El gran
asalto a la nave rebaño
Daniel
Wallace
Quince segundos. Ese era todo el tiempo que le
quedaba a Lyle Lippstroot en su desastrosa vida.
Se había despertado hacía veintiún minutos en su
apartamento alquilado, se había desperezado echándose un poco de agua tibia por
el rostro, y se había envuelto en una holgada bata froffli. Vop, ese repulsivo
tirano rodiano, había transmitido una nueva serie de cifras durante la noche.
En sus quince años como contable de Vop, Lippstroot había cubierto las huellas
del prestamista, enterrando innumerables tratos ilegales, y consiguiendo que
los suspicaces investigadores imperiales se esforzaran en vano persiguiendo
sombras. En ese tiempo, había llegado a detestar el modo en el que Vop el
Usurero apestaba constantemente a raava
barato. Y el depravado cabezapincho nunca, ni
una sola vez, le había dado las gracias.
Lippstroot había tomado la tableta de datos que le
esperaba, examinó los nuevos números, y estableció un enlace neural en cuestión
de segundos. Su ciberinterfaz SoroSuub 221, que rodeaba la parte trasera de su
cráneo como si fuera media corona, seguía siendo formidable, incluso tras dos
décadas de uso continuo. Un snivviano sin dientes le había dicho una vez a
Lippstroot que los implantes cibernéticos a largo plazo convertían a sus
portadores en autómatas carentes de sentimientos, pero él se reía amargamente
de eso. La banda SoroSuub no había apagado el dolor de un amor perdido, ni
enterrado la vergüenza de su vil y mezquina carrera, ni roto su adicción al lesai. La pieza de dos kilogramos que
llevaba en la cabeza le permitía mantener un enlace directo con el ordenador
principal de Vop y procesar cifras a velocidad cegadora, y, en ese momento, le
estaba diciendo que estaba en problemas.
SU banda contenía ahora un programa trampa bartokk.
Alguien había pirateado la matriz de transacciones original e insertado un
nuevo fragmento de código. Cuando Lippstroot se enlazó con la tableta de datos,
el virus se descargó a su banda craneal y se ejecutó.
En cuestión de un milisegundo, identificó la
malignidad. En dos, se dio cuenta de que había poca esperanza. El programa
trampa bartokk había sido usado por última vez en un par de asesinatos en
Turkana, y, como siempre, había resultado ser fatal. El virus crearía una
espiral de sobrecarga en su banda de interfaz y borraría por completo sus rutas
neurales en quince segundos. La única solución posible era arrancar el sistema
de su cráneo, a mano.
Catorce segundos.
Levantó las manos y alcanzó los cierres externos.
Su dedo índice izquierdo soltó la pestaña de duracero, mostrando un pequeño
cuadro con dieciséis puntos en relieve.
Once segundos.
Tecleó un simple código de cuatro dígitos en los
puntos y fue respondido por un zumbido grave y gutural. ¡Maldita sea! ¡¿Cómo he podido equivocarme en esa secuencia?!
Nueve segundos.
Volvió a introducir el código, escuchó un
bienvenido tono agudo, y esperó hasta que los tres ligeros chasquidos indicaron
la liberación dermal.
Cinco segundos.
Pulsó el control de retirada, escuchando un sonido
húmedo cuando las más profundas de las conexiones neurales se retiraban de su
cerebelo y se recogían en su bastidor metálico.
Un segundo.
Con un siseo de presión al igualarse, deslizó la
SoroSuub 221 ligeramente hacia delante, preparándose para levantar el dispositivo
de su cabeza y arrojarlo a la sucia alfombra...
Lyle Lippstroot cayó hacia delante, chocando contra
la mesita baja y enviando tres discos sellados de lesai volando por el fétido
aire. Lanzó un breve grito, y quedó en silencio.
Muerto.
***
-¡A cubierto!
¡A cubierto-a cubierto-a cubierto!
Kels retiró los macrobinoculares de su rostro
cubierto de sudor y entrecerró los ojos para mirar a través de la desierta zona
árida al achaparrado experto en explosivos tynnan. Acababa de levantarse de la
mina que estaba colocando y corría a su posición tan rápido como sus breves
patas le permitían. Tenía una mirada de desesperación, con los ojos muy
abiertos en su rostro con grandes incisivos.
-¡A cubierto!
La chica humana retrocedió corriendo los cuatro
pasos que la separaban de la trinchera que acababan de excavar y se lanzó de
cabeza. Un instante después, el tynnan saltó a su lado, aplastándole con la
rodilla los dedos de la mano expuesta, y tapándose los oídos con sus dos garras
palmeadas.
Una explosión ensordecedora sacudió el desierto.
Una ardiente onda de choque pasó sobre sus cabezas, seguida de una furiosa
lluvia de polvo y arena ennegrecida por el fuego. El tynnan dejó escapar un
lento y casi inaudible silbido entre sus prominentes incisivos, sacudiéndose el
polvo de su brillante pelaje marrón.
-Ha estado cerca, ¿verdad? –dijo guiñando un ojo a
Kels.
Kels le fulminó con la mirada.
-Dawson, por lo que más quieras, creía que eras un
experto. ¿Por qué ha estallado antes de tiempo?
El tynnan ignoró el insulto y se ajustó el
aumentador ocular que ayudaba a compensar la escasa visión inherente a su
especie.
-Vayamos a echar un vistazo, ¿quieres? –Saltó sobre
la pared de la trinchera y comenzó a avanzar hacia el cráter recién creado por
la explosión.
Kels suspiró. Hacía tres meses que había aceptado
convertirse en aprendiz de esta variopinta banda de ladrones: un humano, una
sluissi, y este atolondrado tynnan. Era de lejos la más joven del grupo, pero
cada vez estaba más segura de que esos autoproclamados “ladrones maestros”
estaban aprendiendo más de ella que ella de ellos. Su último intento de hurto
mayor había acabado en un peliagudo tiroteo con una patrullera de los Rangers
del Sector, dejándolos varados en las tierras yermas de Kamar hasta que
pudieron hacer reparaciones en su nave, un viajo carguero pesado que parecía un
bantha preñado. Para aprovechar el tiempo en tierra, Dawson había insistido en
conducirla al lecho de un lago seco para probar un ecléctico muestrario de
explosivos de seguridad.
En el bolsillo del pecho de su mono, su comunicador
vibró. Lo tomó, se lo llevó brevemente al oído, y luego gritó a través de la
arena a su peludo compañero.
-¡Mueve esa cola, Dawson! Noone quiere que volvamos
a la nave.
***
Cecil Noone salió deslizándose en su trineo repulsor
de debajo de su nave cuando Kels y Dawson se acercaron a ella. La oscura piel
de su rostro estaba manchada de sudor y grasa de motor. Alzó su mano derecha
cubierta de grasa y el soldador láser que sostenía en ella, en un saludo
casual.
-¿Cómo va el Borgove,
jefe? –preguntó Dawson, mirando los componentes de hipermotor dispersos en el
suelo del desierto alrededor del carguero sucio de carbonita.
-No tan mal como aparenta. Una vez le vuelva a
poner las tripas, estaremos listos para salir de este horno. –Noone se limpió
la frente chorreante con el dorso de su manga, la única parte que no estaba
pringosa de lubricante-. Y a tiempo, además. Subid a bordo. Sonax os informará.
Kels entró la primera, subiendo por la rampa
extendida a la bienvenida sombra de la tripa del Borgove. Deslizó la bolsa de detonadores de su hombro y la dejó
caer sobre su catre con un repiqueteo, haciendo que el sluissi inclinado sobre
la terminal de datos principal soltase un siseo de fastidio.
-¡Cuidado! –exclamó la delgada alienígena,
posándose sobre su gruesa cola musculosa. Los sluissi tenían dos brazos, pero
sus cuerpos terminaban en un único y estrecho apéndice con forma de cola de
serpiente-. ¡Esssasss cosssasss ssson explosssivasss!
-No, sin espoletas no –replicó Kels-. ¿Verdad,
Dawson?
El tynnan arrugó los bigotes de su hocico.
-Tiene razón, Sonax. Pero da igual, Kels, no los
tires así. Son piezas de ingeniería sensibles, y si las agitas demasiado pueden
fallar o no estallar en absoluto. –Se aclaró la garganta-. Como has podido ver
hace sólo treinta minutos.
Kels puso los ojos en blanco.
-Lo que tú digas. Bueno, Sonax, ¿qué pasa?
La reptil gris se deslizó hacia delante y se irguió
en una posición sentada. La mayoría de los sluissi que Kels había encontrado en
su vida eran metódicos y tranquilos, pero Sonax era distante, susceptible y
fácilmente irritable. Kels tenía dificultades para llevarse bien con ella.
-Guttu el hutt –explicó Sonax en su sibilante
básico-. Ha transssmitido con nuessstra clave privada esssta mañana. Dice tener
un trabajo para nosssotrosss.
La boca de Kels dibujo una fina sonrisa. Una de las
cosas que había aprendido entre esos ladrones, aparte de que no eran ni de
lejos tan competentes como pretendían ser, era que estaban terriblemente
endeudados con Guttu. Aunque el hutt sólo era un jefe criminal de nivel medio
en Nar Shaddaa, cuando él silbaba una melodía, este grupo bailaba al son.
-El contable de un pressstamisssta ha sssido
asssesssinado –continuó Sonax-. Losss asssesssinosss colocaron un programa
trampa en sssu interfaz craneal. –Inconscientemente, alzó una mano para tocar
la banda de metal que corría bajo su cresta sagital. La BioTech AJ^6 le
permitía trabajar como la experta en ordenadores y pirata informática del
grupo, pero Kels sospechó que las noticias del asesinato le habían golpeado
demasiado cerca.
-El golpe... ¿lo hizo Guttu? –preguntó Kels.
-Lo dudo. No esss sssu essstilo.
-¿Y qué tiene que ver con nosotros? ¿Cuál es este
trabajo?
-No lo sssé. Guttu dijo que nosss dará losss
detallesss cuando lleguemosss a Nar Shaddaa.
-¿Y entonces cuándo partimos? –intervino Dawson.
-Ahora misssmo.
***
Noone permanecía de pie en la entrada de lijoso
ático privado de Guttu el hutt, tirándose del dobladillo de una chaqueta que le
quedaba pequeña. Los pináculos de permacemento más elevados de la ciudad
vertical de Nar Shaddaa se alzaban en el rarificado aire de la atmósfera
superior. Noone soltó el aliento en una nube de helado vaho.
El Borgove
había llegado al sistema una hora antes, justo a tiempo para llegar a la cita
de Guttu. Como líder de su pequeña liga de ladrones, era su deber informar a su
empleador hutt y aceptar cualquier misión que la babosa hubiera pergeñado para
ellos aquella vez. Con suerte, pagaría lo suficiente para dejar de estar en
números rojos con Guttu y obtener un pequeño extra para preocupaciones
cotidianas como comida o combustible. Siendo realistas, sabía que tendrían
suerte si los cuatro escapaban al arresto y engañaban a la muerte una vez más.
Algún día, posiblemente bastante pronto, la Dama del Destino les repartiría la
carta de la Muerte. Y, con su reciente racha de suerte, probablemente la
sacaría del fondo de la baraja.
Volvió a tocar el timbre de la entrada y se echó la
capa de brilloseda negra sobre los hombros. A su lado, Kels sorbió ligeramente
por la nariz. Noone la miró y alzó desafiante una ceja.
-¿Siempre te pones tus mejores galas cuando vas a
visitar a un hutt? –La ligera mueca se había convertido en una amplia sonrisa.
-Guttu prácticamente nos posee –respondió Noone-.
Algún día te contaré toda la historia, pero digamos simplemente que una buena
impresión no vendrá mal.
La sonrisa se desvaneció, reemplazada por una
expresión de diversión indiferente.
-Tal vez. Pero ese estilo pasó de moda hace diez
años, cuando yo era una niña. Incluso en el Borde Exterior.
Noone reprimió un gruñido de fastidio. La chica era
buena, muy buena. Era una excelente carterista, una brillante timadora, se
defendía bien en una pelea, y tenía el potencial para ser una jugadora de
cartas mejor que él. Ciertamente necesitaban sus habilidades. Pero no era una
buena jugadora de equipo. Aún no.
Con un pesado gruñido, la doble puerta con
filigranas doradas se abrieron lentamente hacia dentro. Al otro lado, casi
tapando el tenuemente iluminado pasillo con su mole, un sludir de seis patas
pisó con fuerza con su pata trasera derecha e hizo un gesto con una zumbante
pica de fuerza.
-Mi amo os recibirá ahora.
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