La ocupación
de Rhamalai
M. H. Watkins
La ominosa sombra negra la envolvía por completo.
Quería rebelarse contra ella, pero no podía moverse, no podía siquiera
respirar. Algo la agarraba por los hombros con firmeza implacable...
-¡Madre, despierta!
La voz trajo a Charis Enasteri de vuelta a la
realidad y se esforzó en abrir sus ojos cansados. Un rostro borroso, enmarcado
en cabello castaño dorado, Observaba su figura tendida en la cama. Manos
amables la agarraban de los hombros, agitándola para que despertara.
-¡Madre, tengo buenas noticias, despierta!
-Oh, Nadra. –Charis parpadeó mientras el sueño
terminaba de desvanecerse. Lentamente el rostro de su hija comenzó a
enfocarse-. ¿Qué pasa?
-Acabo de escuchar... He venido corriendo a casa a
decírtelo...
-Nadra. –Charis tomó la mano de su hija-. Cálmate.
Nadra respiró profundamente.
-Hoy he escuchado buenas noticias. ¡Existe una
posibilidad de que puedas curarte!
Charis suspiró. Su hija nunca aceptaría lo
inevitable.
-No voy a mejorar, y lo sabes. Estos síntomas van y
vienen, pero con el tiempo sólo empeorarán. Nada puede cambiarlo.
-¡Pero, madre, han aterrizado naves imperiales en
Rhamalai! ¡Justo aquí, en Argona!
Charis soltó un grito ahogado y examinó el rostro
de su hija.
-¿Cuándo?
-Hace tan solo una hora.
-Oh, no –gimió Charis.
-Pero eso son buenas noticias, madre. ¿No te das
cuenta? El Imperio tiene toda la tecnología que Rhamalai rehúye. Debe tener
también tratamientos médicos avanzados. ¡He descubierto que puedes curarte!
-¡Desde luego que no! No seré atendida por
imperiales –insistió Charis. El aire perplejo y herido de su hija la conmovió-.
Nadra, escúchame. Hay muchas cosas que no entiendes. No se puede confiar en la
gente del Emperador...
El repentino sonido de pies desfilando la
interrumpió. Nadra corrió a la ventana.
-Hay soldados con armadura blanca acercándose por
la calle.
-¡Soldados de asalto! –Charis no podía disimular su
miedo.
-Están entrando en las casas. ¿Qué hacen? –Nadra
parecía tener más curiosidad que temor.
El pánico amenazaba con apoderarse de ella, pero
Charis trató de calmarse.
-Ven aquí, Nadra. Ayúdame a incorporarme antes de
que lleguen aquí –dijo.
Nadra regresó para ayudarla.
-¿Can a venir aquí? ¿Por qué?
-Registrarán todas las casas. Siempre lo hacen
–respondió Charis-. Debemos parecer... despreocupadas. ¿Por qué no te sientas y
me lees algo?
Nadra se encaramó en la estrecha silla cercana a la
cama. Tomó el texto que habían comenzado la noche anterior, pero no lo abrió. Los
segundos se alargaron, convirtiéndose en minutos. Pies enfundados en pesadas
botas sonaron en el pavimento. Una voz aterrada gritó en la distancia. Un niño
lloró.
Sin previo aviso, sonaron fuertes golpes en la
puerta de su pequeña casa. Ambas mujeres se sobresaltaron.
-Este planeta se encuentra ahora bajo la jurisdicción
de Su Majestad Imperial, el Emperador Palpatine –gritó una áspera voz
atronadora-. Todos los habitantes de esta casa, salgan de inmediato.
Nadra avanzó hacia la sala exterior y Charis le
susurró:
-Ten cuidado. No les hagas enfadar.
Nadra asintió.
Charis escuchó que su hija llegaba a la puerta y la
abría.
-Estamos aquí. Mi madre está enferma, así que por
favor no la molesten.
Pesadas pisadas resonaron por el suelo.
-¿Dónde está tu madre? –preguntó la misma voz
filtrada.
-En la cama. Está muy enferma... –La respuesta de
Nadra fue cortada cuando un soldado de gran estatura que llevaba una gran
hombrera entró a grandes zancadas al dormitorio para colocarse junto a Charis.
Nadra entró tras él a trompicones, con otro soldado de asalto agarrándola con
fuerza del brazo.
Su presencia era abrumadora. Charis sintió nauseas.
-¿Cómo podemos ayudarles, teniente? –preguntó,
esforzándose por mantener el control de su voz.
-Se ordena a todos los varones de entre dieciséis y
treinta y cinco años que se presenten en la base imperial para su inmediato
reconocimiento y alistamiento al servicio del Imperio.
-Aquí sólo vivimos mi hija y yo –consiguió
responder Charis. El corazón le latía con fuerza y sintió que le faltaba el
aliento-. Mi marido murió hace años. No tengo más hijos –añadió.
Las tétricas facciones de su casco hicieron que
Charis se encogiera en las sábanas.
-Ni se le ocurra pensar en ocultarnos sus hombres
–le amenazó, inclinándose sobre ella-. Si nos ha mentido, lo lamentará.
Se volvió y miró detenidamente a Nadra.
-Necesitamos civiles en puestos de apoyo.
Preséntate mañana por la mañana en la oficina de personal del Servicio Civil de
la guarnición. Te serán asignadas tareas.
-Pero mi madre está enferma –protestó Nadra-. Tengo
que cuidar de ella.
El soldado de asalto volvió a mirar a Charis.
-El Emperador es benevolente –dijo con tono
mecánico-. Será tratada en nuestras instalaciones médicas. Un transporte la
recogerá por la mañana.
Se volvió a su compañero.
-Pasemos a la casa siguiente. –Se marcharon tan
abruptamente como habían llegado.
Charis sintió como su le hubiera golpeado un rayo,
con su energía fugaz y letal dejándola como una masa temblorosa.
Nadra regresó junto a su cama, agachándose para
abrazar con fuerza a Charis.
-He conseguido mi deseo, pero creo que ya no lo
quiero –dijo, con voz temblorosa.
Charis acarició el cabello de su hija.
-Ahora lo entiendes. El Emperador es un dictador
opresivo y sus soldados de asalto son despiadados. Simplemente haz lo que te
pidan. Tu padre lo dio todo por asegurar tu seguridad. No podemos tirar eso
descuidadamente por la borda.
-¿Qué quieres decir? –Nadra se irguió para mirar a
los ojos de su madre-. Creía que padre estaba muerto.
Charis lanzó un profundo suspiro.
-Tu padre estaba siendo perseguido por los agentes
del Emperador. Abandonó Rhamalai cuando sólo tenías un año de edad, para
protegernos. –Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Nunca he vuelto a saber de él
desde entonces.
-¿Entonces aún está vivo en alguna parte?
¡Podríamos buscarle, su pudiéramos salir del planeta de algún modo! –Los ojos
de Nadra se iluminaron con esperanza.
-Han pasado dieciséis años. No ha dado señales de
vida en todo ese tiempo. Debe de estar muerto.
-Tal vez el director Pellias pueda ayudar.
Charis suspiró.
-Nadra, he luchado con esto durante años. No hay
forma...
-¡Pero tenemos que intentarlo!
Un dolor sordo se apoderó de la cabeza de Charis.
Se puso la mano sobre los ojos.
-Nadra, por favor.
-Lo siento –murmuró Nadra. Besó suavemente a Charis
en la frente-. Te traeré algo de té.
Cuando Nadra se fue, Charis dejó que las lágrimas
cayeran. La esperanza en los ojos de Nadra le destrozaba el corazón-. Oh, por
favor –susurró al aire-. Si hay alguien ahí fuera que pueda oírme, por favor,
por favor, protege a mi hija.
***
Denel Moonrunner estaba sentado sobre el muro de
piedra detrás de la casa de sus padres. El sol brillaba calentándole los
hombros, pero algo no iba bien. Sentía una extraña perturbación, como si
alguien estuviera pidiendo ayuda. Quería plantarse de un salto y ayudar, ¿pero
a quién? Trató de localizar la fuente de esas sensaciones, pero se disiparon
rápidamente. Últimamente tenía muchas de estas extrañas ansias... sólo deseaba
poder saber qué significaban.
-Sólo son cosas de la edad, anhelos adolescentes
–había dicho su padre. Pero Denel se preguntaba si Lorn Moonrunner sabía más de
lo que querría admitir.
De pronto, otro fuerte sentimiento le invadió, esta
vez una sensación de peligro. Estaba aturdido cuando algo le golpeó con fuerza
en la espalda, casi derribándolo de su sitio en el muro del jardín.
-Cazador, viejo bribón –dijo Denel con una risita.
Se volvió para rascar al gorset entre sus cuernos romos-. Nunca tienes
suficiente atención, ¿eh, chico? –El animal de cuatro patas golpeó el suelo con
una pezuña y meneó su cabeza rizada-. No, no puedo salir a correr contigo
ahora. Tengo que terminar de estudiar.
El animal alto y negro soltó un rebuzno.
-¿Denel? –llamó su madre desde la casa-. Denel, ven
aquí, por favor. –Su voz sonaba extraña, de algún modo. Saltó del muro y se
dirigió a la casa.
Al entrar en la sala de estar, se sorprendió al ver
a cuatro soldados de asalto imperiales rodeando a su madre. El rostro de Artis
estaba tenso y asustado.
-¿Qué ocurre, madre? –preguntó con cautela.
-Debes ir con esos hombres –respondió ella con un
hilo de voz.
-¿Por qué?
-¡Nada de preguntas! –ladró su comandante-. Has
sido alistado al Ejército Imperial. Acompáñanos de inmediato. –Rodearon a Denel
y comenzaron a empujarlo hacia la puerta.
-Espere un momento –protestó Denel-. He estado
planeando acudir a la Academia durante años. Acabo de cumplir dieciocho años,
de modo que ya puedo solicitar mi acceso. Denme una hora para que recoja
algunas cosas y yo...
-¡Silencio! –ladró el oficial-. Obedecerás las
órdenes. El Imperio te proporcionará todas tus necesidades, y mostrarás
gratitud.
-Pero, ¿dónde me llevan? –continuó Denel mientras
un soldado le empujaba a la puerta con la culata de su rifle bláster-. ¿Cuándo
podré regresar? ¿Puedo al menos decir adiós a mis padres? –Se tropezó en los
escalones.
-Calla y muévete. –Otro soldado agarró el brazo de
Denel y lo levantó arrastrándolo hasta la puerta principal.
Denel pudo escuchar llorar a su madre. Se zafó del
agarre del soldado de asalto y se volvió a mirar.
-Madre... –comenzó, pero cayó de rodillas por el dolor
cuando le clavaron el cañón de un arma en la espalda.
-Obedecerás mis órdenes –gruñó el comandante al
oído de Denel. Tiraron de él para ponerle en pie y lo condujeron fuera de la
puerta.
Mientras lo conducían por la calle, Denel advirtió
que muchos otros hombres estaban siendo sacados de sus casas. Vio a su vecino
Dorn Lister, a su amigo Amos Granley. Un sudor frío cubrió la espalda de Denel.
Nadie hablaba. Aparentemente todos habían aprendido su primera lección de
obediencia, igual que él.
***
-Ordenará a su pueblo que coopere, o tendremos que
demostrar nuestras intenciones de un modo más... dramático. –El general Yrros
caminaba pomposamente por la oficina del director de comercio planetario-.
Estoy seguro de que sus conciudadanos preferirían vivir en paz y tranquilidad
que sacrificarse sin motivo. –Se detuvo para leer un diploma enmarcado que
colgaba de la pared panelada.
Markren Pellias alzó la vista de su escritorio y
miró el rostro cuadrado y arrogante del general imperial. Las uñas se le
clavaban en las palmas de sus puños cerrados.
-Su paz ya ha sido desgarrada por sus soldados de
asalto. Han invadido sus hogares, llevándose a sus maridos, hermanos e hijos.
No era consciente de que el Emperador aprobase tales métodos.
El general Yrros se giró para mirarle a la cara.
-No es lo preferible, pero es necesario en este
momento. Sus familias serán adecuadamente compensadas.
-¿Adecuadamente compensadas? –Pellias se puso en
pie y avanzó hacia Yrros-. ¿Cree que unos cuántos créditos aquí y allá pueden
compensar la pérdida de un ser querido? –Hizo todo cuanto pudo para evitar
plantar un puñetazo justo en medio de la aristocrática nariz del general.
Yrros no se dejó intimidar. Con pasos precisos,
cruzó la alfombra, deteniéndose con su rostro a no más de veinte centímetros de
la cara del director. La elevada altura del general obligó a Pellias a inclinar
la cabeza hacia atrás para mirar a sus ojos oscuros y furiosos.
-Es necesario en este momento –pronunció lentamente
el general, mirando fijamente a Pellias.
El director bajó la mirada y retrocedió.
-Las tropas imperiales son generosamente
remuneradas –continuó Yrros-. Sus familias no sufrirán en exceso. Todo el mundo
estará agradecido por tener la
oportunidad de contribuir al Nuevo Orden. Se asegurará de eso, ¿verdad?
-Sí, general. –Pellias se volvió para ocultar su
amargura-. Cooperaremos.
-Bien. Ahora, por favor, siéntese y discutiremos
los términos de nuestra presencia aquí. –Yrros se sentó en el brazo de una
silla de madera con intrincados tallados que estaba frente a la mesa. No se
detuvo a observar la belleza de la artesanía.
Pellias se sentó pesadamente tras su escritorio,
preguntándose por cuánto tiempo seguiría siendo suyo.
Como si pudiera leer los pensamientos de Pellias,
el general Yrros continuó.
-Ahora estoy al mando de este sistema. Usted será
mi enlace principal entre la presencia militar y el pueblo.
”Si mantiene su cooperación, se le permitirá
dirigir su gobierno prácticamente igual que antes, con una excepción. –El
general se golpeó una mano con sus oscuros guantes mientras hablaba-. Cada
decisión que tome, ya sea celebrar elecciones, promulgar nuevas leyes, acuerdos
comerciales, o incluso celebraciones festivas, deberá ser aprobada previamente
antes de ser llevada a la práctica. ¿Lo entiende?
Pellias entendía perfectamente. Él y todos los
líderes del gremio so serían nada más que marionetas imperiales.
-Entiendo.
-Se le permitirá mantener estas oficinas. –El
general miró a su alrededor, sin molestarse en esconder su sonrisa-. Las
oficinas centrales imperiales estarán en la base.
-Por supuesto –respondió el director con un toque
de sarcasmo.
-Sin embargo, habrá algunos cambios significantes,
especialmente en cuanto a mejoras tecnológicas en este planeta perdido.
-¿Cómo cuáles?
-La razón por la que estamos aquí. Agricultura. El
rico suelo de Rhamalai es ideal para el cultivo de cosechas de alimentos. Tan
pronto como esté completa la construcción de la base de la guarnición,
comenzaremos a trabajar en una cadena de plantas de procesado de alimentos y en
un complejo de exportación central. Rhamalai tendrá la gloriosa tarea de
alimentar a nuestras tropas.
Pellias no emitió ninguna respuesta.
-Informe a sus gremios de granjeros –continuó el
general-. Que envíen representantes a Argona de inmediato. La próxima semana
comenzaremos la reeducación, usando métodos modernos de producción de
alimentos. –El general meneó ligeramente la cabeza-. No me entra en la cabeza
cómo este planeta se mantuvo en una condición tan primitiva.
-No queremos sus mejoras –dijo Pellias-. Rhamalai
ha existido durante cuatrocientos años sin trucos tecnológicos.
-Esa es una extraña actitud, considerando todos los
beneficios de la tecnología. –Yrros miraba al director como un entomólogo
examinando una nueva especie de insecto.
-Este planeta fue colonizado por los cherisitas
–explicó Pellias-. Eligieron vivir con sencillez, en armonía con el planeta.
Esas creencias se han mantenido hasta hoy y tenemos leyes para protegerlas.
-Soy bien consciente de la historia de su planeta,
director –dijo el general Yrros-. Los cherisitas y todos los que siguen su
senda son estúpidos. Ustedes no son más que una extraña colección de ciegos
idealistas jugando a juegos infantiles. Es sorprendente cómo nadie ha
conquistado este planeta hasta ahora.
-Durante tres siglos, un maestro Jedi que se asentó
con los colonos originales protegió este mundo –respondió Pellias-. Defendió el
planeta contra su explotación, y también actuó como sanador.
-¿Un Jedi? ¿Viviendo durante trescientos años?
–dijo Yrros con tono burlón-. Ya no queda ninguno en toda la galaxia.
-Murió más o menos cuando el Emperador llegó al
poder. Desde entonces hemos estado desprotegidos.
-Bueno, entonces alégrense de tener algo que el
Emperador valora. Rhamalai ahora tiene la mayor protección del Imperio.
Pellias se puso en pie detrás de su escritorio.
-Sí, ¿pero quién nos va a defender de ustedes?
En dos zancadas, Yrros cruzó la sala, alzó su mano
derecha y usó el dorso de la mano para soltar una bofetada en la cara de
Pellias.
-Vigile sus palabras, director, o pronto se
convertirá en la peor clase de ejemplo para su pueblo.
El general avanzó hacia la puerta. Se volvió de
nuevo hacia Pellias.
-Hable esta noche con sus líderes e infórmeme por
la mañana. Un día me agradecerán que trajera al siglo presente este pozo de barro al que llaman
planeta. –Cerró la puerta tras él con un portazo.
-Sinceramente lo dudo, general –respondió Pellias.
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