La Vara Oscura
Morrie Mullins
Durante varios años, Cularin
desapareció, dejando un vacío donde antes planetas y lunas orbitaban alrededor
de dos soles que también desaparecieron. Desde el exterior del sistema, no se
sabía nada de lo que podía haber ocurrido. Un instante, Cularin estaba
presente. Al siguiente, ya no estaba.
Sin embargo, algunos de los
héroes de Cularin vieron lo que precipitó la desaparición. Vieron a Len Markus
extraer algo del cinturón de asteroides. Vieron a las criaturas que viven en las
sombras del cinturón. Vieron destellos de lo que podía haber sido, y en el
centro de todo se encontraba una vara negra de un metro de largo... algo que en
las tabletas de datos de Len se denomina “la vara oscura”.
Poco se sabía de la vara oscura
hasta hace poco, cuando un equipo de investigadores Jedi se abrió paso una vez
más en las entrañas de la fortaleza Sith bajo Almas y surgió con un par de
libros antiguos. Esos tomos, de los que se cree que son restos de los diarios
personales de Darth Rivan, han sido entregados al Consejo Jedi. El siguiente
texto es un fragmento de una de las escasas secciones a las que se ha dado
acceso público a través de la HoloRed.
Uno no puede dejar de
preguntarse: Si esto es lo que los Jedi creen que la galaxia está preparada
para saber, ¿qué más puede estar oculto en esos tomos?
Los nativos –si es que se les
puede llamar así, ya que he visto su especie en todas partes de la galaxia,
aunque son una de las pocas especies con las que me he encontrado que han
conseguido realmente perder la capacidad del viaje hiperespacial- son bastante
tolerables. Tienen su planeta, y no salen de él. No pueden, tras haber
rechazado incluso la tecnología que les permitiría moverse más allá de los
picos de esos patéticos montones de rocas a los que llaman “montañas”. En
ocasiones voy a ese mundo para ver qué están haciendo, y para ver si tienen
algún recuerdo de lo que les trajo aquí. No lo tienen. Se les trajo aquí, y
llegaron, y ellos creyeron que fue su propia voluntad la que les trajo aquí, que
les atrapó en este rincón olvidado de la galaxia.
Aunque hay mucho que decir de
los rincones olvidados. Yo mismo a menudo me siento cómodo visitando lugares
que otros evitan. En la mayoría de los casos, hay esperándote una fresca
oscuridad, una humedad como el aire después de la lluvia bajo el cielo
iluminado por la luna. Una persona corriente encuentra incómoda esa oscuridad.
Poco atractiva. Peligrosa.
Eso es porque no comprenden.
La oscuridad es un amigo, un
aliado. La oscuridad nos permite comprender a otros, ver qué valoran cuando
creen que nadie les está viendo. Nos permite ser honestos con nosotros mismos,
expresar aquellos valores que rechazaríamos bajo la luz. La luz nos ciega. Sólo
en la oscuridad podemos ver claramente, y hay una gran oscuridad oculta en esos
mundos.
Yo había pensado que la
oscuridad estaría aquí, bajo las arenas heladas. El frío asusta a los estúpidos
igual de eficazmente que la oscuridad, ya que ambos van juntos. Pero conforme
el mundo comienza a deshelarse, conforme el kaluthin finalmente echa raíces,
estoy descubriendo que aquí no hay más oscuridad que la que encuentro en
cualquier otra parte que vaya. Este mundo nunca ha conocido la vida más allá de
un nivel microscópico. Eso puede cambiar. Este mundo nunca ha conocido un progreso
distinto del desplazamiento de las arenas azotadas por el viento y el lento
giro del planeta sobre su eje. Eso también puede cambiar.
Me gustan la oscuridad y el
frío. Me gusta que los soles estén tan lejanos. Me gusta que haya algo cerca –no
en este planeta, pero en este sistema- que atraiga hasta aquí a esas criaturas
y que, incluso ahora, sigue llamándome.
No lo quiero para mí mismo. Quiero
destruirlo.
No podría blandirlo. No lo
haría. No me haría más poderoso; me destruiría. Y por tanto, quiero que
desaparezca, borrado de la galaxia. No debería permitirse que siga existiendo
algo que tenga el poder de destruirme, por muy dulces que sean las promesas que
haga, por muy oscura que fuera la noche si lo empuñara. Debe ser destruido.
Los sueños me perturban, aunque
sólo un poco. Veo esa cosa (a la que he dado en llamar la “vara oscura”, aunque
apenas merece el nombre de vara, ya que siempre he pensado que la longitud de
esas cosas debe igualar prácticamente mi altura) no como un objeto, sino como
una ausencia. Es un vacío, un trozo de universo en el que no hay ni luz ni
calor, pero tampoco frío ni oscuridad. La luz se mueve a su alrededor pero no
cae en su poder. La vara no quiere la luz. Quiere la Fuerza.
Eso es lo que hace que la vara
oscura sea tan traicionera. Si fuera una herramienta, algo que pudiera usar
para dominar la Fuerza para mis propios fines, para demostrar la realidad del
dolor y el sufrimiento al resto de la galaxia, podría querer blandirla. Aún hay
momentos en los que pienso: “Sí, podría tomarla y usarla contra todos los
demás. Podría usarla para drenar la Fuerza de sus cuerpos, para ver cómo se
convierten en polvo y su esencia se evapora”. Pero sé que tales pensamientos no
son míos. Son los pensamientos de la vara oscura. Me usaría para drenar a
otros, y luego me drenaría a mí.
Me ha atraído hasta aquí.
Atraerá aquí a más de nosotros. Pero yo haré lo que ninguno de ellos tiene la
sabiduría de hacer. Yo, que sé a qué me enfrento, construiré en este mundo una
defensa, un medio de asegurar que este objeto no pueda ser extraído de este
sistema.
He estado trabajando con un
holocrón, tratando de encontrar cualquier cosa que me permita comprender mejor
la vara oscura. Ahora creo que fue creada por uno de mis ancestros, aunque han
pasado incontables generaciones desde su creación. También tengo problemas para
desentrañar por qué pudo haber sido creada esa cosa, y he llegado a la
conclusión de que fue un accidente, un subproducto de algún extraño experimento
que no pudo ser destruido... y que en última instancia causó la destrucción de
su creador.
La Fuerza es nuestra
herramienta, después de todo. Es lo que nos hace poderosos, lo que nos permite
alzarnos sobre aquellos que podrían dominarnos. Un objeto que se alimenta de la
Fuerza –que puede, de hecho, almacenar la Fuerza en su interior, sea cual sea
el propósito último que esto pueda tener- es antiético para nuestra existencia,
y aquel de nosotros que creó tal cosa sin duda habría querido destruirla. Sin
embargo, existe, y cualquier registro sobre su creador ha desaparecido hace
tiempo.
No la he visto físicamente, pero
sé qué aspecto tiene. De un metro de largo y tal vez cuatro centímetros de diámetro,
succiona la luz de igual modo que succiona la Fuerza. Quiere energía, poder. Quiere
destruir. Quiere arrebatar vidas. Quiere... y eso, por sí mismo, es el aspecto
más inquietante, la razón por la que la temo y deseo y busco su destrucción.
Esa cosa quiere.
La ambición ya es lo bastante
peligrosa en una criatura viviente. En un objeto, una creación sin nada que
perder, puede ser catastrófica.
Parte de la oscuridad de este
sistema es la imagen residual de un grito. Es confortante. En la mayoría de
lugares, no puedes sentir la muerte. Aquí, es parte del mismo tejido de la
existencia. Algo realmente horrible, espantoso más allá de toda descripción,
ocurrió aquí. Eso es lo que mantiene lejos de aquí a los temerosos, y lo que
atrae a los curiosos.
Ese grito vino de la última vez
que surgió la vara oscura. Fue sostenida y se le dio poder, y entonces se le
pidió que ofreciera algo a cambio. Y lo hizo. Ofreció muerte.
Respeto eso. Pero no serviré a
una herramienta que busca mi destrucción, que quiere mi poder. Construiré
defensas, y cuando esté preparado, me adentraré en la oscuridad y la traeré a
la mezquina luz.
Debo hacerlo. Si he de vivir
eternamente, no hay otro camino.
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