martes, 28 de octubre de 2008

La Colmena (III)

3

El túnel que los alejaba de la cámara de los zeetsa era más angosto. Si él lo hubiera deseado, Obi-Wan podría haber arrancado con sus codos el hongo blanco azulado de ambas paredes mientras caminaban. El moho aquí crecía en parches salvajes, algunos de ellos en manchas bajo los pies, lo suficientemente resbaladizas para que un explorador incauto se torciera un tobillo. El musgo salvaje daba aquí una luz más débil, y de vez en cuando Jesson usaba una barra luminosa para abrir el camino. El propio aire se sentía mohoso y pesado. Obi-Wan supuso que nadie había estado allí durante años.
-¿Dónde estamos ahora? -preguntó.
-Más lejos de lo que he llegado nunca -contestó Jesson-. Pero sé lo que nos espera delante.
-¿Qué, exactamente?
-La Sala de los Héroes -dijo Jesson-. Allí es donde se honraba a los mayores líderes de nuestro pueblo, hace tiempo, antes de que los clanes se separaran tras la plaga. En ese mundo, cada guerrero se esforzaba por realizar un gran servicio para la colmena, para que su imagen pudiera aparecer un día en la sala.
-¿Y qué hay de la gente que permaneció aquí abajo? -preguntó Obi-Wan.
-Ellos son los verdaderos x’ting -dijo, con una pizca de orgullo asomando en su voz por primera vez-. Quizá cuando esto haya terminado me quede con ellos. Se dice que creen que nosotros, los x’ting “superficiales”, hemos olvidado las antiguas costumbres. Y tienen razón.
-¿Intentarán detenernos?
-No lo creo. Ellos, más aún que los de la superficie, han esperado el retorno de los monarcas. De hecho -agregó-, una vez que hayamos abierto la bóveda, no puedo pensar en mejores manos a las que confiar los huevos.
Obi-Wan se detuvo.
-Los huevos serán entregados al consejo, Jesson.
Los ojos del x’ting chispearon.
-Sí. Por supuesto.
Obi-Wan no confió en esa respuesta. ¿Podría entregar Jesson los huevos a los x’ting que acechaban en las profundidades de la colmena? Y si lo hiciera, ¿cómo debía él, Obi-Wan, responder?
Cada cosa en su momento, pensó. Tenían mucho que superar antes de que eso supusiera un problema.
El túnel acababa en una puerta de metal gigantesca, cerrada a cal y canto, y tan oxidada que casi parecía una parte natural de la pared.
Jesson pasó sus manos por la superficie.
-Éste es el camino trasero hacia la bóveda. Debemos pasar por la Sala de los Héroes, donde todavía viven los antiguos x’ting. Hace muchos años erigieron esta puerta para impedir el paso a la plaga. Para mantenernos fuera de sus vidas. -Volvió la mirada hacia Obi-Wan-. Tendremos que abrir la puerta.
-Eso puedo hacerlo -dijo Obi-Wan. Desenfundó su sable de luz y activó su rayo esmeralda. Luego respiró profundamente y lentamente empezó a apretar su hoja en la puerta. El sonido siseante llenó la oscuridad. El metal líquido chirrió al vaporizarse. Al cabo de unos momentos había quemado un agujero del tamaño de un puño en la puerta. Obi-Wan se detuvo y miró a través de él. Nada más que oscuridad al otro lado. Escuchó. Nada.
No. Nada no. Algo andaba furtivamente al otro lado de la puerta. Pero era algo distante. Garras en metal y piedra. Aparte de eso, silencio.
Los dedos de los brazos secundarios de Jesson se retorcieron con tensión.
-¿Hay algo que no me hayas contado? -preguntó Obi-Wan.
-Hay historias -admitió Jesson-. Hace cinco años, cuando intentamos recuperar los huevos, uno de mis hermanos pasó por otra abertura. Sé que consiguió llegar hasta la Sala de los Héroes. Pero después de eso... -Se encogió de hombros-. Perdimos la comunicación.
-Ya veo. -A Obi-Wan no le gustó como sonaba eso. Podría implicar demasiadas cosas.
Ensanchó el agujero, y luego esperó a que el metal se enfriase para que pudieran pasar a través de él.
-Yo iré primero -dijo. El moho en la siguiente cámara apenas era suficientemente brillante como para revelar un espacio gran vacío con suelo de roca. La sala era quizás de unos veinte metros de ancho, con paredes suavemente convexas-. Parece despejado -dijo, y entonces se deslizó al otro lado, inmediatamente alerta.
Por la luz de su sable de luz pudo ver que el suelo de la cámara, aproximadamente esférica, era de piedra pulida. En el centro había una escalera de piedra descendente. Obi-Wan supuso que llevaba a otra cámara bajo ellos.
Jesson se arrastró ágilmente a través del agujero quemado y permaneció de pie, sosteniendo su barra luminosa.
-¿Nunca has estado en aquí? -preguntó Obi-Wan.
-Nunca. Y tampoco ningún miembro vivo de la colmena superior -dijo-. Creo que ahora estamos dentro de la estatua más grande de la Sala de los Héroes x’ting.
Empezaron a bajar los escalones, girando en una escalera de caracol mientras descendían alrededor de una única columna de roca en mitad de una cámara tallada en la piedra. ¿Tallada? Masticada, pensó Obi-Wan.
-Algo va mal -dijo Jesson. La cautela se palpaba en la voz del guerrero x’ting.
-¿Qué?
-Huelo mucha muerte -dijo.
El propio silencio era tan opresivo que era imposible para Obi-Wan no estar de acuerdo con él. Algo iba mal, él podía darse cuenta de ello también. A mitad del descenso, Jesson apuntó su luz al suelo bajo ellos.
Por un instante, Obi-Wan no pudo creer lo que estaba viendo. El suelo entero de la cámara estaba cubierto con caparazones vacíos, estrellados. Innumerables montones de ellos, esparcidos como huesos en la guarida de un gran depredador.
-¿Qué pasó aquí? -susurró Jesson.
-¿Tú qué crees?
Los fragmentos de exoesqueleto, los cráneos y piernas y piezas torácicas, parecían observarles fijamente, burlándose de ellos y advirtiéndoles al mismo tiempo.
-O bien se arrastraron hasta aquí por millares y murieron, o...
-¿O qué? -preguntó Obi-Wan.
-O algo los arrastró hasta aquí.
Obi-Wan se agachó, pasando sus dedos a lo largo de los bordes rotos de un caparazón. No había ni rastro de humedad en la carne restante. Esto había pasado hace años.
Se levantó y lideró la marcha por la escalera de piedra descendente en el centro de la sala. La retorcida salida no tenía ninguna baranda, y habría sido una caída dolorosa si le hubiera pillado por sorpresa. El polvoriento olor a muerte vieja y olvidada subía para envolverles.
Cuando alcanzaron el fondo, su pie aplastó con un crujido el caparazón de una pierna.
-Luz -dijo tan sólo, y la tomó de la mano de Jesson.
Los caparazones habían sido cascados. No se veía que quedase nada de la carne marchita. ¿Devorado? Por donde quiera que mirase, no había más que resquebrajados exoesqueletos profanados de x’ting muertos.
Jesson se puso en cuclillas tras Obi-Wan, examinando los restos.
-Yo... no lo entiendo -dijo cuando Obi-Wan le devolvió la barra luminosa.
Algo en su voz causó un escalofrío en el Jedi.
-¿Qué pasa? -preguntó Obi-Wan.
-Mira estas marcas de mordiscos.
Obi-Wan las inspeccionó. Los caparazones habían sido de hecho abiertos a mordiscos, no cascados con herramientas.
-Sí. Salvaje.
-No lo entiendes -dijo Jesson-. Son marcas de dientes x’ting.
Y de repente el horror que había atrapado a Jesson recorrió la columna vertebral de Obi-Wan. Aquí en las profundidades, donde los x’ting habían intentado mantener las antiguas costumbres, algo había pasado. ¿Un clan volviéndose contra otro clan? ¿Una guerra? Como quiera que hubiera empezado, lo que estaba claro era cómo había acabado:
Canibalismo. Esos x’ting se habían comido a su propia gente. No había ningún comportamiento más bajo, ningún adversario más aborrecible. El miedo a ser matado por un oponente siempre estaba presente, era una parte natural de la vida de un guerrero. Pero la idea de ser asesinado y luego devorado... eso era otra cosa.
-Sugiero que nos mantengamos en movimiento -dijo.
-Estoy de acuerdo dijo Jesson, mordiendo las palabras. Y continuaron cruzando la sala.
Algo se movió. Obi-Wan no podía verlo, ni oírlo; lo sintió, un desplazamiento del aire a su alrededor, una perturbación en la Fuerza.
-Creo que no estamos solos -dijo.
Jesson alcanzó la vara de tres secciones sujeta a su espalda. Las secciones eran de cristal o de algún material acrílico claro, conectado por cortos fragmentos de cadena. Garrote y látigo, todo en uno, pensó Obi-Wan. Deseó que el x’ting lo usara con gran destreza.
-Esa puerta -dijo Jesson, indicando una abertura en el lado lejano de la sala. Esa sala, al igual que la superior, tenía una pared cóncava, pero en un ángulo más abierto.
-Lleguemos hasta allí -dijo Obi-Wan-. Rápidamente. Aunque sospecho que es allí donde nuestra compañía nos espera.
Los labios de Jesson se elevaron sobre sus dientes, mostrando múltiples filas pequeñas y afiladas. Obi-Wan se cuidaría muy mucho de dejar que esas mandíbulas atraparan su brazo.
-Que se acerquen -dijo el x’ting.
Paso a paso progresaron por el suelo. Casi estaban junto a la puerta cuando el olor del aire cambió. Sólo un poco, un aroma irritante que flotaba hacia ellos en la más débil de las brisas. Algo que secaba la lengua y la garganta, un picor ácido, vestigio de gases estomacales. Antes de que pudiera identificar conscientemente el olor, los primeros ojos resplandecientes aparecieron. Reluciendo. Facetados, parpadeando ante ellos en la oscuridad.
Y entonces les atacaron.
Jesson dejó caer su lámpara casi enseguida, y aunque no se extinguió al golpear el suelo, la luz que daba quedó sesgada y parcial. El resplandor del sable de luz de Obi-Wan era más brillante, incrementándose con zumbidos y llamaradas cuando encontraba el arma o el cuerpo de un oponente.
Eran x’ting -el Jedi estaba seguro de eso-, pero x’ting de una variedad diferente a todos los que había visto hasta ahora. No estaban especializados para el combate: eran excavadores, trabajadores. Las mandíbulas sobredimensionadas implicaban que ellos podían ser los que producían la sustancia masticada que caracterizaba la colmena.
La mayoría de ellos llevaba pesadas palancas de metal. ¿Armas? ¿Herramientas? Fuera cual fuese el propósito para el que habían sido pensadas originalmente, las barras aplastarían cualquier hueso que golpeasen.
No había tiempo para pensar. Los mandobles del sable de luz de Obi-Wan eran amplios y largos. Los x’ting excavadores caían ante él como el grano ante la guadaña. Siseaban y seguían llegando, aullando.
Obi-Wan medía su respuesta, permitiéndoles acercarse a él, y luego tomando una postura agresiva cuando tenía la ventaja. Ferozmente rápido, los x’ting caníbales atacaron en una ola aterradora, simplemente agitando sus barras de metal, confiando en su superioridad numérica para conseguir la victoria.
Contra un Jedi, eso no era suficiente.
El aire alrededor de Obi-Wan siseaba mientras su sable de luz atacaba y giraba. Tras de los primeros instantes había ajustado su paso y estilo de ataque, y pudo observar con un poco más de detalle a sus adversarios. Lo primero que comprendió fue que eran casi ciegos tras años de vagar en la oscuridad, e indudablemente cazaban mediante el olfato o el oído. La hoja brillante de su sable de luz asustó algunos de ellos, congelándolos en el sitio, haciéndoles vacilar en su ataque. Aquellos que no titubearon murieron siseando con su odio y su miedo.
Entre los golpes, entre respiraciones, Obi-Wan echaba rápidos vistazos para ver cómo le estaba yendo a Jesson.
El guerrero x’ting no necesitaba ninguna ayuda. Se desenvolvía con una agilidad intrépida, agresiva, casi ingrávida, pateando y golpeando en todas las direcciones con sus seis extremidades. Su arma giraba como una hélice, tan rápidamente que era casi invisible. Sujetaba su vara de tres secciones primero por un extremo, luego por la sección central, y luego por el otro extremo, girándola y retorciéndola en posiciones defensivas y de ataque, y cada vez que lo movía, uno de sus enemigos caía para no volver a levantarse.
Se agachó, barriendo los pies de varias criaturas bajo ellos, y cuando se alzó, Jesson giró en una feroz posición de ataque que imitaba a una araña acercándose furtivamente a los hilos de su red.
Sus atacantes los rodearon, siseando y girando mientras Obi-Wan y Jesson unían sus espaldas e inspeccionaban la horda.
-No podemos matarlos a todos -dijo Jesson.
-No -confirmó Obi-Wan-. Pero no tenemos por qué hacerlo. ¡Sígueme!
Sin más palabras, el Jedi se zambulló en la masa de caníbales, abriéndose paso hacia la puerta. Se esforzó por no pensar en lo que les pasaría -o a Jesson, al menos-, si eran superados. Era mejor quedarse en el reino de la Forma III, la modalidad de combate de sable de luz en la que había practicado tanto tiempo. Era mejor, y no menos efectivo, para alguien que entendiera que la defensa y el ataque eran dos caras de la misma moneda.
Izquierda, derecha, izquierda... desviaba golpes, destrozaba armas, y separaba extremidades en una deslumbrante pantalla cegadora, que creaba líneas llameantes en la oscuridad. Sus enemigos, aunque feroces, tenían la desventaja de su casi total ceguera; sólo un hambre antinatural los impulsaba a seguir.
Parecían estar despertando en oleadas, arrastrándose fuera de los agujeros oscuros en los que habían entrado. ¿Estas cosas habían malvivido en la oscuridad, en los desperdicios y la basura que cualquier gran ciudad produce? Coruscant también tenía sus necrófagos, gángsteres y criaturas sin casa ni hogar que habían abandonado la luz para vivir en los resquicios de los tejidos sociales. Pero las criaturas que los rodeaban ahora rivalizaban con lo peor que esa gran ciudad planeta pudiera ofrecer.
-¡Corre! -exclamó Jesson, y corrieron a toda velocidad hacia la puerta. El pasaje se estrechaba, y era un poco más difícil para los caníbales localizarles, haciendo la defensa bastante más fácil. Ahora podía ver la escalera, sólo una docena de metros más allá.
Obi-Wan giró 360 grados; vislumbró a Jesson mientras desviaba y atacaba, con su vara de tres secciones aplastando cabezas y haciendo que sus enemigos comenzaran a huir a un lugar más seguro.
Pero entonces una masa de cuerpos retorciéndose se arrojó de repente contra Jesson, y el guerrero cayó. Obi-Wan llegó justo a tiempo para detener una lanza dentada que se dirigía a su guía; su sable de luz destelló, dejando el atacante aullando con un miembro amputado. Usando la Fuerza para lanzar a otro a un lado, el Caballero Jedi se agachó rápidamente, ayudando Jesson a levantarse del suelo.
No sabía como se mostraba el miedo en la cara de un x’ting, pero estaba bastante seguro de que ésa era la emoción dominante en esos ojos rojos facetados. El miedo y la certeza de muerte, y quizás algo más.
Obi-Wan le soltó y Jesson corrió hacia el enemigo, dejando atrás su palo triple. Al principio el corazón de Obi-Wan se hundió; luego, cuando el Jedi miró, el guerrero x’ting estaba desarmando al primer caníbal que le golpeó, arrebatando una lanza de las manos de la criatura. Jesson hizo girar la jabalina hasta que fue poco más que un borrón letal, haciendo correr a los caníbales aullando hacia las sombras. Pateaba y golpeaba, amagando con su púa, y destrozando cabezas con su lanza. Pronto se liberó, y él y Obi-Wan comenzaron a descender por una escalera de mano, en un largo y angosto tubo, hacia la oscuridad.

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