martes, 28 de octubre de 2008

La sopa está lista: El relato del fumador de pipa (III)

Siempre son los espaciopuertos, siempre los bares. Supongo que uno podría igualmente sugerir que los burdeles sirven también para el mismo propósito, pero en esos lugares se realiza un tipo enteramente distinto de negocios, transitorio en su naturaleza y sin tomar muchos riesgos, salvo en la elección de pareja o, quizá, de herramientas. En los bares se bebe, se juega, se apuesta. Vienen aquí primero cuando terminan un negocio, buscando tanto vicio, especias y entretenimiento como pueda ser adquirido en la cantina; y vienen aquí buscando trabajo. Piratas espaciales, burladores de bloqueos, asesinos a sueldo, cazarrecompensas, incluso un puñado de esos involucrados en la Alianza Rebelde. El Imperio ha expulsado a estos últimos de los lugares que ellos preferirían, transformando a personas anteriormente inocentes y de buen corazón en almas tan desesperadas como otras, pero con una visión pura y plateada como los soles gemelos de Tatooine, completamente inalterados por la dura realidad de los tiempos.
Cuando uno cree con suficiente firmeza, cuando la convicción es absoluta, uno no se acobarda ante las adversidades. Su sopa es muy dulce.
La arena asfixia. Es un ser en sí misma, a un tiempo tímida y dominante. Desluce las botas, ensucia los tejidos, se incrusta en las arrugas de la piel. Hace que hasta los anzati busquen alivio, y por tanto busco un interior, lejos del calor de los soles gemelos; y me detengo allí –recordando un día hace muchos años, y a un corpulento e inmisericorde hutt–, con los ojos cerrados para ajustarlos más rápidamente a la pálida y escasa luz, espesa y rancia como mantequilla de bantha.
Sería demasiado esperar que el propietario de la cantina instalase más luces, o mejorase su etapa de potencia Queblux, identificable por su lamentable falta de eficiencia y un grave, casi inaudible, gemido. Semejantes reparaciones chocarían con la naturaleza de Chalmun, que se basa en la desconfianza; los tratos se hacen al anochecer, no bajo el fijo e inmitigable resplandor de Tatoo I y Tatoo II, grandes incendios como ojos en el semblante de una galaxia que, como el rostro del Emperador, se envuelve con una holgada capucha.
Ah, pero hay más aquí, dentro, que alivio para la arena, para el calor. Hay el aroma, la promesa de saciedad.
...sopa...
Es densa, tan densa... al principio estoy desbordado; es mejor que lo que recordaba: tantos niveles y sabores, los matices, los tonos, los suspiros... aquí podría beber por durante días sin fin, repleto con satisfacción.
Ahh.
Tantas personas, tantos sabores, tanta Suerte para comer. La Oportunidad es aquí corpórea, la variedad infinita. Es una sinfonía de sopa corriendo cálida, rápida, húmeda, como sangre casi hirviendo bajo el frágil tejido de la carne.
No soy un droide, dice el detector; soy bienvenido en la cantina de Chalmun. Y me río en la privacidad de mi mente, porque Chalmun, cegado por su parcialidad, no sabe que hay cosas en el mundo más detestables que los androides, que son generalmente inofensivos, sencillos e incluso bastante convenientes. Pero dejadle al hombre con su intolerancia; si todos fuesen como la Alianza Rebelde, tan intransigentes en el honor, la sopa sería tan floja como unas gachas.
...sopa...
En los bolsillos de las mejillas, las probóscides se estremecen. Por un instante, sólo un instante, se asoman un milímetro, abrumadas por el embriagador aroma detectable sólo por los anzati; los demás, no importa raza ni género, son completamente inconscientes de ello. Pero nada se gana sin espera; es un fillip completamente vigorizador, y hace que la negación de uno mismo merezca la pena.
Las probóscides se retiran adecuadamente, aunque reticentes, enrollándose de nuevo en los bolsillos junto a mis fosas nasales. Cepillo una fina capa de arena de mis mangas, me coloco bien la chaqueta, y bajo los cuatro escalones que conducen a la tripa del bar.
Aquí la sopa es abundante.
La paciencia será recompensada.

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