lunes, 14 de octubre de 2013

Tormenta de fuego (I)

Tormenta de fuego1
Kevin J. Anderson

El mundo de Ossus había sido en otro tiempo el mayor centro del aprendizaje Jedi; una grandiosa biblioteca que contenía el conocimiento de la Fuerza y la historia de un millar de generaciones de defensores de la Antigua República. Pergaminos y placas de datos contenían sus leyendas y canciones, sus triunfos y tragedias. Ossus había sido cubierta de fuentes y estatuas, hermosos pabellones de telas bordadas, aflautadas columnas de piedra lechal, patios con mosaicos de baldosas de distintas formas y tamaños, campanas de viento de cristal y oro...
Ahora, sin embargo, era simplemente una tumba, una cicatriz oscura y quemada, con su gloria asolada con feroz violencia.
Tionne descendió la rampa de su nave, el Buscador de Sabiduría –una nave obsoleta y extravagante, casi tan vieja como las propias ruinas- y permaneció inmóvil mientras absorbía los ecos de los recuerdos que la rodeaban. Abrió de par en par sus ojos color madreperla, y su cabello plateado flotó en el débil viento. Dejó que su imaginación vagase con historias que podrían haber sido contadas por fantasmas, baladas épicas que los Jedi habrían cantado... su Ossus no hubiera sido incinerado cuando explotaron diez estrellas de la Corriente Cron cuatro mil años atrás, durante el apogeo de la Guerra Sith.
Sobre su cabeza, llenando el cielo como una mancha brillante, estaba el gas incandescente de la Corriente Cron, convertido ahora en una pira funeraria para este otrora magnífico centro de información.
Aventurándose a alejarse de su nave, Tionne vio masas vidriosas endurecidas alrededor de los restos de gigantescas estatuas y columnas derribadas por la violenta onda de choque que había golpeado este mundo. Su cabello plateado flotaba alrededor de su delicado rostro con el débil viento. Podía oler las secuelas ardientes que aún se aferraban como sombras a la brisa.
Conforme caminaba, las piedras rotas y los escombros crujían bajo sus pequeños pies. El panorama la abromaba y la magnitud de la pérdida hizo asomar una lágrima de sus ojos plateados como el mercurio. Siguió avanzando pesadamente, sin saber por dónde empezar.
Unas cuantas veloces criaturas con aspecto de lagarto se apresuraron a encontrar refugio. Así que Ossus no estaba completamente muerto. A menudo, las pequeñas formas de vida consiguen sobrevivir, sin importar lo grande que sea la devastación. Habían pasado cuatro milenios, y los niveles de radiación habían bajado por debajo de niveles que resultaban letales en el acto, aunque Tionne aún podría enfermar si permanecía allí por mucho tiempo. Ciertamente no podría permanecer el tiempo suficiente para descubrir todos los secretos ocultos en los escombros.
Sus ojos brillantes escanearon las ruinas, y caminó hacia donde dos columnas sostenían un ornamentado arco reforzado que milagrosamente había sobrevivido al holocausto. Se preguntó cuántas respuestas perdidas hace tiempo estarían enterradas allí, cuánta información sobre la historia de los Jedi podría encontrar bajo las piedras rotas. Aprenderlo todo sobre los grandes Caballeros Jedi  era la tarea que había dirigido toda la vida de Tionne, y Ossus era un gigantesco cofre del tesoro.
El Imperio miraba con malos ojos recordar las leyendas Jedi, idolatrar los grandes defensores de la Antigua República... mantener viva la llama. Antes de que ella naciera, los Jedi habían sido masacrados, prácticamente barridos de la faz de la galaxia. Tionne había vivido en un mundo imperial poco importante, Rindao, una estación de entrenamiento y puesto avanzado cerca del Borde Exterior. Aunque su pueblo no apoyaba al Imperio, no habían ofrecido resistencia cuando las tropas de asalto llegaron a conquistarles, y por tanto su civilización no había sido castigada.
En su poco interesante infancia, Tionne había buscado refugio en las antiguas historias. Su vieja abuela tenía un arcaico instrumento de cuerda de dos casas, y le había cantado leyendas de los Jedi, historias heroicas acerca de Nomi Sunrider, su hija Vima, y otros campeones de la Fuerza que habían luchado y tal vez perecido durante la Gran Guerra Sith.
Pero una noche el comandante imperial descubrió a la anciana contando esas historias. Las tropas de asalto se habían llevado a la abuela de Tionne a rastras hasta la plaza del pueblo y la ejecutaron con sus rifles bláster, acabando con ella por dar a entender que los días antiguos fueron más heroicos que la actual gloria imperial.
La joven Tionne quedó devastada. Antes de que las tropas de asalto pudieran saquear la casa de su abuela, se coló por una ventana trasera y se llevó el instrumento musical de cuerda, el único recuerdo que quería.
En silencio, mientras vagaba por las rutas espaciales en su búsqueda, Tionne enseñó a sus dedos los misterios de las cuerdas, desplegando su voz con las canciones secretas que la anciana había tocado para ella. Ahora, sin embargo, el Emperador estaba muerto, y su Nuevo Orden había caído hacía más de seis años. Sin el Imperio y sus restricciones represivas, Tionne se había dejado absorber por su búsqueda del conocimiento y la tradición Jedi.
La Nueva República había ocupado Coruscant, y Tionne acababa de conocer la maravillosa noticia de que Luke Skywalker –tal vez el único Caballero Jedi que quedaba- había tomado sobre sus hombros la tarea de volver a entrenar a los Jedi, de crear una nueva hermandad de protectores.
Inclinándose sobre los escombros calcinados, Tionne apartó un montón de baldosas sueltas y encontró en las sombras bajo ellas una pequeña estatua de lo que una vez debió haber sido un Maestro Jedi. La figura era un alienígena de escasa estatura y poco imponente con una cabeza redondeada e inclinada y los dientes expuestos. Se preguntó si podría haber sido el renombrado erudito, el Maestro Jedi Odan-Urr, que había luchado incluso antes, en la Gran Guerra Hiperespacial contra el Imperio Sith original, y vivió durante un millar de años después de eso como guardián de la biblioteca de Ossus.
Sonriendo, sintiendo su corazón henchirse de orgullo, Tionne acarició cuidadosamente la pequeña estatua y vio las capas carbonizadas y vidriosas donde el calor de una estrella al explotar había quemado su superficie. Tomó la figura, asombrada de estar tocando realmente un fragmento de la historia Jedi.
Sin duda, si pasaba el resto de su vida peinando las ruinas de Ossus, Tionne podría descubrir más pistas, más información, más pedacitos vitales de historia. El Imperio había declarado Ossus como zona prohibida, temeroso de que otros buscadores pudieran descubrir demasiado conocimiento de los Jedi; pero ahora, tal vez, la Nueva República podría dedicar su tiempo a una auténtica excavación, con equipos de científicos e historiadores que quisieran recrear la edad dorada de los Caballeros Jedi.
Tionne regresó hacia su nave maltrecha y baqueteada. Había encontrado la estatua de Odan-Urr; eso debería bastar por ahora. Pero continuaría su búsqueda hasta que supiera todo lo que se pudiera saber acerca de los Caballeros Jedi.

***

Yavin 4 era una luna esmeralda orbitando un inmenso gigante de gas de color pastel... el lugar de una de las batallas más importantes de la galaxia, el hogar de una antigua base rebelde. Pronto, se convertiría en un centro de entrenamiento para los nuevos Jedi.
Mientras se abría camino por el enredado follaje, Luke Skywalker pensó que la cruda tenacidad de la jungla primigenia iba a mostrarse como un rival más duro que el propio Imperio. A su lado, Erredós-Dedós seguía el camino que Luke elegía, haciendo rechinar sus ruedas tractoras sobre la maleza.
Finalmente, Luke se detuvo ante las ruinas del Gran Templo Massassi, con sus escalones de piedra asolados por el tiempo y las fuerzas de la naturaleza... así como por el bombardeo imperial tras la destrucción de la primera Estrella de la Muerte. Si esta luna había sido lo bastante buena para alojar a la Princesa Leia y sus luchadores por la libertad, pensó, sería lo bastante buena para un lugar de aprendizaje Jedi.
Luke ya había encontrado dos candidatos en su búsqueda de Jedi, y le habían acompañado hasta Yavin 4. Streen, el excéntrico viejo ermitaño que había vivido en Bespin, era un minero de gas que buscaba valiosos yacimientos de gas tibanna en los cielos. Streen tenía afinidad con los vientos, una habilidad para sentir cuando iba a tener lugar una tormenta. Luke le había sondeado y había encontrado un inexplorado potencial para usar la Fuerza; Streen sería un candidato Jedi ideal, aunque el anciano había sido reticente a abandonar su tranquila y placentera vida. Tras llegar a la luna boscosa deshabitada, parecía mucho más contento de poder encontrar soledad de nuevo.
El otro nuevo estudiante de Luke, Gantoris, tenía un cabello negro descuidado y una barba que acentuaban sus fogosos ojos y su temperamento sombrío. Su personalidad había sido forjada por su vida en el infernal mundo colonia de Eol Sha, donde una cercana luna causaba caóticas mareas, agitación sísmica y erupciones volcánicas. Con sus ecos de la Fuerza sin entrenar, Gantoris había experimentado pesadillas acerca de un poderoso hombre oscuro que pretendía hacerle descender un camino de destrucción. Gantoris había pensado que Luke encajaba con esa premonición y había tratado de matarle. Pero Luke sobrevivió. Eventualmente, Gantoris se unió al Maestro Jedi para ser entrenado en la Fuerza.
Despejar la abrumadora jungla y reparar las inestables ruinas del templo parecían tareas inabarcables. Luke sonrió cuando el pensamiento llegó a su mente. Yoda probablemente lo habría hecho él solo y sin ayuda. Luke y dos estudiantes dispuestos a trabajar duro sin duda podrían lograrlo.
Los tres hombres comenzaron el duro trabajo de arrancar maleza. Luke encendió su sable de luz y comenzó a cortar los arbustos mientras Gantoris y Streen despejaban rocas caídas y limpiaban el barro. Erredós ayudó donde pudo, extendiendo su pequeña sierra de corte y atacando fibrosas enredaderas.
-Qué trabajo tan glamuroso para un Caballero Jedi –murmuró Gantoris, arrojando a un lado un polvoriento cargamento de piedras-. Podría haber obtenido un empleo mejor como trabajador de mantenimiento.
-No eres un Caballero Jedi –dijo Streen-. Eres sólo un estudiante Jedi.
Luke apiló la maleza arrancada en un claro fuera de la pirámide principal, mientras Erredós zumbaba a su lado, tirando de una carretilla llena con otros restos del bosque. En medio del claro, Luke usó su encendedor para prender fuego al montón de follaje. El montón de ramas apiladas y en llamas le recordó la pira funeraria de su padre en Endor, donde Luke había hecho arder su aterrador uniforme negro.
Durante meses, había estado manteniéndose ocupado con las tareas más insignificantes de establecer su academia Jedi... porque le turbaba demasiado ocuparse de los asuntos mayores. Luke Skywalker no sabía cómo entrenar Caballeros Jedi; no había tenido suficiente conocimiento acerca de los antiguos guerreros, qué habían estudiado, quiénes habían sido. Obi-Wan Kenobi y Yoda habían comenzado su entrenamiento, pero este había sido truncado trágicamente. Luke tenía que descubrir ahora su propio camino, y también tenía que encontrar más estudiantes.
Sí que tenía el Holocrón Jedi, que Leia había arrebatado un año antes al Emperador resucitado, y tenía la biblioteca del Chuunthor, la nave Jedi estrellada que había encontrado en las tierras salvajes de Dathomir. Debería bastar. Luke había jurado trabajar tan duro como pudiera, obtener conocimiento con cada oportunidad que tuviera para poder mejorar su propio entrenamiento.
Los Caballeros Jedi renacerían, pero sería una larga y dura lucha.


1 Nota del Autor: Esta historia tiene lugar entre mis novelas La búsqueda del Jedi y El aprendiz de la Fuerza Oscura. Describe el primer encuentro entre Luke Skywalker y la historiadora/trovadora Jedi Tionne, quien se convertirá en uno de sus más importantes aprendices. El trasfondo de la Estación Exis también enlaza con mi serie de cómics de los Relatos Jedi, “La redención de Ulic”, y con la tercera novela de los Jedi Junior de Rebecca Moesta, La hoja de Kenobi. Por supuesto, espero que también funcione por separado como historia independiente.

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