perdida en un futuro vacío.
Callista se levantó y tocó los pesados dedos, con Luke Skywalker regresando a
su memoria, como hacía a diario.
-Sí –dijo en voz baja-. Entiendo.
Un guijarro resonó en el otro lado de la cámara,
fragmentos de mortero cayendo de una grieta. Callista se dio la vuelta, con el
sable de luz zumbando al cobrar vida en su mano. Se le formó un nudo en la
garganta por el horror y la impresión al ver aparecer al kheilwar reptando por las grietas del burdo muro de piedra.
Pesaría al menos veinte kilos. Gigantesco y plano,
desplegó todas sus afiladas aletas, girándolas y flexionándolas a la fría luz
blanca de la lámpara, que absorbía como muchas de las criaturas de Af’El, de
modo que parecía ser nada más que planos de sombras que aparecían y se
desvanecían. Callista pegó la espalda contra la malla de la jaula cuando la
criatura saltó por el aire con increíble velocidad y aterrizó en el cuenco de
proteínas envenenadas; escuchó el rechinante zumbido de su boca al aspirar y
comer. Gracias a todos los dioses y las estrellas afortunadas y los ancestrales
espíritus de la galaxia, pensó Callista, que habían pensado que la habitación
estaba encantada y habían mantenido esa puerta cerrada toda la noche...
Se acercó a ella. De golpe, como un corte de
edición en un holovídeo: calor, el olor de la sangre o el campo eléctrico de
las células vivas, nadie sabía bien qué atraía a esa cosa sin ojos –nadie había
sido capaz de estudiarlos muy de cerca-, pero Callista la esquivó, dio un paso
a un lado, lanzó una estocada con su sable de luz, retrocedió...
Y supo que tenía una larga noche por delante.
Girando, saltando, una zumbante sierra giratoria de
aletas y alas, el ser la siguió, y se las vio y se las deseó para mantenerlo
alejada de ella, por no hablar de conducirlo al brillante agrinio de la esquina
que había preparado. Al menos no era tan pequeño como para metérsele volando en
la nariz o en un ojo o una oreja o la boca, pensó; al menos era lo bastante
grande para luchar. Pero su velocidad aumentaba con su tamaño, en lugar de
disminuir; era como ser perseguida por toda la habitación por un remoto a
turbovelocidad, y aunque le dolía incluso formar su nombre en su mente,
Callista agradeció en silencio a Luke Skywalker el intenso rigor físico de su
entrenamiento. Puede que ya no fuera capaz de tocar la Fuerza, pensó con
tristeza, pero por lo menos movía los pies con rapidez.
Y el pensamiento le susurró: Pero sí que puedes usar la Fuerza.
Lanzó un tajo, una estocada y volvió a esquivar.
La Fuerza es
rabia, al igual que es serenidad. Es odio, al igual que es esperanza.
El ser voló hacia su cara como si lo hubiera
disparado un cañón de proyectiles, y entre el desgarrador borrón de alas vio
sus bocas, sus negros y brillantes dientes cristalinos. Esa vez logró
esquivarlo por los pelos, y la sangre comenzó a brotarle en el rostro y los
brazos donde la había golpeado el remolino de aletas, y su largo cabello
cayendo de su moño deshecho y mojándose en la sangre.
La Fuerza
está en esa cosa, igual que está en ti. ¿Por qué limitarte?
Se lanzó hacia delante, lanzando tajos fría y
limpiamente, sin odiar, sin sentir, sólo trabajando para conducir el ser hacia
la cobertura de agrinio de la esquina. La criatura le esquivó, alejándose
livianamente, y atacó, luego se desvaneció durante un desquiciante minuto sólo
para aparecer detrás de ella, lanzándose desde debajo de la cama.
¿Por qué no
usar el lado oscuro, si eso te salvaría? Tienes derecho a hacerlo.
Y en eso precisamente, pensó con amargura, se basa
el lado oscuro.
Apartó la idea de su mente, planteándoselo como si
fuera sólo una prueba para su habilidad, una prueba letal, pero física. El ser
era grande, y era rápido, pensó, pero podría hacerlo... Si sus fuerzas y su
aliento aguantaban hasta la mañana.
Entonces escuchó el golpe metálico de la puerta de
la jaula, y vislumbró con el rabillo del ojo el movimiento de la gran y oscura
silueta de Kufbrug. La mayoría de la gente piensa que los gamorreanos son
torpes, pero eso es porque nunca habían visto a Ugmush en una pelea. Kufbrug se
lanzó hacia el muro donde colgaban las armas de Vrokk y luego arremetió contra
el kheilwar como doscientos kilos de
trueno enfurecido, con una alabarda de doble hoja en cada mano, un poco como si
ella misma fuera un kheilwar muy, muy, grande. Callista cayó de espaldas,
jadeando, casi exhausta, mientras la cerda se ocupaba del horror giratorio,
manteniéndolo lejos de Callista hasta que pudiera recuperar el aliento. Entonces Callista volvió a la carga, y entre
las dos condujeron al ser a la esquina a base de sable de luz y alabardas.
Trató de escurrirse de nuevo por el miro, pero
Callista había sido muy cuidadosa al sellar las grietas. Los paneles de agrinio
eran tan resbaladizos que el kheilwar
cayó al suelo, donde trató de correr por la base del muro hacia la seguridad.
Callista lo contuvo por un lado, y luego Kufbrug por el otro.
Fue una larga –una extenuante e imposiblemente
larga- noche. Las rodillas y las manos de Callista temblaban de cansancio y
agotamiento por la concentración, y su cabello goteaba de sangre y sudor,
cuando los primeros hilos de luz comenzaron a verse en la ventana. El veneno de
mercurio finalmente estaba actuando en el sistema del kheilwar, o bien el esfuerzo de enfrentarse a dos oponentes le había
pasado factura, en sus últimos cinco o seis ataques. Se quedó agazapado en su
esquina brillante y reflectora, agitando sus aletas con púas, moviendo las
antenas como si captase los cambios en el aire.
Y entonces, como le habían dicho a Callista que hacían
los kheilwars –como defensa o como
reclamo, los investigadores no estaban seguros-, cambió.
Un rodiano encorvado y de hocico verde apareció
ante ellas. Jabdo Garrink, presumiblemente, el turbio importador que trajo el
ser al planeta en primer lugar.
-Tenéis que dejarme salir de aquí –dijo, y comenzó
a avanzar al borde de los escudos reflectores-. Tenéis que dejarme salir.
Kufbrug le hizo retroceder.
-¡Tenéis que dejarme salir! –Ya no era el rodiano,
sino Vrokk, o un jabalí que Callista supuso que era Vrokk, gigantesco y negro
con una franja blanca recorriéndole un costado de la cara. Se abalanzó hacia la
esquina opuesta de la habitación, y Callista llegó a él de una zancada,
blandiendo su sable de luz.
[¡Dejadme salir!] Vrokk, o el eco de Vrokk –el eco de
cualquiera que el kheilwar hubiera
visto, cualquiera que pudiera servir como engaño- se convirtió en Rog, solo que
ligeramente más pequeño, con los ojos rojos y furiosos mientras corría hacia
Kufbrug, y Kufbrug le asestó un tajo en la cara con su alabarda. [¡Dejadme
salir!] Era el rostro y la voz de Gundruk quien gritaba las palabras. [¡Dejadme
salir! ¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir!]
Aún seguía gritando eso cuando la luz brilló en la
ventana, con el espectro completo de los rayos del sol reflejándose en el
agrinio, cegando y quemando los sensores del kheilwar, de modo que este zumbó y cayó al resbaladizo metal,
indefenso. Callista dio un paso adelante y lo partió en dos con su sable de
luz, y dio un paso atrás alejándose del espeso rastro de porquería marrón en el
que se convirtió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario