Jayme no era muy alto, pero era robusto, y cuando
no estaba cerca de Morgan y Haathi poseía un aura de “por-favor-no-me-hables”.
Por eso, al estar de pie en el umbral de la entrada a la torre de control,
justo frente a un grupo de mozos de cuerda humanos y droides que estaban de
cháchara, tuvo que esforzarse por no mostrar una apariencia amenazadora.
Por suerte nadie dio muestras de haber reparado en
su presencia. Tampoco habían objetado cuando él y los demás entraron en la
torre. Los droides sólo sabían que cualquiera con el uniforme verde del puerto
estelar, con un conjunto de órdenes de trabajo, tenía permiso para entrar en la
torre y hacer lo que quisiera. Los cerebros de los droides procesaban:
uniformes-órdenes-acceso-obedecer. A Jayme le gustaba eso de los droides.
Sospechaba que los cerebros de los trabajadores humanos funcionaban de la misma
forma.
Luego escuchó la voz áspera de Morgan por el canal
de comunicaciones.
-Estoy lista –dijo.
Jayme salió al asfalto bajo el ventanal. Con una
mano se rascó la perilla negra, indicando que él también estaba listo. Su otra
mano sostenía una caja de herramientas abollada y cubierta de óxido.
-¿Jayme? –dijo Morgan-. ¿Seguro que estás
preparado?
Alzó la vista hacia Morgan, que estaba de pie en la
pasarela mirándole.
-Sí –dijo Jayme.
Caminó cruzando la bahía de atraque con un aire tan
casual como el tiempo les permitía; cuando llegó justo al exterior del cubo de
campo de fuerza, dejó su caja de herramientas en el suelo y extrajo una vara
plateada de aproximadamente medio metro de largo. Durante un minuto estudió el
cubo de campo de fuerza, un brillo iridiscente casi invisible, y la zumbante
valla de rejilla metálica electrificada detrás de él. Más allá había un muro
blindado de baja altura. Jayme soltó una risita burlona. Pensar que el muro
blindado sería un obstáculo era como pensar que alguien que te ha robado las
tarjetas llave se detendría al encontrar una puerta adicional en tu casa.
-¿No tendrás ningún problema para superar ese muro,
verdad? –dijo Morgan.
-Morg, ya te lo he dicho, he hecho esto montones de
veces.
Quería decir que había saltado con pértiga por
encima de muros muchas veces para dejarse caer al otro lado, pero nunca a
través de una zona con campo de fuerza. No le había dicho eso a Morgan.
-Está bien –dijo Morgan.
-Esta vez estás apartada del cuadro de potencia,
¿no? Quiero decir, bien apartada. Porque fue sólo suerte loca que no perdieras
por completo la mano la última vez, jovencita.
-Oh, venga ya, Jayme. Como si no hubieran sido
capaces de volver a injertarme el pulgar.
Jayme estaba a punto de responder a eso cuando la
voz de Haathi irrumpió.
-Oye, Jayme, estaría bien que lo hicieras en algún
momento de esta semana.
El canal de comunicaciones quedó en silencio. Jayme
respiró profundamente un par de veces y se concentró; luego pulsó el
interruptor central de su vara dorada, y ambos extremos se extendieron un metro
cada uno.
-Pínchalo –dijo.
Se escuchó un ligero zumbido cuando el pulgar de
Morgan pulsó el interruptor rojo de su pequeña caja negra y causó un inmenso
pico de potencia en el ordenador principal de seguridad. El brillo iridiscente
desapareció y la verja dejó de zumbar. Al mismo tiempo, se escuchó un
chisporroteo en el panel de mantenimiento de Morgan cuando la placa de
circuitos del cuadro de potencia estalló. En cuestión de nanosegundos, el
ordenador principal de seguridad quedó inutilizado, y su grito automatizado
pidiendo sistemas de refuerzo sería contestado por la subestación que Jayme
había recableado. Lo que venía a significar que era un grito que pasaría
inadvertido.
Ahora Jayme tenía tal vez tres minutos antes de que
la potencia auxiliar se activase y la verja y el campo de fuerza volvieran a
estar en funcionamiento.
O puede que sólo tuviera un cuarto de segundo.
Borró eso de su mente mientras sujetaba la parte
superior de la pértiga, retrocedió, y luego salió corriendo hacia la zona del
campo de fuerza.
***
La vez siguiente que Jayme escuchó voces por el
comunicador, se encontraba a unos 30 metros del YT-1300. No había escuchado
ningún zumbido, pero sobre su cabeza había un brillo iridiscente y la valla
electrificada crepitaba tras el muro blindado. El propio muro le rodeaba a él y
al YT-1300; para llegar a la nave tendría que cruzar una zona abierta y
despejada. La única cobertura la proporcionaban unas pocas cajas metálicas
grandes y una cabaña de herramientas cerca de donde se encontraba.
-¿Y bien? –dijo la voz de Haathi-. ¿Es esa la nave
que vimos en el ordenador?
Jayme se agachó detrás de una caja y sacó su
comunicador.
-Sí, estoy bien, gracias –dijo.
-¿Jayme-estás-bien-es-esa-la-nave-que-vimos-en-el-ordenador?
–dijo Haathi.
-Espera un momento –dijo Jayme, echando un vistazo.
No había nadie más ahí dentro con él, y por supuesto Morgan se había ocupado de
la docena larga de cámaras de seguridad dispersas por la zona; pero toda la
bahía de atraque y sus respectivas defensas estaban situadas junto a uno de los
muros del perímetro del puerto estelar. Sobre esos muros los guardias de
seguridad patrullaban de un lado a otro, a la suficiente altura para mirar
directamente hacia abajo y ver todo lo que estaba pasando en el asfalto.
Tampoco es que esos guardias supusieran un mundo de
diferencia en la misión de Haathi. Los más cercanos estaban dando la espalda a
la nave, lo que probablemente significaba que estaban divididos entre mirar la
simulación por ordenador de Morgan de la nave sin perturbar en los monitores de
seguridad, o estaban demasiado ocupados pensando en el cambio de turno para
prestar atención. Jayme descubrió, al acercarse sigilosamente a la nave, que si
se quedaba más cerca de la cabina estaba en un ángulo relativamente fuera de su
vista.
Nunca antes había visto un carguero ligero de serie
nuevecito; siempre estaban abollados, con marcas de carbonilla y arañazos. Este
estaba tan chocantemente limpio que sintió que tenía que entornar los ojos al
acercarse.
Inclinó el cuello para mirar por las ventanas del
piloto. Justo debajo había unos números pintados de un nítido color negro;
transmitió esos números a Haathi.
-Creo que estás mirando a nuestro amigo El Creador –dijo Haathi-, propiedad
de... déjame que lo mire... –Se escuchó el distante sonido de los pitidos de una
tableta de datos-... Sythluss Leethe.
Jayme esperó a estar de vuelta detrás de las cajas
antes de responder.
-De todas formas, ¿qué clase de nombre es Sythluss?
-preguntó.
-Sluissi.
-No me digas.
-¿Qué, podemos entrar nosotros también? –preguntó
Haathi.
-Oh –dijo Jayme-, supongo que sí. Dame un minuto.
Encontró la puerta del muro norte, abrió su panel
de mantenimiento y conectó una pequeña caja metálica a uno de los paneles de
circuitos del interior. El aparato se llamaba CajaDeVoz, y Morgan le había dado
una lección de 20 minutos acerca de su funcionamiento; pero todo lo que se
había molestado en recordar era “ponlo en su sitio y háblale”.
El sistema de seguridad de la puerta habló primero.
-Autentificación de voz –dijo.
-Yo –dijo Jayme a la caja.
Unos segundos más tarde, se escuchó un pitido.
-Acceso concedido.
-Bajar escudos, abrir la puerta –dijo Jayme.
El campo de fuerza y la valla electrificada
volvieron a apagarse; la puerta chasqueó y se abrió de par en par, y Haathi y
los demás entraron al interior. Jayme pidió a la caja que volviera a activar
los campos de fuerza, y luego alzó la mirada hacia los guardias. Ninguno de
ellos estaba prestando atención.
-Que todo el mundo se fije en los guardias –dijo
Jayme.
-Vamos a morir todos –dijo Nord, acuclillándose
contra a una caja.
-¿Cuál es el siguiente curso de acción, T’Charek?
–preguntó Jayme.
Nadie le respondió.
-Eh, ¿T’Charek? –dijo Jayme, mirando a su
alrededor-. ¿T’Charek?
Haathi estaba de pie bajo la nave, mirando hacia
arriba. De puntillas con un brazo extendido sobre su cabeza, estaba acariciando
la panza de El Creador.
-Morgan –dijo tranquilamente por el comunicador-.
Baja las defensas de esta nave. Ya.
Jayme reprimió una amplia sonrisa.
-De acuerdo, capi –dijo Morgan.
Haathi no la corrigió.
-¿Jayme? –dijo.
-Sí.
-Mantén al Doctor Paranoia detrás de las cajas y
dile que se quede en silencio. Necesito que vigile a esos guardias.
-Entendido. ¿Morg?
-Estoy yendo.
Morgan se abrió camino hasta la nave portando un
puñado de herramientas en la nave como si fuera un ramo de flores. Cuando llegó
allí abrió unos cuantos paneles de mantenimiento ventral y se puso a trabajar
en El Creador en una lluvia de
chispas azules. Haathi observaba desde una pequeña distancia, haciendo visibles
esfuerzos para no colgarse del hombro de Morgan y preguntarle cuánto más iba a
tardar.
Justo entonces, Jayme escuchó un siseo. Era Nord,
agachado en su lugar asignado a unos 10 metros detrás de Jayme.
-¡Pssst! ¡Jayme! ¿Te importaría intentar hacer que
la comandante Haathi entre en razón? ¡Va a conseguir que nos maten a todos!
-Esa es una opinión bien fundada –dijo Jayme. A
Haathi le dijo-: T’Charek, tal vez quieras darle a Morgan espacio para
respirar.
Haathi alzó la mirada y sonrió a Jayme desde el
otro lado del complejo.
-Es nuestra, ¿sabes? –dijo-. Un par de segundos más
y es nuestra.
-Muy bien, ya está, todas las defensas han caído...
–dijo Morgan.
-¡Sssí! ¡Estamos listos para el baile! –dijo
Haathi. Corrió hacia la parte delantera de la nave, puso un pie en la rampa de
aterrizaje, y fue violentamente lanzada hacia atrás con un chisporroteante
relámpago rosa.
-...en cuanto desconecte los escalones aturdidores
–dijo Morgan.
Jayme se golpeó la frente con la palma de la mano.
-Sólo me llevará otro segundo, capi –dijo Morgan,
mirando a su alrededor-. ¿Capi?
-¡Ha caído! –dijo Jayme.
-¿Qué está pasando? –preguntó Nord.
-Limítate a mantener tu posición, Nord –dijo Jayme
con irritación-. ¡Morg! T’Charek ha caído a plena vista. ¡Sácala de ahí,
rápido!
-Eh... ¿está muerta?
Jayme se volvió. Nord estaba de pie justo detrás de
él, a plena vista, señalando a Haathi.
-Nord, regresa a tu posición.
-Esta es mi posición –dijo Nord.
Jayme respiró profundamente.
-Nooo –dijo. Con voz tan calmada como pudo, y tan
despacio como la situación le permitía, añadió-: Tu posición está detrás de
esas cajas, y ¡fuera... de... la... vista!
-¿Necesita un médico, Don Experto? –preguntó Nord.
-Te lo haré saber en un minuto, Nord, ¡ahora sólo
cállate y vuelve a tu sitio! –Miró a Morgan, que había movido limpia y
eficientemente a Haathi fuera de la vista. Ni siquiera estaba seguro de dónde
estaba Haathi ahora.
-¡Eh!
Jayme se puso alerta de pronto. Esa voz era nueva.
-¡Eh! ¡¿Qué está pasando ahí abajo?! ¡Eh, alto!
–gritó uno de los hombres del muro, señalando a Nord y llamando la atención de
los demás guardias de seguridad. En rápida sucesión, el campo de fuerza
exterior y la verja se desactivaron de nuevo y una escalerilla fue tendida
desde el lateral del muro de vigilancia. Antes de que nadie del equipo de
Haathi pudiera advertir lo que estaba ocurriendo, la escalerilla bullía de
guardias de seguridad... ninguno de los cuales esperó siquiera una respuesta
antes de abrir fuego.
***
Haathi no podía estar segura de qué estaba pasando
exactamente. Lo que sabía era que había mucho ruido mezclándose con el acre
aroma metálico de paquetes de energía bláster descargándose, y que no podía
sentir las piernas.
-¡T’Charek! –dijo una voz-. ¿Cuántos dedos tengo
levantados?
Haathi parpadeó furiosamente. Tras un segundo se
protegió los ojos con la mano y se concentró en la mano que estaban manteniendo
delante de su cara. La mano olía como a grasa y... ¿burbuglub?
-Muh... ¿Morgan?
-¿Cuántos dedos? –volvió a preguntar Morgan.
-Otoño –respondió Morgan.
-Casi. –Morgan desapareció de la vista, y luego
apareció por un instante-. Quédate donde estás –dijo, y volvió a marcharse.
Quédate donde
estás. Haathi se preguntó dónde era eso. Se incorporó apoyándose en un
brazo y se dio cuenta, después de que se le pasase el mareo, que estaba tumbada
bajo la nave, completamente oculta bajo la rampa de acceso. Sus piernas habían
obtenido ahora una sensación cosquilleante y pulsante.
Haathi se volvió sobre su estómago y obtuvo una
mejor visión de lo que estaba ocurriendo. Un flujo de guardias había salido de
la pasarela. Todos ellos eran lo que quedaba de los muchachos del turno de
noche... nerviosos, paranoicos, y disparando letales ráfagas rojas con sus blásteres
baratos reglamentarios del puerto estelar. Jayme había buscado cobertura detrás
del cobertizo de herramientas, y la cabeza de Nord asomaba de detrás de un
grupo distinto de cajas cada pocos segundos. Los guardias estaban demasiado
alterados para concentrarse en si realmente le estaban dando a alguien o no,
pero de algún modo eso era peor. Parecía que lluvia rosa caía sobre el asfalto,
interrumpida ocasionalmente por los extraños disparos aturdidores azules del
equipo de Haathi.
Al menos todos estaban bien hasta ahora. No era
difícil adivinar qué había pasado, o de quién era la culpa. Los juicios
precipitados eran una cosa, pero ciertamente sabía cómo advertir un patrón.
Suspiró pesadamente y dejó que la cabeza se le hundiera entre los hombros. A la
porra la misión. A la porra el YT-1300. ¿Quién lo necesitaba, de todas formas?
¿A quién se le había ocurrido llamarlo El
Creador? Estúpido nombre para una estúpida nave.
Alzó la mirada a su vientre blanco, con sus
entrañas multicolores colgando de los compartimentos que Morgan había abierto.
Haathi se quedó mirando. Verlo asó era una especie de blasfemia. Se había
quedado así porque los guardias habían hecho que Morgan dejase a medias su
trabajo.
Haathi entrecerró los ojos. No por asomo iba a
dejar que un puñado de frikis con pistolas psicóticos se interpusiera entre
ella y la nave más bonita por la que nunca había tenido el privilegio de
quedarse embobada.
Tomó su comunicador, que estaba zumbando y
crepitando con los sonidos de los disparos bláster, y con la voz de Jayme.
-¡Jayme! –dijo Haathi-. ¡Retirada! ¡Todo el mundo a
bordo!
-¿Dónde estás?
-¡Detrás de la rampa de acceso! Vamos, te
cubriré... Morgan, ¿dónde estás?
-¡A popa! –gritó Morgan desde alguna parte detrás
de Haathi.
-¡Escucha con atención! –dijo Haathi.
De pronto, el brillante disparo rojo de un bláster
usado torpemente impactó en uno de los guardias en la parte superior de la
escalera y lo envió, gritando, al suelo. Se escuchó un fuerte crujido. Más
fuerte de lo que Haathi podía haber imaginado nunca.
-¡Aaah, no, no, no! –gritó Haathi por el
comunicador-. ¿Quién ha hecho eso? ¡Quitad vuestros blásteres de “matar” ya
mismo!
-¡Sólo si nos sacas de aquí! –respondió gritando
Nord.
-Jayme, está histérico. Atúrdele –dijo Haathi.
Jayme sonrió alegremente y apuntó a la cabeza de Nord, que desapareció
instantáneamente detrás de una caja.
-¡Vale! ¡Está en aturdir! ¿Estás contenta? –gritó
Nord.
-Morgan, ¿sigues ahí? –preguntó Haathi-.
¡Desconecta los escalones!
Morgan se agachó debajo de la nave, tomó los cables
y sus herramientas del suelo, y se puso a terminar el trabajo.
Haathi podía ver que el número de los guardias iba
disminuyendo rápidamente; casi todos los integrantes del turno de noche yacían
en el suelo, aturdidos, con los paquetes de potencia de sus blásteres gastados
hace tiempo en disparos a lo loco contra cajas y postes. Sin embargo, no eran
completamente estúpidos. Unos cuantos de ellos se habían retirado a lo alto del
pesado muro, donde tenían una posición ventajosa mejor que la de nadie en el
equipo de Haathi.
La mente de Haathi pensaba a marchas forzadas. Si
alguno de esos guardias tenía la presencia de ánimo para activar una alarma
general... y lo harían, una vez que el sol se alzase; o si llegaba el turno de
día... y lo haría, en cualquier momento ya; entonces ya no habría posibilidad
de cancelar la misión o de escapar con la nave.
-Morg, apresúrate –exclamó-. Necesito esos
escalones desactivados en dos minutos.
Una ráfaga de fuego láser cortó la respuesta de
Morgan. Haathi volvió la cabeza en dirección a Morgan; el disparo había dado al
soporte de aterrizaje delantero, que ahora humeaba. El guardia de seguridad que
había hecho ese disparo estaba en los escalones más bajos de la escalera de los
guardias, agitando un bláster con el que apuntaba a Morgan. Saltó al suelo.
Morgan se quedó parada con aspecto confuso por un
instante. Se podía ver cómo la situación iba reflejándose en su rostro; el
pánico siguió a la confusión, y luego la resignación.
Haathi se sintió un poco mareada. Si Morga se
moviera un poco a la izquierda, Haathi tendría a tiro al guardia de seguridad.
Si no, Haathi no estaba en condiciones de ponerse en posición para poder
disparar primero.
Morgan miró al guardia. De pronto, su rostro se
relajó.
-Buenos días –dijo ella-. ¿Quiere que se lo
recargue?
El rostro del guardia se contorsionó presa del
pánico.
-¿Qué?
-Sujete esto –dijo Morgan, lanzándole los cables.
Un arco rosa le dio en el pecho, y luego cayó convulsionándose sobre el
asfalto.
Haathi sintió que la sangre le regresaba al rostro.
Sabía qué hacer ahora.
-¡Morgan, los alambres! ¡Suelta los alambres!
-¡Son cables! –respondió gritando Morgan.
-¡Suéltalos! –Haathi señaló a la escalera.
Los ojos de Morgan se abrieron de golpe. Había
entendido, y dejó que los cables cayeran sobre uno de los escalones de la
escalera. Un estallido de rosa brillante recorrió la escalera, cruzando la
barandilla y el suelo metálico de la pasarela en el muro de vigilancia. Los
guardias de seguridad restantes temblaron y cayeron donde estaban.
Luego todo fue silencio.
Eso era lo que quedaba del turno de noche. Jayme
asomó por la esquina del cobertizo de herramientas, y Morgan regresó bajo la
nave, cargando con los cables.
-Tenemos vía libre –dijo Haathi por el
comunicador-. Que todo el mundo se apresure a embarcar.
Nord apareció de detrás de una pila de cajas y
corrió, con el rostro enrojecido como un loco, hacia la nave. Sus pasos
resonaron por la rampa de aterrizaje sobre la cabeza de Haathi, y en cuestión
de segundos pudo escucharlo sobre ella en la nave, sin parar de correr hasta
que llegó donde Haathi suponía que estaba la bahía de carga.
Jayme le siguió. Sin embargo, en lugar de ascender
la rampa de aterrizaje, se colocó el brazo de Haathi por encima del cuello y la
ayudó a subir cojeando la rampa. Morgan les siguió.
Jayme depositó a Haathi en el sofá de la zona de
descanso.
-¿Dónde está Nord –preguntó-, ahora que le
necesitamos a él y a su medipac?
-¿A quién le importa? –dijo Haathi-. Llevadme a la
cabina...
-¡Jayme! –exclamó Morgan desde la entrada. Jayme
corrió por el pasillo. A continuación se escuchó el sonido de disparos bláster.
Había llegado el turno de día.
Genial. Ahora seguro que activaban la alarma
general. Haathi gritó por el pasillo:
-¡Usa la anulación manual para cerrar la rampa! ¡No
tenemos tiempo para perderlo con esos tipos!
Los disparos de bláster comenzaron a oírse
amortiguados y distantes. EN un instante Jayme y Morgan aparecieron en la zona
de descanso.
-¿A alguien se le ocurre –preguntó Haathi- alguna
otra sorpresa que nuestro amigo Sythluss podría tener para nosotros?
-No –dijo Morgan.
-Bien. Llevadme a la...
-A menos que haya puesto una compuerta a la cabina
y la tenga cerrada. Aunque estoy segura de que no habría hecho eso.
Jayme agarró la manga de Morgan. Haathi se
incorporó contra la pared, apoyada en un montón de compartimentos de carga. Vio
cómo Morgan y Jayme corrían por el pasillo principal. Por supuesto, había una
pesada pared de acero bloqueando su camino a la entrada de la cabina. Haathi
soltó un gruñido.
-Esto no es problema –dijo Morgan-. Algo habitual
entre contrabandistas. Mi padre solía usarlo en los viejos tiempos. Mira, es sólo
este pequeño tubo lo que mantiene cerrada la puerta.
Jayme extrajo un rollo gris de cinta gruesa y
gomosa de uno de sus bolsillos, y mientras Morgan hablaba fijó la cinta a los
cuatro lados de la escotilla.
-Entonces –decía Morgan-, para redirigir la energía,
simplemente...
-¡A cubierto! –gritó Jayme. Disparó a la puerta con
su bláster y agarró a Morgan del cuello de su mono para arrojarla al suelo.
Haathi se agachó. Hubo una fuerte explosión seguida por el golpe metálico de la
puerta chocando contra el mamparo.
Haathi se asomó a mirar por la esquina. Jayme y
Morgan, ambos cubiertos de hollín, estaban poniéndose en pie entre toses.
-Vale, eso también funciona –dijo Morgan.
Haathi entrecerró los ojos. Al fondo del pasillo
podía ver una sala en penumbras, tenuemente iluminada por algunas luces rojas
dispersas.
Era la cabina. Su cabina.
Respiró profundamente y soltó el aire con igual
fuerza.
-¡Morgan! ¡Jayme! –dijo-. ¿Oléis eso?
La miraron, luego se miraron entre sí, y luego a la
puerta humeante.
-¡Es el olor de nuestra nueva nave! –gritó, y echó
a andar tambaleante por el pasillo. Antes de que Jayme o Morgan pudieran
ofrecerle su ayuda, ya estaba en la silla del piloto.
-¿T’Charek? –dijo Jayme desde la puerta-. ¿Estás
bien?
La voz de Haathi sonó por el intercomunicador de la
nave, alta y clara.
-Alarma general, alarma general –dijo-. Probando,
uno, dos, tres.
-¡Eh, mola! –dijo Morgan, asomando detrás de Jayme.
-Y a su izquierda, damas y caballeros, pueden ver a
la mitad de los guardias del puerto estelar tratando de ponerse en pie después
de haber sido aturdidos en el olvido. A su derecha, pueden ver a la otra mitad
de los guardias apuntando sus armas y haciendo gestos obscenos a nuestra nave
–dijo la voz de Haathi.
-Hmm, ¿y con respecto a esos guardias de seguridad?
–dijo Jayme.
Haathi miró a la consola principal, y luego por el
parabrisas. El cielo se estaba volviendo de un púrpura enfermizo a través de
una fina capa de nubes altoestratos. No iba a ser uno de los días más soleados
de Zelos. Mejor. Tal vez todo el mundo se quedaría languideciendo en casa o
algo así.
-Morgan –dijo Haathi-. Nave en espera. Sugerencias
para la salida más rápida posible.
Morgan se inclinó sobre su hombro y estudió la
consola.
-Oh. Vale. No actives las armas. No actives todos
los escudos. No actives...
-En otras palabras, que lo redirija todo a los
motores –dijo Haathi, impidiendo que Morgan pusiera sus manos llenas de hollín
sobre cualquier botón.
-Exacto.
-Hecho. –Haathi volvió a hablar por el
intercomunicador-. Agarraos, gente. Y Nord también.
El suelo tembló. Abajo, los guardias de seguridad
lanzaron una salva de inocuos disparos al azar contra el lado ventral de la
nave y luego cayeron o se tiraron al suelo, tapándose los oídos.
-¡Que todo el mundo salude! –dijo Haathi.
Morgan y Jayme saludaron.
-¡Comandaaante!
Era la voz de Nord. Haathi echó un vistazo a la
consola; uno de los interruptores del intercomunicador había sido activado.
-¡Nord! ¡Saluda! –dijo Haathi.
-¡Sácanos de aquí, pedazo de psicópata! –respondió
gritando Nord.
-Nord, tu problema es que no sabes cómo pasártelo
bien –le dijo Haathi.
Desconectó el intercomunicador –Morgan le había
dicho que lo redirigiera todo, después de todo- y pasó disparada junto a las
escasas y débiles patrullas de seguridad aérea, con el flamante nuevo carguero
ligero de la Rebelión.
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