Risas al
caer la noche
Patricia A.
Jackson
Inclinando la cabeza bajo los chorros de los
secadores, Thaddeus Ross permanecía de pie en el oscuro cubículo mientras el
frío mordiente de la lluvia de Najiba se evaporaba de su cabello rubio cortado
muy corto. Aún empapado por su breve excursión bajo la tormenta, tenía el
cuello caliente por las tórridas ráfagas de aire que se derramaban sobre él, y
sintió un ligero escalofrío. Cuando las puertas se abrieron, admitiéndole en la
sala más interna del Malecón de Reuther, alzó la cabeza y entró dentro.
Sin humor para enfrentamientos, el corelliano
apartó de su cadera derecha el faldón de su gabardina, mostrando la infame
silueta de su bláster pesado Caelli-Merced, que colgaba bajo en su funda. Había
pocos parroquianos que pudieran fijarse en el contrabandista o en su arma
mientras caminaba por el bar desierto. Rebuscó en sus bolsillos buscando un
crédito, entrecerrando los ojos ante la espesa neblina de licor rancio y humo
de especia. Mientras sostenía la estrecha moneda contra la palma de su mano,
hizo brevemente contacto visual con Reuther, el camarero najib, quien le saludó
con una ligera inclinación de cabeza y una mirada de perpleja preocupación.
Ross continuó hasta el fondo del establecimiento,
deteniéndose en la esquina del extremo derecho junto a la máquina de archivos
sonoros. La gastada caja de música había tenido años mejores. Su cúpula
acristalada con forma de burbuja estaba sucia por capas de polvo y ennegrecida
por partículas de humo acumuladas. Abollada y arañada por los borrachos o las
peleas, la antigua unidad de entretenimiento estaba apoyada en una pieza de
metal cortada a medida para sustituir una de sus patas, que se había roto.
Dentro de la fina cúpula de plastiacero, el selector mostraba una colección de
archivos sonoros y mini-holovídeos, esperando que algún interesado programase
una petición.
Ross dejó caer la moneda de un crédito en la
oxidada ranura y pulsó su selección. Tras un instante de estática y un zumbido
grave, el holoproyector iluminó tenuemente la zona sobre el tubo proyector
invertido, creando la esbelta imagen de una mujer twi’lek. Estaba vestida con
una toga escarlata que acentuaba sus caderas y su delgado torso. Entre una
línea escalonada de brillantes botones de cristal, su piel caoba asomaba en
varios lugares, exponiendo suaves fragmentos de su cuerpo escultural desde el
hombro desnudo hasta los muslos.
Con un mohín en sus labios carnosos, la seductora
imagen le saludó con una leve inclinación de cabeza. “Antes la oscuridad solía asustarme tanto... antes solía pasarme la
vida persiguiendo al sol.”
Ross tragó saliva para liberar el nudo en su
garganta y se apartó del holo-fantasma. El corelliano se sentó en una mesa
cercana y cerró los ojos, resistiendo la insistente protesta de sus tensos
músculos.
“Conozco
demasiado bien los miedos de la noche... pero contigo, sólo hay risas... risas
al caer la noche.”
Llevando en la mano una botella con un intrincado
diseño y un vaso, Reuther se acercó a la mesa de Ross. Vestido con su sucia
túnica de trabajo y su delantal, el camarero arrastró una silla por el arañado
suelo de su bar y se sentó. A pesar de la profundidad de las sombras, sus ojos
destellaban con un brillo interior, llevando una chispa de optimismo al
solitario rincón del fondo de la taberna. Su cabello blanco y áspero estaba
trenzado con fuerza contra su cráneo, uniéndose a una única y gruesa trenza que
le colgaba recorriéndole toda la espalda. Se aclaró la garganta, empujando el
vaso sobre la mesa hacia el contrabandista.
-¿Cuánto hace que nos conocemos, Ross? ¿Siete, tal
vez ocho años?
Aletargadamente, como en trance, Ross quitó el
tapón de la botella y olisqueó el penetrante aroma del líquido del interior.
-Unos siete años, supongo –respondió en voz baja.
-En todo ese tiempo, uno llega a conocer a sus
amigos, especialmente a un socio. –Reuther soltó un bufido de desdén, pasándose
un trapo por el ancho puente de su nariz-. Te conozco mejor de lo que crees.
-No estoy de humor para una evaluación siquiátrica,
Reuther. Suelta lo que tengas que decir.
Reuther se recostó en su silla, acariciándose
pensativo la barba incipiente que cubría su barbilla.
-¿Qué te pasa, muchacho? Podría tomarte como
referencia para organizar mi catálogo de pedidos. Una vez al año, y sólo una
vez al año, pido este t’ssolok twi’lek –dijo señalando la botella esculpida-, y
tengo la garantía de que en el plazo de dos o tres días tú apareces a mi
puerta, con un aspecto que parece que el primer oficial de la Muerte te acabara
de disparar. –El najib soltó un bufido, inclinándose sobre el borde de la
mesa-. Vienes aquí, pones esa misma canción. Bebes hasta que la vista se te
emborrona. Luego te vas sin decir palabra acerca de lo que te preocupa. No soy
ningún loquero, Ross, nunca he pretendido serlo. Pero soy lo más parecido que
puedas encontrar.
Reuther tomó la botella de manos de Ross y vertió
una generosa dosis en el vaso que aguardaba.
“A menudo he
soñado con un mundo perfecto”, continuaba la canción, “de ámbar transparente y blanca luz.”
Ross tomó un sorbo del vaso, pensativo, haciendo
una mueca ante el regusto agridulce.
-Nunca te he hablado de mis pequeñas aventuras con
Trep Winterrs, ¿verdad?
-Has mencionado a Trep algunas veces.
-¿Alguna vez he mencionado a Saahir? ¿Saahir
Ru’luv?
Reuther se volvió lentamente a mirar la caja de
música, y luego miró de nuevo al contrabandista con un destello de desconfianza
en la mirada.
-¿La cantante? ¿La conociste?
-Hace unos siete años, poco antes de conocerte,
Trep y yo nos encontramos en el lado equivocado de un timo de protección elomin
que salió mal...
***
El disparo golpeó contra su chaleco blindado. Ross
jadeó cuando la descarga a quemarropa hizo salir violentamente el aire de sus
pulmones. Pese a estar desorientado, apretó el gatillo de su rifle bláster,
disparando al asesino elomin. El reptiliano salió despedido hacia atrás varios
metros, con marcas de impacto humeando en su pecho y abdomen. Contrayendo
involuntariamente los músculos, el elomin devolvió fuego aleatoriamente a su
agresor.
Los disparos siguientes fueron absorbidos por el
chaleco; pero Ross sintió el doloroso impacto de cada uno. Apretó los dientes
con fuerza cuando su cuerpo terminó golpeando los duros y pulidos suelos del
vestíbulo de la embajada. Aturdido por el impacto inicial, abrió los ojos y
miró fijamente la vara luminosa que colgaba precariamente sobre él,
preguntándose cuándo llegaría el momento final, el último aliento.
-¿Ross? –Pudo notar la preocupación en la voz de su
socio.
Trep Winterrs se apartó del hombro su largo cabello
negro mientras entraba en el campo visual de Ross y se inclinaba para mirar al
contrabandista caído. Sus hermosas facciones estaban enterradas bajo capas de
sudor y suciedad. Meneó la cabeza mientras una ancha sonrisa asomaba en su
rostro.
-No puedo creer que hayas recibido ese disparo por
mí.
-¿Qué se suponía que debía hacer? –Ross pretendía
haber soltado una risa sarcástica, pero su respuesta fue más bien un gemido.
Estaba luchando en su interior, agarrándose desesperadamente a los últimos
fragmentos de su consciencia. Rodó hacia un lado en un frenético intento de
incorporarse, pero fracasó-. ¿Quedarme ahí quieto y ver cómo te disparaban por
la espalda?
Trep tomó el rifle bláster de manos de Ross y
comprobó su célula de potencia.
-El trato ha salido mal, colega. El viejo embajador
se enfría mientras hablamos. No voy a dejar que te pase a ti lo mismo. ¿Puedes
disparar?
-Me las apañaré. –Ross cerró los ojos con fuerza
cuando el dolor recorrió su cuerpo. Obligó a su cuerpo a reaccionar y responder
mientras Trep le ayudaba a ponerse en pie.
Esquivando un disparo procedente del pasillo
lejano, Trep se volvió para que Ross pudiera devolver el fuego. El disparo
rebotó en el brillo pulido de la pared y derribó a uno de los intrusos.
-Todo se está desmoronando –se quejó Trep. Tiró de
Ross para pegarlo a su espalda y se agachó, soportando todo el peso del
contrabandista.
Ross luchaba por mantener los ojos abiertos.
-¿De quién fue la idea de poner a un gamorreano a
cargo de un equipo diplomático de seguridad?
-Se lo habían prometido a Ishenn. Además, si tú no
ibas a hacerlo, y yo tampoco, ¿quién lo haría si no? ¿Ese pequeño chadra-fan
con el parche en el ojo?
Sonaron explosiones en el interior del edificio de
la embajada, esparciendo escombros en las desiertas calles de Elos, una de las
varias ciudades importantes que cubren la superficie del mundo natal elomin.
Una sirena aullaba en la distancia, avisando de que los refuerzos estaban de
camino. Con prisas para desaparecer antes de que pudieran hacerse preguntas,
Trep se escabulló hasta un deslizador terrestre abandonado y dejó suavemente a
Ross en el asiento del pasajero.
-Aguanta, colega –dijo, saltando por encima de Ross
al asiento del conductor.
Trep soltó el sistema de guiado y agarró
rápidamente los cables y clavijas de conexión. Ross observaba desde lo que
parecía una gran distancia.
-El cable rojo primero –dijo arrastrando las
palabras, derrumbado contra el respaldo del asiento-. Siempre el cable rojo
primero.
El contrabandista recableó el filamento rojo tal y
como decía Ross. Sorprendido cuando una chispa saltó de la conexión, pisó el
acelerador, haciendo que el motor fío cobrase vida. Bajo su dirección, el
deslizador terrestre salió disparado hacia delante por las calles, virando en
un amplio arco cuando un transporte de tropas giró al bulevar. Trep giró la
palanca de dirección a un lado y logró controlar el deslizador en un giro de
180 grados. Se retiró rápidamente, revolucionando el motor mientras entraban a
toda velocidad en las plataformas de aterrizaje del espaciopuerto justo fuera
del perímetro de los patios de la embajada.
El deslizador terrestre se sacudió cuando Trep
saltó la separación que delimitaba los muelles de vuelo exteriores y las bahías
de atraque interiores. Ross pudo ver la silueta de su nave, el Kierra, reposando justo al otro lado del
edificio principal del puerto. A pesar de su menguante visión, podía ver con
claridad las luces centinelas amarillas destellando bajo la nave, señalando que
los sistemas de preservación del carguero estaban activos.
-¿Ross? –Trep empujó suavemente al contrabandista
en su asiento-. Ross, quédate conmigo. ¿Me oyes?
-No voy a irme a ninguna parte. –Un entumecedor
escalofrío recorrió su espalda; pero Ross estaba demasiado agotado incluso para
temblar por él. Se encogió de hombros con indiferencia y se permitió
desvanecerse silenciosamente en el olvido de la inconsciencia.
***
-¡Kierra, abre la escotilla!
-Está
abierta –respondió la inteligencia droide-. ¿Por qué? ¿Esperas visita?
Ross trató de tragar saliva en su boca seca y luchó
por incorporarse. Las familiares vistas de su cabina personal giraron en un
borrón a su alrededor. Un dolor penetrante recorrió su cuerpo, haciendo que el
sudor manara de su febril piel. Derrumbándose de nuevo en el camastro, cerró
los ojos, recomponiéndose a sí mismo y al caos de sus recuerdos inconexos.
Se escuchó un ligero zumbido electrónico cuando la
inteligencia droide atrapada en la nave de Ross –y que recibió el nombre del
carguero- enfocó sus lentes ópticas sobre la cama y comenzó a tomar lecturas de
sensores.
-Ross –dijo, con pánico creciente en su voz-, tu
ritmo cardiaco y tu presión sanguínea están peligrosamente bajos. ¡Algunas
constantes vitales ni siquiera aparecen! ¡Trep, haz algo! ¡Sus sistemas
críticos están fallando!
Ross logró emitir un breve y doloroso bufido que
pretendía ser una risa.
-No voy a irme a ninguna parte, querida. No te
preocupes por eso. –Aunque estaba bastante quieto, se sentía dolorido y
magullado por todo su ser, y tomó una profunda y cautelosa respiración para
aplacar su corazón desbocado-. Kierra, si usas tus sensores hidráulicos para
medir mis constantes vitales, siempre pareceré estar al borde de la muerte. No
son lo bastante sensibles.
-Lo sé, pero me siento tan inútil. –Las enérgicas
maneras de la inteligencia droide estaban superadas por la preocupación, y eso
tocó una fibra sensible en el corazón del contrabandista-. Permanece quieto y
tumbado, ¿de acuerdo? Ahora viene Trep.
-¡Vaya, vaya! ¡O soy un mono kowakiano, o está
vivo! –Trep irrumpió en el camarote, sonriendo de oreja a oreja.
-¿Dónde estamos?
-Estaba realmente preocupado por ti, ¿sabes? No
tengo ni idea de primeros auxilios, Rosco.
-He preguntado que dónde estamos, Trep.
Trep se frotó las manos en su túnica de trabajo y
sonrió aún más abiertamente, reteniendo a propósito la información.
-Deberías haber visto tu cara cuando ese disparo
golpeó tu chaleco.
Agarrando a Trep de la manga, Ross apretó los
dientes luchando contra el dolor y tiró del contrabandista hacia el costado del
catre.
-¡Te lo preguntaré una vez más! ¿Dónde estamos?
Trep se zafó fácilmente de la mano del
contrabandista.
-Estás en casa, colega. Corellia. Muelle 52.
-¡Muelle 52! –La referencia cruzó rápidamente su
mente-. ¿El muelle de atraque privado de la Taberna de la Dama Naranja?
-No tienes mala memoria para ser un hombre que ha
estado técnicamente muerto durante cinco días.
-¿Muerto? ¡Cinco días! –La habitación comenzó a
girar a su alrededor y Ross osciló de nuevo al borde de la inconsciencia. Cerró
los ojos y se desplomó en el catre.
-¡Saahir! –exclamó Trep-. Saahir, creo que ha
vuelto a desvanecerse.
-¿Saahir? –Ross susurró el nombre, sintiendo que
sus latidos se fortalecían mientras su mente vagaba con las complicaciones
emocionadas asociadas a él. Por un momento, su cuerpo se acomodó en un seguro y
cálido regazo de amor, felicidad y una sensación de pertenencia, pero a medida
que esa sensación maduraba, iba oscureciéndose con la carga de compromisos no
cumplidos, separación, y soledad.
Ross luchó por recuperar la lucidez mientras sentía
unos suaves golpes metálicos resonando en la habitación. El sonido se detuvo un
instante y, en un frustrado momento de rabia, cayó presa del pánico, cayendo de
nuevo en la oscuridad. Cuando sintió el suave toque de unos dedos en su
barbilla, Ross abrió los ojos, mirando a la mujer twi’lek que le sonreía desde
un pedestal olvidado hacía mucho tiempo.
-¿Cómo te sientes, héroe? –Su boca se curvó en una
sonrisa casi amenazadora mientras le apartaba un mechón de pelo suelto.
Ross le agarró la mano para asegurarse de que no
era ningún fantasma.
-No lo sé. ¿Por qué no me lo dices tú? –Se
incorporó lentamente sobre un codo y le acarició una de sus suaves mejillas.
Saahir llevaba un chaleco marrón ajustado, su
prenda exterior favorita, y una blusa escotada con mangas abiertas que
acentuaban sus esbeltos brazos. Unos ceñidos pantalones negros revelaban cada
curva de sus piernas y caderas. En la plácida iluminación de las luces del
camarote, sus tentáculos craneales tenían un misterioso tono negro, en lugar
del marrón tierra de su rostro moreno.
-No hace falta mucho para ponerte de buen humor,
¿verdad? –dijo en tono seductor, haciendo que su atención volviera a recaer en
su rostro-. ¿Sabes, Ross? –dijo, jugueteando con un anillo de plata en el dedo
medio de su mano izquierda-. El éxito de mis pociones mágicas está garantizado,
pero tiene un precio.
-¿Me has envenenado? –exclamó Ross. Recordaba que
el anillo escondía una pequeña aguja para inyectar a un sujeto desprevenido con
extracto de t’ssolok, un peligroso veneno paralizante que siempre era letal sin
el antídoto necesario.
-Alguien tenía que detenerte –respondió Saahir,
vertiendo una extraña solución azul en una copa-. Estabas corriendo hacia el
Otroespacio, piloto. Casi estabas con un pie allí. –Se sentó y sonrió,
sosteniendo la copa en la mano-. No podía permitir que eso ocurriera. Al menos,
no sin decirte adiós.
Le llevó la copa a los labios, alzándole la cabeza
ligeramente, y le permitió beber una variante mezclada del antídoto.
-¿Sabes, Ross? Una vez que has caído bajo uno de
mis hechizos, eres mío para siempre, en cuerpo y alma. –La twi’lek dejó a un
lado la copa vacía, sonriendo con tristeza-. Ojalá eso fuera verdad, ¿eh?
-¿Puedes ocuparte de él tú sola, o me quedo? –Trep
cruzó los brazos sobre su pecho, apoyándose en la pared del casco.
-Erbus tiene un menú esperándote en la cocina –dijo
Saahir-. Sugiero que lo aproveches antes de que tenga demasiado trabajo. Esta
noche actúo, y seguro que el local va a estar lleno a rebosar.
Mientras Trep les dejaba solos, Ross consiguió cuidadosamente
colocar un brazo bajo su cabeza.
-¿Así que sigues cantando?
-Eso, y salvando tu lamentable choobie. Las dos
cosas que mejor hago. –Saahir acercó el kit médico al lateral de la cama y se
inclinó sobre él, comprobando las gasas húmedas sobre la herida de bláster-.
Hay que cambiar el vendaje. –Tiró suavemente de la cinta, deteniéndose
brevemente cuando el contrabandista se estremeció bajo su somero toque-.
¿Quieres hacer el favor de mirarte? –se burló-. Deja de portarte como un bebé y
estate quieto.
Ross cerró los ojos y trató de concentrarse en otra
cosa que no fueran los pelos del pecho que la twi’lek le estaba arrancando con
el esparadrapo. Incapaz de soportar cómo cada pelo iba siendo arrancado
lentamente de su piel, hizo una dramática mueca.
-¿Sabes? Podrías ir un poco más despacio y vengarte
realmente de mí por todos estos años.
-O podría simplemente dar un rápido tirón. –Saahir
arrancó la cinta en un único y brusco movimiento-. Y vengarme de ti igualmente. –Le atravesó con
la mirada mientras él abría los ojos. Con una sonrisa sardónica, comprobó la
herida, complacida por su progreso-. Ya sé que mi opinión no te importa
demasiado –dijo mientras colocaba con cuidado un nuevo vendaje alrededor de la
herida-, pero creo que deberías permanecer en cama unos cuantos días más. –La
twi’lek le cubrió el pecho y los hombros con la manta y le levantó, dejando que
el medipac colgara de su hombro-. Volveré por la mañana.
-¿Volver? –Ross la agarró por la cintura. Hizo una
gran mueca cuando el movimiento causó que otra ráfaga de dolor le atravesara-.
¿Volver de dónde?
-Ross, túmbate –le reprendió Saahir, empujándole
suavemente hacia abajo. Frunció los labios, meneando la cabeza severamente-. Ya
es un poco tarde para que comiences a actuar como un marido, ¿no crees?
-No me refería a eso –replicó Ross-. Es sólo –dijo,
evitando sus ojos fríos- que acabamos de encontrarnos y ahora te vas a toda
prisa.
Inclinando la cabeza a un lado, Saahir sonrió,
mostrando una ordenada fila de dientes blancos.
-Bueno, si necesitas saberlo, piloto, tengo un
asunto de negocios esperándome fuera del planeta.
-¿Quién va a pilotar?
-Yo, por supuesto. Dado que no tengo mi propio
piloto privado, he tenido que hacerlo yo misma.
-¿Tú? ¿Desde cuándo has comenzado a transportar
mercancía?
-Aún no lo he hecho nunca. Esta será mi primera
vez, pero debido a los plazos no puede evitarse. –Sus labios cayeron en un leve
mohín.
Absorbido por el gesto, Ross sintió una oleada de
culpa, complicada con una pizca de celos.
-¿Cuál es la carga?
-Cuanto menos sepas mejor.
-Oh, una de esas. Ya entiendo. –La miró fijamente,
acariciando con suavidad sus largos dedos-. Mira, Saahir, te debo una, y...
-¿La transportarías por mí? –preguntó ella,
agudizando cuidadosamente el tono de su voz.
-No he dicho eso. He dicho que te debía una.
-Entonces eso significa que transportarás el
cargamento por mí, ¿verdad? –Saahir comenzó a acariciar juguetonamente el
cabello en la nuca de Ross. Observó con deleite cómo el contrabandista se
estremecía, sonrojándose por el gesto.
-Sabes que odio cuando haces eso.
-Mentiroso –susurró ella con voz ronca-. Te
encanta, siempre te ha encantado.
Aceptando a regañadientes la calidez que se
extendía por su cuerpo, Ross apretó los dientes.
-¿Cuánto?
-Puedo garantizarte cinco mil créditos por adelantado.
–Saahir intensificó sus esfuerzos-. Puede haber más, dependiendo el papel que
juegues.
-¿Qué quieres decir con “dependiendo el papel que
juegue”?
-Podemos hablar de eso más tarde. –Antes de que él
pudiera protestar, la twi’lek frunció el ceño, examinándole la frente-. Oh,
mira. Me he dejado un arañazo. –Se agachó y le besó suavemente la frente-. Y
ahí hay otro. –Le besó sobre el ojo derecho.
-Está bien, está bien. Lo haré. –Sujetándole la
esbelta cintura, sonrió mientras tiraba de ella hacia la cama-. Y ahora, sea
franco con migo, doctora. ¿Sobreviviré?
-No te preocupes. –Saahir se quitó el chaleco
mientras él le desabrochaba la blusa-. Bajo mis cuidados, piloto, te aseguro
una recuperación completa.
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