Quemaduras
Delilah S.
Dawson
En el instante
en que Greer Sonnel terminó de tomar su bebida, supo que algo iba mal.
Normalmente, saboreaba la ráfaga abrasadora mientras descendía quemando su
garganta, golpeando su estómago como una bomba, y prácticamente haciéndole
sacar humo por la nariz. Para cualquier piloto de Pamarthe, no había mejor
augurio de triunfo que una copa de Puerto Tormentoso vacía. Pero esta vez, el
calor se le subió a la cabeza y aterrizó detrás de sus ojos como un tornado,
revolviendo sus pensamientos y dejándola mareada mientras su copa vacía
golpeaba la barra.
Otra vez no, pensó. Hoy no.
Rodeada por docenas de pilotos
que estarían encantados de bajarle los humos, la sonrisa de sus labios no
flaqueó. No mostraría debilidad. Ni ahora, ni nunca.
Cuando las otras tres copas de
arcilla golpearon la tosca madera, Greer alzó su copa vacía.
-Por el Pasillo. Si no soy yo
quien gana, espero que sea alguno de vosotros, choobies.
-¡Por nosotros, los pilotos de
Pamarthe! –exclamó Torret, chocando su copa con la de ella.
-Por la sangrienta piedra de
Corellia. ¡Que nunca la saboreemos! –bramó Bors.
-¡Por los perdedores! –coreó
Vee-. Es decir, todos menos nosotros.
Sus tres colegas pamarthenos
eran competidores con talento, y Greer podía decir con toda honestidad que
deseaba que ninguno de ellos muriera hoy. El Pasillo era una carrera misteriosa
y peligrosa, patrocinada por el mismísimo Han Solo, y todo el mundo sabía que
era la cantera de donde se elegían los jóvenes pilotos de élite para formar
parte de los equipos de los Cinco Sables. Ese había sido el sueño de Greer,
desde que sus padres le habían contado sus historias como pilotos para los
rebeldes: correr en los Cinco Sables y hacer que estuvieran orgullosos de ella.
Sin ninguna guerra que luchar, los feroces e inquietos hijos de Pamarthe tenían
que ser los mejores en algo, y ese algo bien podría ser el que tenía el mayor
botín y el mayor reconocimiento.
Más y más parroquianos del bar
se dieron cuenta de la hora que era y se apresuraron a salir de la sala hasta
que sólo quedó la mesa de Greer. Habían comprobado sus naves hasta la mínima
molécula; ¿de qué serviría preocuparse? Ese no era su estilo. Nadie se levantó
hasta que sonó el gong de aviso, indicándoles que les quedaban diez minutos.
Incluso entonces, Greer y sus amigos caminaron tranquilamente hacia el hangar.
Puede que algún día corrieran hacia sus naves... si alguna vez había alguna
guerra en la que mereciera la pena luchar.
En la puerta abierta, se
separaron para buscar sus cazas estelares. Los puntos de atraque en el hangar
abovedado habían sido asignados por lotería, y las naves estaban siendo
remolcadas a sus puestos mientras los pilotos esperaban. Era una disposición
extraña: Cincuenta naves en círculo, con los morros apuntando hacia dentro como
los radios de una rueda. Greer encontró su nave en el extremo opuesto y no dejó
de caminar cuando un joven piloto al que no conocía dejó caer una llave inglesa
cuando ella pasó a su lado. Con el bamboleo natural de sus caderas en su ceñido
mono de vuelo y su cabello negro como la tinta recogido en un moño, Greer
estaba acostumbrada a ello. Daba más importancia a la habilidad que a la
belleza, y prefería las miradas que lanzaban a su cámara trasera después de
dejar atrás sus naves en el polvo estelar.
Un silbido grosero atrajo su
atención... y condujo su mano a su cuchillo. Se volvió lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y lanzó a
su piropeador una mirada asesina que aún se volvió más gélida cuando le
reconoció. Con un bufido desdeñoso, siguió caminando.
-No puedes
ignorarme eternamente –le dijo Karsted desde un brillante caza TIE negro.
-Puedo
intentarlo –murmuró ella.
¿Y quién sabe?
Tal vez su despiadado, narcisista y tramposo exnovio se estrellara con su
ostentosa nave y estallara en mil pedazos. Eso sería casi tan satisfactorio
como matarlo ella misma.
Caminó dejando
atrás dos naves más y se detuvo ante su obsesión más reciente: El Quebrantahuesos.
El Pasillo difundía cada año las especificaciones requeridas para las naves participantes, y Greer había pulido lo que quedaba de sus ahorros en lo que sólo parecía un pedazo de chatarra. La nave había comenzado como un ala-A repleto de cicatrices de su época de lucha contra el Imperio, y a pesar de las numerosas modificaciones de Greer, el Huesos aún lucía sus marcas de quemaduras como si fueran pinturas de guerra. Greer trepó al interior, se puso el casco, y echó un vistazo al hangar a su alrededor, tratando de adivinar en qué consistiría la carrera.
El Pasillo difundía cada año las especificaciones requeridas para las naves participantes, y Greer había pulido lo que quedaba de sus ahorros en lo que sólo parecía un pedazo de chatarra. La nave había comenzado como un ala-A repleto de cicatrices de su época de lucha contra el Imperio, y a pesar de las numerosas modificaciones de Greer, el Huesos aún lucía sus marcas de quemaduras como si fueran pinturas de guerra. Greer trepó al interior, se puso el casco, y echó un vistazo al hangar a su alrededor, tratando de adivinar en qué consistiría la carrera.
Esa era la característica del
Pasillo: Cada año, cambiaba. El año anterior, había consistido en esquivar
géiseres sobre el tormentoso océano de Cato Neimoidia. El año anterior a ese,
los contendientes se habían enfrentado a un recorrido por una ciudad abandonada
medio enterrada por los escombros de un terremoto y repleta de lagartos
gigantes. A los pilotos no se les daban más pistas que las especificaciones
para sus naves y, en la línea de salida, un mapa del recorrido. Después de que
sonara el último timbre de advertencia, una voz mecanizada habló por el casco
de Greer.
-Bienvenidos al Pasillo. El
recorrido de este año se llama El Ojo Maligno. Sus mapas se cargarán
simultáneamente al comenzar la carrera. Hay diez Ojos, y sus puntuaciones
dependerán de cuántos Ojos consigan atravesar, ponderado con su tiempo total.
Cuando termine la cuenta atrás, comienza la carrera. Diez. Nueve...
Greer arrancó el Huesos y miró a la puerta del hangar,
pero estaba cerrada... y bloqueada por un ala-B verde. Su corazón se aceleró
ligeramente y se le acaloró el rostro al darse cuenta de que no había salida.
El suelo parecía sólido, y la cúpula no parecía estar hecha de ningún material
que le permitiera abrirse o cambiar de forma. Y eso significaba...
-Dos. Uno. Ya.
La luz inundó la sala cuando una
escotilla circular se abrió en el centro del techo de la cúpula, y Greer supo
en un instante lo que debía hacer. Pisando a fondo el acelerador, tiró con
fuerza de la palanca y dejó marcas de quemadura en el suelo mientras apuntaba
directamente a ese agujero de cielo rodeado por parpadeantes luces azules: el
primer Ojo.
Los demás pilotos no fueron tan
rápidos en reaccionar, y Greer se permitió un momento de triunfo desde el otro
lado del hangar, observando la extrañamente educada danza para salir por una
escotilla por la que sólo podía pasar un caza estelar cada vez. Dos naves se
volvieron codiciosas y colisionaron en una bola de fuego, retrasando al resto
del enjambre. Basta de fanfarronear; ahora tenía que volar.
El mapa la enviaba hacia un
icono en forma de ojo, y se dirigió hacia él a toda velocidad, volando
velozmente muy por encima de la superficie de Corellia. Otras dos naves estaban
cerca, y el resto iba siguiéndoles a más distancia como cuervos persiguiendo
leones pamarthenos. No pasó mucho tiempo antes de que apareciera su objetivo:
un aro de parpadeantes luces azules dispuesto en un extraño ángulo. Necesitaba
atravesarlo, enhebrar el Ojo. Tan pronto como lo atravesó, el mapa reveló que
el siguiente estaba fuera de la órbita.
¿Así que se trataba de este tipo
de carrera, entonces? ¿Deslizarse dentro y fuera de la atmósfera? Que así
fuera. El Quebrantahuesos podía
soportarlo, y también Greer, que llevaba realizando hazañas semejantes desde
que era lo bastante mayor como para “tomar prestado” el maltrecho ala-Y de su
madre y pasear con la nave robada por los tormentosos mares de Pamarthe. Salió
disparada hacia arriba, adentrándose en las nubes, con la determinación de ser
el primer piloto que alcanzara el siguiente objetivo. Las mismas dos naves
seguían cerca de su estela, el caza TIE de Karsted y otro ala-A similar al suyo
pero más llamativo, con alerones modificados y un recubrimiento metálico que le
hacía parecer un espejo. Más lejos, detrás de ellos, varias docenas de naves
estaban dándoles alcance. No estaba preocupada. No podían vencerle; no una vez
que llegara al espacio y tuviera espacio para correr.
-¿Estáis bien, chicos?
–preguntó, sintonizando ya el canal convenido que compartía con los
contendientes Pamarthenos.
-Bors no lo ha logrado –dijo
Vee-. Quedó eliminado en el hangar. Vivo pero furioso.
-Podría ser peor –añadió
Torret-. Al menos ya está bebiendo de nuevo.
-Esta carrera es un infierno.
–Greer hizo una pausa ante el burbujeo de un calor inesperado que no debería
haber acompañado a su entrada en la atmósfera, y siguió hablando una vez quedó
de nuevo en la negrura del espacio-. Para el número dos nos dirigimos a un
astillero orbital.
-¿Te sientes generosa? –preguntó
Torret.
Greer soltó una risita entre
dientes.
-Sólo porque no hay forma de que
podáis alcanzarme.
Estar en el espacio siempre
hacía que Greer estuviera de buen humor. Había algo en la inmensidad, las
posibilidades, las estrellas brillantes... ese era el lugar que le
correspondía. ¿Y durante la carrera más importante de toda su vida, hasta
ahora? Mucho mejor. Se obligó a ignorar las preocupaciones que comenzaron a
formarse junto con el sudor a lo largo de la línea del nacimiento del pelo.
Estaba bien. Nada iba mal. De verdad.
El otro ala-A se acercaba
lentamente a ella conforme se aproximaban al astillero flotante, abandonado e
inmóvil. Sólo el Ojo mostraba luces brillantes.
-Esa pequeña cuña parece haber
estado en un vertedero desde la Rebelión.
La voz en el casco de Greer era
masculina y desconocida, y parecía divertirse. Dado que sólo tenía dos naves a
la vista y había bloqueado el canal de Karsted, la voz debía pertenecer al
piloto del otro ala-A. La broma del vertedero no era nada nuevo, y no iba a
dejar que le molestara. Pero eso tampoco significaba que ella fuera a quedarse
callada.
-Y el tuyo parece que lo han
sumergido en un baño para droides. Deja que adivine. ¿Es así para que puedas
ver mejor tu propio reflejo?
Él soltó una risita.
-No siempre se trata de ego,
niña.
-Somos pilotos. Siempre se trata
de ego. Y ahora cállate.
Con un elegante giro, atravesó a
toda velocidad el Ojo, dirigiéndose ya hacia el número cuatro, que estaba de
nuevo en Corellia. Y, si estaba interpretando correctamente el mapa, bajo
tierra.
-Buen pilotaje –dijo el hombre.
Iba a bloquear su comunicador e
ignorarle igual que a Karsted, pero él copió su tirabuzón de forma tan
impecable que tuvo que admirar su habilidad.
-Trata de mantener el ritmo
–dijo ella, en lo más cercano a un cumplido que había dicho nunca.
Greer atravesó la atmósfera con
el Huesos y casi cerró los ojos medio
desmayada antes de darse cuenta de que docenas de naves se acercaban en su
dirección, acelerando velozmente hacia el Ojo que ella acababa de enhebrar.
Ups. Tenía que centrarse. Con tiempo de sobra, trazó una amplia espiral para
maximizar su velocidad y evitar a los demás pilotos. Justo detrás de ella, el
otro ala-A mantenía el ritmo.
-¿Estás bien? –preguntó el
piloto.
Ella le ignoró y buscó a sus
amigos entre el pelotón.
-¡Kothan si! –gritó Torret al
pasar a su lado.
-¡Kothan si!
–Greer repitió el saludo tradicional pamartheno, que podía traducirse
aproximadamente por Que mueras a todo
gas-. Espera. ¿Dónde está Vee?
-La perdí en el
primer Ojo –dijo Torret-. Se deslizó fuera del recorrido. Probablemente siga
viva.
-Maldición. Eso
son dos menos.
-Y quedan dos.
¡El que pierda paga la siguiente ronda!
Y con eso,
desapareció, ascendiendo a toda velocidad. Greer se dirigió directamente hacia
el siguiente Ojo y saboreó el descenso. Amaba la mezcla de control completo y
caos absoluto, cuando la nave estaba gobernada a medias por el combustible y la
gravedad. El estómago le dio un vuelco, y una oleada más fuerte de calor pasó
detrás de sus ojos e hizo que sus manos se sacudieran con súbitos escalofríos.
No había más remedio que ignorarlo, que derrotarlo. Abrió los ojos y se
concentró en el horizonte, respirando profundamente.
-¿Quién da esas
sacudidas, niña, tú o la nave? ¿Has comprado combustible en mal estado o algo?
-Creo que se me
ha metido otro piloto en el motor –respondió ella, molesta por el hecho de que
el extraño hubiera captado su momento de confusión.
-Bueno, ¿y por qué ayudaste a ese tipo, hablándole del siguiente Ojo?
Greer soltó un bufido. Le estaba rompiendo la concentración. No era algo
normal, hablar tanto con extraños durante una carrera como esta, incluso aunque
fueran pilotos capaces. Y sin embargo no le parecía que estuviera tratando de
engatusarla, como solía ser habitual. Su curiosidad sonaba realmente genuina.
-Es de mi planeta.
-¿Un amigo?
-Si te refieres a que no quiero que muera, entonces sí. Espera. –Echó un
vistazo a su comunicador-. ¿Cómo es que estás en nuestro canal?
-Está abierto –dijo, ignorando el hecho de que se suponía que debía ser
privado-. ¿Preferirías que fuera al canal público?
-No. –Era entretenido y un piloto decente, y hablar con él le impedía
pensar en la fiebre o en Karsted. Estaba seguro de que la luz roja que
parpadeaba en su comunicador era su intento continuado de contactar con ella...
y molestarla-. Un piloto molesto es mejor que treinta y seis pilotos molestos,
gracias. Ahora cállate. Está a punto de ponerse peliagudo.
-Ah, bien –dijo-. Me preocupaba estar aburriéndote.
El siguiente Ojo estaba bajo tierra. Respirando profundamente, zambulló el Quebrantahuesos entre los muros de piedra roja, esquivando formaciones rocosas.
El ala-A permaneció tras ella, pero Karsted de repente les adelantó a ambos
como una exhalación, usando lo que debía ser una modificación ilegal. Pasó
rozando sus alas, obligándola a efectuar un tirabuzón para evitar explotar
contra la pared. Cuando la boca de la cueva se abrió al doblar la siguiente
esquina, entró dentro disparada, con las manos temblando mientras se deslizaba
bajo la nave de Karsted. Si iba a perder esa carrera, o a morir, no sería por culpa
de él, y no sería por la misteriosa enfermedad que había estado ignorando
durante meses. El fracaso, al igual que la victoria, llegaría en los términos
que ella estableciera.
El piloto del
ala-A permaneció en silencio mientras ella atravesaba velozmente la cueva,
volviéndose de medio lado para deslizarse entre dos estalactitas y adelantar a
los dos pilotos para pasar por el Ojo, que colgaba boca abajo del techo. El
túnel trazó una curva inmediatamente después y los escupió por un acantilado de
basalto sobre unas olas que golpeaban con furia.
El siguiente
Ojo estaba en el promontorio rocoso de una isla. El siguiente se encontraba en
una ciudad, colgando entre dos rascacielos. Greer casi golpeó una de sus alas
en el Ojo cubierto de hiedra de un cañón, y luego salió disparada hacia arriba
hacia un círculo flotante de luces azules, anclado a un globo atmosférico.
Si hubiera
estado volando lentamente, la carrera habría sido una hermosa excursión por
Corellia. Pero en realidad estaba llevando el Quebrantahuesos –y también sus propias capacidades- al límite. La
segunda vez que salió de la atmósfera al espacio para dirigirse a un Ojo que
flotaba en un campo de asteroides, la ardiente fiebre regresó, tan rápida y
caliente que se desmayó por una fracción de segundo y soltó el acelerador.
-¿Estás
aflojando, niña? ¿Tratas de dejarme ganar? Respira por la nariz y concéntrate
en el horizonte si tienes problemas con los saltos atmosféricos.
De nuevo era
el tipo del ala-A, y sonaba preocupado. Y no era de extrañar. Su velocidad
había descendido, y el TIE de Karsted casi la había rebasado. Pisó a fondo el
acelerador, totalmente consciente de que prefería explotar contra un asteroide
que dejar que Karsted ganara.
-Sé lo que me
hago. Sólo quería dar a los demás una oportunidad de luchar –dijo ella,
tragándose sus preocupaciones y concentrándose en esquivar asteroides. Ahora
podían verse otras seis naves tras ella, incluyendo el ala-X de Torret. La
fiebre se diluyó tan rápidamente como había llegado, dejando su rostro fresco y
sus manos firmes, y eso era todo lo que necesitaba para ponerse de nuevo en su
lugar, pilotando el Huesos con el
talento sobrenatural que había sido su don desde el primer día.
-Muy bien
–murmuró el extraño mientras ella se deslizaba por el Ojo, trazaba un arco
rodeando un asteroide, y descendía de nuevo a toda velocidad hacia Corellia y
el último Ojo.
-No puedo
oírte en mi estela.
La respuesta
del hombre fue otra risita.
-Hazme saber a
qué sabe la mía.
Aunque el
brillante ala-A había ido siempre tras ella, ahora Greer pudo ver de lo que era
capaz el misterioso piloto. Se lanzó a través del Ojo, ejecutó una vuelta
perfecta, y adelantó la nave de Greer con una velocidad imposible. Estaba tan
impresionada que por un instante se le olvidó sentirse celosa.
-¿Has añadido
un motor adicional? –preguntó.
-Es una
pequeña novedad de Novaldex. Llaman a esta nave Doble-A. Este es un vuelo de
prueba.
-Muy bonito
–susurró, siguiéndole por la atmósfera.
Una vez Greer
volvió a encontrarse en el cielo azul sobre Corellia, el Quebrantahuesos se estremeció. Su panel de instrumentos se volvió
loco, con luces parpadeando y alarmas sonando. Esta vez, al menos, la fuente de
la quemazón que recorría sus venas estaba clara: ira. El TIE de Karsted llenaba
la pantalla. Su puño aterrizó en el botón rojo de comunicaciones.
-¿Acabas de
dispararme?
La carcajada
de Karsted rezumaba arrogancia.
-Por supuesto
que no. No se permiten armas; ya lo sabes. Debe de haber sido un pedazo que se
ha caído de esa reliquia tuya... al impulsor derecho, tal vez. O tal vez
simplemente es que no estás destinada a ser piloto.
Así que la había saboteado. Y ahora su sistema mostraba algo atascado en un
impulsor, haciéndole virar hacia la derecha mientras aminoraba.
-¡Oh, no! ¿Está la gran Greer Sonnel a punto de perder? –se mofó Karsted.
-¿Quién es este bromista? –preguntó Doble-A.
Greer hizo una mueca.
-Mi ex. Si tienes armas, por favor, dispárale y quédate su nave para
chatarra.
-Olvídate de él. Mira, tu impulsor derecho está bloqueado. Necesitas
apagarlo durante diez segundos y volver a arrancar pisando a fondo el
acelerador y el estabilizador derecho al máximo.
Le parecía algo con sentido, pero nunca había escuchado semejante truco.
-¿Por qué debería confiar en ti? –preguntó mientras Karsted pasaba
disparado a su lado, acelerando hacia el último Ojo.
-Porque sabes que tengo razón, y sabes que podría ganarte si quisiera. Si
no confías en mí, confía en tu instinto. Pero hazlo ahora, o quedas fuera de la
carrera y ese otro tipo gana.
Sin decir palabra, cortó la energía, con la nave deslizándose hacia delante
mientras perdía altitud. El frío se filtró en la cabina, y el estómago de Greer
dio un vuelco mientras contaba hasta diez, con su aliento empañando el cristal.
El Doble-A aminoró para seguir junto a ella. Cuando la cuenta atrás llegó a
cero, volvió a arrancar y activó el estabilizador derecho mientras aceleraba a
fondo. El Quebrantahuesos volvió a la vida entre una multitud de alertas y se escoró hacia
un costado mientras un sonido de golpes terminó con un fuerte estruendo en el lado
derecho. El panel de instrumentos volvió a la normalidad mientras el resto de
las naves aparecía a la vista en la cámara trasera.
Greer suspiró
aliviada.
-¿Dónde
aprendiste ese truco?
Doble-A soltó
una risita.
-Solía tener
un copiloto del demonio.
-Te debo una –dijo-.
Os la debo a ambos.
-Págamelo
ganando a ese tipo del TIE.
Greer comprobó
su mapa y su vista. El último Ojo estaba en tierra, junto al espaciopuerto, y
era mayor de lo que habían sido los demás.
-Esto parece
demasiado fácil... –comenzó a decir.
-Para el Ojo
final –dijo la voz mecanizada en su casco-, se otorgará puntuación doble cuando
dos naves pasen simultáneamente por los sensores.
-¿Aún confías
en mí? –preguntó Doble-A.
Karsted había
dado la vuelta, sabedor de que si pasaba él solo, no tenía la menor oportunidad
de quedar el primero. Greer se dio cuenta demasiado tarde de que se había
olvidado de cerrar su comunicador.
-¿Volarías con
un extraño en lugar de con un pamartheno? –preguntó-. Pasara lo que pasase en el
pasado, somos un buen equipo. Somos de la misma ciudad. Yo fui tu primer beso.
Me conoces. Atravesémoslo juntos.
Las tres naves
corrieron hacia Corellia. Greer tenía escasos segundos para hacer su elección. ¿Un
extraño que le caía bien, o un conocido al que odiaba que sólo la usaría para
batir su propio tiempo? En todo caso, dos alas-A se deslizarían por el anillo
más fácilmente que el voluminoso TIE.
-Lo haré con
el ala-A –dijo. Golpeó con su puño el botón rojo mientras Karsted le soltaba
palabras groseras en huttés.
-Muy bien,
Doble-A –dijo-. Yo por arriba y tú por abajo.
-Recibido.
Hagámoslo.
Greer apuntó
hacia arriba con el Huesos, y un
proyectil de luz pasó a su lado, fallándole por poco.
-Ese es otra
vez tu ex con sus armas ilegales, ¿no? Necesitamos perderlo. ¿Alguna idea?
Rebuscando en
su cerebro, Greer no encontró nada. Sin armas ni escudos, ¿qué podrían hacer?
¡Maldito Karsted y su maldito ego!
-Espera. ¡Ya
lo tengo! –gritó-. Doble-A, ¿puedes usar tu nave para cegarlo?
Doble-A soltó
una risita.
-Buena idea,
niña. Haz un tirabuzón y déjamelo a mí.
Greer tiró de
su palanca, saliendo hacia arriba y realizando un bucle que la dejó detrás del
caza TIE negro. El Doble-A giró hacia un lado y pasó frente a Karsted, y Greer
cerró los ojos cuando el ala-A que parecía un espejo proyectó un brillante destello
blanco por la ventana del TIE. Cuando volvió a abrir los ojos, Karsted había
aminorado considerablemente y se había echado a un lado, y ella lo esquivó para
volver a la ruta correcta.
-¿Ves? No
siempre se trata de ego.
-Podemos
discutir eso después de que ganemos
la carrera –dijo ella.
Conforme se
acercaban velozmente a la posición, el Doble-A aminoró para igualar su
velocidad, con las naves volando por la pradera con menos de un metro de
distancia entre la cabina del extraño y el casco de Greer. Sus manos estaban
firmes y su cabeza misericordiosamente clara después de las feroces fiebres y
los mareos que ya no podía ignorar por más tiempo. Alzó la barbilla mientras
enhebraban el Ojo final con tanta suavidad que parecían llevar toda la vida
volando juntos.
El mapa de
Greer cambió, dirigiéndola de vuelta a la cúpula donde había comenzado la
carrera. No podía dejar de sonreír. ¡Había ganado! O, si no ganado, al menos
empatado. Y aunque los empates no eran aceptables en Pamarthe, un vuelo
coordinado tan hábil le infundía una sensación de triunfo. Cuando volviera a
casa, iría a un centro médico y encontraría la causa de su enfermedad... y su
cura. Volar así lo era todo para ella, y no iba a dejar que una estúpida fiebre
la detuviera. Al menos no era fiebre sanguínea. No podía serlo. Esa era una
debilidad que nunca se permitiría.
-Buen
pilotaje, Greer.
-Buen
pilotaje, Doble-A. –Entonces se dio cuenta-. Espera. ¿Cómo sabes mi nombre?
El otro ala-A
se deslizó a su lado, poniéndose a la par, y el piloto le saludó desde la
cabina. Se había quitado el casco revelando su cabello gris y una fanfarrona
sonrisa torcida.
-Me llamo Han
Solo –dijo-. Y me gustaría hablar contigo sobre tu incorporación a mi equipo de
los Cinco Sables.
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