de Kenneth C. Flint
El extraño sonido de raspazos podía escucharse incluso por encima del distante bramido del trueno.
Una de las dos figuras sentadas en la mesa del comedor se giró, ladeando su cabeza para escuchar.
–¿Qué es eso? –preguntó una voz áspera– ¡Rover, ve a mirar!
Algo se movió en una esquina entre las sombras. Una masa se deslizó hacia delante con un húmedo sonido de succión, saliendo a la luz. Era una forma gelatinosa, una masa mucosa de un color verde como la bilis que brillaba con aspecto grasiento, y que reptaba y se deslizaba por el suelo mediante un anillo de delgados tentáculos con punta bulbosa que ondeaban sobre la masa redondeada. Siguió rezumándose, cruzando el largo comedor hacia una de las aperturas arqueadas de las ventanas del muro lejano.
–Jamás hubiera creído que se pudiese llegar a amaestrar a un meduza –señaló, con cierta sorpresa, la segunda figura de la mesa.
El primer hombre se giró hacia el invitado que se sentaba frente a él en la mesa del comedor.
–Al contrario, senador. Es bastante sencillo amaestrarlos. De hecho, es una de las especies más maleables que he encontrado. Me gustaría que hubiera más especies así.
El rostro del hombre estaba oscurecido por una gran cicatriz que le desfiguraba el lado derecho, dejando el ojo derecho en una rendija de carne caída y aplanando la nariz, lo que le proporcionaba un aspecto porcino.
–Desgraciadamente, puedo imaginarme el tipo de cosas que le gustarían, Dr. Evazan –contestó el senador aqualish con un escalofrío de repulsa. De aspecto humanoide en general, tenía algunas características de morsa, con grandes y líquidos ojos negros, y gruesos colmillos curvos. Bigotes cortos y gruesos se alineaban en el hocico alargado, dividido en dos por una boca ancha y fina.
El senador alzó su mano para alcanzar la copa frente a él. La mano tenía forma de aleta, sin dedos, pero con un pulgar oponible. Eso lo señalaba como miembro de la más preeminente de las dos razas aqualish, y por tanto perteneciente a sus clases gobernantes. Tomó un largo sorbo de la cerveza andoana de la copa y miró a Rover con nerviosismo.
La criatura gelatinosa ya había alcanzado uno de los dos ventanales. Esforzándose por lograr una postura más elevada, se alzó en el aire un instante, con sus bulbosos tentáculos oscilando de un lado al otro como si estuviera olisqueando el aire.
Al otro lado de la apertura, el vasto océano del planeta acuático Ando se extendía hasta un horizonte grisáceo, casi negro. En las hirvientes nubes tormentosas que allí había, espectaculares relámpagos zigzagueaban e iluminaban las altísimas nubes.
El profundo bramido del trueno cruzaba sobre las olas agitadas por el vendaval para rebotar contra los escarpados muros de piedra de las torres del castillo construido sobre el acantilado. Cientos de metros por debajo de la ventana del castillo, inmensas olas golpeaban como puños contra la base de la isla rocosa, abriéndose en dedos blancos que trataban inútilmente de agarrarse y ascender.
La total magnificencia de la salvaje escena estaba de algún modo deslucida por un tembloroso destello de luz creado por el campo de energía que formaba una pantalla en cada apertura.
La gelatinosa criatura descendió de nuevo. Sus tentáculos bulbosos se giraron hacia Evazan de inmediato y se inclinaron hacia él, como si le hiciera una señal urgente.
El Dr. Evazan arqueó la ceja que le quedaba sobre su ojo izquierdo. Su cara semidestruida no mostró ningún otro signo de emoción.
–Ahora, si es tan amable de tirarse bajo la mesa –dijo a su huésped como si estuviese remarcando un hecho.
El senador aqualish observó con asombro cómo una de las manos de Evazan surgió de debajo de la mesa empuñando una pistola bláster. La otra mano se alzó para golpear un botón en una pequeña consola de sobremesa, y luego un segundo.
Todas las luces se apagaron.
Simultáneamente, un sonido chisporroteante vino del otro lado de las ventanas, y las pantallas de energía de las tres aberturas se colapsaron hacia el interior cuando tres formas las atravesaron desde el exterior.
El senador lanzó un agudo graznido de terror y se lanzó bajo la gruesa mesa.
Las tres formas golpearon el suelo, dieron una voltereta y se pusieron en pie instantáneamente. Un destello de un relámpago lejano iluminó tres siluetas humanoides mientras alzaban rifles bláster y comenzaban a disparar.
Evazan ya estaba rodando desde su silla hacia el refugio de un pequeño salón. Disparó mientras lo hacía, y su descarga golpeó de lleno a una de las tres formas.
El atacante soltó un gruñido de dolor mientras se tambaleaba y caía. Los otros dos se agacharon buscando protección. Disparos de las armas de ambos lados cruzaron la habitación, chocando contra muros de piedra y atravesando muebles.
Uno de los atacantes estaba tan pendiente de acertar a Evazan que no se percató de que algo se acercaba sigilosamente… no hasta que un sonido líquido le hizo girarse justo cuando Rover embistió.
El intruso no tuvo ninguna oportunidad de defenderse cuando todos los tentáculos del meduza se dispararon hacia delante, tocando con sus extremos bulbosos el pecho y la cara del otro. Cada bulbo brilló con fuerza, y la silueta de la víctima se puso rígida, estremeciéndose como si estuviera recibiendo una descarga eléctrica, y luego cayó.
La retorcida boca de Evazan se alzó en una grotesca sonrisa.
–Buen chico, Rover –murmuró. Pero la sonrisa se desvaneció cuando miró hacia la puerta de la sala–. ¿Pero dónde demonios estás, Ponda? –añadió con tono irritado.
Salió de su cobertura, gateando por la sala oscura, buscando un buen ángulo para disparar al último enemigo. Cuando Evazan se alzaba para apuntar hacia el último sitio donde había visto al otro, una gota de sudor de ese último invasor cayó sobre la silueta oscura del doctor.
La puerta de la habitación estalló hacia el interior y una nueva figura la cruzó. Un disparo bláster rápido y con buena puntería ensartó al atacante de Evazan, salvando por los pelos al doctor de un disparo letal.
El último cuerpo dio un golpe seco al caer al suelo. Evazan se puso en pie, sacudiéndose el polvo de encima.
–Ya era hora, Ponda –dijo al recién llegado, caminando hacia la mesa para volver a encender las luces.
Al volver la iluminación se reveló otro macho aqualish empuñando un bláster recién disparado. Pero la mano derecha de Ponda Baba era la mano peluda y con dedos como garras de alguien perteneciente a la raza aqualish inferior. La mano derecha y el antebrazo al que estaba unida eran artificiales, y de una clase mecánica bastante burda, con su estructura esquelética mecánica no cubierta por biocarne.
–Tienes suerte –replicó Ponda con un gruñido, devolviendo su bláster de nuevo a su funda–. Casi dejo que te encargues de ellos tú solo.
Y con eso se giró y abandonó la sala.
El senador andoano estaba saliendo de debajo de la mesa del comedor en ese momento. Evazan enfundó su propia arma y miró a su huésped pidiendo perdón.
–Lo siento. En los viejos tiempos, Ponda Baba habría estado aquí como un rayo. Un verdadero equipo, éramos entonces.
–¿Él… ah… trabaja para usted? –dijo el senador, aún recuperándose del shock.
–Éramos socios –explicó lacónicamente el doctor.
El senador parecía consternado por eso.
–Ya sabe, es de la casta más baja, aquí en Ando. Su gente tiene una dudosa moral y los hábitos más violentos. Se les trata con tanto desdén que pocos de ellos permanecen en nuestro planeta. Emigran y a menudo se convierten en criminales galácticos.
–Bueno, Ponda no podría haber sido un mejor compañero para mí –dijo Evazan, sirviéndoles a ambos fuertes bebidas–. Es decir, hasta un día en Tatooine. Tuvo una trifulca allí, en la cantina de Mos Eisley. Un anciano con un sable de luz Jedi rebanó el brazo derecho de Ponda por ayudarme. Tras eso tuvimos una especie de discusión.
–Está aquí ahora –señaló el senador–. Y parece que acaba de salvarle la vida.
–Bueno, aún le debo un brazo –explicó el doctor–. Ha tenido problemas para ahorrar dinero suficiente para un buen reemplazo biónico. Así que hemos establecido una débil alianza hasta que pueda ayudarle. Yo le proporciono un brazo, él trabaja para mí como guardaespaldas… en teoría.
Tomó un largo trago de su cerveza.
–¿Qué hay de ellos? –preguntó el senador, mirando hacia los atacantes abatidos.
–¿Ellos? –dijo Evazan, encogiéndose de hombros despreocupadamente–. Tan sólo más cazarrecompensas. Deben haber escalado hasta aquí arriba.
Dejó su copa y caminó hacia uno de los cuerpos. Estaba vestido con un traje de salto gris y casco, como los otros dos, con un cinturón de equipamiento alrededor de la cintura. Le dio la vuelta con el pie, revelando un humano con los ojos muy abiertos y la mandíbula caída, de tez morena y rasgos delgados y angulosos.
Evazan vio un pequeño dispositivo sujeto a la cintura del hombre.
–Usaron disruptores de campo individuales para cruzar las pantallas –dijo pensativo–. Parece una clase nueva. Tendré que aumentar la potencia del campo. –Se giró para mirar al aqualish–. Senador –añadió impertinentemente–, no debería preocuparme de este tipo de cosas en absoluto. Se supone que usted debería protegerme, asegurándose de que nadie pudiera esta siquiera cerca de aquí con equipamiento como ese.
–No podemos investigar los antecedentes y rastrear a todo el mundo que llega al planeta –dijo a la defensiva el senador–. La seguridad que le estamos ofreciendo es ya muy grande e increíblemente cara.
Evazan agitó la cabeza.
–Sigue sin ser suficiente. Este es el tercer intento desde que vivo aquí. Cada vez son mejores.
–Habíamos asumido en cierto modo que ocultarle en una fortaleza como esta en una isla aislada como esta sería suficiente protección –replicó el senador con tono indignado–. Por supuesto, entonces no sabíamos que media galaxia trataba de darle caza.
Evazan dio un paso hacia él.
–¿Está diciendo que no lo valgo? –preguntó
–Esa es precisamente la cuestión por la que estoy aquí –fue la severa respuesta.
–De acuerdo –asintió el doctor–. Hablaremos de ello. –Señaló la mesa de comedor–. ¿Quiere que terminemos la comida antes?
El senador miró a sus platos aún llenos de comida.
–¿Comer? –dijo, y miró los cuerpos–. ¿Qué pasa con ellos?
–Oh, Rover se ocupará de ello –dijo Evazan.
La gelatina ya había reptado sobre uno de los muertos, expandiendo su masa viscosa sobre la silueta, engulléndola y ocultándola. La criatura comenzó a temblar de emoción y emitió un sonido como de sorbidos.
–Limpia todas las sobras –dijo Evazan–. Es parte de la razón por la que he sido capaz de entrenarle con semejante facilidad. Aquí está muy bien alimentado.
–Realmente ya no tengo mucha hambre –dijo el aqualish. Se sentó y tomó un trago muy largo de cerveza–. Sólo vayamos al asunto de mi visita, ¿quiere? No quiero… Es decir, no puedo estar mucho tiempo aquí.
–Bien –dijo el doctor, sentándose igualmente–. ¿Cuál es su problema?
–Créditos –respondió sin rodeos el senador–. Todo este proyecto se nos ha ido de las manos. Proporcionar este lugar y las instalaciones de su laboratorio fue suficientemente costoso. Y ahora está la seguridad. Este incidente sólo subraya el problema. ¡Está costando una fortuna a nuestro gobierno!
–Y una bien merecida –respondió Evazan, inclinándose sobre la mesa para hablar con intensidad–. Llevan décadas sin ser otra cosa que esclavos del Imperio, viviendo a sus órdenes. Han perdido su orgullo y su identidad para sobrevivir. Tan sólo, ¿Cuánto están dispuestos a pagar para librarse de sus cadenas?
Rover terminó de digerir el primer cuerpo. Dejando en el suelo sólo una mancha húmeda con forma humana, reptó a la segunda figura.
–Ninguna cantidad sería demasiado grande para librarnos del Imperio –admitió el senador, tratando de no mirar el truculento trabajo de la criatura–. Pese a todo, mi subcomité de asignaciones necesita algo que lo tranquilice para continuar su financiación. Nuestro actual recorte presupuestario…
–¡Que se vaya al cuerno, su presupuesto! –gritó Evazan–. Cuando termine mi investigación, tendrán un secreto tan valioso para el Imperio, que ellos les darán su libertad y cualquier otra cosa que quieran.
–Sí, sí, eso nos asegura usted –replicó el senador–. Pero últimamente hemos tenido pocas pruebas que apoyen su reivindicación de una gran revolución médica. Quizá si me ofrece alguna prueba de su progreso, algo sólido que pueda llevarme, entonces pueda convencerles para que continúen.
–Me parece justo –concedió el doctor–. Le mostraré lo cerca que estoy del triunfo total. Ya ha sido probado de varios modos diferentes. De hecho, sólo necesito una última cosa para demostrar mi revolucionario trabajo. Tengo que encontrar un espécimen de macho humano… uno joven, fuerte, saludable y perfectamente formado.
Los ojos del senador se estrecharon por la curiosidad.
–¿Por qué?
–Lo verá usted mismo. –Evazan se puso en pie–. Le llevaré abajo, al laboratorio, ahora.
El senador le miró.
–¿A su… laboratorio? –dijo con claros recelos–. ¿Es realmente necesario, Doctor? Seguro que cualquier otra evidencia bastará. Datos de investigación, quizá, o…
–Insisto –dijo Evazan–. ¡Tiene que ver lo que he hecho aquí usted mismo!
El aqualish suspiró y, con gran renuencia, se puso en pie.
–Por aquí, senador –dijo el doctor, conduciéndole hacia la puerta.
Tras ellos, el meduza terminaba ruidosamente su segundo plato y se dirigía hacia el postre final. El tercer hombre muerto yacía curvado de medio lado. Podía verse parcialmente una pequeña unidad de enlace de comunicaciones sujeta en su cinturón. La pequeña luz verde del indicador de funcionamiento estaba encendida...
Una de las dos figuras sentadas en la mesa del comedor se giró, ladeando su cabeza para escuchar.
–¿Qué es eso? –preguntó una voz áspera– ¡Rover, ve a mirar!
Algo se movió en una esquina entre las sombras. Una masa se deslizó hacia delante con un húmedo sonido de succión, saliendo a la luz. Era una forma gelatinosa, una masa mucosa de un color verde como la bilis que brillaba con aspecto grasiento, y que reptaba y se deslizaba por el suelo mediante un anillo de delgados tentáculos con punta bulbosa que ondeaban sobre la masa redondeada. Siguió rezumándose, cruzando el largo comedor hacia una de las aperturas arqueadas de las ventanas del muro lejano.
–Jamás hubiera creído que se pudiese llegar a amaestrar a un meduza –señaló, con cierta sorpresa, la segunda figura de la mesa.
El primer hombre se giró hacia el invitado que se sentaba frente a él en la mesa del comedor.
–Al contrario, senador. Es bastante sencillo amaestrarlos. De hecho, es una de las especies más maleables que he encontrado. Me gustaría que hubiera más especies así.
El rostro del hombre estaba oscurecido por una gran cicatriz que le desfiguraba el lado derecho, dejando el ojo derecho en una rendija de carne caída y aplanando la nariz, lo que le proporcionaba un aspecto porcino.
–Desgraciadamente, puedo imaginarme el tipo de cosas que le gustarían, Dr. Evazan –contestó el senador aqualish con un escalofrío de repulsa. De aspecto humanoide en general, tenía algunas características de morsa, con grandes y líquidos ojos negros, y gruesos colmillos curvos. Bigotes cortos y gruesos se alineaban en el hocico alargado, dividido en dos por una boca ancha y fina.
El senador alzó su mano para alcanzar la copa frente a él. La mano tenía forma de aleta, sin dedos, pero con un pulgar oponible. Eso lo señalaba como miembro de la más preeminente de las dos razas aqualish, y por tanto perteneciente a sus clases gobernantes. Tomó un largo sorbo de la cerveza andoana de la copa y miró a Rover con nerviosismo.
La criatura gelatinosa ya había alcanzado uno de los dos ventanales. Esforzándose por lograr una postura más elevada, se alzó en el aire un instante, con sus bulbosos tentáculos oscilando de un lado al otro como si estuviera olisqueando el aire.
Al otro lado de la apertura, el vasto océano del planeta acuático Ando se extendía hasta un horizonte grisáceo, casi negro. En las hirvientes nubes tormentosas que allí había, espectaculares relámpagos zigzagueaban e iluminaban las altísimas nubes.
El profundo bramido del trueno cruzaba sobre las olas agitadas por el vendaval para rebotar contra los escarpados muros de piedra de las torres del castillo construido sobre el acantilado. Cientos de metros por debajo de la ventana del castillo, inmensas olas golpeaban como puños contra la base de la isla rocosa, abriéndose en dedos blancos que trataban inútilmente de agarrarse y ascender.
La total magnificencia de la salvaje escena estaba de algún modo deslucida por un tembloroso destello de luz creado por el campo de energía que formaba una pantalla en cada apertura.
La gelatinosa criatura descendió de nuevo. Sus tentáculos bulbosos se giraron hacia Evazan de inmediato y se inclinaron hacia él, como si le hiciera una señal urgente.
El Dr. Evazan arqueó la ceja que le quedaba sobre su ojo izquierdo. Su cara semidestruida no mostró ningún otro signo de emoción.
–Ahora, si es tan amable de tirarse bajo la mesa –dijo a su huésped como si estuviese remarcando un hecho.
El senador aqualish observó con asombro cómo una de las manos de Evazan surgió de debajo de la mesa empuñando una pistola bláster. La otra mano se alzó para golpear un botón en una pequeña consola de sobremesa, y luego un segundo.
Todas las luces se apagaron.
Simultáneamente, un sonido chisporroteante vino del otro lado de las ventanas, y las pantallas de energía de las tres aberturas se colapsaron hacia el interior cuando tres formas las atravesaron desde el exterior.
El senador lanzó un agudo graznido de terror y se lanzó bajo la gruesa mesa.
Las tres formas golpearon el suelo, dieron una voltereta y se pusieron en pie instantáneamente. Un destello de un relámpago lejano iluminó tres siluetas humanoides mientras alzaban rifles bláster y comenzaban a disparar.
Evazan ya estaba rodando desde su silla hacia el refugio de un pequeño salón. Disparó mientras lo hacía, y su descarga golpeó de lleno a una de las tres formas.
El atacante soltó un gruñido de dolor mientras se tambaleaba y caía. Los otros dos se agacharon buscando protección. Disparos de las armas de ambos lados cruzaron la habitación, chocando contra muros de piedra y atravesando muebles.
Uno de los atacantes estaba tan pendiente de acertar a Evazan que no se percató de que algo se acercaba sigilosamente… no hasta que un sonido líquido le hizo girarse justo cuando Rover embistió.
El intruso no tuvo ninguna oportunidad de defenderse cuando todos los tentáculos del meduza se dispararon hacia delante, tocando con sus extremos bulbosos el pecho y la cara del otro. Cada bulbo brilló con fuerza, y la silueta de la víctima se puso rígida, estremeciéndose como si estuviera recibiendo una descarga eléctrica, y luego cayó.
La retorcida boca de Evazan se alzó en una grotesca sonrisa.
–Buen chico, Rover –murmuró. Pero la sonrisa se desvaneció cuando miró hacia la puerta de la sala–. ¿Pero dónde demonios estás, Ponda? –añadió con tono irritado.
Salió de su cobertura, gateando por la sala oscura, buscando un buen ángulo para disparar al último enemigo. Cuando Evazan se alzaba para apuntar hacia el último sitio donde había visto al otro, una gota de sudor de ese último invasor cayó sobre la silueta oscura del doctor.
La puerta de la habitación estalló hacia el interior y una nueva figura la cruzó. Un disparo bláster rápido y con buena puntería ensartó al atacante de Evazan, salvando por los pelos al doctor de un disparo letal.
El último cuerpo dio un golpe seco al caer al suelo. Evazan se puso en pie, sacudiéndose el polvo de encima.
–Ya era hora, Ponda –dijo al recién llegado, caminando hacia la mesa para volver a encender las luces.
Al volver la iluminación se reveló otro macho aqualish empuñando un bláster recién disparado. Pero la mano derecha de Ponda Baba era la mano peluda y con dedos como garras de alguien perteneciente a la raza aqualish inferior. La mano derecha y el antebrazo al que estaba unida eran artificiales, y de una clase mecánica bastante burda, con su estructura esquelética mecánica no cubierta por biocarne.
–Tienes suerte –replicó Ponda con un gruñido, devolviendo su bláster de nuevo a su funda–. Casi dejo que te encargues de ellos tú solo.
Y con eso se giró y abandonó la sala.
El senador andoano estaba saliendo de debajo de la mesa del comedor en ese momento. Evazan enfundó su propia arma y miró a su huésped pidiendo perdón.
–Lo siento. En los viejos tiempos, Ponda Baba habría estado aquí como un rayo. Un verdadero equipo, éramos entonces.
–¿Él… ah… trabaja para usted? –dijo el senador, aún recuperándose del shock.
–Éramos socios –explicó lacónicamente el doctor.
El senador parecía consternado por eso.
–Ya sabe, es de la casta más baja, aquí en Ando. Su gente tiene una dudosa moral y los hábitos más violentos. Se les trata con tanto desdén que pocos de ellos permanecen en nuestro planeta. Emigran y a menudo se convierten en criminales galácticos.
–Bueno, Ponda no podría haber sido un mejor compañero para mí –dijo Evazan, sirviéndoles a ambos fuertes bebidas–. Es decir, hasta un día en Tatooine. Tuvo una trifulca allí, en la cantina de Mos Eisley. Un anciano con un sable de luz Jedi rebanó el brazo derecho de Ponda por ayudarme. Tras eso tuvimos una especie de discusión.
–Está aquí ahora –señaló el senador–. Y parece que acaba de salvarle la vida.
–Bueno, aún le debo un brazo –explicó el doctor–. Ha tenido problemas para ahorrar dinero suficiente para un buen reemplazo biónico. Así que hemos establecido una débil alianza hasta que pueda ayudarle. Yo le proporciono un brazo, él trabaja para mí como guardaespaldas… en teoría.
Tomó un largo trago de su cerveza.
–¿Qué hay de ellos? –preguntó el senador, mirando hacia los atacantes abatidos.
–¿Ellos? –dijo Evazan, encogiéndose de hombros despreocupadamente–. Tan sólo más cazarrecompensas. Deben haber escalado hasta aquí arriba.
Dejó su copa y caminó hacia uno de los cuerpos. Estaba vestido con un traje de salto gris y casco, como los otros dos, con un cinturón de equipamiento alrededor de la cintura. Le dio la vuelta con el pie, revelando un humano con los ojos muy abiertos y la mandíbula caída, de tez morena y rasgos delgados y angulosos.
Evazan vio un pequeño dispositivo sujeto a la cintura del hombre.
–Usaron disruptores de campo individuales para cruzar las pantallas –dijo pensativo–. Parece una clase nueva. Tendré que aumentar la potencia del campo. –Se giró para mirar al aqualish–. Senador –añadió impertinentemente–, no debería preocuparme de este tipo de cosas en absoluto. Se supone que usted debería protegerme, asegurándose de que nadie pudiera esta siquiera cerca de aquí con equipamiento como ese.
–No podemos investigar los antecedentes y rastrear a todo el mundo que llega al planeta –dijo a la defensiva el senador–. La seguridad que le estamos ofreciendo es ya muy grande e increíblemente cara.
Evazan agitó la cabeza.
–Sigue sin ser suficiente. Este es el tercer intento desde que vivo aquí. Cada vez son mejores.
–Habíamos asumido en cierto modo que ocultarle en una fortaleza como esta en una isla aislada como esta sería suficiente protección –replicó el senador con tono indignado–. Por supuesto, entonces no sabíamos que media galaxia trataba de darle caza.
Evazan dio un paso hacia él.
–¿Está diciendo que no lo valgo? –preguntó
–Esa es precisamente la cuestión por la que estoy aquí –fue la severa respuesta.
–De acuerdo –asintió el doctor–. Hablaremos de ello. –Señaló la mesa de comedor–. ¿Quiere que terminemos la comida antes?
El senador miró a sus platos aún llenos de comida.
–¿Comer? –dijo, y miró los cuerpos–. ¿Qué pasa con ellos?
–Oh, Rover se ocupará de ello –dijo Evazan.
La gelatina ya había reptado sobre uno de los muertos, expandiendo su masa viscosa sobre la silueta, engulléndola y ocultándola. La criatura comenzó a temblar de emoción y emitió un sonido como de sorbidos.
–Limpia todas las sobras –dijo Evazan–. Es parte de la razón por la que he sido capaz de entrenarle con semejante facilidad. Aquí está muy bien alimentado.
–Realmente ya no tengo mucha hambre –dijo el aqualish. Se sentó y tomó un trago muy largo de cerveza–. Sólo vayamos al asunto de mi visita, ¿quiere? No quiero… Es decir, no puedo estar mucho tiempo aquí.
–Bien –dijo el doctor, sentándose igualmente–. ¿Cuál es su problema?
–Créditos –respondió sin rodeos el senador–. Todo este proyecto se nos ha ido de las manos. Proporcionar este lugar y las instalaciones de su laboratorio fue suficientemente costoso. Y ahora está la seguridad. Este incidente sólo subraya el problema. ¡Está costando una fortuna a nuestro gobierno!
–Y una bien merecida –respondió Evazan, inclinándose sobre la mesa para hablar con intensidad–. Llevan décadas sin ser otra cosa que esclavos del Imperio, viviendo a sus órdenes. Han perdido su orgullo y su identidad para sobrevivir. Tan sólo, ¿Cuánto están dispuestos a pagar para librarse de sus cadenas?
Rover terminó de digerir el primer cuerpo. Dejando en el suelo sólo una mancha húmeda con forma humana, reptó a la segunda figura.
–Ninguna cantidad sería demasiado grande para librarnos del Imperio –admitió el senador, tratando de no mirar el truculento trabajo de la criatura–. Pese a todo, mi subcomité de asignaciones necesita algo que lo tranquilice para continuar su financiación. Nuestro actual recorte presupuestario…
–¡Que se vaya al cuerno, su presupuesto! –gritó Evazan–. Cuando termine mi investigación, tendrán un secreto tan valioso para el Imperio, que ellos les darán su libertad y cualquier otra cosa que quieran.
–Sí, sí, eso nos asegura usted –replicó el senador–. Pero últimamente hemos tenido pocas pruebas que apoyen su reivindicación de una gran revolución médica. Quizá si me ofrece alguna prueba de su progreso, algo sólido que pueda llevarme, entonces pueda convencerles para que continúen.
–Me parece justo –concedió el doctor–. Le mostraré lo cerca que estoy del triunfo total. Ya ha sido probado de varios modos diferentes. De hecho, sólo necesito una última cosa para demostrar mi revolucionario trabajo. Tengo que encontrar un espécimen de macho humano… uno joven, fuerte, saludable y perfectamente formado.
Los ojos del senador se estrecharon por la curiosidad.
–¿Por qué?
–Lo verá usted mismo. –Evazan se puso en pie–. Le llevaré abajo, al laboratorio, ahora.
El senador le miró.
–¿A su… laboratorio? –dijo con claros recelos–. ¿Es realmente necesario, Doctor? Seguro que cualquier otra evidencia bastará. Datos de investigación, quizá, o…
–Insisto –dijo Evazan–. ¡Tiene que ver lo que he hecho aquí usted mismo!
El aqualish suspiró y, con gran renuencia, se puso en pie.
–Por aquí, senador –dijo el doctor, conduciéndole hacia la puerta.
Tras ellos, el meduza terminaba ruidosamente su segundo plato y se dirigía hacia el postre final. El tercer hombre muerto yacía curvado de medio lado. Podía verse parcialmente una pequeña unidad de enlace de comunicaciones sujeta en su cinturón. La pequeña luz verde del indicador de funcionamiento estaba encendida...
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