Mirando la acumulación de polvo y piel muerta bajo
sus uñas, Ross usó el borde de su cuchillo para limpiarse la suciedad. Se
recostó contra el respaldo acolchado de la silla de control, soplando los
fragmentos de suciedad conforme iban saliendo. Plegando de nuevo la navaja, la
guardó en su bolsillo y suspiró, frotándose la frente para liberar la tensión.
Sobre él, en algún lugar en el perímetro de la base rebelde oculta, sonó una
explosión. Una sombra apareció en la puerta, y el contrabandista se incorporó
en su asiento, mirando en esa dirección.
-¿Qué te ha hecho tardar tanto?
-Tuve que esquivar a los centinelas. –El rostro de
Trep estaba ensombrecido por la decepción-. Todo lo que tenían era este
t’ssolok. –Extrajo la botella tallada de su abrigo, agitando en su interior el
viscoso líquido azul hasta que tiñó todas las paredes de cristal del
recipiente-. El cocinero dice que lo bueno está bajo llave en los aposentos de
los oficiales. ¿Te esperabas eso? –Se sentó a horcajadas en otra silla de
control, frente a Ross-. Uno no puede conseguir un buen trago hoy en día. No
importa en qué ejército sea. –Olisqueó con desdén el fuerte aroma del t’ssolok-.
¿Realmente vas a beber esto?
Ross le arrebató la botella.
-¿Tienes algo mejor que hacer?
-Sí, pero está al menos a 50 años luz de este
sitio. –Una explosión distante envió una onda de choque por la desierta sala de
la estación-. Y es mucho más silencioso. –Observó cómo Ross tomaba un trago de
la botella, y luego se atrevió valientemente a tomar otro él mismo-. Eh, no
está mal. –De pronto comenzaron a formarse lágrimas en sus ojos e hizo una
mueca en respuesta al cáustico sabor que le quemaba los labios y la lengua.
Trep jadeó cuando el licor inflamó su garganta, lanzando vapores especiados por
sus fosas nasales.
-No es el sabor de lo que tienes que preocuparte
–dijo Ross con una sonrisa, tomando la botella de las temblorosas manos de
Trep-. Es el regusto el que pega.
Otra explosión sacudió la sala de control, haciendo
oscilas las vigas del techo. Las luces parpadearon.
-Guau –dijo Trep con voz ronca, masajeándose la garganta-.
Esa ha estado cerca.
-No parece les esté yendo demasiado bien a los
amigos rebeldes de Saahir. –Ross echó la cabeza hacia atrás para tomar otro
trago, cerrando los ojos cuando el intenso sabor asaltó sus sentidos.
-Así es. –Saahir estaba de pie en la puerta, las
gráciles curvas de su esbelto cuerpo eran una oscura silueta contra las
brillantes luces del pasillo.
-Tal vez necesiten un poco de apoyo moral –dijo
Ross-. ¿Por qué les tarareas unos cuantos compases patrióticos por el
comunicador? Eso les calentará el ánimo. –Soltó una suave risa y miró a Trep
para que le acompañara e su frío sentido del humor, pero el contrabandista no
quiso tener nada que ver con ello.
-¿Qué hay de nuestro pequeño cargamento de
municiones? –preguntó Trep con seriedad-. Sin duda igualó un poco las tornas.
-¿De qué sirven 500 rifles si sólo hay 100 hombres
para utilizarlos?
-Ya se ha hecho otras veces. ¿Dónde está Marbra?
-Ahí fuera. Con sus hombres –susurró ella, con
lágrimas en la voz-. Ahora voy a unirme a él. Me he detenido con la esperanza
de que vinierais conmigo.
-No cuentes conmigo –dijo Ross con desdén-. No voy
a ninguna parte por nadie. –Puso las piernas sobre la consola, apoyando la nuca
en sus manos-. Ya he hecho más de lo que me correspondía.
-Eso es lo que me imaginé que dirías. –Saahir entró
más en la sala, cruzando las manos a la espalda mientras se colocaba junto a
Ross, bajando la vista para mirarle-. Hay un viejo dicho twi’lek: Es más fácil perdonar a un enemigo que
perdonar a un amigo que te traiciona. Te he hecho daño, Ross. Lo sé, y creo
que lo lamentaré por el resto de mi vida. –Se volvió, alejándose de él, con un
brillo de lágrimas en las mejillas. En la puerta, la twi’lek se detuvo,
volviendo la mirada hacia él-. Sólo espero que un día, recuerdes todas las
cosas buenas que ocurrieron entre nosotros y encuentres la fuerza en tu corazón
para perdonarme.
Trep tomó aire profundamente, mirándola mientras
permanecía quieta en la puerta.
-¿Ross?
-Cállate,
Winterrs. No voy a picar. –Ross tomó otro trago del t’ssolok, furioso
por la debilidad que Saahir siempre conseguía hacer salir a flote. Sintió el
afilado aguijón del licor barriendo todo los remordimientos que pudiera tener
por rechazarla.
-Cielos despejados, Ross –dijo Saahir en voz baja,
y se alejó por el pasillo.
Trep observó cómo la Twi’lek iba desapareciendo de
su vista.
-¿Ross?
-¡He dicho que te calles, Trep!
Una violenta explosión y sacudidas secundarias
golpearon de pronto con suficiente fuerza para arrojar a ambos hombres fuera de
sus asientos. Rodando bajo la consola, observaron horrorizados cómo los
refuerzos del techo se doblaban bajo la explosión, permitiendo que los muros
interiores se agrietaran y cayeran por las sacudidas. Partículas de polvo y
escombros evaporados por el calor de la explosión atravesaron la puerta y
entraron en la sala de control. Al contrario que las explosiones anteriores,
esta iba acompañada por fuego bláster que resonaba en el pasillo.
Ese familiar y asfixiante nudo regresó a la
garganta de Ross.
-¡Saahir! –gritó.
Quitándose los escombros de encima, avanzó
tropezando sobre las ruinas de la sala, mientras escuchaba a Trep caminando
tras él. En la puerta, las voces creaban un somero pozo de ecos e
interferencias, entremezcladas con la estática de las órdenes gritadas por los
comunicadores. Un trio de soldados rebeldes cruzó corriendo la puerta,
disparando al azar hacia el pasillo oscuro, donde se estaban formando crecientes
nubes de polvo blanco. Uno de ellos recibió el impacto de los disparos que
surgieron como respuesta, y se derrumbó en el suelo de la guarnición en ruinas.
Las inconfundibles siluetas de los soldados de asalto comenzaron a hacerse
visibles en la niebla.
Ross extrajo su bláster y saltó al pasillo,
disparando aleatoriamente a los soldados de asalto que se acercaban a su
posición.
-¡Saahir! –gritó, de pie junto a su cuerpo
retorcido-. ¡Trep!
-¡Estoy contigo, socio! –Enrollándose la correa del
rifle bláster imperial en el antebrazo, Trep disparó a la hilera de soldados de
asalto. Sus primeros disparos causaron una impresión permanente en el equipo de
avance de los soldados imperiales. Al ver a Saahir en el suelo junto a Ross,
hizo un gesto a los cansados luchadores por la libertad, que se habían detenido
para reagruparse tras ellos-. Sácala de aquí, Ross. ¡Te cubrimos las espaldas!
Tomando el ligero peso de Saahir en sus brazos,
Ross se quedó espantado ante la gravedad de las heridas causadas por la
metralla de la explosión. La acunó contra su pecho y corrió por el pasillo más
allá de la sala de control, escuchando cómo Trep gritaba órdenes a los dos
rebeldes supervivientes.
-Tú y tú, ¿queréis vivir? ¡Venid conmigo y haced
exactamente lo mismo que yo!
Mientras el sonido de los disparos bláster
estallaba tras él, salpicado por salvajes exabruptos de su socio, Ross continuó
su desesperada huida al final del pasillo. La explosión había arrancado las
puertas presurizadas del canal interior, dejando un portal oscuro al frío aire nocturno.
Mientras se abría paso entre las puertas de metal retorcido, escuchó el
chasquido de blásters apuntando a su espalda y se dio la vuelta, cegado por una
batería de luces brillantes.
-¡No disparéis! ¡Es Lady Saahir y su amigo
contrabandista!
Protegiéndose los ojos del resplandor, Ross
obedeció al tirón que sintió en la manga cuando un líder de escuadrón de
cabello canoso le condujo apresuradamente lejos de la puerta.
-Mi socio está de camino con dos de vuestros
hombres –dijo Ross.
Los dos rebeldes aparecieron en la puerta,
deslizándose a través de las ruinas. Uno de ellos se tumbó sobre su estómago,
disparando fuego de cobertura por el pasillo mientras Trep les seguía de cerca.
-Eso es, muchachos. De izquierda a derecha, y luego
cambiad el patrón. ¡No sabrán lo que les ha golpeado!
El sargento activó una tenue fuente de luz dentro
del refugio médico abandonado y rápidamente despejó una mesa para que Ross
pudiera colocar cómodamente a la twi’lek herida.
-Nuestros refuerzos se están retirando, hijo. No
tenemos mucho tiempo. Puedes quedarte aquí con ella; pero necesitaremos todas
las manos que podamos encontrar para retenerlos hasta que lleguen los equipos
de evacuación.
-¡Si no me quedo, ella morirá! –gritó Ross. Mirando
el rostro ensangrentado de Saahir, le agarró las manos con más fuerza, como si
sujetara su frágil vida entre sus dedos-. ¿Dónde está el médico?
-Muerto.
-¿Muerto? ¿No hay nadie...?
-La única opción de ayuda médica murió con él. –Los
rasgos del sargento se suavizaron-. No puedo prometerte nada, hijo. Pero puede
que haya una fragata médica en órbita al otro lado del planeta. –Señaló los
cielos nocturnos sobre su cabeza. Un escuadrón de alas-X pasó disparado,
disparando sobre objetivos al otro lado de la destrozada base-. Estos cazas
acaban de llegar desde allí. Los imperiales nos tienen dominados y estamos
evacuando toda la base, pero los refuerzos no llegarán a nosotros hasta dentro
de una hora, tal vez dos. Si tienes una nave...
-¡Trep! –bramó Ross.
-¡Estoy en ello! –Desapareció en la oscuridad del
exterior del refugio.
-¿A dónde...?
-Ha ido a por mi nave –dijo Ross-. Está oculta en
una cueva no lejos de aquí.
El sargento asintió, indicando a los soldados que
salieran de la tienda.
-Los retendremos tanto tiempo como podamos, hijo. Quédate
ahora con ella. Veré si alguno de mis hombres puede localizar esa fragata. –El rebelde
se marchó, dejándole en la oscuridad a solas con Saahir.
-¿Ross?
Apenas era un suspiro, pero lo escuchó. Sosteniendo
con fuerza los temblorosos dedos de la twi’lek, Ross se inclinó sobre ella.
-Estoy aquí. Estoy aquí –fue todo lo que fue capaz
de decir.
-Hace mucho frío.
Ross se quitó la chaqueta y rápidamente la cubrió
con ella. Registró el refugio en busca de una manta, y tomó una de una mesa
cercana. La tela ensangrentada se agitó en el aire, y el rígido cadáver del
comandante Marbra quedó al descubierto. Horrorizado, el contrabandista volvió a
arrojar la manta sobre el cuerpo, ocultándolo de la vista de Saahir, y luego
volvió rápidamente a su lado.
-¿Mejor? –preguntó, subiéndole el cuello de la
chaqueta hasta debajo de la barbilla. Usó un paño húmedo para limpiarle los
restos y la piel quemada de alrededor de los ojos.
-No puedo ver nada.
-Quemaduras por destello, eso es todo. Estarás bien
en uno o dos días. –Se mordió los labios para reprimir la ráfaga de emoción.
-Tengo miedo. –Se estremeció de pronto cuando el
fuego bláster más allá de ellos se intensificó, puntuado por los gritos
moribundos de alguien atrapado en el tiroteo-. Está tan oscuro.
-No pasa nada –susurró Ross-. Sigo aquí. –La abrazó
suavemente, manteniendo su cara cerca de ella para que ella pudiera sentirle.
-Ross, ¿cómo lo haces?
Ross frunció el ceño, confundido por su pregunta.
-¿Hacer qué?
-Nunca tienes miedo, nunca te asustas. –Saahir tembló
de repente, tendiéndole las manos-. ¿Cómo lo haces?
Exasperado por no tener una respuesta, le sonrió,
acariciándole las mejillas y la frente.
-Simplemente no pienso en ello. Que es exactamente
lo que deberías estar haciendo tú. No pensar. Trep estará aquí en cualquier
momento, y te llevaremos a esa fragata médica.
Saahir le apretó las manos con más fuerza,
sintiendo su calor deslizándose por la punta de sus dedos.
-Tengo tanto miedo, tanto miedo... –Tragó saliva
convulsivamente-. Me lo merezco. Después de todo lo que te he hecho, me lo
merezco.
-No, nadie merece...
-Pero te hice daño –sollozó, tomando la mano de
Ross y llevándosela a su mejilla-. Te hice daño; y esa es la última cosa que
quisiera haber hecho, Ross. Tienes que creerme.
-Te creo. –Le apretó ambas manos, sintiendo que la
twi’lek ansiaba notar su tacto.
-Siempre te he amado, Ross. Siempre. No eras como
ninguno de los demás. Realmente te he amado; pero nunca pude llegar a creer que
tú pudieras amarme del mismo modo... hasta que vi cómo te hice daño al
presentar a Juri como mi prometido. –Con labios temblorosos, Saahir inclinó la
cabeza hacia él, con lágrimas cayendo por los costados de su rostro magullado-.
Lo siento, lo siento mucho. –Sus ojos quedaron súbitamente vacíos, inmóviles,
desprovistos de expresión. Una inquietante quietud se asentó en su cuerpo.
-¡Saahir! –gritó Ross con pánico creciente-.
¡Saahir, por favor!
La twi’lek jadeó de pronto, suavemente, con su
pecho ascendiendo y descendiendo con ritmo lento.
-¿Recuerdas Isamu, esa pequeña luna del sistema
Birjis? –Su voz era apenas audible-. No me creíste cuando te dije que allí los árboles
hacían el amor cada noche. Pero entonces lo viste por ti mismo, ¿verdad? Lo
viste.
Ross inclinó la cabeza, apoyándola junto al cuello
de Saahir, luchando contra las lágrimas que aguijoneaban sus ojos. Asintiendo
lentamente con la cabeza pegada a ella, susurró:
-Lo vi.
-No te dije que era simplemente un truco de
sombras. En Isamu, los árboles crecen en parejas y, por la noche, parecen
amantes besándose bajo la luz de la luna. –Moviéndose con la lenta y elegante
gracia que le caracterizaba, Saahir apartó su mano de la de Ross y se quitó el
anillo de su dedo. Deslizó la fría sortija en el dedo meñique de Ross y sonrió.
-¿Qué estás...? –Ross ignoró el cálido torrente de
lágrimas que manaba de sus ojos-. Saahir, no.
-Quiero que vuelvas allá, Ross, que vuelvas a Isamu
a esa arboleda que descubrimos. Quiero que vuelvas allá, y quiero que me perdones
por todas las cosas dolorosas que te he hecho. –Sus ojos eran joyas vítreas en
la penumbra, y a cada momento que pasaba, su brillo se iba apagando.
-¡Pero ya te he perdonado!
-Quiero que vayas allí con alguien que sea especial
para ti.
-No hay nadie más, Saahir. ¡Nadie!
Saahir comenzó a sufrir convulsiones en un ataque
de terrible dolor. Comenzó a cantar.
-Antes la oscuridad solía asustarme tanto... antes
solía pasarme la vida persiguiendo al sol. Conozco demasiado bien los miedos de
la noche. Contigo, sólo había risas, risas al caer la noche. –Soltó una suave
risa.
Ross sonrió, pensando que estaba luchando contra
sus heridas.
-¿De qué te ríes?
-No hay nada de verdad en esa canción, Ross. No hay
risas al caer la noche... sólo silencio.
***
En la atmósfera rancia y estancada del Malecón de
Reuther, Ross se recostó contra el inclinado respaldo de su silla, ocultando
sus emociones en la comodidad de las sombras. Apartando la botella de t’ssolok
vacía, miró fijamente el peculiar cristal, sintiéndose tan hueco y transparente
como el vidrio tallado. Para tranquilizar el temblor de sus labios y su
barbilla, el contrabandista se limpió nerviosamente las comisuras de la boca,
suspirando cuando la realidad de siete torturados años se hundía profundamente
en su intranquilo espíritu.
-Murió –dijo con voz rota-. Justo en mis brazos. Y
no hubo nada que pudiera hacer.
Reuther apuró su último sorbo de t’ssolok, deseando
que el fuerte regusto del licor fermentado pudiera desatar el nudo que crecía
en el fondo de su garganta.
-Ese es un vector muy difícil de calcular, Ross.
Nunca me imaginé que llevaras contigo ese tipo de carga. Un peso semejante
mataría a un hombre normal. –Meneó la cabeza un instante, tragando saliva ante
su propio dolor-. Sé cómo te sientes. Cuando el Imperio comenzó a colonizar
este sector, mi gente tomó para sí la responsabilidad de enfrentarse a ellos.
De mostrar a esos igaluus invasores
que no éramos una raza con la que se pudiera jugar. –Frunció los labios con
gesto pensativo, cruzando las piernas bajo la mesa-. Perdí mi mujer, mis tres
hijas, y mi ánimo por el castigo que siguió a nuestra insolencia. –Reuther miró
fijamente a los ojos del corelliano, tamborileando ligeramente en la mesa con
los dedos-. Necesitas volver a esa luna, Ross.
Ross se encogió ligeramente.
-¿Cómo sabes que no he estado ya allí?
-Porque aún no la has perdonado. O a ti mismo. Si
lo hubieras hecho, no estarías aquí. Estarías ahí arriba bajo la luz de la
luna. Hasta que no vayas, no podrás recuperarte por completo.
Mirándose las manos, Ross tomó aire profundamente.
-¿Alguna vez te recuperaste? –preguntó, pensando en
la familia de Reuther.
-¿Por qué crees que tengo un bar? Mientras tenga
clientes –dijo, señalando con la cabeza a un trío de rodianos que entraba por
las puertas-, no tengo que preocuparme por mis problemas. –El najib saludó
marcialmente al contrabandista antes de excusarse y alejarse de la mesa.
Ross se frotó pensativo la barba que comenzaba a
crecer en su barbilla, escuchando el áspero sonido mientras le raspaba la punta
de los dedos. Se puso en pie, dejó unos cuantos créditos sobre la mesa, y
comenzó a caminar hacia la puerta. En la entrada, se detuvo brevemente para
mirar a Reuther, sonriendo a su pesar cuando el camarero le guiñó un ojo desde
donde estaba. Ajustándose el cuello de su camisa, salió a las calles desiertas
y se llevó el comunicador a la mejilla.
-194.
-Te recibo, Ross. ¿Qué pasa?
-Establece un curso al sistema Birjis. A Isamu. –Avanzó
por el espaciopuerto hasta el patio exterior tras el hangar principal,
caminando con suave fluidez inducida por el efecto del t’ssolok.
-¿Qué haremos cuando lleguemos allí? –preguntó Kierra.
Ross se detuvo para mirar al cielo por encima de su
hombro. Las lluvias habían parado, dejando un suave brillo fresco y limpio
sobre los terrenos y los edificios del espaciopuerto. Más allá del denso manto
de las nubes de tormenta, pudo ver romper el alba, abriéndose camino por los
niveles superiores de oscuridad para alejar las sombras de la noche.
-Ross –gimoteó Kierra-, ¿qué vamos a hacer en
Isamu?
Ross subió la rampa, pulsando el teclado para
cerrar la escotilla.
-Vamos a dar descanso a unas cuantas almas.
***
Un gélido viento otoñal sopló desde las tierras
altas, empujando una fina capa de niebla en la superficie del lago de la
montaña. Ross sintió los suaves dedos de la brisa moviéndose entre sus mechones
rubios y sonrió cuando su cuerpo se estremeció bajo el abrazo del frío. Después
de siete años hibernando para evitar vivir, vivir de verdad, era confortante
experimentar de nuevo las sensaciones del mundo.
Rodeado por las sombras entrelazadas de los árboles
mu, sonrió cuando las sombras a su alrededor mezcladas con la luz azul que
emitía la estrella primaria de Isamu se asemejaron a una docena o más de
amantes, que se hubieran reunido con él a la orilla del lago para celebrar la
más preciada de todas las emociones. Doblando el brazo debajo de la cabeza,
Ross miró la negra extensión de la atmósfera, dándose el capricho de ponerse a
contar todas las estrellas de un sector del cielo nocturno.
-Ross, ¿por qué no me has hablado nunca de este
sitio?
Sintiendo un punto de molestia en la voz de la
inteligencia droide, Ross se incorporó a regañadientes sobre sus codos.
-No te preocupes, Kierra, no vamos a quedarnos
mucho tiempo.
-Oh, no, no, no. No me importa. Es bastante
romántico. Me entran ganas de, de...
Ross miró por encima de su hombro hacia donde el
YT-1300 estaba posado sobre una extensa formación rocosa.
-¿De qué, Kierra?
-De... –Una risita avergonzada sonó por el
comunicador-... de cantar.
Ross sonrió, hundiéndose de nuevo en la hierba.
-Nada te impide hacerlo, querida.
Tras unos instantes, pudo escucharse un suave
tarareo. Reconoció los primeros compases de la canción de Saahir, “Risas al
caer la noche”. Se tomó el cordón de cuero que llevaba al cuello y soltó el
nudo mientras sostenía el anillo metálico que colgaba en un extremo. Estaba
caliente por tenerlo tan cerca de la piel.
Sujetando la sortija en el hueco de su mano, volvió
a cruzar los brazos bajo su cabeza y suspiró cuando una tranquila paz le
invadió. Cerca, la luz reflejada por el planeta que asomaba en el horizonte recortó
la silueta de un árbol mu solitario. La enfermedad o el desastre natural habían
marchitado a su gemelo, y se alzaba solitario al borde de la orilla del lago,
rodeado por parejas reunidas. Sin lamentar su pérdida, el árbol era el único de
la zona inmediata que mostraba varias ramas llenas de brotes de otoño tardío.
Ross cerró los ojos, escuchando la melodía de la
voz de Kierra, y la del viento. Visualizó detrás de sus párpados al árbol mu,
que continuaba creciendo, sin un compañero, que continuaba sobreviviendo, y
cayó profundamente en un placentero y muy merecido sueño.
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