de Elaine Cunningham
Jag Fel abrió la astillada carlinga con un golpe de su hombro y salió con dificultad. El aire helado le golpeó. Protegió sus ojos del viento y escrutó el horizonte buscando la academia militar Chiss. Una gran esfera se elevaba sobre el desolado paisaje, apenas visible a través de las borrascas de nieve. Si no fuera por el reflejo de las tres lunas convergentes, no habría sido capaz de verla en absoluto.
Con un suspiro, comenzó su penoso camino de vuelta. Con este clima, para cuando consiga llegar ya estaría tan azul como un Chiss.
El silbido nasal y agudo proveniente del deslizamiento de un aerotrineo se mezcló con el viento que se intensificaba. El vehículo, de un brillante color rojo, avanzaba entre los torbellinos de nieve, conducido por un robusto Chiss con cabellos blancos como el hielo.
-¡Obersken! -gritó Jag, agitando los dos brazos para atraer la atención de su salvador. Era de dominio público: la mayor parte de los vuelos de Jag con la Llama Azul concluían con un aterrizaje interesante y reprimendas por parte del mecánico jefe.
El viejo Chiss se detuvo y lanzó a Jag una siniestra mirada. Moviéndose con soltura, sujetó los cabos a la nave y la izó a bordo del aerotrineo. Puso mala cara al ver el enorme mynock aplastado contra el parabrisas de Jag.
-No pudiste evitarlo, supongo. Por lo menos esta vez tienes una buena excusa.
Jag reprimió una mueca.
-¿Y qué podía haber hecho? Esta cosa se había instalado en la nave de Shawnkyr y comenzaba a comerse los cables de su ala delantera de babor. Yo, eh... la distraje.
Obersken le lanzó una mirada de absoluto disgusto.
-Irreflexivo, indisciplinado. No hay lugar para los héroes en este cuerpo. ¿Cuántas veces te lo he dicho ya?
Jag inclinó la cabeza, en un gesto que expresaba el reconocimiento de la sabiduría de esas palabras y, al mismo tiempo, pedía perdón por no haberlas obedecido. Desde que era un niño, había soñado con ser un héroe. A sus catorce años, ya contemplaba esas ambiciones pasadas con la nostalgia reservada a las locuras de la infancia.
Gimald Nuruodo, el instructor de vuelo, se unió a ellos en la puerta.
-¿Más heroicidades, teniente Fel?
El tono del comandante, frío y educado, expresaba con dolorosa claridad su opinión.
-Señor, ganamos el ejercicio, señor -declaró Jag secamente, a la defensiva.
-Ganar o perder no es la cuestión. La falta de respeto a las normas, la presunción de un individuo que coloca sus impulsos por encima de la sabiduría colectiva de la tradición y el clan, eso es algo que no podemos permitirnos. -Hizo una pausa y resopló, disgustado-. Sigues igual que tu hermano, como siempre.
El primer impulso de Jag fue darle las gracias al Chiss, lo que habría sido una respuesta sincera, pero que ciertamente habría parecido una insubordinación. Su hermano, Davin, había sido un héroe en todos los sentidos de la palabra, y los Chiss siempre encontraban miles de formas de recordárselo.
Thrawn fue un héroe, pensó Jag, pero sabía que más le valía no decirlo en voz alta.
Con un suspiro, comenzó su penoso camino de vuelta. Con este clima, para cuando consiga llegar ya estaría tan azul como un Chiss.
El silbido nasal y agudo proveniente del deslizamiento de un aerotrineo se mezcló con el viento que se intensificaba. El vehículo, de un brillante color rojo, avanzaba entre los torbellinos de nieve, conducido por un robusto Chiss con cabellos blancos como el hielo.
-¡Obersken! -gritó Jag, agitando los dos brazos para atraer la atención de su salvador. Era de dominio público: la mayor parte de los vuelos de Jag con la Llama Azul concluían con un aterrizaje interesante y reprimendas por parte del mecánico jefe.
El viejo Chiss se detuvo y lanzó a Jag una siniestra mirada. Moviéndose con soltura, sujetó los cabos a la nave y la izó a bordo del aerotrineo. Puso mala cara al ver el enorme mynock aplastado contra el parabrisas de Jag.
-No pudiste evitarlo, supongo. Por lo menos esta vez tienes una buena excusa.
Jag reprimió una mueca.
-¿Y qué podía haber hecho? Esta cosa se había instalado en la nave de Shawnkyr y comenzaba a comerse los cables de su ala delantera de babor. Yo, eh... la distraje.
Obersken le lanzó una mirada de absoluto disgusto.
-Irreflexivo, indisciplinado. No hay lugar para los héroes en este cuerpo. ¿Cuántas veces te lo he dicho ya?
Jag inclinó la cabeza, en un gesto que expresaba el reconocimiento de la sabiduría de esas palabras y, al mismo tiempo, pedía perdón por no haberlas obedecido. Desde que era un niño, había soñado con ser un héroe. A sus catorce años, ya contemplaba esas ambiciones pasadas con la nostalgia reservada a las locuras de la infancia.
Gimald Nuruodo, el instructor de vuelo, se unió a ellos en la puerta.
-¿Más heroicidades, teniente Fel?
El tono del comandante, frío y educado, expresaba con dolorosa claridad su opinión.
-Señor, ganamos el ejercicio, señor -declaró Jag secamente, a la defensiva.
-Ganar o perder no es la cuestión. La falta de respeto a las normas, la presunción de un individuo que coloca sus impulsos por encima de la sabiduría colectiva de la tradición y el clan, eso es algo que no podemos permitirnos. -Hizo una pausa y resopló, disgustado-. Sigues igual que tu hermano, como siempre.
El primer impulso de Jag fue darle las gracias al Chiss, lo que habría sido una respuesta sincera, pero que ciertamente habría parecido una insubordinación. Su hermano, Davin, había sido un héroe en todos los sentidos de la palabra, y los Chiss siempre encontraban miles de formas de recordárselo.
Thrawn fue un héroe, pensó Jag, pero sabía que más le valía no decirlo en voz alta.
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