-¡Eh, perdedor! –exclamó Jayme.
El droide dejó de disparar. Ahora que le estaba
mirando, Jayme por fin pudo tener una visión clara del objeto: su cuerpo con
aspecto de serpiente flotaba sobre la viga, balanceándose ligeramente hacia
delante y hacia atrás mientras su cabeza plana giraba para mirarle. Se parecía
mucho a un sluissi metálico. Salvo que no tenía el brillo del metal normal; los
reflejos parecían fundirse en él como imágenes aleatorias mostrándose en un
monitor.
Jayme lanzó su propio ataque casi a bocajarro.
Múltiples disparos de ambos blásters, un ruido penetrante, las manos que le
ardían mientras los escudos del droide chisporroteaban y caían. Entonces algo
negro se lanzó sobre él.
Jayme estaba en el extremo de una viga cerca de la
pasarela del cuarto nivel. En un instante estuvo sobre la barandilla de la
pasarela, dio un paso rápido hacia la escalera, y se lanzó hacia arriba,
equilibrando los metatarsos sobre el pasamanos de la escalera. Mirando hacia
atrás, vio lo que había salido del droide: un par de tentáculos con aspecto de
látigo. Dejó caer sus armas, se lanzó en una voltereta hacia atrás fuera del
pasamanos y aterrizó en la viga justo detrás del droide.
Un segundo demasiado tarde, el droide destrozó el
pasamanos con sus tentáculos. Antes de que pudiera darse la vuelta y
descargarlos contra él, Jayme volvió a saltar sobre la barandilla a la
pasarela, tan cerca del droide que este quedó sorprendido. Se escabulló sobre
sus manos y rodillas, y luego se puso en pie tambaleándose ligeramente.
Bajo él, El
Creador hacía ocasionales ruidos de arranques fallidos. Pensó en Haathi y
Morgan... imágenes cálidas y confortantes. De pronto sintió como si le hicieran
la zancadilla, arrebatándole el apoyo de sus piernas. Estaba cayendo, con
ruidos chasqueantes en los oídos y polvo en los ojos, y algo frío envolviéndole
dolorosamente los tobillos. Luego se detuvo.
Jayme se quedó ahí colgando por un instante,
aturdido. La sangre bombeaba a su cabeza; todo estaba oscuro. Recordó haber
visto un pozo cubierto por un trozo de plastilámina cuando se puso en pie;
debía de haber caído a través de él. El droide no era lo bastante fuerte para
levantarle ni lo bastante listo para dejarle caer. Pero se encontró
preguntándose, mientras iban desapareciendo las sensaciones de sus
extremidades, lo fuertes que serían los tentáculos.
La respuesta vino en forma de un chasquido metálico
y una sensación de caída.
Cuando aterrizó, Jayme se echó a un lado; astillas
de plastilámina se deslizaron por su espalda y un dolor sordo se extendió desde
sus hombros hasta el dedo meñique de los pies. Se levantó lentamente, sintió un
dolor penetrante en el hombro y el cálido subidón de la sangre descendiendo
desde su cabeza al resto del organismo. La plastilámina había ido frenando su
caída en cada nivel hasta que golpeó el nivel del suelo. No se veía al droide
por ninguna parte.
No vio sus blásters cerca en el suelo, ni
enterrados en la plastilámina astillada. Decidió que lo mejor era seguir
moviéndose. Trepando a gatas sobre una montaña de cajas de metal rojas, pudo
ver con claridad la carnicería: el suelo estaba cubierto por trineos repulsores
destrozados, droides de carga B-1 calcinados, y cadáveres humanos que emanaban
el abrumador aroma metálico de la sangre y de la carne quemada. Técnicos y oficiales
y mozos de carga surgían de los rincones oscuros del almacén, cruzando a toda
velocidad el suelo y ascendiendo rápidamente la rampa de entrada de la nave.
Sin embargo, El
Creador aún no conseguía ponerse en marcha.
Jayme descubrió un montón de herramientas en el
suelo al otro lado de las cajas. Respiró profundamente y descendió con cuidado
al calor insoportable, y rebuscó hasta que encontró un par de cortadores de
casco.
-¡Capitán!
Una voz femenina, gastada por la tos. Alzó la
mirada, parpadeando en el aire caliente y reverberante. Maglenna Pendower
estaba justo frente a él, encorvada sobre sí misma mientras trataba de aguantar
su extraña carga de un extintor en una mano y la semi consciente Morgan
colgando del hombro opuesto.
-¡Maglenna! ¿Estás bien? ¿La has curado?
Maglenna respondió tirándole el extintor. Jayme
estaba tan sorprendido que no tuvo la oportunidad de moverse antes de que el
improvisado proyectil le golpease en las piernas haciéndole caer. Sintió cómo
la agonía cruzaba la pierna en la que le impactó, y la bilis se le acumuló en
la garganta.
Mientras se ahogaba, un proyectil de energía rebotó
contra el suelo.
Luego vio la reluciente serpiente de metal flotando
sobre las cajas, con cables desgarrados colgando de ella como intestinos. Desde
ese ángulo, el disparo le habría arrancado la cabeza con toda seguridad... de haber estado de pie.
Jayme sintió un inmenso subidón de adrenalina. El
droide bajó disparado hacia su rostro, pero los cortadores de casco de Jayme se
levantaron para recibir a su panza. Hubo un sonido desgarrador seguido de una
lluvia de chispas, y Jayme rodó sobre sí mismo para apartarse antes de que la
cosa aterrizase sobre su cabeza.
El droide gritó, con su unidad repulsora destrozada
y los regordetes extremos de sus látigos rotos agitándose inútilmente mientras
zumbaban y chisporroteaban violentamente en el suelo. Jayme estaba ahora
levantado sobre su rodilla buena, con los cortadores todavía en las manos.
Comenzó a golpear.
No sabía qué partes del droide estaba golpeando,
pero sintió como iba mellándose con cada golpe, metal blando al que se suponía
que nadie podría llegar ni remotamente cerca.
-Sí, ¿lo sientes? ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Quieres más?
¡Toma! ¡Saboréalo, disfrútalo, sí, es dolor, es lo que das y es lo que recibes!
El droide dejó de moverse, pero él siguió
golpeándolo, gritándole, hasta que sintió una mano sobre el hombro.
-Creo que lo has matado –dijo Maglenna.
Jayme bajó la mirada, jadeando. Su gracilidad
pintoresca había desaparecido; ya no parecía un sluissi, ni siquiera un droide.
La mareante pintura electromagnética estaba medio desgastada y presentaba un
aspecto chabacano en lugar de misterioso. Jayme sintió un dolor penetrante en
el hombro, y con él una punzada de decepción; había esperado que el droide le
arrastrara hasta su último aliento, expirar justo después de que la máquina
emitiera sus últimos sonidos.
El sonido de la toz de Morgan le hizo ponerse
alerta de nuevo. Colocó su brazo bueno bajo ella, y apoyó su peso contra
Maglenna al mismo tiempo que le ayudaba a aguantar a Morgan. Se inclinó y
escupió en los restos del asesino.
Fue entonces cuando se fijó en la pantalla de la
aplastada unidad del torso.
01:35
01:34
01:33
-Oh, no –dijo.
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