martes, 28 de octubre de 2008

Ascensión y caída de Darth Vader (II)

Capítulo 1

Anakin Skywalker estaba soñando.
En el sueño, era un chico mayor, pero aún le faltaban varios años para la edad adulta. Estaba dentro de la cabina descubierta de un pequeño vehículo con elevadores de repulsión, volando sobre terreno rocoso a una velocidad increíblemente alta. Dos fuertes cables estaban asegurados a un par de largos motores paralelos delante del vehículo, y el espacio entre los motores estaba unido por un arco de energía chispeante. Anakin nunca había visto un mecanismo tan extraño, pero de algún modo sabía como manipularlo. Mientras presionaba la palanca del acelerador y se precipitaba hacia un cañón de altos muros, se dio cuenta: ¡Soy un piloto!
No estaba solo. Varios vehículos similares viraban bruscamente por delante de él en el cañón, y el ruido de sus motores, resonando entre las paredes rocosas, era casi ensordecedor.
¡Es una carrera!
Con temeraria precisión, Anakin aceleró y rebasó como una exhalación a los otros vehículos. Por el rabillo del ojo, percibió fugaces visiones de sus competidores. La mayoría eran aliens que no había visto nunca, pero todos tenían expresiones alertas y determinadas y dedos ágiles. Anakin había soñado antes con otros mundos, pero nunca con un lugar como ese.
Lanzándose fuera del cañón, Anakin lideraba a los otros corredores cruzando una amplia expansión de llanuras desérticas. Soles gemelos brillaban en el cielo, cociendo la dura arena de modo que el calor ascendente temblaba en el aire y hacía que las distantes formaciones rocosas parecieran flotar sobre la superficie del planeta. En la distancia, divisó un enorme estadio abierto que estaba rodeado por gradas abarrotadas y torres cubiertas por cúpulas. Sabía que la línea de meta estaba en ese estadio. Afianzando el agarre en los controles, pensó: ¡Voy a ganar!
De repente, su motor izquierdo comenzó a estremecerse, sacudiendo violentamente el cable que unía el motor al vehículo. Anakin luchaba por mantener el control cuando su motor derecho emitió un fuerte gemido, y entonces ambos motores comenzaron a inclinarse hacia el suelo. Anakin se retorció en su cabina y gritó.
─¡NO!
─No pasa nada, Ani ─dijo la voz de su madre.
Y entonces Anakin Skywalker se despertó.


La sensación de las sacudidas y el fuerte gemido continuaron cuando Anakin abrió los ojos. Estaba acurrucado junto a su madre en un duro banco metálico en el compartimiento de carga de un carguero espacial, que estaba separado de la ruidosa sala de máquinas por un enrejado de barras metálicas. La bodega de carga estaba completamente ocupada por otros treinta seres, tanto aliens como humanos; aquellos que no tenían un asiento en uno de los cuatro largos bancos permanecían de pie o bien se acuclillaban en el sucio suelo.
Anakin alzó la mirada al pálido y cubierto de mugre rostro de su madre.
─¿Estamos aterrizando? -dijo
─Eso parece ─respondió Shmi Skywalker con una sonrisa. Suavemente apartó el pelo rubio de la frente de Anakin y miró en sus ojos azules─. ¿Tenías un mal sueño?
Anakin lo pensó por un instante y luego respondió:
─No tan malo. ─Deseó que la bodega de carga tuviera algún tipo de ventana, o incluso una pequeña pantalla para poder ver lo que ocurría en el exterior─. ¿Ya sabes a dónde vamos?
─Aún no.
Antes de que subieran a bordo del carguero, un tripulante les había explicado que sólo los pasajeros de pago tenían permitido saber su destino con antelación, y que todos los demás ─por razones de seguridad─ tendrían simplemente que esperar. Shmi había deseado hacer que Anakin se sintiera mejor sobre la situación recordándole que a ella siempre le habían gustado las sorpresas, pero él sentía que estaba asustada. Tomó su pequeña mano entre las suyas.
─Simplemente aguanta -dijo.
Cuando el carguero dejó de agitarse y el gemido del motor comenzó a morir, los ocupantes de la bodega de carga se alzaron de sus asientos y del suelo. De pie junto a su madre mientras ella aseguraba a su espalda la mochila que contenía sus escasas pertenencias, Anakin deseó ser más alto para no sentirse tan aplastado entre todos los cuerpos adultos. También deseó algo de aire fresco, porque el único refrigerador de la bodega se había estropeado y todo el mundo, él incluido, olía horrible. Estuvieron esperando varios minutos a que la compuerta de salida se abriera cuando Shmi bajó la mirada a Anakin.
─¿Quieres que te lleve? –le dijo.
Las piernas de Anakin no estaban cansadas, pero asintió.
Moviéndose cuidadosamente para evitar empujar a la gente que les rodeaba, Shmi alzó a su hijo y le apretó fuerte contra su pecho.
─Gracias –dijo él, mientras enlazaba sus pequeños brazos alrededor de su cuello.
─Te estás haciendo mayor ─le dijo─. Dentro de poco tú me llevarás a mí.
─¿En serio?
Shmi rió.
─No te preocupes, no creces tan rápido.
Una mujer mayor que estaba junto a Shmi sonrió a Anakin.
─¿Qué edad tienes? –preguntó.
Anakin devolvió la sonrisa y levantó tres dedos. En realidad, no estaba seguro de tener tres años, pero no quería admitir que no lo sabía.
La compuerta se abrió finalmente y el compartimiento se inundó instantáneamente con una ráfaga de aire caliente y seco. Incluso aquellos que habían estado ansiosos por dejar la estrecha bodega de carga estaban súbitamente reacios a bajar la rampa que conducía al exterior. El calor recordó a Anakin su sueño. Acercando sus labios al oído de su madre, susurró:
─Soles gemelos.
Antes de que Shmi pudiera preguntar de qué estaba hablando, una voz gritó desde abajo.
─¡Venga, moveos!
La gente se alineó fuera del carguero. Se encontraban en una arenosa extensión de tierra cerca de un grupo de pequeñas estructuras de adobe abovedadas. El tráfico aéreo indicaba que habían aterrizado a las afueras de un espaciopuerto con bastante actividad. Podían verse unos pocos peatones en la distancia, moviéndose lentamente y permaneciendo a la sombra de los edificios sin ventanas en un esfuerzo de evitar el calor abrasador.
─Bienvenida de nuevo a Mos Espa, poderosa Gardulla ─bramó una voz en un tosco hutés. Anakin, al que aún llevaba su madre, giró su cabeza para ver que quien hablaba era un rodiano de piel verde que permanecía al pie de la rampa que se extendía desde la compuerta principal del carguero. Mientras el rodiano hacía una elaborada reverencia, Gardulla la hutt, la inmensa alienígena con aspecto de babosa que había fletado el carguero, descendía en un trineo repulsor que se deslizaba por la rampa de la compuerta principal del carguero. Gardulla comenzó inmediatamente a dar órdenes a sus ayudantes. Anakin sabía bastante huttés para comprender que Gardulla estaba ansiosa por ver algo llamado carrera de vainas.
Shmi dejó a Anakin en el suelo. Él entornó los ojos para mirar al cielo.
─¿Ves, mamá? –dijo-. Te lo dije.
Shmi siguió su mirada hacia los dos soles sobre sus cabezas, y entonces comprendió lo que él le había dicho momentos antes.
─Soles gemelos. Sí, ya veo.
Anakin quería contarle a su madre el sueño que había tenido, pero tuvieron que permanecer en silencio cuando uno de los ayudantes de Gardulla, un anx de largo cuello, comenzó a ladrar instrucciones. El anx señaló a Anakin, Shmi, y seis personas más.
─Vosotros compartiréis alojamientos en la finca de Gardulla –dijo-, aquí en Mos Espa. Antes de que ser conducidos allí, sed concientes de que vuestros transmisores implantados han sido configurados para…
Anakin se estaba preguntando si alojamientos significaba más de una habitación, cuando el anx se vio interrumpido por la potente detonación de una pistola bláster que parecía provenir de los cercanos edificios de adobe. Ante el sonido del disparo, Anakin permaneció inmóvil mientras que todos los demás junto al carguero se encogieron de miedo, se agacharon, o se lanzaron buscando protección tras los escasos contenedores de carga que ya se habían sacado de la nave. Shmi lanzó protectoramente su cuerpo delante de su hijo, pero él le empujó con sus brazos, alejándose de ella para poder ver qué estaba pasando.
Un humanoide reptiliano surgió de un callejón entre dos edificios de adobe y corrió hacia el carguero. Conforme se acercaba, Anakin vio que el corredor era un delgado arcona con cabeza en forma de yunque y ojos claros como el mármol. Un grillete de metal con una larga cadena rota estaba cerrado sobre el muslo derecho del arcona, haciendo un ruido metálico cuando golpeaba en la parte posterior de su pie al correr. Un momento después, dos hombres armados con blásteres saltaron del callejón, y Anakin se dio cuenta de que el arcona corría para salvar su vida.
Al ver a los hombres con blásteres a punto de disparar en dirección al carguero, el ayudante anx de Gardulla les increpó en huttés.
─¡Alto el fuego, estúpidos! ─Luego señaló con un dedo largo y puntiagudo al arcona fugitivo y gritó a los guardias de Gardulla─. ¡Detenedle!
Los guardias se desplegaron rápidamente. Sin aminorar su ritmo, el arcona se quitó de encima uno de los guardias empujándole con el hombro, y esquivó a otro. Anakin pudo ver que el arcona trataba de alejarse de sus perseguidores, pero no tenía idea de adónde pretendía ir el arcona. Aparte de algunas dunas bajas, el terreno circundante era casi completamente llano, sin otras naves o vehículos a la vista. Ningún sitio donde ocultarse, pensó Anakin.
Los asustados ojos del arcona se volvieron hacia Anakin, y el chico le mantuvo la mirada. Anakin sintió pena por el arcona y deseó poder ayudarle. Entonces uno de los guardias de Gardulla embistió hacia delante y el arcona aceleró, pasando frente a Anakin y los demás. Estaba a unos dos metros de distancia de Anakin, cuando su cuerpo estalló en una pequeña explosión.
Anakin parpadeó cuando los despojos del arcona cayeron al suelo. Se giró rápidamente para mirar a los dos hombres que estaban persiguiendo al arcona desde los edificios. Ninguno de ellos había disparado un bláster. Anakin fue lo suficientemente observador para darse cuenta de que no habían disparado al arcona, y de que algún tipo de dispositivo explosivo había detonado en su interior.
Shmi atrajo a Anakin junto a sí.
─No mires, Ani -dijo.
Anakin la ignoró y mantuvo su mirada en lo que quedaba del arcona. Algunos de los guardias y el ayudante anx se acercaron a inspeccionar la masa ardiente. Advirtiendo a Anakin, el anx giró su larga y puntiaguda barbilla hacia el chico.
─Eso –dijo- es lo que les pasa en Tatooine a los esclavos que tratan de escapar.
Anakin sintió que la garganta se le quedaba dolorosamente seca. No importaba lo a menudo que su madre le recordase que había seres menos afortunados en la galaxia, eso no negaba el hecho de que ambos eran esclavos, propiedad de Gardulla la hutt.
Tatooine, pensó Anakin. Bienvenido a Tatooine.

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