El hangar
De vuelta en el pequeño hangar donde guardaba su barredora, Maarek Stele evaluó los desperfectos. Sin las primas ganadas en esta competición, difícilmente podría hacer las reparaciones. Podría enderezar el capó bastante fácilmente a base de martillazos, pero algunos servos y ajustadores habían sido aplastados y reemplazarlos en el mercado negro costaría una fortuna.
Alguien golpeó dos veces en la puerta del hangar. Reconoció esa forma de llamar. Era un amigo. Maarek se dirigió hacia la puerta, avanzando con precaución entre chasis medio desmontados, observó por la mirilla de la puerta para comprobar que no se trataba de una trampa y vio a Pargo hacer un gesto obsceno, grotescamente deformado por la lente de la mirilla. Maarek abrió la puerta riendo para dejar entrar a su amigo.
Si bien Pargo apenas medía uno o dos centímetros más que Maarek, seguramente debía pesar dos veces más que él. No era gordo. No. Simplemente grande. Y fuerte. Pargo podía vencer fácilmente a cualquiera. En todo caso, a cualquier humano. Entró rápidamente en el hangar y volvió a cerrar la puerta tras él.
-Entonces, ¿conseguiste escapar? -le preguntó Maarek, a guisa de bienvenida.
-Estaba volando, como tú -respondió Pargo.
De hecho, aún llevaba sus largas botas y su traje de vuelo, el clásico atuendo de las carreras de barredoras.
Maarek frunció el ceño.
-Hemos perdido el tiempo. Habría podido ganar fácilmente. Había trucado el motor.
Pargo echó un vistazo a la barredora de Maarek.
-Sí, puede ser... Pero el mío, al menos, aún está entero...
Maarek no respondió. Pargo tenía razón.
Pargo señaló con el dedo la delantera de la barredora.
-¡Eh! ¿Qué es esto?
Maarek se encogió de hombros.
Pargo tocaba con el dedo un pequeño aparato lleno de hilos y conectores brillantes.
-¿Otro de tus inventos raros, supongo? -dijo, poniendo mala cara.
-Sólo es un panel de colectores de servogiro que estoy probando.
Pargo rió a carcajadas.
-¡Bueno, ahora ya no tienes nada que servogirar! ¿Por qué no vas al Laberinto? He oído que unos extranjeros buscan información. Podríamos llamarles. Para echar unas risas...
-Probablemente sean espías bordali. ¡Que se vayan al diablo! ¡Y Bordal también! Y ya que estamos, ¡al diablo esta guerra!
-Puede que estos tipos sepan algo -sugirió Pargo-. Ya sabes, acerca de... -La mirada fiera, casi salvaje, de Maarek hizo dudar a Pargo-. Entonces, ¿vienes? -preguntó finalmente.
Su mirada se convirtió en un gesto de resignación.
-Sí -respondió Maarek-. Me encontraré contigo allí. Tengo que ir a ver a mi madre, a llevarle algo.
Pargo salió, tras quedar con Maarek en el Laberinto tres horas más tarde. Después de haber examinado cuidadosamente una última vez la barredora dañada, que no se había reparado ella sola milagrosamente, Maarek tomó una ducha, se cambió de ropa, cerró la puerta con llave y salió caminando en la noche.
Alguien golpeó dos veces en la puerta del hangar. Reconoció esa forma de llamar. Era un amigo. Maarek se dirigió hacia la puerta, avanzando con precaución entre chasis medio desmontados, observó por la mirilla de la puerta para comprobar que no se trataba de una trampa y vio a Pargo hacer un gesto obsceno, grotescamente deformado por la lente de la mirilla. Maarek abrió la puerta riendo para dejar entrar a su amigo.
Si bien Pargo apenas medía uno o dos centímetros más que Maarek, seguramente debía pesar dos veces más que él. No era gordo. No. Simplemente grande. Y fuerte. Pargo podía vencer fácilmente a cualquiera. En todo caso, a cualquier humano. Entró rápidamente en el hangar y volvió a cerrar la puerta tras él.
-Entonces, ¿conseguiste escapar? -le preguntó Maarek, a guisa de bienvenida.
-Estaba volando, como tú -respondió Pargo.
De hecho, aún llevaba sus largas botas y su traje de vuelo, el clásico atuendo de las carreras de barredoras.
Maarek frunció el ceño.
-Hemos perdido el tiempo. Habría podido ganar fácilmente. Había trucado el motor.
Pargo echó un vistazo a la barredora de Maarek.
-Sí, puede ser... Pero el mío, al menos, aún está entero...
Maarek no respondió. Pargo tenía razón.
Pargo señaló con el dedo la delantera de la barredora.
-¡Eh! ¿Qué es esto?
Maarek se encogió de hombros.
Pargo tocaba con el dedo un pequeño aparato lleno de hilos y conectores brillantes.
-¿Otro de tus inventos raros, supongo? -dijo, poniendo mala cara.
-Sólo es un panel de colectores de servogiro que estoy probando.
Pargo rió a carcajadas.
-¡Bueno, ahora ya no tienes nada que servogirar! ¿Por qué no vas al Laberinto? He oído que unos extranjeros buscan información. Podríamos llamarles. Para echar unas risas...
-Probablemente sean espías bordali. ¡Que se vayan al diablo! ¡Y Bordal también! Y ya que estamos, ¡al diablo esta guerra!
-Puede que estos tipos sepan algo -sugirió Pargo-. Ya sabes, acerca de... -La mirada fiera, casi salvaje, de Maarek hizo dudar a Pargo-. Entonces, ¿vienes? -preguntó finalmente.
Su mirada se convirtió en un gesto de resignación.
-Sí -respondió Maarek-. Me encontraré contigo allí. Tengo que ir a ver a mi madre, a llevarle algo.
Pargo salió, tras quedar con Maarek en el Laberinto tres horas más tarde. Después de haber examinado cuidadosamente una última vez la barredora dañada, que no se había reparado ella sola milagrosamente, Maarek tomó una ducha, se cambió de ropa, cerró la puerta con llave y salió caminando en la noche.
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