Ascensión y caída de Darth Vader
de Ryder Windham
de Ryder Windham
Prólogo
Darth Vader, el Señor Oscuro del Sith, estaba soñando.
En su sueño, vio su propia figura oscura sobre la terraza abierta que colgaba del muro exterior del Castillo de Bast, su fortaleza privada en el planeta Vjun. Lluvia ácida congelada raía su casco, y fuertes vientos ondeaban su capa negra con increíble furia, como si el propio clima hiciera todo lo posible por matarle, junto con cualquier otra cosa que intentase vivir en el yermo planeta. Y a pesar de ello Vader se sentía más vivo de lo que había sentido en años.
Volviéndose desde el balcón, entró por un pórtico abovedado, dejando un rastro de pisadas húmedas en el suelo del corredor. En los muros se alineaban conductos calefactores automáticos que secaron su vestimenta mientras irrumpía en el débilmente iluminado observatorio. Aunque pocos habían pisado nunca el interior de su fortaleza, no se sorprendió de encontrar al joven que permanecía de pie en el centro de la cámara, bajo la cúpula del techo.
El joven era Luke Skywalker.
Vestido con ropas ajustadas, Luke daba la espalda a Vader mientras examinaba un mapa estelar tridimensional que estaba suspendido en el aire sobre un holoproyector. Vader reconoció el mapa como el Sector de Coruscant. Los brazos de Luke colgaban a sus lados, y Vader notó que la mano derecha de Luke, enfundada en un guante negro, casi estaba tocando el sable de luz que colgaba de su cinturón.
Un nuevo sable de luz, pensó Vader. Y una nueva mano.
Silencioso como una sombra, Vader avanzó en la habitación.
Sin dar señales de haber notado la presencia de Vader, Luke alzó su brazo derecho hacia el campo estelar holográfico. Movió sus dedos cibernéticos a través del pequeño y brillante orbe que representaba al planeta Coruscant.
─El Emperador está muerto ─dijo Luke en voz baja─. Todo lo que era suyo es ahora tuyo.
─No, hijo mío ─dijo Vader─. La galaxia es nuestra.
Luke asintió y sonrió. Vader aún seguía mirando a Luke cuando una grave y familiar voz murmuró inesperadamente desde atrás.
─Ambos estáis… equivocados.
Era la voz del Emperador Palpatine. Vader vio cómo la expresión de Luke se tensaba, pero no se giró para enfrentarse al Emperador. Entonces el Emperador comenzó a reir.
Un anillo de fuego surgió del suelo, rodeando a Vader y separándolo de Luke. Escuchando la risa socarrona de su maestro, Vader inclinó su cabeza enmascarada. ¿Por qué no te mueres?, pensó
La risa continuó.
─¡No puede estar vivo! ─dijo Luke─. ¡Padre, ayúdame!
Alrededor de Vader, el fuego comenzó a avanzar hacia dentro, acercándose a su cuerpo. Bajo su casco, Vader intentaba no escuchar la horrible risa. ¿Por qué nunca te mueres?
Pero la risa no paró. Vader intentó alcanzar su propio sable de luz, pero súbitamente su brazo se sentía como si estuviera hecho de piedra sólida. Las llamas lamían ahora su capa y sus botas. El Emperador rió con más fuerza. Luke comenzó a gritar.
Vader cerró sus ojos con fuerza. Podía oler los circuitos fundidos y la carne quemándose.
¡¿POR QUÉ NUNCA...?!
Y entonces Vader despertó.
Los ojos de Vader se abrieron de golpe. Sentado en el interior de su cámara de meditación presurizada, a bordo de su superdestructor estelar personal, el Ejecutor, su primer pensamiento fue que los Jedi no tienen pesadillas. Ese pensamiento le sorprendió casi tanto como la intensidad de la imaginería del Castillo de Bast. Hacía más de dos décadas desde que había renunciado a la orden Jedi para convertirse en un Lord Sith, y en todos esos años no había pensado en si los Jedi tenían pesadillas, ni siquiera sueños. No desde el final de las Guerras Clon.
Quizá haya sido una premonición, pensó Vader, mientras una vena latía en la sien izquierda de su desnuda y horriblemente desfigurada cabeza. Rápidamente rechazó esa idea. Reconocía una premonición cuando la tenía, sabía que eso era más que un simple truco de la imaginación mezclado con deseos subconscientes. La visión de su fortaleza había sido algo más.
Quizá una advertencia, pero, ¿de quién? Vader consideró la posibilidad de que la visión hubiera sido plantada en su mente por un telépata experimentado. La idea de que hubieran podido violar su mente le enojó, y su ira le abrió al lado oscuro de la Fuerza. Cerrando los ojos, usó la Fuerza para buscar signos, rastros de energía psíquica que pudieran conducirle a un invasor telepático. No encontró nada, nadie…
Pero el Emperador no dejaría ningún rastro.
Vader hizo una mueca. Había pasado un año desde su último encuentro con Luke Skywalker en Ciudad Nube, donde le reveló a Luke su identidad y le dijo que destruir al Emperador era su destino. Vader sospechaba que el Emperador sabía de su traición, porque el Emperador acababa sabiéndolo todo. Pero incluso si el Emperador estuviera al corriente de todo lo que había ocurrido, Vader estaba seguro de que no se sentiría amenazado. El Emperador simplemente era demasiado poderoso. Y, a pesar de todo, de algún modo Vader sentía que el Emperador no tenía nada que ver con su extraña visión del Castillo de Bast.
¿Puede haber sido sólo un sueño? Vader no estaba seguro. Después de tantos años sin soñar, había olvidado cómo eran los sueños.
Sobre su pálida cabeza, un brazo robótico retráctil mantenía su casco contra el techo de la cámara esférica. Servomotores dedicados bajaron el casco sobre su cabeza y lo ajustaron al sello hermético de su cuello. Cuando sus dañados pulmones exhalaron a través de los sistemas de soporte de vida de su armadura, un profundo siseo surgió de su rejilla de respiración triangular.
La parte superior de la cámara de meditación se alzó, exponiendo a Vader como un pistilo negro en el centro de una flor mecánica blanca. Su asiento giró, permitiéndole mirar una ancha pantalla, que parpadeó para mostrar la imagen del almirante Piett en el puente del Ejecutor.
─Informe de estado ─dijo Vader.
─El Ejecutor está preparado para abandonar la órbita de Coruscant ─respondió Piett, firme con su uniforme gris. Aunque su voz estaba alerta, sus ojos parecían cansados de mirar pantallas de sensores y monitores de navegación─. Espero sus órdenes.
─Establezca curso hacia el sistema Endor ─dijo Vader.
─Como desee, mi señor.
La imagen de Piett desapareció de la pantalla.
Definitivamente no ha sido un sueño, se convenció a sí mismo Vader sin dificultad. Los sueños son para formas de vida patéticas. Observó su propio reflejo en la superficie de la pantalla.
Yo soy la pesadilla.
Con un gesto imperceptible, reconfiguró la pantalla para mostrar el campo estelar que se encontraba justo ante la proa del Ejecutor. Mientras observaba las estrellas distantes de la pantalla, un recuerdo profundamente enterrado se abrió camino hasta su consciencia. Era el recuerdo de un deseo, el deseo de visitar todas las estrellas de la galaxia. Pero ese deseo, y los sueños que venían con él, habían pertenecido a otra persona, un niño que vivió hace mucho tiempo y que ya no existía.
Esos eran los sueños de un niño llamado Anakin Skywalker.
En su sueño, vio su propia figura oscura sobre la terraza abierta que colgaba del muro exterior del Castillo de Bast, su fortaleza privada en el planeta Vjun. Lluvia ácida congelada raía su casco, y fuertes vientos ondeaban su capa negra con increíble furia, como si el propio clima hiciera todo lo posible por matarle, junto con cualquier otra cosa que intentase vivir en el yermo planeta. Y a pesar de ello Vader se sentía más vivo de lo que había sentido en años.
Volviéndose desde el balcón, entró por un pórtico abovedado, dejando un rastro de pisadas húmedas en el suelo del corredor. En los muros se alineaban conductos calefactores automáticos que secaron su vestimenta mientras irrumpía en el débilmente iluminado observatorio. Aunque pocos habían pisado nunca el interior de su fortaleza, no se sorprendió de encontrar al joven que permanecía de pie en el centro de la cámara, bajo la cúpula del techo.
El joven era Luke Skywalker.
Vestido con ropas ajustadas, Luke daba la espalda a Vader mientras examinaba un mapa estelar tridimensional que estaba suspendido en el aire sobre un holoproyector. Vader reconoció el mapa como el Sector de Coruscant. Los brazos de Luke colgaban a sus lados, y Vader notó que la mano derecha de Luke, enfundada en un guante negro, casi estaba tocando el sable de luz que colgaba de su cinturón.
Un nuevo sable de luz, pensó Vader. Y una nueva mano.
Silencioso como una sombra, Vader avanzó en la habitación.
Sin dar señales de haber notado la presencia de Vader, Luke alzó su brazo derecho hacia el campo estelar holográfico. Movió sus dedos cibernéticos a través del pequeño y brillante orbe que representaba al planeta Coruscant.
─El Emperador está muerto ─dijo Luke en voz baja─. Todo lo que era suyo es ahora tuyo.
─No, hijo mío ─dijo Vader─. La galaxia es nuestra.
Luke asintió y sonrió. Vader aún seguía mirando a Luke cuando una grave y familiar voz murmuró inesperadamente desde atrás.
─Ambos estáis… equivocados.
Era la voz del Emperador Palpatine. Vader vio cómo la expresión de Luke se tensaba, pero no se giró para enfrentarse al Emperador. Entonces el Emperador comenzó a reir.
Un anillo de fuego surgió del suelo, rodeando a Vader y separándolo de Luke. Escuchando la risa socarrona de su maestro, Vader inclinó su cabeza enmascarada. ¿Por qué no te mueres?, pensó
La risa continuó.
─¡No puede estar vivo! ─dijo Luke─. ¡Padre, ayúdame!
Alrededor de Vader, el fuego comenzó a avanzar hacia dentro, acercándose a su cuerpo. Bajo su casco, Vader intentaba no escuchar la horrible risa. ¿Por qué nunca te mueres?
Pero la risa no paró. Vader intentó alcanzar su propio sable de luz, pero súbitamente su brazo se sentía como si estuviera hecho de piedra sólida. Las llamas lamían ahora su capa y sus botas. El Emperador rió con más fuerza. Luke comenzó a gritar.
Vader cerró sus ojos con fuerza. Podía oler los circuitos fundidos y la carne quemándose.
¡¿POR QUÉ NUNCA...?!
Y entonces Vader despertó.
Los ojos de Vader se abrieron de golpe. Sentado en el interior de su cámara de meditación presurizada, a bordo de su superdestructor estelar personal, el Ejecutor, su primer pensamiento fue que los Jedi no tienen pesadillas. Ese pensamiento le sorprendió casi tanto como la intensidad de la imaginería del Castillo de Bast. Hacía más de dos décadas desde que había renunciado a la orden Jedi para convertirse en un Lord Sith, y en todos esos años no había pensado en si los Jedi tenían pesadillas, ni siquiera sueños. No desde el final de las Guerras Clon.
Quizá haya sido una premonición, pensó Vader, mientras una vena latía en la sien izquierda de su desnuda y horriblemente desfigurada cabeza. Rápidamente rechazó esa idea. Reconocía una premonición cuando la tenía, sabía que eso era más que un simple truco de la imaginación mezclado con deseos subconscientes. La visión de su fortaleza había sido algo más.
Quizá una advertencia, pero, ¿de quién? Vader consideró la posibilidad de que la visión hubiera sido plantada en su mente por un telépata experimentado. La idea de que hubieran podido violar su mente le enojó, y su ira le abrió al lado oscuro de la Fuerza. Cerrando los ojos, usó la Fuerza para buscar signos, rastros de energía psíquica que pudieran conducirle a un invasor telepático. No encontró nada, nadie…
Pero el Emperador no dejaría ningún rastro.
Vader hizo una mueca. Había pasado un año desde su último encuentro con Luke Skywalker en Ciudad Nube, donde le reveló a Luke su identidad y le dijo que destruir al Emperador era su destino. Vader sospechaba que el Emperador sabía de su traición, porque el Emperador acababa sabiéndolo todo. Pero incluso si el Emperador estuviera al corriente de todo lo que había ocurrido, Vader estaba seguro de que no se sentiría amenazado. El Emperador simplemente era demasiado poderoso. Y, a pesar de todo, de algún modo Vader sentía que el Emperador no tenía nada que ver con su extraña visión del Castillo de Bast.
¿Puede haber sido sólo un sueño? Vader no estaba seguro. Después de tantos años sin soñar, había olvidado cómo eran los sueños.
Sobre su pálida cabeza, un brazo robótico retráctil mantenía su casco contra el techo de la cámara esférica. Servomotores dedicados bajaron el casco sobre su cabeza y lo ajustaron al sello hermético de su cuello. Cuando sus dañados pulmones exhalaron a través de los sistemas de soporte de vida de su armadura, un profundo siseo surgió de su rejilla de respiración triangular.
La parte superior de la cámara de meditación se alzó, exponiendo a Vader como un pistilo negro en el centro de una flor mecánica blanca. Su asiento giró, permitiéndole mirar una ancha pantalla, que parpadeó para mostrar la imagen del almirante Piett en el puente del Ejecutor.
─Informe de estado ─dijo Vader.
─El Ejecutor está preparado para abandonar la órbita de Coruscant ─respondió Piett, firme con su uniforme gris. Aunque su voz estaba alerta, sus ojos parecían cansados de mirar pantallas de sensores y monitores de navegación─. Espero sus órdenes.
─Establezca curso hacia el sistema Endor ─dijo Vader.
─Como desee, mi señor.
La imagen de Piett desapareció de la pantalla.
Definitivamente no ha sido un sueño, se convenció a sí mismo Vader sin dificultad. Los sueños son para formas de vida patéticas. Observó su propio reflejo en la superficie de la pantalla.
Yo soy la pesadilla.
Con un gesto imperceptible, reconfiguró la pantalla para mostrar el campo estelar que se encontraba justo ante la proa del Ejecutor. Mientras observaba las estrellas distantes de la pantalla, un recuerdo profundamente enterrado se abrió camino hasta su consciencia. Era el recuerdo de un deseo, el deseo de visitar todas las estrellas de la galaxia. Pero ese deseo, y los sueños que venían con él, habían pertenecido a otra persona, un niño que vivió hace mucho tiempo y que ya no existía.
Esos eran los sueños de un niño llamado Anakin Skywalker.
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