Dawson y Sonax permanecieron completamente
inmóviles en la cámara de procesado de residuos mientras el grupo de ithorianos
pasaba por el pasillo colindante. Dawson esperó hasta que los sonidos de la
burbujeante conversación se hubieran desvanecido, contó cinco latidos más de su
corazón, y abrió la puerta empujándola con la palma de su mano. Saliendo de
nuevo al pasillo, consultó su tableta de datos por décima vez desde que los dos
habían comenzado juntos su incursión.
Sonax se deslizó a su lado.
-¡Dame essso! –solicitó, tratando de agarrar la
tableta.
-Ni hablar –replicó el tynnan, sosteniendo el
dispositivo fuera del alcance de sus manos-. Harías que nos perdiéramos.
-¡Ya essstamosss
perdidosss! –siseó Sonax, mientras avanzaban por el pasillo-. Tenemosss que
essstar de vuelta en el carro de comida, con
el contenido de la caja fuerte, antesss de que termine la cena. Sssi me lo
dasss, puedo dessscargar todo el mapa en mi banda de interfaz.
-¿Y dejarte a ti al mando? Sonax, te ha atrapado
alguna singularidad matemática, y... –Dawson se detuvo en seco, pasando la
mirada de la tableta de datos a las puertas blindadas que se alzaban ante ellos
y de nuevo a la tableta, antes de mirar finalmente a Sonax-. Y ya hemos llegado.
La bodega de carga de la Canción de las Nubes comprendía casi una cuarta parte de la sección
de popa, extendiéndose justo debajo del motivador de hipermotor y una cubierta
por encima de los conjuntos de motores subluz. De acuerdo con la información de
Guttu, la caja fuerte estaba almacenada al otro lado de esas puertas blindadas
reforzadas, en una cámara sellada rodeada por un conjunto de alarmas de
seguridad y una falange de guardias armados. La aproximación directa jamás
funcionaría.
La pareja retrocedió hacia la última esquina que
habían girado, para que no les pillasen desprevenidos en caso de que las
puertas blindadas se abrieran de repente. Dawson señaló el techo.
-Túneles de acceso, ¿verdad?
Sonax negó meneando la cresta de su cabeza, con la
pálida luz reflejándose en su banda de interfaz.
-Ssseguro que losss túnelesss essstán
monitorizadosss –dijo-. Puedo anular lasss alarmasss accediendo al ordenador
principal de la Canción, pero
cualquier ithoriano alerta detectaría losss bloqueosss. Y essstoy sssegura de
que habrá alguno.
Dawson parecía preocupado.
-¿Entonces qué...?
-Entoncesss nosss assseguramosss de que no permanezcan alerta. Dame mi caja.
El tynnan rebuscó en su zurrón y extrajo una caja
gris rectangular del tamaño aproximado de un vaso de agua. Se la pasó a Sonax.
-Sssúbeme. Rápido.
Con una mueca, Dawson se arrodilló en el suelo
mientras Sonax reptaba sobre su espalda y hombros. Con un gemido, se puso en
pie, tambaleante. Sonax enrolló fuertemente su cola alrededor del pecho del
tynnan para sujetarse.
-¡Essstate quieto! –susurró hacia abajo, a su
apoyo, e introdujo la cabeza en el interior del hueco del techo.
El oscuro
pasaje de acceso avanzaba recto unos diez metros, y luego se separaba en tres
ramas distintas. Perfecto. Apoyando los codos en el borde para contrarrestar
los beodos tambaleos de Dawson, la sinuosa alienígena abrió la tapa de la
pequeña caja gris. Un centenar de furiosos myrmins rojos bullían en su
interior, chasqueando las pinzas de sus mandíbulas, ansiosos por poder cortar
en pedazos algún enemigo. Sonax volcó la caja, enviando a las tinieblas al
furioso ejército insectoide. Rápidamente, sacó la cabeza del conducto y volvió
a colocar el panel sobre su cabeza.
Dawson suspiró aliviado cuando Sonax bajó de nuevo
al suelo deslizándose desde sus hombros.
-Essso activará cualquier alarma que tengan ahí
arriba –dijo ella al jadeante tynnan-. Mientrasss tanto, tomaremosss el camino
de abajo.
Ya estaba retirando el panel en el suelo de la
cubierta.
***
-Loolalekkipaa soookii-pa esoopili? –El khil lanzó
una mirada furiosa a Noone, silbando entre sus hullepi y clavando su índice en
la bandeja metálica-. Hooodoffi dip-dip?
Noone le devolvió la mirada con aprensión. Podía
hablar con fluidez cinco idiomas, y podía salir del paso en una docena más,
pero no podía descifrar ni una sola palabra del estridente argot gorjeado por
ese alienígena con tentáculos en la cara. Tal vez había perdido práctica. O tal
vez el khil estuviera borracho.
Tratando de adivinar las intenciones de su cliente
por su entonación y su lenguaje corporal, Noone alzó su bandeja y la giró un
cuarto de vuelta.
-Si no le apetece la anguila fleek, señor, también
tengo canapés de pez de hielo escalfado, espolvoreados con...
-Goohilli!
–El khil dio un puñetazo en la bandeja, enviando al suelo varias gambas de
tierra con rebozado de mantequilla. Juntó sus dos manos con garras en un
elaborado y probablemente grosero gesto, y se perdió entre la bulliciosa
multitud. Noone respiró aliviado mientras se agachaba a recoger los aperitivos
caídos.
Hasta ese momento, las cosas parecían marchar bien.
Antes de su llegada al invernadero abovedado en el corazón de la nave rebaño,
todos los empleados del catering habían sido concienzudamente escaneados en
busca de armas o explosivos, y todas las delicias gastronómicas habían sido
probadas por un par de catadores de aspecto infeliz. Aparentemente, la fiesta
estaba transcurriendo según el horario previsto, y su capataz les ladraba
órdenes mientras descubrían los aperitivos, encendían los candiles, removían la
sopa, y descorchaban el brandy corelliano. Los ricos aromas se mezclaban con
los dulces efluvios de las hojas de vesuvague y las flores donar.
La mesa principal del comedor, una gigantesca
plancha de madera con asientos para un centenar, se encontraba directamente
bajo el centro de la cúpula transparente. En la cabecera de la mesa había dos
sillas talladas, tan grandes que sería más acertado denominarlas tronos. Juntas,
aguardaban a los invitados de honor. Ninguno de los asientos era mayor que el
otro, ni tenía detalles más intrincados, ni estaba más cerca de la mesa;
aparentemente, las apariencias eran clave para esta negociación. A la izquierda
de la mesa, se había despejado una gran zona para que los invitados se
mezclaran y se relacionaran. En la periferia, justo frente a la línea de
árboles cubiertos de musgo y a los serpenteantes caminos del jardín, Noone y el
resto habían preparado un semicírculo irregular de carros de catering.
Los invitados habían llegado en masa hacía poco
tiempo. Los entornos de Ritinki el bimm y Vop el rodiano incluían cada uno a
decenas de subordinados, seguidores y lamebotas, y todos ellos parecieron
deleitarse con la bienvenida visión de una barra libre. La atmósfera fue
volviéndose cada vez más ruidosa y escandalosa, conforme un mar de tambaleantes
seres, bajo los efectos de varios intoxicantes, luchaba por hacerse oír sobre
el resto. Por el momento, ninguno de los jefes criminales había hecho su
aparición.
Noone captó el destello de una chaqueta de color
blanco brillante entre la masa de cuerpos. Abriéndose paso entre dos twi’leks
elegantemente vestidos enzarzados en un acalorado debate sobre puntuaciones de
bola-choque, Kels se acercó a su lado.
-¿Cómo va la guerra? –le gritó él al oído.
Kels sonrió ligeramente, alzó el puño derecho a la
altura de su hombro, y entreabrió los dedos, mostrándole la característica
silueta de una nota de crédito certificada de Sif-Uwana. La mano se hundió en
su chaqueta y reapareció un instante después, vacía.
-¿Has robado
eso? ¿A los twi’leks? –Sin volver la cabeza, echó un vistazo a los dos
alienígenas, temiéndose lo peor. Aún seguían intercambiando belicosos insultos,
gesticulando salvajemente con sus colas craneales. Y claramente ajenos a su
entorno inmediato. La presión de su pecho desapareció, pero fue reemplazada por
rabia. Blandió un dedo ante el rostro de la chica, a modo de advertencia-. No
vuelvas a hacer eso. O quedas fuera del equipo. –Se inclinó acercándose a
ella-. No podemos volver con el carro si nos pegan un tiro a ambos. ¿Entendido?
En ese punto del golpe, todo recaía en Sonax y
Dawson. Todo lo que él y Kels podían hacer era interpretar sus papeles
asignados durante la cena, limpiar los restos de los platos, recuperar el carro
del pudin del nicho lateral donde lo habían dejado, y cargarlo de nuevo en la
lanzadera de regreso. Con algo de suerte, sería igual de pesado que cuando lo
habían descargado, con el peso de dos polizones y los diez kilogramos
adicionales de una caja fuerte metálica. Echó un vistazo a los juerguistas. Con
suerte, a ninguno de ellos le apetecería especialmente un plato frío de pudin
de gumbah.
Noone echó un vistazo casual a la sala, girando la
cabeza, y el pequeño dispositivo le rozó la piel de la nuca. Estaban pasando
mucho tiempo hablando juntos.
-Será mejor que nos separemos –dijo-. Sólo recuerda
lo que he dicho acerca de los pequeños robos. Ahora somos simples camareros
honrados, nada más. –Se obligó a poner una expresión de dureza en su cara-. ¿De
cuánto es la nota de crédito, de todas formas?
Kels abrió los ojos de par en par conforme se
adentraba en la multitud. Alzó una mano, con los dedos extendidos, como si
estuviera saludando a un colega del trabajo. Entonces Noone no pudo evitar que
la sonrisa alcanzase su boca y se ensanchase de oreja a oreja. ¡Cinco mil! Enséñale un poco de disciplina,
y nos convertirá en los ladrones con más éxito del sector.
***
El palpitante zumbido del campo de seguridad era
bastante reconocible, ahora que sabían lo que tenían que escuchar. Pero el
campo era imperceptible en todas las longitudes de onda visuales, y Dawson,
gateando a cuatro patas, había chocado de cabeza en él. Ahora estaba sentado,
gruñendo y frotándose el punto donde se le había chamuscado el pelaje.
Sonax acercó más su cabeza, casi tocando la barrera
de fuerza pero sin llegar a hacerlo. Golpeó tentativamente contra ella la punta
de su luma portátil. Crepitó y chisporroteó con tensa energía. No iban a poder
pasar por ahí a la fuerza.
Cerrando ambos ojos y respirando profundamente,
Sonax accedió a su banda cibernética. La acción fue automática, casi
inconsciente, pero como siempre sintió un bienvenido brote de calidez y placer.
Este mundo interior era seguro y confortable, y sus caminos de silicio tan
familiares como los abarrotados confines de la Esfera Habitacional D de Sluis
Van, donde había vivido de niña con su padre y sus hermanas.
En el ojo de su mente, apareció ante ella una
matriz de opciones, con túneles ramificados que se extendían tras ella como
brillantes líneas verdes y rojas. Seleccionó el pasadizo número doscientos
treinta y dos del decimocuarto nivel. Su consciencia entró disparada en el
tubo, siguiéndolo por mareantes caídas y giros hasta su punto final, donde un
conjunto de rejillas de finos cuadrados que giraban lentamente en direcciones
opuestas bloqueaba cualquier acceso. Sonax empujó
la primera rejilla en posición, luego la segunda, luego la tercera. Se deslizó
por uno de los miles de pequeños agujeros, surgiendo en un anfiteatro zumbante
cuyas líneas se extendían hasta el infinito. Números de paquete y cadenas de
código pasaban zumbando como borrones de luz, en un clamoroso y caótico
torbellino de sonidos y sensaciones. Había entrado en el ordenador principal de
la Canción de las Nubes.
Momentos después de que ella y Dawson hubieran
comenzado a reptar por el túnel de mantenimiento inferior, habían llegado a un
terminal de datos miniaturizado, tal y como esperaba. Era un dispositivo
sencillo, preparado sólo para comprobaciones de diagnóstico, pero tenía un
acceso directo al ordenador principal; solamente a un único directorio, con el
único objetivo de obtener registros de reparaciones. Usando un cable de enlace,
con un extremo conectado al puerto de datos y otro a su banda craneal, Sonax
había pirateado el directorio y accedido al disco principal. Desactivó
cualquier alarma de intrusión latente en el pasadizo de mantenimiento B43,
luego localizó el código de señal remota y lo copió.
El código de señal remota de la Canción permitía que las tabletas de
datos y otros equipos portátiles permanecieran enlazados al ordenador principal
sin estar físicamente conectados por cables, clavijas o tomas de datos. Esta
comodidad era una característica estándar en la mayoría de grandes naves estelares.
Después de desenganchar el cable, lo enrolló y se lo devolvió a Dawson.
Duplicando la señal, Sonax podía conectarse a los sistemas de la nave en
cualquier momento, siempre que permaneciese a bordo. Tal y como estaba haciendo
ahora.
La cacofonía del ordenador principal de la Canción habría sobrepasado a una mente
puramente orgánica incapaz de percibir su estructura subyacente. Para un ciborg
como Sonax, era hermosa, una obra de arte de arquitectura intrincada que dejaba
sin aliento. Colocándose tras un palpitante flujo de datos, siguió su estela
entre dos filtros antivirus y un bloqueo de contraseña, salió junto a un
inmenso baluarte que representaba las Operaciones de Seguridad.
El muro virtual estaba cubierto con las
protuberancias rectangulares de los subdirectorios; se dirigió a la ranura en
la intersección de la columna Mern-Krill y la fila 3135: Contramedidas de
Seguridad. Con un suave empujón por su parte, comenzaron a volar números a
velocidad cegadora, pero sabía lo que necesitaba, y lo reconocería cuando lo...
¡ahí! El comando de control para el
campo de contención 776, pasadizo B43.
Un débil enlace azul surgió del comando de control,
dirigiéndose hacia otro camino de silicio. Si se cortase la potencia, la
barrera de energía caería, pero una señal reflejada por ese enlace activaría
una señal de alerta en la estación de algún técnico ithoriano. Puede que
estuvieran demasiado distraídos con la infestación de myrmins como para darse
cuenta, pero más valía prevenir que lamentar.
Sonax empujó
ligeramente el delicado enlace, no lo bastante para romperlo (lo que causaría
que un amenazante programa de autodiagnóstico apareciera en ese sector), pero
suficiente para insertar un parche con un buffer temporal. Volviendo al
indefinido borrón negro que representaba el comando del campo de seguridad,
colocó los números en una alineación nueva, sin potencia. Cuando el borroso
código comenzó a ralentizarse y enfriarse, Sonax comenzó a deshacer sus pasos
hacia las estables matrices de su propia red neural.
Abrió los ojos. Dawson todavía estaba frotándose la
coronilla. Toda la operación había tardado menos de un segundo de tiempo real.
A su lado, la barrera de energía siseó,
chisporroteó con un millar de parpadeantes puntos de luz, dio un alarmantemente
brillante destello, y desapareció. Sonax volvió a tantearla con su luma. Esta
vez, su brazo pasó sin problemas por la unión y al pasillo más allá.
Dawson asintió con admiración.
-Excelente, Sonax, excelente. Muy buen trabajo.
Sonax ya estaba avanzando, serpenteando hacia
delante con su poderosa cola. Encontraba mucho más fácil moverse por el
estrecho pasaje que su compañero tynnan de dos patas.
-Rápido –dijo-. No tenemos mucho tiempo.
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