jueves, 23 de octubre de 2008

La sopa está lista: El relato del fumador de pipa (II)

No es que yo quiera matar seres.
Si, lo sé... habéis escuchado las historias. Pero esto es una verdad del corazón, si podéis creer que tenga alguna: Los seres embellecen.
No estoy demente; no merodeo; no bebo sangre. Me enorgullezco de las apariencias, de mi herencia, de mi trabajo. Me lo tomo en serio, ese trabajo; no hay en absoluto margen de error, no hay latitud para una mala actitud.
Si me dieran un medio legítimo y efectivo para salir, dejaría de matar... pero he probado drogas estimulantes, y no son efectivas; el subidón es temporal y contraproducente. Los derivados sintéticos e imitaciones también son inútiles; de hecho, esas mediocridades me hacen enfermar. Lo que me deja una única solución, la solución para todos los anzati: la sopa en su estado más puro, exudado por la carne y extraído de la carne. Se pudre fuera del cuerpo.
Lo que significa que debe ser un cuerpo.
Es una veta madre, Mos Eisley, una poderosa concentración de entidades de todo género, reuniéndose en negocios privados que ahora también son míos. Entre trabajos, hay asueto, vacaciones, mi oportunidad de cazar. De buscar y encontrar la vena más capaz de satisfacer mi paladar. Llamadme gourmet, si queréis; no veo razón para no satisfacerme entre dos misiones que, con su finalización, con el método para su finalización, sirven para satisfacer a mis empleadores.
Tengo tiempo. Tengo salud. Soy de hecho bastante rico, aunque no diga nada sobre ello; los créditos son un tema completamente vulgar. Si no puedes permitirte contratarme, ni siquiera sabes que existo.
Sólo un empleador, el primero que tuve, se quejó de mis precios. Era un hombre vacío con poca imaginación... Me bebí su sopa por ello, pero me dejó insatisfecho; las personas que me contratan son generalmente cobardes, incapaces de nada más allá del deseo de poder y recompensa financiera, y su sopa está diluida. Pero sirvió, esa muerte; nadie volvió a quejarse nunca.
La lealtad, como la Suerte, no puede ser adquirida, sólo prestada durante un predefinido espacio de tiempo en el cual me sirvo a mí mismo incluso mientras sirvo a otros favoreciendo las ambiciones –o apaciguando las insignificantes disputas– de miríadas de seres. En general es un arreglo totalmente satisfactorio: Mis empleadores tienen el placer de saber que cierta “molestia” ya no molestará más, yo bebo la sopa del adversario caído, y mis empleadores me pagan por ello.
Pero de lo que la gente no se da cuenta es de lo efímero que es mi vínculo: Sólo es la sopa a lo que soy leal, y a los propósitos de la extracción.
Otros anzati se amarran a vidas pequeñas, vidas completamente enfocadas en la caza. Pero hay más, mucho más; una necesidad sólo tiene la imaginación de ver qué yace ahí fuera, y de encontrar la forma de tomarlo.
Dejadles que se amarren. Dejadles que vivan sus pequeñas vidas, bebiendo de venas que no merecen la pena. Dejad que yo tome las mejores en su lugar. Un trago que se sube a la cabeza, esa sopa, mucho más embriagadora –y por tanto más duradera– que las medidas temporales en las que se apoyan otros anzati.
Y mientras tanto me pagan por hacer lo que debo hacer.
Sí. Oh, sí. El mejor de todos los mundos.

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