Fuera del castillo, no muy lejos por encima de las ventanas, una figura solitaria se aferraba al escarpado muro de piedra... un hombre de constitución delgada y tez oscura, con rasgos duros, profundos ojos marrones y bigote negro. Vestía del mismo modo que los tres hombres muertos.
Tanto sus pies como una mano estaban encajados en estrechas grietas para mantenerlo en ese precario lugar, con su cuerpo apretado fuertemente contra el muro para protegerse del fuerte viento. Su mano libre sostenía su propio comunicador cerca de su oído.
Había podido escuchar la conversación entre el Dr. Evazan y el senador. Había escuchado a los dos marcharse. Ahora escuchaba el grotesco sonido de la criatura envolviendo y exprimiendo a su último camarada.
Con un chasquido de energía cortándose, el canal de comunicaciones murió, y el rostro del hombre se tensó en una expresión sombría.
Volviendo a dejar su comunicador en su cinturón, trepó por el muro del castillo con gran destreza, hasta una inclinada sección del tejado. Sujetó a las lisas tejas de pizarra una unidad de comunicaciones de largo alcance en forma de mochila mediante un tejido de succión y apoyo. Encajando su cuerpo en una esquina entre el tejado y una torre para protegerse del viento, extrajo los auriculares del equipo y habló con urgencia al micrófono.
–¿Hola? ¿Madre? Aquí Gurion. ¿Me recibís? –Miró al cielo nublado con cierta preocupación–. ¿Aún estáis ahí arriba?
–Todavía en órbita, Gur –se oyó como respuesta–. ¿Cuál es tu informe?
–Todos muertos –respondió Gurion sin rodeos–. Todos menos yo. Evazan debe tener una fuerte protección ahí dentro. Eran los mejores.
Tras un pesado silencio, la voz volvió a hablar, sin poder enmascarar por completo un todo de lamento en su voz.
–Se acabó, entonces. Sal de ahí, Gur. Ahora. Te recogeremos.
–No. A mí no –dijo firmemente–. Voy a entrar, a acercarme a él. Es la única forma de asegurarse de atraparle.
–¿Tú solo? –dijo con sorpresa la voz–. ¡Eso es suicidio!
–Pues que lo sea. No me importa –dijo ferozmente Gurion–. Tengo que atraparle, ¡y creo que sé cómo!
Tanto sus pies como una mano estaban encajados en estrechas grietas para mantenerlo en ese precario lugar, con su cuerpo apretado fuertemente contra el muro para protegerse del fuerte viento. Su mano libre sostenía su propio comunicador cerca de su oído.
Había podido escuchar la conversación entre el Dr. Evazan y el senador. Había escuchado a los dos marcharse. Ahora escuchaba el grotesco sonido de la criatura envolviendo y exprimiendo a su último camarada.
Con un chasquido de energía cortándose, el canal de comunicaciones murió, y el rostro del hombre se tensó en una expresión sombría.
Volviendo a dejar su comunicador en su cinturón, trepó por el muro del castillo con gran destreza, hasta una inclinada sección del tejado. Sujetó a las lisas tejas de pizarra una unidad de comunicaciones de largo alcance en forma de mochila mediante un tejido de succión y apoyo. Encajando su cuerpo en una esquina entre el tejado y una torre para protegerse del viento, extrajo los auriculares del equipo y habló con urgencia al micrófono.
–¿Hola? ¿Madre? Aquí Gurion. ¿Me recibís? –Miró al cielo nublado con cierta preocupación–. ¿Aún estáis ahí arriba?
–Todavía en órbita, Gur –se oyó como respuesta–. ¿Cuál es tu informe?
–Todos muertos –respondió Gurion sin rodeos–. Todos menos yo. Evazan debe tener una fuerte protección ahí dentro. Eran los mejores.
Tras un pesado silencio, la voz volvió a hablar, sin poder enmascarar por completo un todo de lamento en su voz.
–Se acabó, entonces. Sal de ahí, Gur. Ahora. Te recogeremos.
–No. A mí no –dijo firmemente–. Voy a entrar, a acercarme a él. Es la única forma de asegurarse de atraparle.
–¿Tú solo? –dijo con sorpresa la voz–. ¡Eso es suicidio!
–Pues que lo sea. No me importa –dijo ferozmente Gurion–. Tengo que atraparle, ¡y creo que sé cómo!
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