jueves, 23 de octubre de 2008

La Colmena (II)

2

Sobre ellos se elevaba ChikatLik, la ciudad capital de Ord Cestus, una metrópoli de seis millones de habitantes construida en una burbuja de lava natural modificada por la colmena. El vidrioso gris natural de la burbuja era un arco iris de colores reflejados de las luces y holoanuncios de la ciudad. ChikatLik amalgamaba la arquitectura de cientos de culturas, era un bosque de capiteles retorcidos y raíles elevados, vías aéreas llenas de lanzaderas droide, taxis, transportes personales y tranvías de todo tipo. Las paredes de la burbuja ocultaban una red de sistemas de transporte dentro del propio suelo: trenes subterráneos, de levitación magnética, maravillas tecnológicas que transportaban trabajadores, ejecutivos, mineral, y equipo.
Pero ahí abajo, muy por debajo de las calles de ChikatLik, sólo existía la colmena. Las generaciones de constructores de la colmena habían masticado y habían excavado a través del suelo. La textura de las paredes tenía una apariencia de durocemento masticado que Obi-Wan había notado en otras partes de ChikatLik, evidencia clara de la construcción x’ting.
Más abajo, en los túneles más profundos, las paredes estaban cubiertas con parches rectangulares de hongo blanco manipulado que emitía una firme luz azulada.
-¿Es esta vuestra forma de iluminación? -preguntó Obi-Wan.
Jesson asintió.
-El hongo se mantiene bien aquí, se alimenta y prospera. En otras partes crece salvaje, y el hongo se va comiendo las paredes, ensanchando lentamente los túneles.
El hongo había tallado la roca haciendo que pareciera la superficie de alguna escultura antigua. Obi-Wan pasó sus dedos por encima de él mientras caminaban, sintiendo como que estaba leyendo la historia secreta de un antiguo libro x’ting.
-¿Cuántos forasteros han estado aquí? -preguntó.
-Eres el primero -respondió Jesson.
Obi-Wan suspiró. El tono de Jesson había sido plano y frío. Él y el x’ting tenían que llegar a un entendimiento, pero esperaba retardarlo hasta que hubieran pasado un poco más de tiempo juntos.
-¿Adónde conduce este túnel?
Jesson se volvió hacia él, sonriendo con desprecio.
-Escucha, Jedi. Yo seguiré mis órdenes y te llevaré conmigo, pero no tiene por qué gustarme. Vosotros, los extraplanetarios, arruinasteis nuestro planeta. Nos estafasteis y nos lavasteis el cerebro y corrompisteis a nuestros líderes...
-Si estás pensando en Quill, creo que ha sido retirado del consejo.
-Y reemplazado por Duris -dijo Jesson-. Dudo que ella sea mucho mejor.
-Si tienes a tus líderes en tan baja estima, ¿por qué los obedeces?
Jesson se irguió completamente.
-Yo obedezco a mi entrenamiento, y a las reglas de mi clan. Soy leal a la colmena, no meramente al consejo. Y ahora el consejo desea el retorno de los monarcas. Yo les ayudaré a hacerlo. -Sus alas temblaron un poco. A la luz del hongo parecían láminas de hielo azul pálido-. No te equivoques, Jedi. Yo te llevaré conmigo. Pero las fantasías sobre tus grandes poderes no te salvarán en las profundidades de la colmena. Quizá Duris crea que algún hechicero de Coruscant salvó una vez a los pobres e ignorantes x’ting, pero yo soy ninguna larva lloriqueante para creer tales cuentos.
-De acuerdo -dijo Obi-Wan mientras continuaban adentrándose en el túnel-. Yo nunca oí hablar de ellos, así que no voy a pedirte que los creas.
Jesson se encogió de hombros, aunque parecía satisfecho de que Obi-Wan no estaba intentando convencerle.
-Es típico en los pueblos colonizados identificarse con sus opresores. Este anhelo de un rescatador alienígena resulta lamentable. Es odioso para la colmena.
Obi-Wan estaba a punto de hablar cuando Jesson levantó sus brazos primarios.
-Sé muy silencioso.
El x’ting atravesó una cortina de musgo colgante. Curiosamente, una vez en el otro lado Obi-Wan oyó un firme zumbido. El musgo parecía haber funcionado como algún tipo de aislante.
Entonces Obi-Wan se quedó boquiabierto. Sintió que había entrado en un reino de fantasía, donde la misma gravedad había sido suspendida.
Colgando del techo había una serie de esferas azules hinchadas unidas como por un adhesivo invisible. Ninguna pierna o brazo o algo similar a una cara era visible. Pudo darse cuenta de que estas criaturas eran de la misma especie que Shar Shar, el ayudante de la regente Duris, pero mucho más grandes. Eran vagamente translúcidos, con venas azules delgadas. A la débil luz de los hongos pudo ver órganos latiendo lentamente, así como algún tipo de estómago estirado o ampolla.
-¿Qué son estas criaturas? -preguntó Obi-Wan.
-Son de una especie llamada zeetsa. Nosotros los alimentamos, y ellos producen un alimento llamado vitaleche. Antiguamente nuestro pueblo dependía de ellos, y vivíamos todos juntos. Pero con el tiempo desarrollaron más mente y voluntad. A aquellos que desean unirse a nuestra sociedad se les permite hacerlo, mientras que aquellos que escogen una existencia más pacífica y silenciosa pueden tenerla también.
Suspiró, y por un momento pareció olvidarse de su antipatía hacia Obi-Wan.
-La vitaleche es una gran exquisitez. -Se volvió hacia el Jedi-. Como extraplanetario, podrías permitirte ese lujo con más facilidad que la mayoría de los x’ting.
Las superficies azuladas de las criaturas productoras de vitaleche emitían un pacífico fulgor calmante, pero incluso si Jesson hubiera insistido, Obi-Wan no habría probado ese manjar de momento. Uno nunca sabía los efectos, ni siquiera los benignos de las comidas alienígenas, y él tenía que contar con todos sus sentidos en las próximas horas.
La sala era calurosa, hasta el punto de que la temperatura resultaba incómoda, y Obi-Wan determinó rápidamente que el calor emanaba de los muchos cuerpos agolpados.
Mientras miraba, la superficie lisa de uno de los globos empezó a irritarse. Una protuberancia reconocible como una nariz apareció, seguida por dos cuencas oculares, casi emergiendo de la superficie como una criatura que flota a través de una piscina de aceite. Obi-Wan parpadeó, sobresaltado, cuando caras similares crecieron en dos de las otras esferas. Caras genéricas, una especie de mezcla entre un x’ting y un humano, casi como si los zeetsa no tuvieran realmente ninguna forma propia, y en cambio tomaran prestada la apariencia de sus vecinos.
Las tres esferas con caras se giraron para mirar a los intrusos que los habían despertado de su largo y productivo letargo.
Escuchó algo borbotear en la sala, y pensó que era la versión zeetsa de un discurso. Estaban hablándose, preguntándose, quizás, quién era este extraplanetario...
No... no quién, sino qué. Si Jesson tenía razón, ningún otro extraplanetario había llegado nunca hasta allí, y eso significaría con toda seguridad que nunca habían visto a un ser humano.
La sala era tan grande como una bahía de atraque de un crucero estelar: inmensa, y silenciosa salvo por ese constante murmurar. Obi-Wan sentía como que estaba atravesando el cuarto de unos niños que dormían, salvo por las inquietantes caras que aparecían en la superficie lisa de los bulbos que se balanceaban en el aire, desafiando la gravedad. Uno de ellos formó unos labios y una boca reconocibles, y él se detuvo por un momento, anonadado. Ante sus ojos, su propia cara apareció, barba incluida, grabada en la superficie de la esfera azul.
Y entonces las comisuras de la boca se elevaron.
-Está intentando comunicarse -susurró, atónito.
-Está soñando -dijo Jesson-. Y tú eres una parte del sueño.
El bulbo rotó para seguirles mientras alcanzaban el lado opuesto de la caverna. El túnel era más oscuro que el lugar de descanso de las criaturas de vitaleche, y Obi-Wan guardó esa imagen final, la sonrisa de una durmiente criatura irracional, para llevársela con él en la oscuridad.

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