Tormenta de
fuego1
Kevin J.
Anderson
El mundo de Ossus había sido en otro tiempo el
mayor centro del aprendizaje Jedi; una grandiosa biblioteca que contenía el
conocimiento de la Fuerza y la historia de un millar de generaciones de
defensores de la Antigua República. Pergaminos y placas de datos contenían sus
leyendas y canciones, sus triunfos y tragedias. Ossus había sido cubierta de
fuentes y estatuas, hermosos pabellones de telas bordadas, aflautadas columnas
de piedra lechal, patios con mosaicos de baldosas de distintas formas y
tamaños, campanas de viento de cristal y oro...
Ahora, sin embargo, era simplemente una tumba, una cicatriz
oscura y quemada, con su gloria asolada con feroz violencia.
Tionne descendió la rampa de su nave, el Buscador de Sabiduría –una nave obsoleta
y extravagante, casi tan vieja como las propias ruinas- y permaneció inmóvil
mientras absorbía los ecos de los recuerdos que la rodeaban. Abrió de par en
par sus ojos color madreperla, y su cabello plateado flotó en el débil viento.
Dejó que su imaginación vagase con historias que podrían haber sido contadas
por fantasmas, baladas épicas que los Jedi habrían cantado... su Ossus no
hubiera sido incinerado cuando explotaron diez estrellas de la Corriente Cron
cuatro mil años atrás, durante el apogeo de la Guerra Sith.
Sobre su cabeza, llenando el cielo como una mancha
brillante, estaba el gas incandescente de la Corriente Cron, convertido ahora
en una pira funeraria para este otrora magnífico centro de información.
Aventurándose a alejarse de su nave, Tionne vio
masas vidriosas endurecidas alrededor de los restos de gigantescas estatuas y
columnas derribadas por la violenta onda de choque que había golpeado este
mundo. Su cabello plateado flotaba alrededor de su delicado rostro con el débil
viento. Podía oler las secuelas ardientes que aún se aferraban como sombras a
la brisa.
Conforme caminaba, las piedras rotas y los
escombros crujían bajo sus pequeños pies. El panorama la abromaba y la magnitud
de la pérdida hizo asomar una lágrima de sus ojos plateados como el mercurio.
Siguió avanzando pesadamente, sin saber por dónde empezar.
Unas cuantas veloces criaturas con aspecto de
lagarto se apresuraron a encontrar refugio. Así que Ossus no estaba
completamente muerto. A menudo, las pequeñas formas de vida consiguen
sobrevivir, sin importar lo grande que sea la devastación. Habían pasado cuatro
milenios, y los niveles de radiación habían bajado por debajo de niveles que
resultaban letales en el acto, aunque Tionne aún podría enfermar si permanecía
allí por mucho tiempo. Ciertamente no podría permanecer el tiempo suficiente
para descubrir todos los secretos ocultos en los escombros.
Sus ojos brillantes escanearon las ruinas, y caminó
hacia donde dos columnas sostenían un ornamentado arco reforzado que milagrosamente
había sobrevivido al holocausto. Se preguntó cuántas respuestas perdidas hace
tiempo estarían enterradas allí, cuánta información sobre la historia de los
Jedi podría encontrar bajo las piedras rotas. Aprenderlo todo sobre los grandes
Caballeros Jedi era la tarea que había
dirigido toda la vida de Tionne, y Ossus era un gigantesco cofre del tesoro.
El Imperio miraba con malos ojos recordar las
leyendas Jedi, idolatrar los grandes defensores de la Antigua República...
mantener viva la llama. Antes de que ella naciera, los Jedi habían sido
masacrados, prácticamente barridos de la faz de la galaxia. Tionne había vivido
en un mundo imperial poco importante, Rindao, una estación de entrenamiento y
puesto avanzado cerca del Borde Exterior. Aunque su pueblo no apoyaba al
Imperio, no habían ofrecido resistencia cuando las tropas de asalto llegaron a
conquistarles, y por tanto su civilización no había sido castigada.
En su poco interesante infancia, Tionne había
buscado refugio en las antiguas historias. Su vieja abuela tenía un arcaico
instrumento de cuerda de dos casas, y le había cantado leyendas de los Jedi,
historias heroicas acerca de Nomi Sunrider, su hija Vima, y otros campeones de
la Fuerza que habían luchado y tal vez perecido durante la Gran Guerra Sith.
Pero una noche el comandante imperial descubrió a
la anciana contando esas historias. Las tropas de asalto se habían llevado a la
abuela de Tionne a rastras hasta la plaza del pueblo y la ejecutaron con sus
rifles bláster, acabando con ella por dar a entender que los días antiguos
fueron más heroicos que la actual gloria imperial.
La joven Tionne quedó devastada. Antes de que las
tropas de asalto pudieran saquear la casa de su abuela, se coló por una ventana
trasera y se llevó el instrumento musical de cuerda, el único recuerdo que
quería.
En silencio, mientras vagaba por las rutas
espaciales en su búsqueda, Tionne enseñó a sus dedos los misterios de las
cuerdas, desplegando su voz con las canciones secretas que la anciana había
tocado para ella. Ahora, sin embargo, el Emperador estaba muerto, y su Nuevo
Orden había caído hacía más de seis años. Sin el Imperio y sus restricciones
represivas, Tionne se había dejado absorber por su búsqueda del conocimiento y
la tradición Jedi.
La Nueva República había ocupado Coruscant, y
Tionne acababa de conocer la maravillosa noticia de que Luke Skywalker –tal vez
el único Caballero Jedi que quedaba- había tomado sobre sus hombros la tarea de
volver a entrenar a los Jedi, de crear una nueva hermandad de protectores.
Inclinándose sobre los escombros calcinados, Tionne
apartó un montón de baldosas sueltas y encontró en las sombras bajo ellas una
pequeña estatua de lo que una vez debió haber sido un Maestro Jedi. La figura
era un alienígena de escasa estatura y poco imponente con una cabeza redondeada
e inclinada y los dientes expuestos. Se preguntó si podría haber sido el
renombrado erudito, el Maestro Jedi Odan-Urr, que había luchado incluso antes,
en la Gran Guerra Hiperespacial contra el Imperio Sith original, y vivió durante
un millar de años después de eso como guardián de la biblioteca de Ossus.
Sonriendo, sintiendo su corazón henchirse de
orgullo, Tionne acarició cuidadosamente la pequeña estatua y vio las capas
carbonizadas y vidriosas donde el calor de una estrella al explotar había
quemado su superficie. Tomó la figura, asombrada de estar tocando realmente un
fragmento de la historia Jedi.
Sin duda, si pasaba el resto de su vida peinando
las ruinas de Ossus, Tionne podría descubrir más pistas, más información, más pedacitos
vitales de historia. El Imperio había declarado Ossus como zona prohibida,
temeroso de que otros buscadores pudieran descubrir demasiado conocimiento de
los Jedi; pero ahora, tal vez, la Nueva República podría dedicar su tiempo a
una auténtica excavación, con equipos de científicos e historiadores que
quisieran recrear la edad dorada de los Caballeros Jedi.
Tionne regresó hacia su nave maltrecha y
baqueteada. Había encontrado la estatua de Odan-Urr; eso debería bastar por
ahora. Pero continuaría su búsqueda hasta que supiera todo lo que se pudiera
saber acerca de los Caballeros Jedi.
***
Yavin 4 era una luna esmeralda orbitando un inmenso
gigante de gas de color pastel... el lugar de una de las batallas más
importantes de la galaxia, el hogar de una antigua base rebelde. Pronto, se
convertiría en un centro de entrenamiento para los nuevos Jedi.
Mientras se abría camino por el enredado follaje,
Luke Skywalker pensó que la cruda tenacidad de la jungla primigenia iba a
mostrarse como un rival más duro que el propio Imperio. A su lado,
Erredós-Dedós seguía el camino que Luke elegía, haciendo rechinar sus ruedas
tractoras sobre la maleza.
Finalmente, Luke se detuvo ante las ruinas del Gran
Templo Massassi, con sus escalones de piedra asolados por el tiempo y las
fuerzas de la naturaleza... así como por el bombardeo imperial tras la
destrucción de la primera Estrella de la Muerte. Si esta luna había sido lo
bastante buena para alojar a la Princesa Leia y sus luchadores por la libertad,
pensó, sería lo bastante buena para un lugar de aprendizaje Jedi.
Luke ya había encontrado dos candidatos en su
búsqueda de Jedi, y le habían acompañado hasta Yavin 4. Streen, el excéntrico
viejo ermitaño que había vivido en Bespin, era un minero de gas que buscaba
valiosos yacimientos de gas tibanna en los cielos. Streen tenía afinidad con
los vientos, una habilidad para sentir cuando iba a tener lugar una tormenta.
Luke le había sondeado y había encontrado un inexplorado potencial para usar la
Fuerza; Streen sería un candidato Jedi ideal, aunque el anciano había sido
reticente a abandonar su tranquila y placentera vida. Tras llegar a la luna
boscosa deshabitada, parecía mucho más contento de poder encontrar soledad de
nuevo.
El otro nuevo estudiante de Luke, Gantoris, tenía un
cabello negro descuidado y una barba que acentuaban sus fogosos ojos y su
temperamento sombrío. Su personalidad había sido forjada por su vida en el
infernal mundo colonia de Eol Sha, donde una cercana luna causaba caóticas
mareas, agitación sísmica y erupciones volcánicas. Con sus ecos de la Fuerza
sin entrenar, Gantoris había experimentado pesadillas acerca de un poderoso
hombre oscuro que pretendía hacerle descender un camino de destrucción.
Gantoris había pensado que Luke encajaba con esa premonición y había tratado de
matarle. Pero Luke sobrevivió. Eventualmente, Gantoris se unió al Maestro Jedi
para ser entrenado en la Fuerza.
Despejar la abrumadora jungla y reparar las
inestables ruinas del templo parecían tareas inabarcables. Luke sonrió cuando
el pensamiento llegó a su mente. Yoda probablemente lo habría hecho él solo y
sin ayuda. Luke y dos estudiantes dispuestos a trabajar duro sin duda podrían
lograrlo.
Los tres hombres comenzaron el duro trabajo de
arrancar maleza. Luke encendió su sable de luz y comenzó a cortar los arbustos
mientras Gantoris y Streen despejaban rocas caídas y limpiaban el barro.
Erredós ayudó donde pudo, extendiendo su pequeña sierra de corte y atacando
fibrosas enredaderas.
-Qué trabajo tan glamuroso para un Caballero Jedi
–murmuró Gantoris, arrojando a un lado un polvoriento cargamento de piedras-.
Podría haber obtenido un empleo mejor como trabajador de mantenimiento.
-No eres un Caballero Jedi –dijo Streen-. Eres sólo
un estudiante Jedi.
Luke apiló la maleza arrancada en un claro fuera de
la pirámide principal, mientras Erredós zumbaba a su lado, tirando de una
carretilla llena con otros restos del bosque. En medio del claro, Luke usó su
encendedor para prender fuego al montón de follaje. El montón de ramas apiladas
y en llamas le recordó la pira funeraria de su padre en Endor, donde Luke había
hecho arder su aterrador uniforme negro.
Durante meses, había estado manteniéndose ocupado
con las tareas más insignificantes de establecer su academia Jedi... porque le
turbaba demasiado ocuparse de los asuntos mayores. Luke Skywalker no sabía cómo entrenar Caballeros Jedi; no había
tenido suficiente conocimiento acerca de los antiguos guerreros, qué habían
estudiado, quiénes habían sido. Obi-Wan Kenobi y Yoda habían comenzado su entrenamiento,
pero este había sido truncado trágicamente. Luke tenía que descubrir ahora su
propio camino, y también tenía que encontrar más estudiantes.
Sí que tenía el Holocrón Jedi, que Leia había
arrebatado un año antes al Emperador resucitado, y tenía la biblioteca del Chuunthor, la nave Jedi estrellada que
había encontrado en las tierras salvajes de Dathomir. Debería bastar. Luke
había jurado trabajar tan duro como pudiera, obtener conocimiento con cada
oportunidad que tuviera para poder mejorar su propio entrenamiento.
Los Caballeros Jedi renacerían, pero sería una
larga y dura lucha.
1 Nota del Autor: Esta historia tiene lugar entre mis novelas La búsqueda del Jedi y El aprendiz de la Fuerza Oscura. Describe el primer encuentro entre Luke Skywalker y la historiadora/trovadora Jedi Tionne, quien se convertirá en uno de sus más importantes aprendices. El trasfondo de la Estación Exis también enlaza con mi serie de cómics de los Relatos Jedi, “La redención de Ulic”, y con la tercera novela de los Jedi Junior de Rebecca Moesta, La hoja de Kenobi. Por supuesto, espero que también funcione por separado como historia independiente.
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