martes, 22 de octubre de 2013

Risas al caer la noche (I)

Risas al caer la noche
Patricia A. Jackson

Inclinando la cabeza bajo los chorros de los secadores, Thaddeus Ross permanecía de pie en el oscuro cubículo mientras el frío mordiente de la lluvia de Najiba se evaporaba de su cabello rubio cortado muy corto. Aún empapado por su breve excursión bajo la tormenta, tenía el cuello caliente por las tórridas ráfagas de aire que se derramaban sobre él, y sintió un ligero escalofrío. Cuando las puertas se abrieron, admitiéndole en la sala más interna del Malecón de Reuther, alzó la cabeza y entró dentro.
Sin humor para enfrentamientos, el corelliano apartó de su cadera derecha el faldón de su gabardina, mostrando la infame silueta de su bláster pesado Caelli-Merced, que colgaba bajo en su funda. Había pocos parroquianos que pudieran fijarse en el contrabandista o en su arma mientras caminaba por el bar desierto. Rebuscó en sus bolsillos buscando un crédito, entrecerrando los ojos ante la espesa neblina de licor rancio y humo de especia. Mientras sostenía la estrecha moneda contra la palma de su mano, hizo brevemente contacto visual con Reuther, el camarero najib, quien le saludó con una ligera inclinación de cabeza y una mirada de perpleja preocupación.
Ross continuó hasta el fondo del establecimiento, deteniéndose en la esquina del extremo derecho junto a la máquina de archivos sonoros. La gastada caja de música había tenido años mejores. Su cúpula acristalada con forma de burbuja estaba sucia por capas de polvo y ennegrecida por partículas de humo acumuladas. Abollada y arañada por los borrachos o las peleas, la antigua unidad de entretenimiento estaba apoyada en una pieza de metal cortada a medida para sustituir una de sus patas, que se había roto. Dentro de la fina cúpula de plastiacero, el selector mostraba una colección de archivos sonoros y mini-holovídeos, esperando que algún interesado programase una petición.
Ross dejó caer la moneda de un crédito en la oxidada ranura y pulsó su selección. Tras un instante de estática y un zumbido grave, el holoproyector iluminó tenuemente la zona sobre el tubo proyector invertido, creando la esbelta imagen de una mujer twi’lek. Estaba vestida con una toga escarlata que acentuaba sus caderas y su delgado torso. Entre una línea escalonada de brillantes botones de cristal, su piel caoba asomaba en varios lugares, exponiendo suaves fragmentos de su cuerpo escultural desde el hombro desnudo hasta los muslos.
Con un mohín en sus labios carnosos, la seductora imagen le saludó con una leve inclinación de cabeza. “Antes la oscuridad solía asustarme tanto... antes solía pasarme la vida persiguiendo al sol.”
Ross tragó saliva para liberar el nudo en su garganta y se apartó del holo-fantasma. El corelliano se sentó en una mesa cercana y cerró los ojos, resistiendo la insistente protesta de sus tensos músculos.
“Conozco demasiado bien los miedos de la noche... pero contigo, sólo hay risas... risas al caer la noche.”
Llevando en la mano una botella con un intrincado diseño y un vaso, Reuther se acercó a la mesa de Ross. Vestido con su sucia túnica de trabajo y su delantal, el camarero arrastró una silla por el arañado suelo de su bar y se sentó. A pesar de la profundidad de las sombras, sus ojos destellaban con un brillo interior, llevando una chispa de optimismo al solitario rincón del fondo de la taberna. Su cabello blanco y áspero estaba trenzado con fuerza contra su cráneo, uniéndose a una única y gruesa trenza que le colgaba recorriéndole toda la espalda. Se aclaró la garganta, empujando el vaso sobre la mesa hacia el contrabandista.
-¿Cuánto hace que nos conocemos, Ross? ¿Siete, tal vez ocho años?
Aletargadamente, como en trance, Ross quitó el tapón de la botella y olisqueó el penetrante aroma del líquido del interior.
-Unos siete años, supongo –respondió en voz baja.
-En todo ese tiempo, uno llega a conocer a sus amigos, especialmente a un socio. –Reuther soltó un bufido de desdén, pasándose un trapo por el ancho puente de su nariz-. Te conozco mejor de lo que crees.
-No estoy de humor para una evaluación siquiátrica, Reuther. Suelta lo que tengas que decir.
Reuther se recostó en su silla, acariciándose pensativo la barba incipiente que cubría su barbilla.
-¿Qué te pasa, muchacho? Podría tomarte como referencia para organizar mi catálogo de pedidos. Una vez al año, y sólo una vez al año, pido este t’ssolok twi’lek –dijo señalando la botella esculpida-, y tengo la garantía de que en el plazo de dos o tres días tú apareces a mi puerta, con un aspecto que parece que el primer oficial de la Muerte te acabara de disparar. –El najib soltó un bufido, inclinándose sobre el borde de la mesa-. Vienes aquí, pones esa misma canción. Bebes hasta que la vista se te emborrona. Luego te vas sin decir palabra acerca de lo que te preocupa. No soy ningún loquero, Ross, nunca he pretendido serlo. Pero soy lo más parecido que puedas encontrar.
Reuther tomó la botella de manos de Ross y vertió una generosa dosis en el vaso que aguardaba.
“A menudo he soñado con un mundo perfecto”, continuaba la canción, “de ámbar transparente y blanca luz.”
Ross tomó un sorbo del vaso, pensativo, haciendo una mueca ante el regusto agridulce.
-Nunca te he hablado de mis pequeñas aventuras con Trep Winterrs, ¿verdad?
-Has mencionado a Trep algunas veces.
-¿Alguna vez he mencionado a Saahir? ¿Saahir Ru’luv?
Reuther se volvió lentamente a mirar la caja de música, y luego miró de nuevo al contrabandista con un destello de desconfianza en la mirada.
-¿La cantante? ¿La conociste?
-Hace unos siete años, poco antes de conocerte, Trep y yo nos encontramos en el lado equivocado de un timo de protección elomin que salió mal...

***

El disparo golpeó contra su chaleco blindado. Ross jadeó cuando la descarga a quemarropa hizo salir violentamente el aire de sus pulmones. Pese a estar desorientado, apretó el gatillo de su rifle bláster, disparando al asesino elomin. El reptiliano salió despedido hacia atrás varios metros, con marcas de impacto humeando en su pecho y abdomen. Contrayendo involuntariamente los músculos, el elomin devolvió fuego aleatoriamente a su agresor.
Los disparos siguientes fueron absorbidos por el chaleco; pero Ross sintió el doloroso impacto de cada uno. Apretó los dientes con fuerza cuando su cuerpo terminó golpeando los duros y pulidos suelos del vestíbulo de la embajada. Aturdido por el impacto inicial, abrió los ojos y miró fijamente la vara luminosa que colgaba precariamente sobre él, preguntándose cuándo llegaría el momento final, el último aliento.
-¿Ross? –Pudo notar la preocupación en la voz de su socio.
Trep Winterrs se apartó del hombro su largo cabello negro mientras entraba en el campo visual de Ross y se inclinaba para mirar al contrabandista caído. Sus hermosas facciones estaban enterradas bajo capas de sudor y suciedad. Meneó la cabeza mientras una ancha sonrisa asomaba en su rostro.
-No puedo creer que hayas recibido ese disparo por mí.
-¿Qué se suponía que debía hacer? –Ross pretendía haber soltado una risa sarcástica, pero su respuesta fue más bien un gemido. Estaba luchando en su interior, agarrándose desesperadamente a los últimos fragmentos de su consciencia. Rodó hacia un lado en un frenético intento de incorporarse, pero fracasó-. ¿Quedarme ahí quieto y ver cómo te disparaban por la espalda?
Trep tomó el rifle bláster de manos de Ross y comprobó su célula de potencia.
-El trato ha salido mal, colega. El viejo embajador se enfría mientras hablamos. No voy a dejar que te pase a ti lo mismo. ¿Puedes disparar?
-Me las apañaré. –Ross cerró los ojos con fuerza cuando el dolor recorrió su cuerpo. Obligó a su cuerpo a reaccionar y responder mientras Trep le ayudaba a ponerse en pie.
Esquivando un disparo procedente del pasillo lejano, Trep se volvió para que Ross pudiera devolver el fuego. El disparo rebotó en el brillo pulido de la pared y derribó a uno de los intrusos.
-Todo se está desmoronando –se quejó Trep. Tiró de Ross para pegarlo a su espalda y se agachó, soportando todo el peso del contrabandista.
Ross luchaba por mantener los ojos abiertos.
-¿De quién fue la idea de poner a un gamorreano a cargo de un equipo diplomático de seguridad?
-Se lo habían prometido a Ishenn. Además, si tú no ibas a hacerlo, y yo tampoco, ¿quién lo haría si no? ¿Ese pequeño chadra-fan con el parche en el ojo?
Sonaron explosiones en el interior del edificio de la embajada, esparciendo escombros en las desiertas calles de Elos, una de las varias ciudades importantes que cubren la superficie del mundo natal elomin. Una sirena aullaba en la distancia, avisando de que los refuerzos estaban de camino. Con prisas para desaparecer antes de que pudieran hacerse preguntas, Trep se escabulló hasta un deslizador terrestre abandonado y dejó suavemente a Ross en el asiento del pasajero.
-Aguanta, colega –dijo, saltando por encima de Ross al asiento del conductor.
Trep soltó el sistema de guiado y agarró rápidamente los cables y clavijas de conexión. Ross observaba desde lo que parecía una gran distancia.
-El cable rojo primero –dijo arrastrando las palabras, derrumbado contra el respaldo del asiento-. Siempre el cable rojo primero.
El contrabandista recableó el filamento rojo tal y como decía Ross. Sorprendido cuando una chispa saltó de la conexión, pisó el acelerador, haciendo que el motor fío cobrase vida. Bajo su dirección, el deslizador terrestre salió disparado hacia delante por las calles, virando en un amplio arco cuando un transporte de tropas giró al bulevar. Trep giró la palanca de dirección a un lado y logró controlar el deslizador en un giro de 180 grados. Se retiró rápidamente, revolucionando el motor mientras entraban a toda velocidad en las plataformas de aterrizaje del espaciopuerto justo fuera del perímetro de los patios de la embajada.
El deslizador terrestre se sacudió cuando Trep saltó la separación que delimitaba los muelles de vuelo exteriores y las bahías de atraque interiores. Ross pudo ver la silueta de su nave, el Kierra, reposando justo al otro lado del edificio principal del puerto. A pesar de su menguante visión, podía ver con claridad las luces centinelas amarillas destellando bajo la nave, señalando que los sistemas de preservación del carguero estaban activos.
-¿Ross? –Trep empujó suavemente al contrabandista en su asiento-. Ross, quédate conmigo. ¿Me oyes?
-No voy a irme a ninguna parte. –Un entumecedor escalofrío recorrió su espalda; pero Ross estaba demasiado agotado incluso para temblar por él. Se encogió de hombros con indiferencia y se permitió desvanecerse silenciosamente en el olvido de la inconsciencia.

***

-¡Kierra, abre la escotilla!
-Está abierta –respondió la inteligencia droide-. ¿Por qué? ¿Esperas visita?
Ross trató de tragar saliva en su boca seca y luchó por incorporarse. Las familiares vistas de su cabina personal giraron en un borrón a su alrededor. Un dolor penetrante recorrió su cuerpo, haciendo que el sudor manara de su febril piel. Derrumbándose de nuevo en el camastro, cerró los ojos, recomponiéndose a sí mismo y al caos de sus recuerdos inconexos.
Se escuchó un ligero zumbido electrónico cuando la inteligencia droide atrapada en la nave de Ross –y que recibió el nombre del carguero- enfocó sus lentes ópticas sobre la cama y comenzó a tomar lecturas de sensores.
-Ross –dijo, con pánico creciente en su voz-, tu ritmo cardiaco y tu presión sanguínea están peligrosamente bajos. ¡Algunas constantes vitales ni siquiera aparecen! ¡Trep, haz algo! ¡Sus sistemas críticos están fallando!
Ross logró emitir un breve y doloroso bufido que pretendía ser una risa.
-No voy a irme a ninguna parte, querida. No te preocupes por eso. –Aunque estaba bastante quieto, se sentía dolorido y magullado por todo su ser, y tomó una profunda y cautelosa respiración para aplacar su corazón desbocado-. Kierra, si usas tus sensores hidráulicos para medir mis constantes vitales, siempre pareceré estar al borde de la muerte. No son lo bastante sensibles.
-Lo sé, pero me siento tan inútil. –Las enérgicas maneras de la inteligencia droide estaban superadas por la preocupación, y eso tocó una fibra sensible en el corazón del contrabandista-. Permanece quieto y tumbado, ¿de acuerdo? Ahora viene Trep.
-¡Vaya, vaya! ¡O soy un mono kowakiano, o está vivo! –Trep irrumpió en el camarote, sonriendo de oreja a oreja.
-¿Dónde estamos?
-Estaba realmente preocupado por ti, ¿sabes? No tengo ni idea de primeros auxilios, Rosco.
-He preguntado que dónde estamos, Trep.
Trep se frotó las manos en su túnica de trabajo y sonrió aún más abiertamente, reteniendo a propósito la información.
-Deberías haber visto tu cara cuando ese disparo golpeó tu chaleco.
Agarrando a Trep de la manga, Ross apretó los dientes luchando contra el dolor y tiró del contrabandista hacia el costado del catre.
-¡Te lo preguntaré una vez más! ¿Dónde estamos?
Trep se zafó fácilmente de la mano del contrabandista.
-Estás en casa, colega. Corellia. Muelle 52.
-¡Muelle 52! –La referencia cruzó rápidamente su mente-. ¿El muelle de atraque privado de la Taberna de la Dama Naranja?
-No tienes mala memoria para ser un hombre que ha estado técnicamente muerto durante cinco días.
-¿Muerto? ¡Cinco días! –La habitación comenzó a girar a su alrededor y Ross osciló de nuevo al borde de la inconsciencia. Cerró los ojos y se desplomó en el catre.
-¡Saahir! –exclamó Trep-. Saahir, creo que ha vuelto a desvanecerse.
-¿Saahir? –Ross susurró el nombre, sintiendo que sus latidos se fortalecían mientras su mente vagaba con las complicaciones emocionadas asociadas a él. Por un momento, su cuerpo se acomodó en un seguro y cálido regazo de amor, felicidad y una sensación de pertenencia, pero a medida que esa sensación maduraba, iba oscureciéndose con la carga de compromisos no cumplidos, separación, y soledad.
Ross luchó por recuperar la lucidez mientras sentía unos suaves golpes metálicos resonando en la habitación. El sonido se detuvo un instante y, en un frustrado momento de rabia, cayó presa del pánico, cayendo de nuevo en la oscuridad. Cuando sintió el suave toque de unos dedos en su barbilla, Ross abrió los ojos, mirando a la mujer twi’lek que le sonreía desde un pedestal olvidado hacía mucho tiempo.
-¿Cómo te sientes, héroe? –Su boca se curvó en una sonrisa casi amenazadora mientras le apartaba un mechón de pelo suelto.
Ross le agarró la mano para asegurarse de que no era ningún fantasma.
-No lo sé. ¿Por qué no me lo dices tú? –Se incorporó lentamente sobre un codo y le acarició una de sus suaves mejillas.
Saahir llevaba un chaleco marrón ajustado, su prenda exterior favorita, y una blusa escotada con mangas abiertas que acentuaban sus esbeltos brazos. Unos ceñidos pantalones negros revelaban cada curva de sus piernas y caderas. En la plácida iluminación de las luces del camarote, sus tentáculos craneales tenían un misterioso tono negro, en lugar del marrón tierra de su rostro moreno.
-No hace falta mucho para ponerte de buen humor, ¿verdad? –dijo en tono seductor, haciendo que su atención volviera a recaer en su rostro-. ¿Sabes, Ross? –dijo, jugueteando con un anillo de plata en el dedo medio de su mano izquierda-. El éxito de mis pociones mágicas está garantizado, pero tiene un precio.
-¿Me has envenenado? –exclamó Ross. Recordaba que el anillo escondía una pequeña aguja para inyectar a un sujeto desprevenido con extracto de t’ssolok, un peligroso veneno paralizante que siempre era letal sin el antídoto necesario.
-Alguien tenía que detenerte –respondió Saahir, vertiendo una extraña solución azul en una copa-. Estabas corriendo hacia el Otroespacio, piloto. Casi estabas con un pie allí. –Se sentó y sonrió, sosteniendo la copa en la mano-. No podía permitir que eso ocurriera. Al menos, no sin decirte adiós.
Le llevó la copa a los labios, alzándole la cabeza ligeramente, y le permitió beber una variante mezclada del antídoto.
-¿Sabes, Ross? Una vez que has caído bajo uno de mis hechizos, eres mío para siempre, en cuerpo y alma. –La twi’lek dejó a un lado la copa vacía, sonriendo con tristeza-. Ojalá eso fuera verdad, ¿eh?
-¿Puedes ocuparte de él tú sola, o me quedo? –Trep cruzó los brazos sobre su pecho, apoyándose en la pared del casco.
-Erbus tiene un menú esperándote en la cocina –dijo Saahir-. Sugiero que lo aproveches antes de que tenga demasiado trabajo. Esta noche actúo, y seguro que el local va a estar lleno a rebosar.
Mientras Trep les dejaba solos, Ross consiguió cuidadosamente colocar un brazo bajo su cabeza.
-¿Así que sigues cantando?
-Eso, y salvando tu lamentable choobie. Las dos cosas que mejor hago. –Saahir acercó el kit médico al lateral de la cama y se inclinó sobre él, comprobando las gasas húmedas sobre la herida de bláster-. Hay que cambiar el vendaje. –Tiró suavemente de la cinta, deteniéndose brevemente cuando el contrabandista se estremeció bajo su somero toque-. ¿Quieres hacer el favor de mirarte? –se burló-. Deja de portarte como un bebé y estate quieto.
Ross cerró los ojos y trató de concentrarse en otra cosa que no fueran los pelos del pecho que la twi’lek le estaba arrancando con el esparadrapo. Incapaz de soportar cómo cada pelo iba siendo arrancado lentamente de su piel, hizo una dramática mueca.
-¿Sabes? Podrías ir un poco más despacio y vengarte realmente de mí por todos estos años.
-O podría simplemente dar un rápido tirón. –Saahir arrancó la cinta en un único y brusco movimiento-. Y  vengarme de ti igualmente. –Le atravesó con la mirada mientras él abría los ojos. Con una sonrisa sardónica, comprobó la herida, complacida por su progreso-. Ya sé que mi opinión no te importa demasiado –dijo mientras colocaba con cuidado un nuevo vendaje alrededor de la herida-, pero creo que deberías permanecer en cama unos cuantos días más. –La twi’lek le cubrió el pecho y los hombros con la manta y le levantó, dejando que el medipac colgara de su hombro-. Volveré por la mañana.
-¿Volver? –Ross la agarró por la cintura. Hizo una gran mueca cuando el movimiento causó que otra ráfaga de dolor le atravesara-. ¿Volver de dónde?
-Ross, túmbate –le reprendió Saahir, empujándole suavemente hacia abajo. Frunció los labios, meneando la cabeza severamente-. Ya es un poco tarde para que comiences a actuar como un marido, ¿no crees?
-No me refería a eso –replicó Ross-. Es sólo –dijo, evitando sus ojos fríos- que acabamos de encontrarnos y ahora te vas a toda prisa.
Inclinando la cabeza a un lado, Saahir sonrió, mostrando una ordenada fila de dientes blancos.
-Bueno, si necesitas saberlo, piloto, tengo un asunto de negocios esperándome fuera del planeta.
-¿Quién va a pilotar?
-Yo, por supuesto. Dado que no tengo mi propio piloto privado, he tenido que hacerlo yo misma.
-¿Tú? ¿Desde cuándo has comenzado a transportar mercancía?
-Aún no lo he hecho nunca. Esta será mi primera vez, pero debido a los plazos no puede evitarse. –Sus labios cayeron en un leve mohín.
Absorbido por el gesto, Ross sintió una oleada de culpa, complicada con una pizca de celos.
-¿Cuál es la carga?
-Cuanto menos sepas mejor.
-Oh, una de esas. Ya entiendo. –La miró fijamente, acariciando con suavidad sus largos dedos-. Mira, Saahir, te debo una, y...
-¿La transportarías por mí? –preguntó ella, agudizando cuidadosamente el tono de su voz.
-No he dicho eso. He dicho que te debía una.
-Entonces eso significa que transportarás el cargamento por mí, ¿verdad? –Saahir comenzó a acariciar juguetonamente el cabello en la nuca de Ross. Observó con deleite cómo el contrabandista se estremecía, sonrojándose por el gesto.
-Sabes que odio cuando haces eso.
-Mentiroso –susurró ella con voz ronca-. Te encanta, siempre te ha encantado.
Aceptando a regañadientes la calidez que se extendía por su cuerpo, Ross apretó los dientes.
-¿Cuánto?
-Puedo garantizarte cinco mil créditos por adelantado. –Saahir intensificó sus esfuerzos-. Puede haber más, dependiendo el papel que juegues.
-¿Qué quieres decir con “dependiendo el papel que juegue”?
-Podemos hablar de eso más tarde. –Antes de que él pudiera protestar, la twi’lek frunció el ceño, examinándole la frente-. Oh, mira. Me he dejado un arañazo. –Se agachó y le besó suavemente la frente-. Y ahí hay otro. –Le besó sobre el ojo derecho.
-Está bien, está bien. Lo haré. –Sujetándole la esbelta cintura, sonrió mientras tiraba de ella hacia la cama-. Y ahora, sea franco con migo, doctora. ¿Sobreviviré?
-No te preocupes. –Saahir se quitó el chaleco mientras él le desabrochaba la blusa-. Bajo mis cuidados, piloto, te aseguro una recuperación completa.

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