El almirante Jhared Montferrat estaba empezando a
hartarse de todos esos gritos.
No era un sonido que uno escuchara habitualmente a
bordo del Devastador. Su tripulación
era de lo mejor que había, y estaban orgullosos con razón de la tradición única
de la nave. Y en ese preciso momento, ese orgullo no podía ser mayor: después
de meses de atosigar al comercio rebelde, la nave iba a reunirse con Vader y su
flota en Endor. Podían estar a las puertas de la batalla final de la guerra, y
eso significaba que realmente no había tiempo para distracciones. Así que
cuando resultó que el Devastador
capturó a unos presuntos contrabandistas de camino al sistema, las órdenes de
Montferrat fueron tan simples como duras.
Lo que significaba que había muchos gritos.
Montferrat observó a los cuatro hombres esposados
con su único ojo gris. Ya había escuchado suficientes de sus protestas
desesperadas alegando que no eran espías rebeldes. Ciertamente, existía la
tenue posibilidad de que pudieran estar diciendo la verdad acerca de ser
simples comerciantes, pero en última instancia eso no suponía ninguna
diferencia. Montferrat había descubierto a lo largo de sus muchos años de mando
que era mejor mantener a la tripulación centrada en su misión. Esa era una de
las muchas lecciones que había aprendido en los tiempos pasados cuando el Devastador servía como nave insignia
personal de Darth Vader. Una tripulación centrada era una tripulación menos
proclive a cometer errores, y Montferrat creía en tratar los errores de forma
rápida y definitiva. Así que siempre era bienvenida una oportunidad de mostrar
el castigo para las transgresiones.
Saludó secamente con la cabeza a los soldados de
asalto; cerraron de golpe la puerta de la esclusa, cortando de raíz los gritos.
Uno de los contrabandistas comenzó a golpear la ventana, pero Montferrat no se
molestó en mirar. Esperaba que si alguna vez llegaba su hora, se enfrentara a
ella con más dignidad de la que estaban mostrando esos hombres. Los soldados de
asalto abrieron la esclusa por el exterior y los golpes cesaron. El sargento
dio un paso adelante.
-¿Qué deberíamos hacer con su nave, almirante?
-Déjenla a la deriva y que los equipos artilleros
la usen para prácticas de tiro. Puntúe la maniobra y hágame saber si algún
equipo artillero no logra alcanzar el cien por cien.
Sin esperar respuesta, Montferrat giró sobre sus
talones y se dirigió de vuelta a la cubierta de mando. Tomó el camino largo
para llegar, por supuesto. Siempre caminaba por las cubiertas antes de una gran
operación; le gustaba hacer saber a los oficiales y a la tripulación que estaba
observando todos sus movimientos. Esa era otra cosa más que Lord Vader le había
enseñado. La verdad sea dicha, no esperaba que hubiera demasiada acción en la
operación que tenían por delante; no había modo de que los sorprendidos
rebeldes pudieran aguantar la asombrosa muestra de poder que el Emperador había
reunido para poner fin a sus locuras sediciosas de una vez por todas. Aún y
todo, su mente analítica repasaba una y otra vez los detalles de la misión, y
pretendía llevarla a cabo a rajatabla.
Montferrat llegó al puente para encontrarse con el
comandante Gradd ataviado con su inmaculado traje de vuelo. No cabía duda de
que Gradd era uno de los mejores pilotos de caza TIE de toda la flota, pero Montferrat
encontraba que su naturaleza ostentosa era una continua fuente de fastidio. Se
aclaró la garganta.
-Comandante, quiero que salga con sus interceptores
y tome posición a popa de la nave.
Gradd alzó una ceja y pasó su dedo índice a lo
largo de su bigote perfectamente delineado.
-Creía que íbamos a apoyar las operaciones de la
Estación de Batalla, almirante.
-Y así es, sólo que ahora lo harán más cerca de
esta nave cuando nos enfrentemos a la flota rebelde.
-Señor, ¿puedo sugerir...?
-No puede. Teniendo en cuenta que incluso la más
pequeña de sus naves de ataque posee hipermotores, no quiero que ningún ataque
de cazas me tome desprevenido, y quiero ser libre de maniobrar contra sus naves
capitales tan pronto tengamos vía libre.
Gradd hizo una leve inclinación de cabeza y ofreció
a Montferrat una sonrisa retorcida.
-Una sensata alteración del plan, señor. Permítame
felicitarle...
-Ahórreme eso, comandante. Después de que hayamos
ganado la batalla, estoy seguro de que habrá tiempo suficiente para las
felicitaciones de rigor. Retírese.
El talentoso piloto de cazas se dirigió a la salida
del puente. Su ego era tan grande que casi le impedía cruzar la puerta. Tras
él, Montferrat mantenía en secreto su furia. Nadie habría osado cuestionar las
órdenes de Vader cuando él estaba al
mando de esta nave. Montferrat podía dar fe de ello de primera mano, al haber
visto con sus propios ojos cómo Vader asfixiaba mediante la Fuerza a más de un
desafortunado oficial imperial. Montferrat había vivido cada día con el temor a
ese letal agarre cuando era un subordinado de Vader a bordo del Devastador... y (aunque jamás se lo
habría admitido a sí mismo) había sentido algo más que un ligero alivio cuando
Vader convirtió al Ejecutor en su
nave insignia.
Aunque Vader ni siquiera necesitaba estar en la
misma nave para cobrarse su castigo. Y, en cualquier caso, ahora mismo el Ejecutor estaba visible en las
pantallas; una nave imposiblemente grande, con los Destructores Estelares a su
alrededor como peces piloto rodeando a un tiburón. Al mirar a su nueva nave
insignia, Montferrat casi deseaba que Vader le hubiera tomado como oficial para
servir en el puente del Ejecutor.
Pero sabía que tales pensamientos eran estúpidos. Montferrat era el garante de
un legado vital... de una confianza sagrada. El Devastador había atestiguado batallas históricas; había servido en
el bloqueo de Hoth, e incluso había capturado en una ocasión a la princesa Leia
Organa. Quien sabía, tal vez tuviera otra oportunidad de enfrentarse a ella en
la batalla que se avecinaba. La nave había sido actualizada docenas de veces
con los últimos sistemas y armamentos, manteniéndola en posición de competir en
igualdad de condiciones con las nuevas naves capitales en servicio. Por tanto,
el mando del Devastador seguía siendo
uno de los más prestigiosos de la flota. Montferrat habría sido el primero en
decir que tenía suerte de estar donde estaba, pero todos cuantos servían a su
mando sabían perfectamente que el almirante creía firmemente que la suerte no
existía. Alzó la vista, recuperándose de su ensoñación, para ver a un oficial
de puente alterado señalando una pantalla táctica.
-Almirante: la flota rebelde acaba de salir del
hiperespacio.
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