martes, 28 de octubre de 2008

Solitario de Jade (III)

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Bardrin le había dicho que la mansión y las tierras de Praysh estaban situadas cerca del centro de una de las mayores ciudades de Torpris. Él olvidó mencionar, sin embargo, que esa sección en concreto de la ciudad estaba por otra parte completamente compuesta de barrios bajos.
O por lo menos así le parecía a Mara mientras maniobraba su deslizador terrestre por las tortuosas calles hacia las altas paredes del complejo, haciendo una mueca de dolor ante la basura y las ruinas amontonadas en los callejones entre los ruinosos edificios e intentando no golpear a ninguno de los astrosos mendigos que vagaban a lo largo de la calle. Allí se encontraban individuos de una docena de especies diferentes, todos con el mismo aspecto de desesperación, y se encontró preguntándose cuánto de eso era consecuencia de la presencia de Praysh en la ciudad.
Pasando un último grupo de seres, alcanzó la puerta lateral a la que le habían dicho que fuera. Flanqueándola estaban un par de guardias drach'nam, que parecían aun más gigantescos que lo usual para su especie debido a su pesada armadura corporal. Cada uno de ellos sostenía un látigo neurónico, con un bláster enfundado y un largo cuchillo listo en la reserva.
-Eh, hola -les llamó alegremente, mirando los látigos con la clase de desprecio que reservaba para las armas innecesariamente bárbaras-. Tengo aquí un paquete para Su Primera Grandeza Chay Praysh, un regalo del Mrahash de Kvabja. ¿Puedo entrar?
Uno de los guardias casi soltó una risita, rápidamente ahogada.
-Seguro -dijo, moviéndose pesadamente hacia ella-. Tráelo aquí y le echaremos un vistazo.
Mara se deslizó fuera del vehículo y extrajo el cilindro de embalaje del compartimiento del almacenamiento trasero. Era grande -de un metro de alto y medio de diámetro- pero bastante ligero, consistiendo la mayor parte de su contenido en el material de los cojines para el delicado globo flotador que había pedido prestado a Bardrin.
-Es algún tipo de objeto de arte caro, creo -dijo, poniéndolo cuidadosamente en el suelo delante de él.
-Ah, eso es, bien -convino el guardia, mirando a Mara de arriba abajo-. Un momento.
Regresó a la puerta y comenzó a hablar por un panel comunicador incrustado en la pared. Hubo un ligero movimiento junto a Mara...
[Déjalo y vete], dijo en voz baja una voz alienígena detrás de ella.
Mara se volvió. Una hembra togoriana estaba de pie detrás del deslizador terrestre, con su pelaje enmarañado y sucio; claramente sólo era uno de los mendigos que vagaban por la calle. Pero sus ojos amarillos eran brillantes y vivos, y mostraba ligeramente los dientes a los guardias.
-¿Disculpe? -preguntó Mara.
[He dicho que lo dejes y te vayas], dijo la alienígena, vocalizando las palabras del idioma comercial Ghi con alguna dificultad. [Aquí estás en gran peligro.]
-Oh, no sea tonta -dijo Mara, agitando su cabeza con casual despreocupación mientras se asombraba ante el coraje de la togoriana al arriesgarse así. Claramente, ella sabía o sospechaba lo que les pasaba a las hembras humanas que vagasen cerca de la fortaleza de Praysh; pero intentar alejar de ese modo una potencial presa ante las narices del esclavista rayaba en suicidio-. Sólo voy a entregar un regalo a Su Primera Grandeza, eso es todo.
La togoriana siseó.
[Estúpida: tú eres el regalo], gruñó. [Huye, mientras aún puedas.]
-Bien, todo listo -dijo el guardia, apagando la unidad de comunicaciones y caminando hacia Mara. Ella retrocedió ante él, asegurándose mantener una expresión agradablemente neutra en su rostro. Si él tan sólo llegase a sospechar que la togoriana había intentado advertirla, podría haber repercusiones desagradables-. Puede entrar con su regalo.
-Gracias -dijo Mara, inclinándose para recoger el cilindro...
Una mano enguantada cayó con un golpe sobre la parte superior del paquete.
-Después de que nosotros lo desempaquetemos, claro.
Mara sintió tensarse sus músculos.
-¿Qué quiere decir? -preguntó cautelosamente, mientras se erguía de nuevo.
El guardia ya tenía su cuchillo fuera, una arma dentada de aspecto horrible con un mango consistente en una serie de gruesas púas, afiladas como agujas, colocadas hacia arriba y hacia abajo alternativamente desde la base de la hoja.
-Quiero decir que lo desempaquetaremos aquí fuera -dijo, mientras hundiendo la hoja bajo la tapa-. Nunca se sabe lo que alguien podría intentar introducir dentro de un paquete, ya me entiende.
Mara echó un vistazo por encima de su hombro al segundo guardia, con la sensación de que las cosas iban repentina y terriblemente mal ondulando a través de ella. Encajado en su escondite entre la capa interna y la externa del cilindro, hubiera apostado cualquier cosa a que su sable de luz podría atravesar sin problemas cualquier escáner de armas estándar que los guardias de Praysh hubieran usado con el paquete. Pero desempaquetarlo fuera de la fortaleza no era una posibilidad con la que hubiera contado.
-¿Y qué pasa si lo rompe? -preguntó ansiosamente.
-No se preocupe; estamos acostumbrados a hacer esto -le aseguró el guardia-. H'sishi, creo que ya os dije que se supone que los basureros debéis quedaros detrás de la línea.
[Perdóneme], dijo la togoriana, en tono casi humillado. [Vi el metal brillante...]
-¿Y esperabas ser la primera en conseguir algo, huh? -El guardia terminó de abrir la tapa y separó la primera placa de espuma de embalaje-. Aquí tenéis, basureros -llamó ruidosamente, lanzando la tapa y la espuma calle abajo.
Abruptamente, los merodeadores agrupados entraron en acción, arrojándose hacia los pedazos voladores como si fueran valiosas joyas en lugar de la basura no deseada. El guardia continuó excavando, arrojando más placas de espuma a la confusión, hasta que alcanzó el globo flotador del centro.
-Aquí está -dijo, introduciendo las manos en el embalaje y extrayendo cuidadosamente el globo-. Bien. De acuerdo -agregó, dando el globo a Mara-. Ahora puede entrar.
Mara tragó saliva, mirando al cilindro mientras el guardia continuaba deshaciendo el embalaje hasta el fondo y arrojando los pedazos. Alzó la vista...
Y se encontró los ojos amarillos de H'sishi fijos en ella. Mara se sintió como sus labios se tensaban; y entonces, para su sorpresa, la alienígena mostró ligeramente sus dientes, como si se imaginase qué es lo que estaba buscando. Entonces hubo un movimiento a su lado, y Mara miró hacia atrás a tiempo de ver como el guardia alzaba el propio cilindro sobre su cabeza y lo lanzaba hacia la hirviente muchedumbre pendenciera.
Una docena de mendigos abandonó su lucha por la espuma desecha y se lanzó hacia el punto dónde aterrizaría. Pero H'sishi fue más rápida. Con un solo salto llegó bajo el cilindro, cogiéndolo en sus brazos y siseando una advertencia a los dos o tres que intentaron arrebatárselo. Otro siseo, y la muchedumbre se retiró renuentemente.
-Supongo que realmente quería el metal brillante -dijo el guardia con una sonrisa de desprecio-. Bien, humana, vamos.

La sopa está lista: El relato del fumador de pipa (III)

Siempre son los espaciopuertos, siempre los bares. Supongo que uno podría igualmente sugerir que los burdeles sirven también para el mismo propósito, pero en esos lugares se realiza un tipo enteramente distinto de negocios, transitorio en su naturaleza y sin tomar muchos riesgos, salvo en la elección de pareja o, quizá, de herramientas. En los bares se bebe, se juega, se apuesta. Vienen aquí primero cuando terminan un negocio, buscando tanto vicio, especias y entretenimiento como pueda ser adquirido en la cantina; y vienen aquí buscando trabajo. Piratas espaciales, burladores de bloqueos, asesinos a sueldo, cazarrecompensas, incluso un puñado de esos involucrados en la Alianza Rebelde. El Imperio ha expulsado a estos últimos de los lugares que ellos preferirían, transformando a personas anteriormente inocentes y de buen corazón en almas tan desesperadas como otras, pero con una visión pura y plateada como los soles gemelos de Tatooine, completamente inalterados por la dura realidad de los tiempos.
Cuando uno cree con suficiente firmeza, cuando la convicción es absoluta, uno no se acobarda ante las adversidades. Su sopa es muy dulce.
La arena asfixia. Es un ser en sí misma, a un tiempo tímida y dominante. Desluce las botas, ensucia los tejidos, se incrusta en las arrugas de la piel. Hace que hasta los anzati busquen alivio, y por tanto busco un interior, lejos del calor de los soles gemelos; y me detengo allí –recordando un día hace muchos años, y a un corpulento e inmisericorde hutt–, con los ojos cerrados para ajustarlos más rápidamente a la pálida y escasa luz, espesa y rancia como mantequilla de bantha.
Sería demasiado esperar que el propietario de la cantina instalase más luces, o mejorase su etapa de potencia Queblux, identificable por su lamentable falta de eficiencia y un grave, casi inaudible, gemido. Semejantes reparaciones chocarían con la naturaleza de Chalmun, que se basa en la desconfianza; los tratos se hacen al anochecer, no bajo el fijo e inmitigable resplandor de Tatoo I y Tatoo II, grandes incendios como ojos en el semblante de una galaxia que, como el rostro del Emperador, se envuelve con una holgada capucha.
Ah, pero hay más aquí, dentro, que alivio para la arena, para el calor. Hay el aroma, la promesa de saciedad.
...sopa...
Es densa, tan densa... al principio estoy desbordado; es mejor que lo que recordaba: tantos niveles y sabores, los matices, los tonos, los suspiros... aquí podría beber por durante días sin fin, repleto con satisfacción.
Ahh.
Tantas personas, tantos sabores, tanta Suerte para comer. La Oportunidad es aquí corpórea, la variedad infinita. Es una sinfonía de sopa corriendo cálida, rápida, húmeda, como sangre casi hirviendo bajo el frágil tejido de la carne.
No soy un droide, dice el detector; soy bienvenido en la cantina de Chalmun. Y me río en la privacidad de mi mente, porque Chalmun, cegado por su parcialidad, no sabe que hay cosas en el mundo más detestables que los androides, que son generalmente inofensivos, sencillos e incluso bastante convenientes. Pero dejadle al hombre con su intolerancia; si todos fuesen como la Alianza Rebelde, tan intransigentes en el honor, la sopa sería tan floja como unas gachas.
...sopa...
En los bolsillos de las mejillas, las probóscides se estremecen. Por un instante, sólo un instante, se asoman un milímetro, abrumadas por el embriagador aroma detectable sólo por los anzati; los demás, no importa raza ni género, son completamente inconscientes de ello. Pero nada se gana sin espera; es un fillip completamente vigorizador, y hace que la negación de uno mismo merezca la pena.
Las probóscides se retiran adecuadamente, aunque reticentes, enrollándose de nuevo en los bolsillos junto a mis fosas nasales. Cepillo una fina capa de arena de mis mangas, me coloco bien la chaqueta, y bajo los cuatro escalones que conducen a la tripa del bar.
Aquí la sopa es abundante.
La paciencia será recompensada.

La Colmena (III)

3

El túnel que los alejaba de la cámara de los zeetsa era más angosto. Si él lo hubiera deseado, Obi-Wan podría haber arrancado con sus codos el hongo blanco azulado de ambas paredes mientras caminaban. El moho aquí crecía en parches salvajes, algunos de ellos en manchas bajo los pies, lo suficientemente resbaladizas para que un explorador incauto se torciera un tobillo. El musgo salvaje daba aquí una luz más débil, y de vez en cuando Jesson usaba una barra luminosa para abrir el camino. El propio aire se sentía mohoso y pesado. Obi-Wan supuso que nadie había estado allí durante años.
-¿Dónde estamos ahora? -preguntó.
-Más lejos de lo que he llegado nunca -contestó Jesson-. Pero sé lo que nos espera delante.
-¿Qué, exactamente?
-La Sala de los Héroes -dijo Jesson-. Allí es donde se honraba a los mayores líderes de nuestro pueblo, hace tiempo, antes de que los clanes se separaran tras la plaga. En ese mundo, cada guerrero se esforzaba por realizar un gran servicio para la colmena, para que su imagen pudiera aparecer un día en la sala.
-¿Y qué hay de la gente que permaneció aquí abajo? -preguntó Obi-Wan.
-Ellos son los verdaderos x’ting -dijo, con una pizca de orgullo asomando en su voz por primera vez-. Quizá cuando esto haya terminado me quede con ellos. Se dice que creen que nosotros, los x’ting “superficiales”, hemos olvidado las antiguas costumbres. Y tienen razón.
-¿Intentarán detenernos?
-No lo creo. Ellos, más aún que los de la superficie, han esperado el retorno de los monarcas. De hecho -agregó-, una vez que hayamos abierto la bóveda, no puedo pensar en mejores manos a las que confiar los huevos.
Obi-Wan se detuvo.
-Los huevos serán entregados al consejo, Jesson.
Los ojos del x’ting chispearon.
-Sí. Por supuesto.
Obi-Wan no confió en esa respuesta. ¿Podría entregar Jesson los huevos a los x’ting que acechaban en las profundidades de la colmena? Y si lo hiciera, ¿cómo debía él, Obi-Wan, responder?
Cada cosa en su momento, pensó. Tenían mucho que superar antes de que eso supusiera un problema.
El túnel acababa en una puerta de metal gigantesca, cerrada a cal y canto, y tan oxidada que casi parecía una parte natural de la pared.
Jesson pasó sus manos por la superficie.
-Éste es el camino trasero hacia la bóveda. Debemos pasar por la Sala de los Héroes, donde todavía viven los antiguos x’ting. Hace muchos años erigieron esta puerta para impedir el paso a la plaga. Para mantenernos fuera de sus vidas. -Volvió la mirada hacia Obi-Wan-. Tendremos que abrir la puerta.
-Eso puedo hacerlo -dijo Obi-Wan. Desenfundó su sable de luz y activó su rayo esmeralda. Luego respiró profundamente y lentamente empezó a apretar su hoja en la puerta. El sonido siseante llenó la oscuridad. El metal líquido chirrió al vaporizarse. Al cabo de unos momentos había quemado un agujero del tamaño de un puño en la puerta. Obi-Wan se detuvo y miró a través de él. Nada más que oscuridad al otro lado. Escuchó. Nada.
No. Nada no. Algo andaba furtivamente al otro lado de la puerta. Pero era algo distante. Garras en metal y piedra. Aparte de eso, silencio.
Los dedos de los brazos secundarios de Jesson se retorcieron con tensión.
-¿Hay algo que no me hayas contado? -preguntó Obi-Wan.
-Hay historias -admitió Jesson-. Hace cinco años, cuando intentamos recuperar los huevos, uno de mis hermanos pasó por otra abertura. Sé que consiguió llegar hasta la Sala de los Héroes. Pero después de eso... -Se encogió de hombros-. Perdimos la comunicación.
-Ya veo. -A Obi-Wan no le gustó como sonaba eso. Podría implicar demasiadas cosas.
Ensanchó el agujero, y luego esperó a que el metal se enfriase para que pudieran pasar a través de él.
-Yo iré primero -dijo. El moho en la siguiente cámara apenas era suficientemente brillante como para revelar un espacio gran vacío con suelo de roca. La sala era quizás de unos veinte metros de ancho, con paredes suavemente convexas-. Parece despejado -dijo, y entonces se deslizó al otro lado, inmediatamente alerta.
Por la luz de su sable de luz pudo ver que el suelo de la cámara, aproximadamente esférica, era de piedra pulida. En el centro había una escalera de piedra descendente. Obi-Wan supuso que llevaba a otra cámara bajo ellos.
Jesson se arrastró ágilmente a través del agujero quemado y permaneció de pie, sosteniendo su barra luminosa.
-¿Nunca has estado en aquí? -preguntó Obi-Wan.
-Nunca. Y tampoco ningún miembro vivo de la colmena superior -dijo-. Creo que ahora estamos dentro de la estatua más grande de la Sala de los Héroes x’ting.
Empezaron a bajar los escalones, girando en una escalera de caracol mientras descendían alrededor de una única columna de roca en mitad de una cámara tallada en la piedra. ¿Tallada? Masticada, pensó Obi-Wan.
-Algo va mal -dijo Jesson. La cautela se palpaba en la voz del guerrero x’ting.
-¿Qué?
-Huelo mucha muerte -dijo.
El propio silencio era tan opresivo que era imposible para Obi-Wan no estar de acuerdo con él. Algo iba mal, él podía darse cuenta de ello también. A mitad del descenso, Jesson apuntó su luz al suelo bajo ellos.
Por un instante, Obi-Wan no pudo creer lo que estaba viendo. El suelo entero de la cámara estaba cubierto con caparazones vacíos, estrellados. Innumerables montones de ellos, esparcidos como huesos en la guarida de un gran depredador.
-¿Qué pasó aquí? -susurró Jesson.
-¿Tú qué crees?
Los fragmentos de exoesqueleto, los cráneos y piernas y piezas torácicas, parecían observarles fijamente, burlándose de ellos y advirtiéndoles al mismo tiempo.
-O bien se arrastraron hasta aquí por millares y murieron, o...
-¿O qué? -preguntó Obi-Wan.
-O algo los arrastró hasta aquí.
Obi-Wan se agachó, pasando sus dedos a lo largo de los bordes rotos de un caparazón. No había ni rastro de humedad en la carne restante. Esto había pasado hace años.
Se levantó y lideró la marcha por la escalera de piedra descendente en el centro de la sala. La retorcida salida no tenía ninguna baranda, y habría sido una caída dolorosa si le hubiera pillado por sorpresa. El polvoriento olor a muerte vieja y olvidada subía para envolverles.
Cuando alcanzaron el fondo, su pie aplastó con un crujido el caparazón de una pierna.
-Luz -dijo tan sólo, y la tomó de la mano de Jesson.
Los caparazones habían sido cascados. No se veía que quedase nada de la carne marchita. ¿Devorado? Por donde quiera que mirase, no había más que resquebrajados exoesqueletos profanados de x’ting muertos.
Jesson se puso en cuclillas tras Obi-Wan, examinando los restos.
-Yo... no lo entiendo -dijo cuando Obi-Wan le devolvió la barra luminosa.
Algo en su voz causó un escalofrío en el Jedi.
-¿Qué pasa? -preguntó Obi-Wan.
-Mira estas marcas de mordiscos.
Obi-Wan las inspeccionó. Los caparazones habían sido de hecho abiertos a mordiscos, no cascados con herramientas.
-Sí. Salvaje.
-No lo entiendes -dijo Jesson-. Son marcas de dientes x’ting.
Y de repente el horror que había atrapado a Jesson recorrió la columna vertebral de Obi-Wan. Aquí en las profundidades, donde los x’ting habían intentado mantener las antiguas costumbres, algo había pasado. ¿Un clan volviéndose contra otro clan? ¿Una guerra? Como quiera que hubiera empezado, lo que estaba claro era cómo había acabado:
Canibalismo. Esos x’ting se habían comido a su propia gente. No había ningún comportamiento más bajo, ningún adversario más aborrecible. El miedo a ser matado por un oponente siempre estaba presente, era una parte natural de la vida de un guerrero. Pero la idea de ser asesinado y luego devorado... eso era otra cosa.
-Sugiero que nos mantengamos en movimiento -dijo.
-Estoy de acuerdo dijo Jesson, mordiendo las palabras. Y continuaron cruzando la sala.
Algo se movió. Obi-Wan no podía verlo, ni oírlo; lo sintió, un desplazamiento del aire a su alrededor, una perturbación en la Fuerza.
-Creo que no estamos solos -dijo.
Jesson alcanzó la vara de tres secciones sujeta a su espalda. Las secciones eran de cristal o de algún material acrílico claro, conectado por cortos fragmentos de cadena. Garrote y látigo, todo en uno, pensó Obi-Wan. Deseó que el x’ting lo usara con gran destreza.
-Esa puerta -dijo Jesson, indicando una abertura en el lado lejano de la sala. Esa sala, al igual que la superior, tenía una pared cóncava, pero en un ángulo más abierto.
-Lleguemos hasta allí -dijo Obi-Wan-. Rápidamente. Aunque sospecho que es allí donde nuestra compañía nos espera.
Los labios de Jesson se elevaron sobre sus dientes, mostrando múltiples filas pequeñas y afiladas. Obi-Wan se cuidaría muy mucho de dejar que esas mandíbulas atraparan su brazo.
-Que se acerquen -dijo el x’ting.
Paso a paso progresaron por el suelo. Casi estaban junto a la puerta cuando el olor del aire cambió. Sólo un poco, un aroma irritante que flotaba hacia ellos en la más débil de las brisas. Algo que secaba la lengua y la garganta, un picor ácido, vestigio de gases estomacales. Antes de que pudiera identificar conscientemente el olor, los primeros ojos resplandecientes aparecieron. Reluciendo. Facetados, parpadeando ante ellos en la oscuridad.
Y entonces les atacaron.
Jesson dejó caer su lámpara casi enseguida, y aunque no se extinguió al golpear el suelo, la luz que daba quedó sesgada y parcial. El resplandor del sable de luz de Obi-Wan era más brillante, incrementándose con zumbidos y llamaradas cuando encontraba el arma o el cuerpo de un oponente.
Eran x’ting -el Jedi estaba seguro de eso-, pero x’ting de una variedad diferente a todos los que había visto hasta ahora. No estaban especializados para el combate: eran excavadores, trabajadores. Las mandíbulas sobredimensionadas implicaban que ellos podían ser los que producían la sustancia masticada que caracterizaba la colmena.
La mayoría de ellos llevaba pesadas palancas de metal. ¿Armas? ¿Herramientas? Fuera cual fuese el propósito para el que habían sido pensadas originalmente, las barras aplastarían cualquier hueso que golpeasen.
No había tiempo para pensar. Los mandobles del sable de luz de Obi-Wan eran amplios y largos. Los x’ting excavadores caían ante él como el grano ante la guadaña. Siseaban y seguían llegando, aullando.
Obi-Wan medía su respuesta, permitiéndoles acercarse a él, y luego tomando una postura agresiva cuando tenía la ventaja. Ferozmente rápido, los x’ting caníbales atacaron en una ola aterradora, simplemente agitando sus barras de metal, confiando en su superioridad numérica para conseguir la victoria.
Contra un Jedi, eso no era suficiente.
El aire alrededor de Obi-Wan siseaba mientras su sable de luz atacaba y giraba. Tras de los primeros instantes había ajustado su paso y estilo de ataque, y pudo observar con un poco más de detalle a sus adversarios. Lo primero que comprendió fue que eran casi ciegos tras años de vagar en la oscuridad, e indudablemente cazaban mediante el olfato o el oído. La hoja brillante de su sable de luz asustó algunos de ellos, congelándolos en el sitio, haciéndoles vacilar en su ataque. Aquellos que no titubearon murieron siseando con su odio y su miedo.
Entre los golpes, entre respiraciones, Obi-Wan echaba rápidos vistazos para ver cómo le estaba yendo a Jesson.
El guerrero x’ting no necesitaba ninguna ayuda. Se desenvolvía con una agilidad intrépida, agresiva, casi ingrávida, pateando y golpeando en todas las direcciones con sus seis extremidades. Su arma giraba como una hélice, tan rápidamente que era casi invisible. Sujetaba su vara de tres secciones primero por un extremo, luego por la sección central, y luego por el otro extremo, girándola y retorciéndola en posiciones defensivas y de ataque, y cada vez que lo movía, uno de sus enemigos caía para no volver a levantarse.
Se agachó, barriendo los pies de varias criaturas bajo ellos, y cuando se alzó, Jesson giró en una feroz posición de ataque que imitaba a una araña acercándose furtivamente a los hilos de su red.
Sus atacantes los rodearon, siseando y girando mientras Obi-Wan y Jesson unían sus espaldas e inspeccionaban la horda.
-No podemos matarlos a todos -dijo Jesson.
-No -confirmó Obi-Wan-. Pero no tenemos por qué hacerlo. ¡Sígueme!
Sin más palabras, el Jedi se zambulló en la masa de caníbales, abriéndose paso hacia la puerta. Se esforzó por no pensar en lo que les pasaría -o a Jesson, al menos-, si eran superados. Era mejor quedarse en el reino de la Forma III, la modalidad de combate de sable de luz en la que había practicado tanto tiempo. Era mejor, y no menos efectivo, para alguien que entendiera que la defensa y el ataque eran dos caras de la misma moneda.
Izquierda, derecha, izquierda... desviaba golpes, destrozaba armas, y separaba extremidades en una deslumbrante pantalla cegadora, que creaba líneas llameantes en la oscuridad. Sus enemigos, aunque feroces, tenían la desventaja de su casi total ceguera; sólo un hambre antinatural los impulsaba a seguir.
Parecían estar despertando en oleadas, arrastrándose fuera de los agujeros oscuros en los que habían entrado. ¿Estas cosas habían malvivido en la oscuridad, en los desperdicios y la basura que cualquier gran ciudad produce? Coruscant también tenía sus necrófagos, gángsteres y criaturas sin casa ni hogar que habían abandonado la luz para vivir en los resquicios de los tejidos sociales. Pero las criaturas que los rodeaban ahora rivalizaban con lo peor que esa gran ciudad planeta pudiera ofrecer.
-¡Corre! -exclamó Jesson, y corrieron a toda velocidad hacia la puerta. El pasaje se estrechaba, y era un poco más difícil para los caníbales localizarles, haciendo la defensa bastante más fácil. Ahora podía ver la escalera, sólo una docena de metros más allá.
Obi-Wan giró 360 grados; vislumbró a Jesson mientras desviaba y atacaba, con su vara de tres secciones aplastando cabezas y haciendo que sus enemigos comenzaran a huir a un lugar más seguro.
Pero entonces una masa de cuerpos retorciéndose se arrojó de repente contra Jesson, y el guerrero cayó. Obi-Wan llegó justo a tiempo para detener una lanza dentada que se dirigía a su guía; su sable de luz destelló, dejando el atacante aullando con un miembro amputado. Usando la Fuerza para lanzar a otro a un lado, el Caballero Jedi se agachó rápidamente, ayudando Jesson a levantarse del suelo.
No sabía como se mostraba el miedo en la cara de un x’ting, pero estaba bastante seguro de que ésa era la emoción dominante en esos ojos rojos facetados. El miedo y la certeza de muerte, y quizás algo más.
Obi-Wan le soltó y Jesson corrió hacia el enemigo, dejando atrás su palo triple. Al principio el corazón de Obi-Wan se hundió; luego, cuando el Jedi miró, el guerrero x’ting estaba desarmando al primer caníbal que le golpeó, arrebatando una lanza de las manos de la criatura. Jesson hizo girar la jabalina hasta que fue poco más que un borrón letal, haciendo correr a los caníbales aullando hacia las sombras. Pateaba y golpeaba, amagando con su púa, y destrozando cabezas con su lanza. Pronto se liberó, y él y Obi-Wan comenzaron a descender por una escalera de mano, en un largo y angosto tubo, hacia la oscuridad.

Doctor Muerte: El relato del Dr. Evazan y Ponda Baba (III)

En el interior del castillo, Evazan y su invitado descendieron una larga escalera de caracol. Cuanto más descendían hacia el misterioso sanctasanctórum de la guarida del doctor, más se deshacía en disculpas el senador andoano.
–Por mi parte, nunca ha habido dudas acerca de su integridad –explicó el alienígena con una voz cada vez más aguda por su creciente preocupación–. Son mis colegas del senado los que han hecho caso de los rumores. Algunos dicen que está condenado a muerte en diez sistemas.
–Doce, de hecho –dijo despreocupadamente Evazan–. Puede que ahora sean más. No lo he comprobado.
–¿En serio? –dijo el senador, elevando la frecuencia de su voz un poco más–. Y además hay ciertas historias acerca de algunas de sus... eh... prácticas médicas.
–Tampoco negaré que hay algo de cierto en ellas –admitió el doctor–. No me arrepiento de lo que he hecho. Todo era por una buena causa.
Llegaron al final de la escalera. Evazan quitó el cerrojo de una gran puerta de metal y la abrió. La puerta chirrió en sus goznes, y ambos la cruzaron.
Al otro lado, un único espacio ocupaba los inmensos cimientos del castillo. Pilares cortos y rechonchos y pesados arcos de piedra sostenían el elevado techo. Extendiéndose hacia las sombras lejanas, un estante tras otro de grandes cilindros de cristal brillaban débilmente, llenos de un líquido dorado... y algo más.
El senador avanzó unos pasos, observando conmocionado. Cada cilindro parecía contener algún tipo de ser.
Avanzó más, examinando una hilera de criaturas flotando en fluido ámbar. Eran gigantescos wookiees y diminutos jawas, givins esqueléticos y abbyssinos de un sólo ojo. Había humanoides cornudos de Devaron y criaturas con aspecto de insecto de la raza kibnon, junto con otras incontables especies de planetas de toda la galaxia.
–¿Están... muertos? –inquirió nerviosamente el senador, mirando al cilindro de un arcona reptiliano que le devolvía la mirada con ojos en blanco, como joyas.
–Desgraciadamente –dijo Evazan–. Conservados en mi fluido de embalsamamiento especial. Son algunos de mis pacientes que no sobrevivieron a mis intentos quirúrgicos para ayudarles. Pero el trabajo médico que hice en ellos fue de todas formas de gran valor para mí.
El senador volvió a mirar a los cadáveres, más detenidamente. Todos habían sido manipulados de una manera que podría llamarse “cirugía” de algún modo, aunque la palabra “carnicería” podría haberse aplicado con más rigor. La mayoría estaban mutilados, con sus cuerpos abiertos en canal, y les faltaban varias extremidades u órganos. En algunos casos, los propios elementos del ser habían sido reemplazados por cosas que, bastante a las claras, eran ajenas.
–Digo que me ayudaron –continuó Evazan, recorriendo una hilera de sus “pacientes”–. Sobre todo indicándome cuándo mi investigación había llegado a un punto muerto –dedicó al senador una horrenda sonrisa–, si me perdona la expresión.
–¿Experimentó en ellos? –dijo horrorizado el senador.
Evazan alejó la idea con un gesto de la mano.
–Por supuesto que no. Pretendía ayudarles con mis técnicas creativas. Intentaba darles más salud y una vida más larga. En teoría, al menos.
Tocó el cilindro que contenía la figura destripada de un ranat con aspecto de roedor.
–He dedicado toda mi vida a ayudar a los demás. Me llamaron loco, criminal, a mi pesar. Pero nadie comprendía. Sólo usaba mis habilidades para reformar la vida de distintos modos, tratando de crear algo mejor. –Suspiró y volvió la mirada al aqualish–. Pero no era suficiente.
El senador recorrió una y otra vez las largas filas de las víctimas del doctor.
–¿No era suficiente?
–La alteración física no era suficiente.
El doctor se dirigió al siguiente cilindro. Dentro había un espécimen particularmente horrendo. Era una criatura que había sido construida con partes recuperadas de docenas de seres diferentes, cosidas y grapadas entre sí para formar un collage monstruoso.
–Como ve, incluso cortando y uniendo juntas las mejores partes del cuerpo de la galaxia, no podía alcanzar el efecto que deseaba. –Alzó una mano para tocar el desfigurado lado derecho de su cara–. No, la clave era la mente. Es por eso que mi investigación tomó una nueva dirección. Venga por aquí.
Abrió el paso a través de las hileras de cilindros hasta una gran área en el centro de la sala. Allí, un complejo conjunto de equipamiento electrónico se alzaba hasta el techo de un modo bastante precario. Los diversos sistemas, conectados entre sí con enredadas guirnaldas de cable, chasqueaban y siseaban incómodamente incluso con la mínima potencia de entrada que ahora corría por ellos.
El elemento clave de ese montón desordenado de alta tecnología eran dos plataformas preparadas con mesas de operación. Correas, claramente dedicadas a sujetar a los pacientes, se añadían a su aspecto siniestro. Sobre cada una, un extraño dispositivo con aspecto de colador colgaba mediante una docena de cables de un brazo pivotante. Más cables conectaban éstos a la máquina central.
–Este es mi instrumento de transferencia –dijo orgullosamente Evazan–. Los componentes principales fueron modificados a partir de unidades imperiales avanzadas de transmogrificación, originalmente diseñadas para alterar la programación de los droides. Ponda y yo conseguimos “liberar” este equipo de una instalación de investigación imperial. Pero lo he adaptado para usarlo en seres vivos.
El senador había estado mirando con una mezcla de intimidación y escepticismo a la masa de dudoso aspecto. Ahora miraba a Evazan con incredulidad.
–¿Seres vivos?
–Los cerebros vivos también almacenan sus conocimientos adquiridos electrónicamente, de forma muy parecida a una grabación. Esa grabación puede ser alterada, borrada... o trasladada. Los medios para lograrlo se hallan ahora ante usted.
–¿Para qué fin?
–Para tener algo que nadie ha llegado a tener nunca antes –dijo el doctor con grandilocuencia–. ¡Finalmente estoy a un paso de crear una forma viable de inmortalidad!
La incredulidad del senador se mostró más pronunciadamente en su rostro.
–Debe estar de broma, Doctor.
–No bromeo en absoluto –dijo el otro. Se acercó, hablando con grave intensidad–. ¡Sólo piense en ello! Ni siquiera el más poderoso de los Maestros Jedi con todos su poderes sobre los elementos ha conseguido una inmortalidad real. Pueden ser capaces de prolongar la vida hasta cierto límite, pero siguen decayendo y mueren al final. Mi método transferirá los niveles más altos de la inteligencia de un ser a un nuevo cuerpo, fresco, en cualquier momento que lo necesite, con sólo pulsar un interruptor. Piense en lo valioso que eso sería para el Imperio. Sus gobernantes más importantes, sus mejores mentes militares podrían vivir para siempre, obteniendo aún más conocimientos con cada nueva vida.
–Supongo que es algo por lo que el Imperio pagaría cualquier cosa –dijo el aqualish, pero con serios recelos en su voz–. Si esa cosa funciona.
–Funcionará –dijo confiado Evazan–, y pronto seré capaz de probarlo. –Sonrió con sardónico deleite–. Irónico, ¿verdad? Evazan, aquel al que una vez llamaron Dr. Muerte, ¡será quien cree semejante vida eterna!
Una consola de intercomunicación cercana emitió un pitido indicando una transmisión entrante. Evazan se giró para ver el rostro de Ponda Baba aparecer en su pequeño monitor mientras una voz surgía con cierta urgencia del altavoz.
–¡Evazan, hay alguien a nuestra puerta!
–¿Nuestra puerta? –repitió el doctor.
–En la compuerta acuática bajo el castillo. Dice que su deslizador acuático acaba de averiarse. Quiere llamar a un remolcador desde aquí.
–Eso dice, ¿eh? –replicó Evazan–. Veámosle.
Ponda tecleó en su propia consola y la imagen de la pantalla pasó a mostrar una vista de la zona de la compuerta acuática. Una pequeña embarcación repulsoelevadora marítima ocupaba el único muelle del castillo. Junto a la inmensa compuerta se encontraba de pie un macho humano de aspecto muy impresionante.
Era bastante alto, de complexión robusta, como dejaba en evidencia el traje ceñido al cuerpo que llevaba. Sis rasgos cincelados eran atractivos, y una mata de pelo rubio ondeaba sobre su bien formada cabeza.
Evazan observó al hombre con gran interés, y luego apretó botones de la consola, volviendo de nuevo a la imagen de Ponda.
–Déjale pasar –ordenó–. Pero sólo al vestíbulo. Mantenlo vigilado.
–¿Estás seguro de que eso es inteligente, Doc? –preguntó Ponda.
–¡Sólo hazlo! –Evazan apagó bruscamente el intercomunicador y se giró al senador–. Puede que vea más de lo que esperaba –dijo con excitación–. ¡Hoy podría ser el clímax de mi investigación!
Se apresuró a subir desde el laboratorio, con el desconcertado senador siguiéndole. Entraron al inmenso hall de entrada del castillo. En el muro junto a la puerta principal había un panel de control con una pantalla de vigilancia. Ponda Baba ya estaba ahí, mirando una imagen de la habitación al otro lado de la puerta.
En una pequeña y desnuda antecámara previa al hall de entrada, su rubio visitante permanecía esperando pacientemente.
Evazan miró al hombre por encima de los hombros de Ponda. Sus ojos se iluminaron con un brillo ansioso.
–¡Este será perfecto! –dijo–. ¡Qué suerte más increíble!
Rebasó a Ponda para accionar un interruptor en el panel. De la lámpara del techo de la antecámara se disparó un rayo carmesí, golpeando la cabeza del hombre rubio. Se desmayó instantáneamente, derrumbándose en el suelo.
–¿Lo ha matado? –dijo el senador andoano, aterrado.
–Sólo lo he aturdido –respondió el doctor. Miró a Ponda–. Ayúdame a llevarlo abajo.
Agarró la manilla de la puerta, pero una pata peluda cayó sobre su mano para detenerle.
–Espera, Doc –dijo la áspera voz de Ponda–. ¿No irás a transferirte a él, verdad?
–Tiene mejor aspecto que ninguno que haya visto antes –admitió Evazan–. ¿Por qué no?
–No, Doc –le espetó Ponda–. ¡Yo primero!
Evazan miró a su antiguo socio.
–¿Qué quieres decir?
–Prometiste que yo iría primero. Prometiste que tendría un cuerpo con un buen brazo. Te traje a mi planeta, te ayudé a preparar esto, te mantuve con vida por esa única razón. Me costaste un brazo en Tatooine. Me lo debes. Es hora de que me lo pagues.
–¿Cómo puedo hacer eso, Ponda? –razonó–. Mi sujeto perfecto acaba de aparecer ante mi puerta. ¡Está aquí justo ahora!
–Entonces ambos estamos de suerte, Doc –respondió Ponda–. Tú tienes el tuyo. Yo tengo el mío.
La cara del doctor se iluminó al comprender. Como una sola persona, ambos se giraron hacia el senador aqualish.
El senador había escuchado su diálogo con creciente alarma. Mientras le miraban, su expresión se tensaba más y más por el horror.
–No es joven –comentó Evazan, con aire crítico.
–Pero es de la clase gobernante –respondió Ponda–. Obtengo un brazo, y también obtengo poder.
–Ustedes... ustedes no pueden estar pensando lo que creo –jadeó el senador.
–Lo estamos –dijo el doctor, sacando su bláster–. Felicidades. Va a ayudar a dar un gran paso para la ciencia. –Señaló con el arma–. Avance, por favor.
–¡No pueden hacer esto! –gritaba el senador mientras le dirigían descendiendo hacia el laboratorio–. ¿Qué pasa con su financiación? ¿Con su protección?
–Ya no necesitaré ni una cosa ni otra –replicó el doctor–. Finalmente seré capaz de adquirir una identidad totalmente nueva. Librarme de esta cara marcada. Puedo salir de aquí a salvo de los cazarrecompensas, y con un secreto que puede cambiar la galaxia.
–Eso es lo que pretendía desde el principio, ¿verdad? –adivinó el otro–. ¡Tan sólo ayudarse a sí mismo!
–¿Qué, si no? –dijo Evazan, riendo cruelmente. De un empujón, hizo que el senador cruzara la puerta del laboratorio–. Ahora, colóquese en esa mesa de la izquierda. Rápido.
Él y Ponda llevaron a la fuerza al desventurado senador hacia la mesa y lo amarraron sobre ella. Evazan hizo descender el brazo pivotante de la izquierda, y aseguró el colgante casco metálico sobre la parte superior de la cabeza del cautivo.
Ponda ocupó rápidamente su lugar sobre la otra mesa. Evazan repitió el proceso de abrochar las correas y encajar al otro aqualish el segundo casco extraño. Luego se alejó unos pasos hasta un banco de controles.
Empujó palancas, giró diales, y observó pantallas de lecturas que indicaban el flujo de potencia. La máquina zumbaba ahora con más fuerza, cobrando vida con enorme energía. La gran columna de sus componentes tembló visiblemente, amenazando con desmoronarse.
Cuando los indicadores mostraron que había llegado a la máxima potencia, tiró con ambas manos de un doble interruptor rojo. Chispas blanquiazules como pequeños relámpagos descendieron crepitando por los cables, hasta los cascos metálicos sobre las dos cabezas. Los maniatados cuerpos tendidos se sacudieron espasmódicamente.
Evazan miró un par de diales justo bajo el interruptor rojo. Mientras el indicador de la izquierda se movía en un sentido, su contrapartida a la derecha se movía en el otro. En sólo unos segundos, las dos agujas se habían detenido en lados opuestos de sus diales.
Con una risotada de regocijo el doctor devolvió las palancas de potencia a la posición de apagado. Las crepitantes luces se desvanecieron rápidamente, y el chasquido de energía se extinguió.
–¡Ya está! ¡Ha funcionado! –dijo Evazan riendo con satisfacción, corriendo a la mesa sobre la que estaba el cuerpo del andoano de más edad–. ¡Ponda! ¡Lo hice! –dijo, desatando las correas–. ¿Cómo te sientes?
Pero el aqualish que una vez había sido el senador estaba bastante quieto, aparentemente inconsciente.
–Está bien –aseguró Evazan, dando una palmadita al ser–. Pronto estarás bien. Simplemente descansa aquí. ¡Tengo que ver mi propio nuevo cuerpo!
Abandonó el laboratorio, prácticamente corriendo de vuelta al vestíbulo principal. Sus ojos relucían con una mirada salvaje de casi irrefrenable expectación. Abrió de un tirón la puerta de la antesala e irrumpió en ella. Su espléndido espécimen seguía yaciendo inmóvil.
Se arrodilló junto al hombre, regodeándose con su cuerpo perfecto.
–Todo lo que estaba esperando –dijo–. Juventud, fuerza... ¡y una cara sin marcas! Espero que no esté herido.
Movió su mano para posarla sobre el corazón del hombre.
¡La mano desapareció atravesando el ancho pecho como si la carne se abriera para tragársela!
Retiró su mano, mirando con asombro.
–¡Un disfraz holográfico! –exclamó.
Su mano voló para agarrar la empuñadura de su bláster. Pero el otro hombre se incorporó de repente, golpeando rápidamente. Un primer impulso hacia delante para golpear el rostro de Evazan. El choque le derribó hacia atrás, cayendo cuan largo era, aturdido.
Antes de que el doctor pudiera recuperarse, el hombre rubio ya estaba en pie. La imagen de su larga silueta onduló, se fue desvaneciendo y desapareció completamente, revelando la figura de un hombre delgado con rasgos agresivos y tez oscura con un bigote negro. Una mano descansaba en el control del disfraz holográfico del cinturón, la otra mano sostenía un objeto con forma de granada que resultaba ser un detonador termal. El seguro del pulgar ya estaba retirado, y el pulgar del hombre descansaba en el botón del detonador.
–Aparta el arma, Evazan –dijo el hombre con voz cascada–, o ambos saldremos volando.
Evazan extrajo su bláster con cautela y lo arrojó lejos.
–¿Quién eres? –preguntó.
–Mi nombre es Gurion. He estado intentando atraparte durante mucho, mucho tiempo. Ponte de pie.
–Muy inteligente de tu parte usar ese disfraz –le dijo Evazan, incorporándose–. De otro modo, nunca habrías entrado aquí.
–Es precisamente lo que me figuraba. Ahora, muévete, monstruo carnicero. Llévame al tejado. Unos amigos van a recogernos allí arriba. –Gurion hizo un significativo gesto con la bomba–. ¡He dicho que te muevas!
Evazan accedió de buena gana. Entraron al vestíbulo principal y subieron una ancha escalera.
Cuando doblaron la esquina del primer descansillo para empezar un segundo tramo de escalones, Evazan bajó la mirada para ver una pequeña y brillante mancha del líquido que rezumaba Rover en una puerta del vestíbulo de abajo.
–Mírame –le dijo a su captor, intentando mantener la atención del hombre sobre él–, esto es una locura. No sé cuánta recompensa esperas recibir, pero puedo pagarte mucho más.
–No espero ninguna recompensa –replicó Gurion bruscamente–. Mi apellido es Silizzar. ¿Te suena familiar?
Evazan palideció ante ese nombre.
–Yo... yo puedo haber tenido uno o dos pacientes... –tartamudeó.
Gurion le cortó.
–Trataste a toda mi familia. ¡Por un desorden gástrico causado por un veneno que tú les diste como medicina! Les destripaste uno tras uno como si fueran peces. ¡Siete personas! Ninguna de ellas sobrevivió. No, no quiero dinero por ti. ¡Esto es puramente por venganza!
Varios tramos más arriba, alcanzaron una pequeña puerta que se abría a una zona plana del tejado. Un fresco viendo del mar tiró bruscamente de sus ropas cuando salieron. Los truenos distantes centelleaban de modo inquietante en la escena, y el profundo bramido del trueno lejano proporcionaba un constante y ominoso sonido de fondo.
Gurion dirigió a Evazan rodeando el borde del tejado, cerca del punto donde su mochila de comunicaciones estaba anclada.
–Quédate aquí como una roca –advirtió Gurion. Alzó la bomba–. Recuerda, si aprieto este botón, ambos tendremos sólo unos segundos de vida. Preferiría llevarte para que seas juzgado por todos los demás seres que has asesinado. ¡Pero no dudaré en acabar con esto justo aquí!
–Soy una estatua –accedió de buen grado Evazan.
Gurion se acercó a su mochila y se agachó junto a ella para tomar le auricular del comunicador. Mantuvo un ojo en el doctor mientras hablaba al micrófono.
–Madre, aquí Gurion. ¿Aún me recibís?
–Seguimos aquí, amigo mío. ¿Qué ha pasado?
–Tengo aquí a nuestro bebé, vivo. Estoy arriba, en el tejado. ¿Podéis venir a recogernos?
–¡Vamos hacia allá! –dijo la voz, con júbilo–. Madre fuera.
Por el rabillo del ojo, Evazan vio cómo la puerta de acceso al tejado se abría. Un tentáculo con un bulbo en la punta se asomó con cautela desde un borde, sintiendo el aire a su alrededor.
–Dentro de pocos minutos una lanzadera llegará aquí para recogernos –dijo Gurion mientras se quitaba los auriculares del comunicador.
El doctor dio un par de pasos indiferentes rodeándole para que Gurion quedase de espaldas a la puerta.
–De verdad que tienes que escucharme –dijo Evazan de modo suplicante–. Tengo un secreto. Justo aquí. Un invento. Algo muy grande. Demasiado valioso como para rechazarlo.
–No para mí –dijo llanamente el otro, con su dura mirada inamoviblemente fijada en su adversario.
La brillante masa de Rover se deslizó por la puerta. La criatura comenzó a avanzar reptando lentamente, sin hacer ruido. Centelleantes relámpagos chispeaban en su forma gelatinosa.
–Pero con esto puedo hacer que vivas para siempre –expuso el doctor–. Auténtica inmortalidad. Todo el mundo quiere eso.
–¿Realmente piensas que darme más vidas puede compensar todas las vidas que robaste? –dijo Gurion con incredulidad–. Estás aún más demente de lo que pensaba.
Rover ahora estaba sólo unos metros por detrás del hombre agachado. La criatura comenzó a hincharse ganando altura, moviendo sus tentáculos hacia delante preparados para atacar.
En los pequeños espejos de los ojos de Evazan, Gurion vio los reflejos gemelos del meduza como un brillante destello relampagueante que relucía en su superficie. Se puso en pie como un resorte, girándose para ver la cosa cercana a él.
Rover atacó justo cuando él se alejó, retrocediendo de un salto. Sólo una única punta bulbosa consiguió rozar la rodilla de Gurion con un afilado chasquido de energía.
El hombre gritó por el penetrante dolor y se tambaleó. Bajó el brazo que sostenía la bomba.
Evazan saltó instantáneamente para agarrar el brazo. Sus dos manos se agarraron fuertemente en la muñeca de Gurion y agitó con fuerza. El detonador sin activar se soltó y cayó rebotando, cruzando el llano tejado, deteniéndose antes de llegar a la puerta.
Con su captor desarmado, Evazan trató de escapar y dejar que Rover terminase el asunto. Pero Gurion le tenía fuertemente sujeto, y sus manos se dirigieron a la garganta del doctor.
–¡Te mataré con mis propias manos! –gruñó.
Evazan retrocedió tambaleándose mientras luchaba salvajemente por liberarse. Gurion lo agarraba con una fuerza nacida de su rabia.
El talón de la bota del doctor tocó el borde del tejado. Desesperadamente, se giró, haciendo que Gurion perdiera el equilibrio, conduciéndole al vacío. El hombre cayó.
El propio peso de Gurion liberó sus manos de la garganta del doctor. Pero el último impulso hacia abajo también hizo que el doctor perdiera el equilibrio.
Por un instante, el doctor se tambaleó en el borde, agitando sus brazos en busca de equilibrio. Cuando eso falló, giró violentamente su cuerpo, intentando agarrar el borde del tejado mientras caía.
Su agilidad le salvó. Se agarró ferozmente, pegando sus brazos cuan largos eran contra la lisa superficie de piedra. Bajo él, la silueta de Gurion seguía cayendo, golpeando los acantilados dentados en varios puntos.
Evazan miró hacia abajo para ver el choque final del cuerpo contra una ola emergente. Luego devolvió su atención a asegurar su propia salvación, pero rápidamente se dio cuenta de que no iba a ser una tarea tan fácil. Sólo sus brazos no eran suficientemente fuertes para alzarle. Sus pies, agitándose, no podían encontrar apoyos en la lisa piedra.
Un ruido vino de encima de él. Miró hacia arriba cuando las punteras de unas botas aparecían sobre el borde a escasos centímetros de su cara. Su mirada siguió ascendiendo hacia el cuerpo para ver que era Ponda Baba quien estaba ahí de pie, mirándole.
–¡P-Ponda! –jadeó, al principio con gran alivio. Pero una nueva comprensión rápidamente cambió el alivio en sorpresa–. Pero... ¡cómo! ¿Tú aquí? ¿La... la transferencia... no funcionó?
–Oh, funcionó, Doctor –dijo una voz que ya no era como la de su antiguo amigo–. Pero funcionó al revés.
–¿Al revés? –repitió.
–Eso es. Y por eso me ha condenado a la repugnante forma de un miembro de la más baja especie de escoria de mi pueblo. –El aqualish alzó el brazo peludo que le señalaba como un paria social en su propio planeta–. Ha destruido mi vida como senador, Doctor. ¡Por eso ahora voy a destruir la suya!
El brazo mecánico se alzó. En sus dedos articulados sostenía el detonador termal. El pulgar metálico descansaba sobre el botón de activación.
–¡No! –gritó Evazan–. ¡No, no, espere! ¡No puede!
–¡Adiós, Doc! –dijo tan sólo el nuevo Ponda Baba.
Pulsó el botón, dejó caer la bomba, se giró y se alejó corriendo.
–¡No, no! –gritó Evazan mientras el temporizador de la bomba comenzaba a contar.
Con la fuerza de la desesperación consiguió elevarse. Sus ojos miraron por encima del borde. Pudo ver la tictaqueante bomba, y justo tras ella la forma del meduza.
–¡Rover! –le gritó–. ¡Ayúuuudameeee!

Cielo Rojo, Llama Azul (III)

La Chiss se liberó y se levantó, permaneciendo agachada, corriendo con ligereza bajo los pesados enrejados de duracero que alzaban las naves hasta una altura fácilmente accesible.
Se lanzaron de cabeza bajo una de las plataformas y se acurrucaron allí.
Los negros cabellos de Shawnkyr, siempre perfectamente reunidos y sujetos en su nuca, caían sueltos e indisciplinados. Pasó una mano por ellos, intentando restablecer el orden. La mano volvió húmeda y roja, pero ella simplemente limpió la sangre frotándosela contra el uniforme.
-Es probable que las dos terceras partes de los cadetes hayan huido hacia el bosque -murmuró-. Eso deja nuestras fuerzas entre quince y veinte hombres. Debería bastar. Una vez que esos piratas hayan aterrizado, los eliminaremos fácilmente.
Jag comprendió la verdad súbitamente.
-No aterrizarán -dijo-. No por ahora, al menos. Aún quedaban algunos desgarradores todavía reconocibles después del primer choque, y las naves se han acercado para verlas mejor. Nadie aparte de los Chiss vuela en este tipo de naves. Es poco probable que los piratas ataquen intencionadamente un puesto militar avanzado Chiss.
-A menos que sea una forma de debilitarnos antes del ataque principal -concluyó Shawnkyr, amenazante-. Durante ese tiempo, podrían hacer caer los escudos. La cúpula central es robusta, pero no impenetrable.
Permanecieron silenciosos un momento, escuchando el continuo bombardeo, los estallidos y los chirridos penetrantes de la estructura maltratada.
-Stent no dijo si tu padre sobrevivió al asalto de su puesto avanzado -remarcó Shawnkyr.
-No tenía necesidad de hacerlo. ¿Por qué habría venido Stent si mi padre no hubiera sobrevivido? Mi presencia aquí muestra la poca confianza que tenía en el honor de mi padre.
-Es duro, pero lógico -aceptó ella.
Una explosión particularmente potente golpeó la cúpula y sacudió la sala. La Chiss miró hacia la plataforma y puso mala cara.
-Podemos quedarnos aquí atrapados durante mucho tiempo. Perdona mi curiosidad: Exactamente, ¿cómo llegaste aquí, a la academia?
Esa era una pregunta que Jag había escuchado durante toda su vida. Había pasado buena parte de su infancia en la Mano de Thrawn, la base oculta del almirante Chiss. Había sido educado entre los Chiss, y todos habían mostrado la misma curiosidad sobre la presencia de los Fel y sobre sus objetivos.
Durante muchos años, eso había sido fácil de explicar: “Mi padre sirve al Gran Almirante Thrawn” era algo que todos podían comprender. De modo que Jag había sido aceptado, en cierta forma; y pudo jugar con esos niños tan serios de piel azul, y les vio madurar ante él como flores cannu floreciendo rápidamente. Un día eran niños; al siguiente, jóvenes adultos. Chiss de diez años de edad vistiendo el uniforme de cadetes y partiendo a una de las academias militares, cuyos emplazamientos eran guardados tan celosamente como el de la propia Mano de Thrawn. Año tras año, Jag les vio marcharse, con ojos llenos de envidia.
Durante la última estación del monzón, Jag creció casi tan rápidamente como los Chiss. Una formación implacable había desarrollado los músculos de su alargado busto, de modo que no era tan desgarbado como los demás adolescentes humanos. Su voz cambió casi igual de precipitadamente, volviéndose tan grave como aguda lo era antes.
Jag se acordó del rostro de su padre cuando fue a verle con motivo de su incorporación a la academia. El barón Fel había estado inusualmente distraído en el transcurso de los últimos meses, y tomó aire un par de veces, sorprendido, mientras observaba al joven que se mantenía en posición de firmes ante su escritorio.
-Wedge -murmuró, incrédulo.
Wedge Antilles era el hermano de su madre, uno de los héroes de la Alianza Rebelde y piloto del famoso Escuadrón Pícaro. Jag supuso que se parecía a él de algún modo: sus cabellos tenían los mismos reflejos oscuros y su rostro estaba marcado por cejas negras, duras facciones y un mentón cuadrado. En una ocasión, Jag pensó en imitar al célebre piloto. Pero en ese instante, no sintió más que el asombro de que su padre no le reconociera, aunque sólo fuese por un corto instante de tiempo.
Ordenó cuidadosamente sus pensamientos volviendo al presente, hasta la Chiss que aguardaba expectante su respuesta.
-Es una cuestión de política -explicó-. Mi presencia ofrece a la comandancia Chiss una sensación de seguridad. Los humanos son conocidos por ser emotivos, es pues lógico pensar que el barón Fel, aunque sea actualmente un enlace entre los Chiss y el Remanente Imperial, protegerá a las bases ocultas Chiss de la explotación imperial por temor a represalias contra su hijo. Asumiendo esto, él es libre de actuar como crea oportuno. Sin rencor, puedo asegurarle que mi seguridad no es más que uno de los muchos factores que han sido tenidos en cuenta en su decisión.
Shawnkyr asintió pensativamente.
-Yo no creía a los humanos capaces de tales decisiones estratégicas.
-Y es exactamente por eso por lo que estamos aquí atrapados, como ratas en su madriguera -replicó.
-Explícate.
-Estrategia... -dijo Jag secamente, alzando su mano izquierda con los dedos extendidos-. Conocimiento de las tácticas militares pasadas -añadió, plegando sus dedos pulgar y anular contra la palma de su mano-. Conocimiento del enemigo -apuntó, plegando el dedo índice-. Comprensión de sus esperanzas -añadió, y subrayó la frase plegando el dedo corazón. Luego agitó la mano, con el meñique aún extendido-. ¿Y qué queda?
-Un proyecto secreto que frustre y haga fracasar esas esperanzas -recitó Shawnkyr.
Jag asintió vehementemente, agitando su puño, ahora cerrado.
-Un proceso racional, una solución bien razonada. Una solución obvia.
Lanzó la mano derecha, dirigiendo sus dedos engarfiados contra la garganta de Shawnkyr. La Chiss esquivó el ataque con un movimiento lateral justo antes del impacto, con el disgusto y la cólera mezclándose en su rostro azul.
-Tienes un peligroso modo de señalar las cosas -dijo ella-. Pero efectivo, pese a todo.
-Los Chiss exiliaron a Thrawn por sus repetidas ofensas. ¿Nunca os habéis preguntado cómo ese brillante táctico no consiguió ser aceptado por las casas dirigentes?
Ella dudó e inclinó la cabeza.
-He pensado en ello, sí.
-La respuesta es simple: No tuvo ningún error de cálculo. Utilizó esa derrota simulada para alcanzar sus objetivos. ¿Sabías que el Imperio intentó reclutarle antes de su exilio? No podía aceptar honorablemente, no mientras permaneciera en la Defensa Expansionista Chiss. ¿Qué podía hacer salvo labrarse su propia desgracia?
Shawnkyr le miró fijamente.
-Mi padre me habló del subterfugio de Thrawn. Consideraba esa información como parte de mi formación. Y estaba en buena posición para saberlo. Stent lo confirmó cuando me dio mis órdenes y me explicó el objetivo de esta academia en particular. Éramos una falange secreta, un arma que Thrawn podría revelar en cualquier momento de su elección.
Mientras Shawnkyr asimilaba silenciosamente la información, Jag sospechó que la mención del nombre de Stent dio a sus palabras un peso que de otra forma no habrían tenido. Echó un vistazo al emblema rojo del uniforme de la Chiss. Representaba la Llama Helada: la esencia del coraje, del ingenio y de la disciplina, un estado de perfección ideal al que se podía aspirar llegar siempre sin alcanzarlo nunca totalmente. Un gran contraste con la insignia azul de su propio uniforme. A los ojos de los cadetes camaradas de Jag, su aspiración imposible era algo bastante diferente. Su uniforme era un recuerdo constante del hecho de que nunca sería un Chiss.
-Dime más -pidió Shawnkyr.
Jag reprimió la oleada de amargura que siguió a sus pensamientos como si fuera la humareda de un nauseabundo tubo de escape.
-Mi padre abandonó el servicio imperial durante un tiempo con el fin de afrontar un asunto personal. El almirante Isard le capturó más tarde, y luego desapareció. La mayoría de la gente dentro y fuera del Imperio supusieron que había sido ejecutado por traición. Eso también era un plan de Thrawn, realizado por el almirante Voss Parck.
Shawnkyr parpadeó, en el equivalente Chiss de una boca abierta y un grito de asombro.
-Sí, el mismo oficial imperial que “encontró” a Thrawn durante su exilio y que lo llevó a Coruscant -dijo Jag impacientemente-, y el capitán del destructor estelar que acompañó al Gran Almirante a las llamadas Regiones Desconocidas tras haber caído supuestamente en desgracia en el Imperio. Thrawn planificó cada paso, atrayendo a las fuerzas imperiales al territorio Chiss para la protección de su pueblo... El Remanente Imperial ganó puestos avanzados y alianzas, y Thrawn obtuvo una fuente de naves y armamento.
Shawnkyr asintió lentamente.
-Nunca había considerado el asunto de esta forma, pero tu interpretación es lógica. Continúa. Háblame ahora del enemigo; no del de Thrawn, sino de aquel al que nos estamos enfrentando.
-Oportunistas -dijo Jag-. Carroñeros que siguen a los guerreros y limpian los campos de batalla. Si se ven obligados a luchar, prefieren un combate rápido. ¿Qué edad tienes, Shawnkyr?
Ella reaccionó sin dudarlo ante el rápido cambio de tema.
-Doce años estándar.
-En años humanos, no eres más que una niña, pero ante sus ojos eres una adulta, una guerrera aguerrida. Eso es lo que el enemigo espera encontrar aquí abajo. Por eso están atacando a distancia. Si las naves no hubieran sido destruidas y los Chiss hubieran podido responder a este ataque con un combate aéreo, nuestro enemigo se habría dispersado y huiría. Cada cadete al que se enfrentaran confirmaría su hipótesis. Cada cadete, excepto uno.
-¡Oh! -La comprensión hizo arder sus ojos color carmesí-. ¿Y qué podría hacerles disminuir sus expectativas más rápidamente que un chico humano?
Jag dudó entre mostrar su enfado o sonreír. Como ambas respuestas serían incomprendidas por la Chiss, se abstuvo de mostrar ninguna.
-Tomaré la Llama Azul. Eso debería hacerles bajar sus expectativas a un nivel más manejable.
Su mirada abarcó la vieja y abollada nave.
-Una excelente elección -dijo Shawnkyr sin ningún indicio de humor-. Y yo prepararé a los demás para un asalto por tierra.
Se levantó en un único y ágil movimiento. Jag asintió y se dirigió hacia la vieja nave.
-Teniente Fel -dijo ella, severamente.
Él miró hacia atrás. Un extremo de los labios de la Chiss se estiró, en un gesto de aprobación casi imperceptible.
-Queremos que el enemigo aterrice y espere una fácil rapiña. No les disuadas volando demasiado bien.
Esta vez sonrió, pero como podría haberlo hecho Thrawn: con una confianza fría, un aire superior.
-La derrota puede ser el camino más corto hacia el engaño.

Caza TIE: Las crónicas de Stele (III)

La habitación secreta

Una hora más tarde, Maarek trepaba por un tramo de escalones en un barrio de la ciudad desierto y muy escondido. Pequeñas criaturas salían huyendo a su paso mientras subía, y podía sentir los ojos que le observaban a través de los pequeños agujeros de los muros. Nunca le había gustado este barrio.
Cuando llegó a lo alto de los escalones, golpeó la puerta usando un complejo código, basado en la fecha y en cálculos astrofísicos. Incluso si alguien le hubiera seguido y hubiera escuchado el código, sería imposible reproducirlo.
La puerta se abrió al instante, y Maarek desapareció en el interior.
El contraste entre la escalera sombría y deteriorada y la habitación en la que acababa de entrar no podría ser mayor. Estaba bien iluminada, limpia y amueblada con gusto. En las paredes, destacaban unos viejos tapices entre los hologramas científicos y de estrellas de todas clases. Algunos hologramas estaban cubiertos de garabatos y de una escritura indescifrable.
La madre de Maarek estaba de pie cerca de la puerta. Era hermosa, y se aproximaba a los cuarenta años. Sus negros cabellos estaban recogidos hacia atrás, en un moño sujeto por un gran pasador. Llevaba una túnica beige muy simple y práctica, anudada en la cintura. Iba descalza.
-Siempre parece que sabes cuándo llego -apuntó Maarek, remarcando la rapidez con la que su madre había abierto la puerta.
-Los muros tienen ojos -respondió Marina Stele-, y los ojos bocas -sonrió, pero su expresión cambió rápidamente-. Tengo que hablar contigo.
Se giró y entró en otra habitación, tan bien amueblada como la primera. Las ventanas estaban tapadas por pesadas cortinas, y Maarek sabía que había, tras esas cortinas, otra capa de protección para que absolutamente ninguna luz pudiera filtrarse a la calle. Durante los veinte años de guerra, los toques de queda eran corrientes en Kuan, pero esa habitación era prácticamente hermética a la luz.
-Siéntate -dijo.
Maarek se sentó. Eligió una silla dura y rígida, que parecía ir bien con la gravedad de la voz de su madre. Esperó a que terminase su té de taarina local, en la cercana cocina. Ella se tomó su tiempo, raspando cuidadosamente las hojas, colocándolas conforme a la tradición en las tazas y luego añadiendo el agua. Él la observaba por la puerta abierta. Pero no se levantó para unirse a ella, ni para ofrecerle su ayuda. Sabía que su madre quería hacerle esperar.
-Sales en los hologramas, ¿sabes? -dijo por fin, posando su taza de té sobre una pequeña mesa a su derecha.
Maarek abrió los ojos como platos.
-¿Qué quieres decir? -preguntó.
-Tu acrobacia, antes... Filmaron la inspección de la policía, y tu acrobacia sale en el reportaje -se sentó en una silla baja, frente a él. Soplaba en el té para enfriarlo.
-¡Imposible! ¡Y una mierda! -grito él, con aire barriobajero. Pero Marina Stele puso mala cara.
-Sabían tu nombre... -comenzó a decir.
-¿Y qué? Siempre utilizo un...
-Tu verdadero nombre -dijo ella, interrumpiéndole.
Maarek no dijo nada, pero había comprendido. Su verdadero nombre era demasiado bien conocido, y era, junto con su madre, uno de los principales objetivos de los bordali. Pertenecer a una banda ilegal de moteros era una cosa. Se trataba de un delito menor, y las autoridades locales no se preocupaban demasiado de ese tipo de criminales. Pero su parentesco con el famoso científico Kerek Stele era otro asunto. Tras el secuestro de su padre por los agentes bordali habían permanecido quietos, pero, a decir verdad, Maarek había tomado algún riesgo de más. Porque la captura de la familia de Kerek permitiría que las amenazas de los bordali tomaran más fuerza. Los bordali necesitaban algo para que aceptase cooperar. Los métodos ordinarios probablemente no bastarían.
Permanecieron sentados y hablando durante bastante tiempo. Maarek insistía en que la publicidad hecha sobre su acrobacia no tendría, a su entender, ninguna consecuencia grave. Pero Marina no estaba de acuerdo, y afirmaba que era el momento de que se fueran, de buscar otro escondite. Maarek le dijo por vigésima vez que no se preocupase cuando oyó fuertes gritos en la otra habitación. Su madre se echó a sus pies. Demasiado tarde... un rayo de energía golpeó la puerta exterior en el mismo momento en que Maarek entraba con su madre en la habitación para ver qué pasaba. La puerta se puso incandescente por un instante, el acero comenzó a fundirse y, de repente, desapareció. Tras la puerta, en medio del humo, se encontraba un hombre vestido de negro. El bláster pesado refulgía aún en sus manos.
Antes de que Maarek tuviera tiempo de comprender qué ocurría, Marina ya estaba disparando. Había conseguido encontrar un pequeño bláster. El hombre se parapetó tras la puerta. Maarek reparó en que los cabellos de su madre caían ahora por su espalda.
-¡Por aquí! -exclamó Marina, agarrando el brazo de Maarek para conducirle hacia el fondo del apartamento.
Maarek la siguió, impotente. Le habría gustado tener él también un bláster. Su madre le empujó a un armario, en la trasera del edificio. Esta reacción le pareció estúpida, pero de repente el suelo del armario desapareció y cayeron rápidamente, y durante bastante tiempo.
-¡Golpea ahí! -gritó Marina cuando aterrizaron, señalando con el dedo un muro.
Podía oír ruidos sobre ellos, y desde luego no era el momento de discutir con su madre. Maarek alzó su bota y golpeó el muro con todas sus fuerzas. Los ladrillos se hundieron, dejando aparecer un agujero que daba a una calle sombría. Se alejaron corriendo.

Ala X: La documentación Farlander (III)

Al acabar su discurso, Mon Mothma fue asaltada por una turba de simpatizantes. Keyan observó como desaparecía en una pequeña sala con los líderes de la Resistencia. Se sentía lleno de esperanza, y al mismo tiempo vacío, sin saber muy bien qué hacer. Mientras permanecía de pie, inmóvil, una joven se le aproximó y le ofreció un folleto.
-Lee esto. Enseguida comprenderás mejor la situación -aseguró la joven-. Pero cuando acabes, devuélvemelo. O destrúyelo. Si te pillan con esto, podrían condenarte a muerte.
Él tomó el pequeño panfleto que la chica le ofrecía, titulado “Una Llamada a la Razón”, y comenzó a leerlo de inmediato. Rápidamente olvidó dónde estaba y se quedó absorto con el descubrimiento de un universo en plena expansión, lleno de seres inteligentes y nuevos planetas.

Una Llamada a la Razón

Prólogo
Si estás preocupado por tu libertad y TU FUTURO, ¡únete a la Rebelión!
¡Ayúdanos a formar una Nueva República donde todos los seres de la galaxia sean por fin libres e iguales!
¡Aprovecha la oportunidad, no esperes más!
El poder del Imperio aumenta cada día.
¡VEN AHORA!
En las siguientes páginas aprenderás más sobre nuestra galaxia. Aprenderás a ser tolerante. Comprenderás por qué luchamos.
¿Quiénes son tus amigos? ¿Quiénes tus enemigos?
¡Descúbrelo y únete a nosotros!

Tus amigos
Mon Mothma fue en otro tiempo una Senadora de la República, joven e idealista. Natural de Chandrila, prácticamente nació al servicio del gobierno. Su padre fue fiscal general de la República y su madre ocupaba el puesto de gobernadora de Chandrila. Situada inmediatamente después de Leia Organa en la jerarquía, fue la mujer más joven del Senado. A pesar de su juventud, alcanzó la respetable posición de Senador Señor antes de la abolición del senado. Hoy en día es la Presidenta de la Alianza Rebelde y trabaja encarnizadamente para destronar al Emperador.

El virrey Bail Organa de Alderaan fue uno de los héroes de las Guerras Clon. Combatió junto al célebre general Obi-Wan Kenobi. Al final de la guerra, Organa volvió a su planeta de origen e instauró una era de paz y no-violencia. Las armas fueron prohibidas en Alderaan. Cuando Palpatine se proclamó Emperador, abandonó el senado y volvió a Alderaan. Nos ayudó a crear la Alianza y Alderaan es hoy en día uno de los principales centros de la Resistencia.

El Almirante Ackbar fue uno de los primeros calamari que sirvió como esclavo a las órdenes del Imperio. Anteriormente fue uno de los mayores líderes de su planeta. Su intervención fue decisiva cuando convenció a los calamari para que proveyeran de naves a la Alianza. Tras su captura, se convirtió en criado del Gran Moff Tarkin y pudo aprender mucho sobre el brazo derecho del Emperador. Oyó hablar de un arma secreta, pero jamás pudo saber de qué se trataba. Ackbar fue liberado en transcurso de una batalla histórica llevada a acabo por los Rebeldes contra la lanzadera de Tarkin. Debido a su inmensa capacidad y a su profundo conocimiento de las fuerzas enemigas, ha sido recientemente nombrado Almirante de la Flota Rebelde.

El General Crix Madine era un oficial de la Armada Imperial con una brillante carrera por delante. Madine, por razones misteriosas, desertó y se unió a la Alianza. Semejante acto normalmente podría levantar sospechas. Podría haber sido un
agente doble, por ejemplo. Pero Madine ha probado ser digno de confianza. El general Rieekan, uno de los más fieles oficiales de Mon Mothma, formaba parte de los partidarios de Madine. Por recomendación suya, Madine fue asignado a la
cabeza de la Armada Rebelde. Su conocimiento de las estrategias y tácticas imperiales han sido de inestimable utilidad en las operaciones organizadas contra el Imperio.

Obi-Wan Kenobi fue uno de los grandes líderes en las Guerras Clon. Este caballero Jedi ha desaparecido. Tememos que, como todos los demás Jedi, haya sido ejecutado por el servidor del Emperador, Darth Vader, o por uno de sus numerosos asesinos. Pero mantenemos la esperanza de verle algún día, a él o a otro como él, uniéndose a nosotros para luchar contra las fuerzas del mal.

...Y tus enemigos
Palpatine
fue anteriormente un burócrata mediocre, que llegó a ser Canciller Supremo de la República gracias a sus mentiras y sus maniobras políticas, y luego se proclamó Emperador. No sabemos gran cosa acerca de Palpatine. Muchos somos los que pensamos que posee grandes poderes del Lado Oscuro de la Fuerza, pero no sabemos cómo ha podido acceder a esos poderes. Nunca fue entrenado por ninguno de los Caballeros Jedi de los que tenemos noticia. Sólo un gran poder en la Fuerza puede explicar sus triunfos.

Los crímenes del Emperador (Lista parcial)
El Emperador Palpatine ha:
* Disuelto el Senado, impidiendo de ese modo toda participación de los ciudadanos en el gobierno.
* Instaurado una política de racismo y organizado genocidios de especies no-humanas.
* Derrocado a los líderes legítimos de numerosos planetas y sistemas, reemplazándolos por sus propios hombres de paja, los Moffs y los Gobernadores.
* Decidido arbitrariamente un aumento de los impuestos.
* Asesinado y encarcelado a millones de personas sin juicio previo.
* Desposeído a los propietarios de sus terrenos y bienes.
* ¡Creado una fuerza militar con el único objetivo de imponer su tiranía!
-extraído de la Declaración Oficial de Rebelión.

Darth Vader fue alumno de Obi-Wan Kenobi. Caballero Jedi joven y prometedor, fue seducido por el camino “fácil” del Lado Oscuro de la Fuerza. Retó a su maestro y fue dado por muerto tras ser vencido. Aunque totalmente desfigurado, logro sobrevivir. Lleva un casco que no solamente le permite respirar, sino que además inspira terror a todos los que lo ven. Se dice que sus poderes del Lado Oscuro son inmensos y que es el brazo derecho del Emperador.
Tras el Emperador, Darth Vader es el ser más temido de toda la galaxia. Aterroriza incluso a sus propios hombres, y sus arrebatos de cólera son violentos y mortales.

El Gran Moff Tarkin comenzó su carrera como capitán de naves de guerra, pero progresó rápidamente en la jerarquía. Se le atribuye igualmente la puesta en marcha de la política del “gobierno por el miedo” del Imperio y el seguimiento del proyecto de la construcción de una nueva arma secreta.

Jabba el Hutt es uno de los señores del crimen galáctico. Su imperio criminal se califica a menudo de inmenso, a imagen de su cuerpo colosal.

Boba Fett es un famoso caza-recompensas, además de asesino. Veterano de las Guerras Clon, Boba Fett es temido por toda la galaxia. Nadie conoce la fuente de su considerable poder, pero posee un formidable arsenal de armas. Casi nadie le ha visto jamás y la mayor parte de aquellos que se han aproximado a él ya no viven para atestiguarlo. Sabemos que Boba Fett trabaja de cuando en cuando para Jabba el Hutt, y sospechamos que también efectúa misiones secretas a cuenta de Darth Vader.

Los planetas y sistemas aliados
Alderaan
fue uno de los planetas más castigados por las Guerras Clon, que se extendieron por toda la galaxia. Su líder, el virrey Bail Organa, instauró un régimen de paz a su vuelta de la guerra. Proponiendo la no-violencia y prohibiendo las armas en Alderaan, transformó este planeta en un modelo de paz y libertad. Alderaan es hoy día el símbolo de la Rebelión contra la tiranía del Imperio.

Mantooine es un sistema situado en el Círculo Exterior de la galaxia. Compartiendo el sector de Atrivis con el sistema Fest, Mantooine fue el teatro de una auténtica masacre: los “Liberadores” de Mantooine intentaron rechazar las fuerzas imperiales, mucho más poderosas. Su derrota muestra hasta qué punto la Alianza propuesta por Mon Mothma puede ser beneficiosa. Si los Liberadores hubieran estado en contacto con Fest, el sistema vecino, habrían sabido que la flota imperial se aproximaba a sus lunas. Si hubieran sido prevenidos, habrían podido replegarse a los bosques impenetrables de Mantooine en lugar de instalarse en la base imperial que habían capturado.

Corellia fue el sistema donde se firmó el famoso Tratado Coreliano que unió a numerosas fuerzas separadas de la Rebelión en una organización única. Por iniciativa de Mon Mothma, este tratado fue el punto de partida de la Alianza Rebelde.

Ghorman fue el escenario de una de las primeras masacres que vaticinaban lo que iba a ser el Imperio. Una manifestación pacífica para protestar por la subida de impuestos se convirtió rápidamente en tragedia. La nave de guerra de la República que había llegado para recaudar los impuestos aterrizó a pesar de los manifestantes, matando o hiriendo a cientos de personas. Y el comandante de la nave de guerra, ¿fue castigado? ¡Al contrario, el capitán Tarkin fue ascendido al grado de Moff y llegó más tarde a Gran Moff!

Mon Calamari es el planeta acuático donde viven los calamari y los quarren. Es relativamente estable y tiene pocos continentes, no tiene apenas montañas y muy pocos metales. A pesar de ello, los calamari y los quarren han conseguido crear una cultura pacífica y desarrollar tecnología avanzada. Han construido inmensas ciudades flotantes y la economía del planea está en auge. Los calamari consideran desde hace mucho tiempo a las demás estrellas como islas en el mar galáctico. Con esta poética visión del espacio, no es extraño que se hayan convertido en grandes viajeros cósmicos.

El fin del racismo: todos hemos nacido en el mismo universo
Muchos de vosotros habréis estado en contacto con miembros de la COMPNOR (Comisión para la Preservación del Nuevo Orden). Desconfiad. Aunque el origen de la COMPNOR está basado en una idea justa y ética, este organismo es hoy día uno de los numerosos instrumentos de propaganda del Emperador. Aunque su mensaje parezca sensato, la COMPNOR está controlada por el comité de selección, otro organismo totalmente dedicado al Emperador.
¿Cuál es el objetivo del Emperador? Según nuestro análisis, el objetivo principal de la COMPNOR es inspirar sutilmente la filosofía del racismo. De hecho, buscan provocar enfrentamientos entre los humanos y los wookies, los mon calamari y los quarren, los sullustanos y los twi’leks...
¡No le permitáis hacerlo! Todos somos iguales en la comunidad galáctica. No os dejéis convencer por la doctrina de odio y de racismo del Emperador, que os enfrentará unos contra otros.

Aprende a conocer a tus aliados
La galaxia es inmensa, y los distintos mundos abrigan una multitud de seres diferentes. Algunas especies han viajado por la galaxia, otras permanecen cerca de su planeta de origen.
He aquí algunas de las que puedes encontrarte:

Los gamorreanos miden cerca de 1,80m cuando son adultos, y pesan cerca de 100 kg. Tienen un cuerpo rechoncho y poderoso, la piel verde y las manos y los pies muy grandes, debido a su tamaño. Los rasgos de su cara son de tipo porcino. Su boca está provista de poderosas defensas y su frente coronada por cuernos. Su nariz recuerda más bien a un hocico y sus ojos son muy pequeños.
Los gamorreanos, del planeta Gamorr, son más inteligentes de lo que parecen, pero su cultura ha derivado hacia una violencia sin igual. Sólo las mujeres gamorreanas se encargan de las tareas productivas, mientras que los machos dedican su tiempo a luchar y entrenarse para el combate.
Los gamorreanos adoran vivir en condiciones que desanimarían a la mayor parte de seres de la galaxia, y son numerosos los que se han convertido en mercenarios espaciales. Otros se ganan la vida como trabajadores, contrariamente a su herencia cultural, pero pueden llegar a adorar su trabajo si este es particularmente difícil. Si además pueden pelear e infligir malos tratos, para ellos es un auténtico paraíso.
Muchos gamorreanos están al servicio del Imperio, pero no se dan cuenta de hasta que punto son manipulados. Sólo unos pocos trabajan al servicio de la Rebelión, en parte porque no logran concebir algunos de nuestros conceptos, pero también porque primero disparan y luego preguntan. Pero estamos intentando conducirlos a nuestra causa y enseñarles a respetar su propia libertad.

Los ithorianos son apodados “cabezas de martillo” por numerosos habitantes de la galaxia. Este apodo viene de la forma de su cabeza plana, con dos ojos situados muy altos y dos bocas, una a cada lado de su “cara”.
Los ithorianos son originarios del exuberante planeta Ithor, en el sistema Ottega. Son criaturas pacíficas que veneran la vida y la belleza de la naturaleza. Todos los jóvenes ithorianos sueñan con llegar a ser algún día jardineros de la “Madre Jungla”.
Para hablar, los ithorianos usan sus dos bocas, produciendo un sonido estereofónico imposible de reproducir por otras especies sin ayuda de aparatos complejos. Pero algunos droides de protocolo pueden imitar la lengua ithoriana. Generalmente, hablan bastante bien en básico.
Su estilo de vida implica lo que ellos llaman “hordas”, que en realidad son ciudades flotantes. Son apasionados por todo lo que concierne a la vida, y han difundido este concepto por la galaxia. Las “hordas” de los mercaderes ithorianos son bien recibidas en toda la galaxia, especialmente en los Territorios del Círculo Exterior, donde llevan géneros raros o novedosos. La violencia no está en su naturaleza, pero son capaces de defenderse con fuerza contra piratas u otros peligros del espacio.

Los calamari son bípedos de color salmón, con manos y pies palmeados y un gran cráneo en forma de cúpula, grandes ojos y branquias externas. Con lentillas especiales, pueden tener un ángulo de visión de 270º.
Los calamari son seres inteligentes, conocidos en toda la galaxia por su habilidad para construir naves espaciales. Originarios del planeta acuático Mon Calamari,los calamari habitan en la tierra, pero adoran el océano.
Desde hace tiempo, viven en paz y en convivencia con sus vecinos, los quarren.
A pesar de su pasado pacífico, los calamari debieron tomar parte en la guerra contra el Imperio cuando las naves imperiales atacaron Mon Calamari, reduciendo a la población a la esclavitud y apoderándose de sus bienes. Viendo que los calamari se resistían, el Imperio destruyó tres inmensas ciudades flotantes y los océanos se volvieron rojos por la sangre de los calamari. Hoy son los aliados más fieles de la Alianza y utilizan su inmenso talento para convertir sus cargueros en cruceros de guerra para la Rebelión. Las naves Mon Cal son únicas: cada una de ellas es una auténtica obra de arte, construida para ser al mismo tiempo estética y funcional. Debido al modo como son concebidas, las naves Mon Cal son extremadamente fiables y sólidas.
El Almirante Ackbar es un calamari. Antiguo dirigente de su planeta, fue capturado por el Imperio y sirvió como esclavo al Gran Moff Tarkin. Fue liberado por las Fuerzas Rebeldes cuando interceptaron la lanzadera que transportaba a Tarkin hacia una base militar imperial.

Los quarren son conocidos por su cabeza triangular, su boca provista de tentáculos y sus pequeños ojos de color turquesa que prefieren las luces suaves. Su apodo de “cabezas de calamar” es justificado, pero bastante grosero. Los quarren son bípedos, con una piel que puede cambiar de color, pero esta particularidad sólo se utiliza en ciertos rituales.
Los quarren son los vecinos de los calamari en el planeta Mon Calamari. Han convivido largo tiempo con los calamari en una simbiosis pacífica pero controvertida. Originarios de los fondos oceánicos, los quarren han explotado las riquezas del fondo marino, poniéndolas a disposición de los calamari. A cambio, los calamari hacían uso de su ingenio para desarrollar una tecnología que compartían con sus vecinos. Los quarren viven hoy en el corazón de las ciudades flotantes construidas por los calamari.
Algunos quarren piensan que han sido explotados, y estos insatisfechos generan cierta inestabilidad. No obstante, los quarren han viajado al espacio con los calamari y se les encuentra a menudo en los camarotes de popa de las naves.
Fue un quarren quien traicionó un día Mon Calamari desactivando los sistemas de defensa planetaria, permitiendo así a las naves de guerra imperiales destruir tres ciudades, una de las peores atrocidades de los tiempos modernos. Pero el resultado final fue la unión de los quarren y los calamari en el seno de la Alianza Rebelde para luchar contra el Imperio.
Uno de los quarren más famosos es Tessek. Ávido de poder, se convirtió en lugarteniente de Jabba el Hutt. No se sabe gran cosa de Tessek, pero es un ejemplo excepcional de su especie, no sólo por su inteligencia sino también por su crueldad.

Los sullustanos miden entre 1 y 1,5 m. Estos humanoides de grande y luminosos ojos tiene grandes orejas, rasgos faciales semejando una máscara y cabezas gordas. En el transcurso de su evolución, los sullustanos han vivido en túneles y madrigueras bajo la superficie de su planeta volcánico. Gracias a su innato sentido de la orientación, han podido acceder a puestos de piloto o navegador, y son muy solicitados en toda la galaxia. Su lenguaje agudo y rico es difícil de reproducir, y se piensa que poseen facultades de localización por eco, debido quizá a su evolución natural.
A pesar de sus orígenes subterráneos, la mayor parte de los sullustanos son alegre y tienen gran sentido del humor. A menudo, los pasillos de las naves resuenan con las risas del pasaje cuando un sullustano cuenta algún chiste sobre twi’leks e ithorianos. “¿Cómo? ¿Me estás diciendo que no eres un seudópodo?” es uno de sus chistes favoritos.
La principal industria de Sullust, su planeta natal, es la Corporación SoroSuub, una enorme empresa minera. Si bien numerosos sullustanos se han unido a la Rebelión, el planeta Sullust es oficialmente aliado del Imperio. Creemos que nuevas elecciones desestabilizarían el planeta, pero actualmente está controlado por el Emperador.

Los twi’leks son humanoides delgados, sin cabello, dotados de protuberancias óseas supra-orbitales. La característica más notable de esta especie es el par de apéndices tentaculares que naden en la parte trasera de su cabeza. Estas excrecencias táctiles, llamadas “lekku” en lenguaje twi’lek, son el orgullo de esta especie y forman parte integral de su sociedad. La lengua twi’lek recurre a los lekkus para comprender el significado de las palabras, y es una de las lenguas más difíciles de la galaxia. Por fortuna, los twi’leks están dotados para los idiomas y pueden aprender los más habituales.
En realidad, los twi’leks consideran por separado cada apéndice. El de la izquierda es el tchun, y el de la derecha el tchin. Poco sabemos sobre las funciones específicas de cada órgano, pero se sabe que son utilizados como adorno en los rituales.
El planeta natal de los twi’leks está situado en el sistema estelar Ryloth, en el Círculo Exterior. El planeta no gira sobre sí mismo y es un mundo de extremos. Un hemisferio está permanentemente bañado por la luz del sol mientras que el otro permanece en las tinieblas. Grandes tormentas llamadas “tempestades de calor” atraviesan regularmente el planeta. Si bien son temidas por los twi’leks, también sirven para regular la temperatura, calentando el hemisferio sombrío y refrescando el otro.
Los twi’leks no son guerreros, prefieren la sutilidad y la astucia a los combates. Su tecnología es más bien básica comparada con los estándares galácticos, el viento es su principal fuente de energía y su desarrollo se ha dado principalmente bajo tierra para escapara a las tempestades de la superficie. El planeta de los twi’leks apenas es conocido pues apenas pocos extranjeros lo han visitado.
Numerosos twi’leks han sido tomados como esclavos por el Imperio. Las bailarinas twi’lek son especialmente apreciadas, pues los movimientos de su cuerpo y de su tchun-tchin agradan mucho a los humanos y otras especies de la galaxia. Evidentemente, pocos son los twi’leks que apoyen al Imperio.

Los wookiees son grandes bípedos (de más de dos metros) cubiertos de pelaje, muy inteligentes y longevos. Su rostro se parece al de las especies caninas, y es muy expresivo, a causa de sus penetrantes ojos azules. Pero la sonrisa de un wookiee a menudo asusta, con sus dientes afilados y
su expresión temible.
Los wookiees son originarios de Kashyyyk, un planeta famoso por sus bosques tropicales y sus junglas de varios niveles. Los wookiees viven en ciudades construidas en los árboles, donde la vida es relativamente cómoda. En los niveles inferiores, por el contrario, hasta los wookiees deben ser muy prudentes para evitar los numerosos peligros.
Las ciudades wookiees son de una complejidad extraordinaria y su tecnología es famosa en toda la galaxia. Manejan las armas con naturalidad y precisión y son hábiles para cualquier tipo de reparaciones. El arma preferida de los wookiees es la ballesta láser, mezcla de artesanía y alta tecnología: es un arma hecha a mano que lanza proyectiles explosivos. Pocas especies pueden usar este arma pues es necesaria la fuerza legendaria de un wookiee para manejarla.
Los wookiees son los seres más fuertes de la galaxia. Cuando entran en cólera, pueden literalmente hacer pedazos a su adversario. ¡Y los wookiees se enfadan rápidamente!
En cambio, son leales y pueden crear profundos lazos de amistad, incluso con otras especies. Por ejemplo, a menudo consideran a sus mejores amigos y sus compañeros como su “familia de honor” y su lealtad para con ellos no tiene parangón. Si un día salvas la vida de un wookiee, él (o ella) no dudará en sacrificarla por ti. Semejante lazo durará mientras el wookiee considere que su deuda no está pagada, y quizá aún más tiempo.
Los wookiees, aunque sean tremendamente fuertes, no pueden detener a todo un batallón de tropas de asalto, y numerosos wookiees han sido capturados como esclavos. Uno de los wookiees más famosos es conocido por el nombre de Chewbacca. Debido a su profunda relación con Han Solo, el conocido contrabandista, es considerado como un criminal y está perseguido por la ley. Es copiloto de la tristemente famosa nave de Han Solo, el Halcón Milenario.

El problema del abuso de los droides
La campaña del Imperio, basada en los prejuicios y el odio, no hace favoritismos. Todos somos iguales ante la villanía, el esclavismo y la muerte. Esto es cierto para las especies vivas, pero también para los que no son seres vivos. Todos dependemos de los droides, directa o indirectamente. Y sin embargo el Imperio no duda en destruir, desterrar y abusar de estos seres sumamente inteligentes, sensibles, que casi parecen dotados de sentimientos. Un droide es más que una máquina. Un repulsor, por ejemplo, es una simple máquina, al igual que un generador. Un droide es un ser. Claro que ciertos modelos son más avanzados que otros, pero todos son extremadamente sofisticados. No hay ninguna razón para maltratarlos, huir de ellos o tenerles miedo.
Hay gran cantidad de droides que son de utilidad:

Los droides astromecánicos, como la unidad R2 de Automaton Industrial, versátil y robusta, nos ayudan a mantener las naves. Pueden conectarse directamente al ordenador central para ayudarle a analizar los problemas y resolverlos. Los astromecánicos pueden igualmente ser utilizados como módulos de mejora de la interfaz ordenador/sistema operativo/piloto en numerosos cazas estelares monoplaza, como el Ala-X. Pueden igualmente ser programados para efectuar hasta 10 saltos en el hiperespacio.
Las unidades R2 pueden equiparse con un verdadero arsenal de accesorios y capacidades especiales. Algunas incluyen un grabador/reproductor holográfico, otras vienen equipadas con puntas de soldado, de sistemas de electrochoque, de escalpelos y bisturíes láser, de extremidades manipuladoras de precisión o incluso de retrocohetes.
Los astromecánicos son más que máquinas. A menudo tienen cierta personalidad propia y son de una fidelidad a toda prueba, especialmente si no son sometidos regularmente a borrados de memoria. Hay opiniones encontradas sobre la interpretación negativa o positiva de estos “rasgos de carácter”, pero si son bien tratados, los astromecánicos desarrollan una personalidad que habitualmente resulta útil. Si son maltratados, pueden comenzar a funcionar defectuosamente, para disgusto de su propietario.

Somos los primeros en opinar que los droides de protocolo pueden a veces ser muy irritantes, pero sus posibilidades son inmensas. Si están bien programados, pueden hablar y traducir instantáneamente hasta 7 millones de lenguas. Puedes estar equipados con diversos módulos, pero generalmente son poco útiles para cualquier tarea que no sea el protocolo y las comunicaciones. Más aún que los astromecánicos, los droides de protocolo pueden desarrollar una personalidad si su memoria no se borra durante un largo periodo.
Algunos de ellos muestran una perspicacia asombrosa y presentan posibilidades no previstas en su programación original. Algunos científicos creen que estos droides son capaces de desarrollar sentimientos y consideran que borrarles la memoria es un acto criminal.

Numerosos pacientes están agradecidos por el tratamiento rápido y eficaz que les fue administrado por un droide médico. Existen muchos modelos, desde el simple droide de diagnóstico MD-0 a los modelos MD-4, usados para microcirugía. La mayor parte de los droides médicos están especializados, pero el droide MD-5 es un droide polivalente que puede reemplazar a los especialistas en caso de necesidad. Otro tipo de robot muy popular es el 2-1B de GeenTech, un modelo muy versátil, algo más antiguo que la serie MD pero aún muy extendido por toda la galaxia.
Los droides médicos no parecen desarrollar personalidad, pero algunos desarrollan un cierto orgullo por su trabajo y otros precisan “vacaciones” para recargar sus circuitos y funcionar con el máximo de eficacia.

Los droides asesinos son muy peligrosos. Hace varias décadas que están prohibidos, pero aún existen hoy día. Estas implacables máquinas de matar ya han perdido en su mayoría sus objetivos originales, pero siguen siendo peligrosas e impredecibles. Al contrario que otros droides, loas asesinos son incapaces de desarrollar rasgos de personalidad. En caso de encontrarse con uno, lo mejor es avisar inmediatamente a las autoridades e intentar seguir sigilosamente su rastro. No hay que hablar jamás a un droide asesino, pero en caso de que uno nos pidiera algo, es mejor cooperar, y probablemente no nos mate... ¡si hubiera querido hacerlo, ya estaríamos muertos! Sólo un Caballero Jedi bien entrenado puede tener una oportunidad contra un droide asesino y, según el modelo, el droide vencería una de cada dos veces.

Ciertas personas tienen la impresión de que los droides sonda son los menos sofisticados. De hecho, sería erróneo pensar que los droides sonda más modernos no reaccionarían en ciertas circunstancias. Un droide sonda siempre perseguirá su objetivo, ya sea de vigilancia, de exploración, de búsqueda o de salvamento. Pero los droides sonda tienen una cierta libertad de movimientos, como por ejemplo el D-127X, que habría podido salvar Mantooine del terrible ataque sorpresa de las fuerzas imperiales gracias a las nociones de sacrificio introducidas en su programación y a su rapidez de intervención. No podemos probar si el D-127X se habría comportado de otro modo, pero, ¿quién confiaría su sistema estelar a un droide mal programado?

Cuando Keyan terminó de leer el folleto, le dio la vuelta y leyó el mensaje impreso en la contraportada:

¿Estás preparado para luchar por tu libertad?
¿Para dar tu vida, si es necesario, por salvar tu planeta?
Entonces, ven a nuestro encuentro, ven a luchar con nosotros.
Destruiremos al Imperio, y tú puedes ayudarnos.
¡Únete ya a nosotros!

Keyan oyó ruido de pasos y vio aproximarse a la joven que le había ofrecido el folleto. La chica estaba ayudando a volver a dejar el almacén como estaba antes del mitin. Keyan le miró a los ojos y le devolvió el panfleto.
-Quiero ser piloto de caza estelar -le dijo-. ¿Dónde hay que apuntarse?

MedStar: Intermezzo (III)

Den Dhur había permanecido en la cantina después de que los otros salieron. Mamá Dhur no había criado a ningún vástago loco, y loco era lo que tenías que estar para salir al llameante sol de la tarde si no tenías por qué hacerlo. Así que el plan de Den para el resto del día era uno bien simple, y lo haría mejor a solas: mantener el negocio de la cantina con su garganta.
El zumbido de un servomotor cerca de la trasera del edificio le hizo mirar alrededor. Un droide de construcción estaba dando los últimos retoques en uno de los paneles traseros. La SO estaba en funcionamiento, Den lo sabía, junto al resto de la infraestructura de apoyo necesaria; y la cantina, por supuesto. Pero el resto de la base aún estaba siendo instalado desde hacía casi una semana. Agradecía que la cantina hubiera sido lo segundo en ser erigido, después de los edificios del Uquemer. Alguien tenía en orden sus prioridades.
Aun así, sin embargo, Den —y otros con los que había hablado— todavía tenía una clara sensación de permanecer bajo el fuego. Como si todos ellos estuvieran esperando a que alguien o algo les diera permiso para continuar con el resto de sus vidas, o por lo menos con el resto de su estancia en Drongar. Había un término musical que Zan usaba bastante... Den frunció el ceño, buscando la palabra. Intermezzo. Una pieza corta y simple, uniendo dos trabajos separados. Aunque a menudo se la despreciaba como algo menos que "música para turboascensores", a veces podría ser, según el compositor zabrak, extremadamente importante.
—Como el tejido conjuntivo —había explicado a Den—. Mantiene todo lo demás en su lugar.
Miró al resto de los parroquianos. Había siete u ocho otros seres que eran principalmente humanos, pero no todos. El bothano que se había colocado delante de él antes todavía estaba allí, observando pensativamente su jarro. Más cerca de la entrada una ishi tib parecía estar coqueteando con un ugnaught. Den se estremeció ligeramente. Agh, demonios, esa unión sólo podría darse en el Planeta Infierno. Observó apresuradamente el resto del lugar, y vio a una técnico de medicina durosiana que acababa de entrar. Algo sobre ella hizo que el sentido de la historia de zumbase. Recogió su bebida y fue a unirse a ella en la barra.
Gesticuló al camarero. Lo que ella quiera. La técnico asintió agradecida, y Den hizo un gesto quitándole importancia.
—Sólo dime algo de interés. Tengo aplacar a esa bestia insaciable llamada Servicio de Noticias de la HoloRed.
—No hay mucho que contar —dijo la durosiana—. Todos ocupados. Mesas llenas, vestíbulos llenos, gente apilándose fuera.
—Noticias viejas, querida. Dame algo jugoso de donde pueda sacar una historia.
—Bueno, hay una cosa. Vondar está cortando a un mercenario enemigo.
Las orejas de Den giraron hacia delante.
—¿Sí?
La durosiana bajó su voz.
—Y no creo que nadie le haya dicho que su paciente es el mismo tipo que dirigió la carga a nuestro último campamento... el que mató al doctor Yant.
Den parpadeó.
—Que me ordeñen con un turboláser. Eh, dile a Narizotas que me apunte tus próximas tres bebidas.
Se levantó y volvió a su propia mesa, rumiando ese dato y observándolo desde todos los ángulos.
Era un chisme, no una noticia, pero era un chisme bastante bueno. No le gustaría ser el paciente bajo la vibrohoja de doc Vondar cuando Jos averiguase que estaba operando al mismo ser responsable de la muerte de Zan Yant. ¡El sepa tendría mejor suerte afeitando a un wookiee con los ojos vendados y una hoja oxidada!