miércoles, 23 de octubre de 2013

Risas al caer la noche (II)


-¿Saahir?
Ross alzó la cabeza de la almohada, aspirando el perfume de Saahir. Tenía la espalda pegada a la pared del casco, dejando suficiente espacio para otro cuerpo a su lado; pero la twi’lek no estaba allí y las sábanas estaban frías. Se había ido hace un buen rato.
-¿Saahir? –volvió a decir. Pensando que su ausencia podría deberse a un trasnochado juego del escondite, se agarró del soporte de la litera superior y se puso en pie, agarrándose el costado herido.
Ross encontró un par de pantalones y una camisa, planchados y doblados sobre el respaldo de la silla de su camarote. Rígido por las secuelas de su herida y la prolongada estancia en cama, el corelliano se vistió, introduciendo con cuidado los pies y los tobillos en sus botas. Abrochándose la parte superior de cuero, se alisó los mechones rubios y miró el pasillo oscuro. La fragancia de su perfume estaba por todas partes, en su piel, en sus ropas, incluso en el pasillo, haciendo difícil precisar si había estado ahí recientemente. Sin embargo, había cierta atmósfera mustia en el aroma que sugería que la cantante se había marchado hace tiempo de esa zona de la nave.
Cruzando la estrecha puerta a la cabina de vuelo, Ross echó un rápido vistazo en busca de una señal cierta de la twi’lek. No encontró ninguna. A su lado, acurrucado bajo su chaqueta de vuelo y una manta, Trep Winterrs estaba profundamente dormido en la estación del navegante, ajeno a su presencia. Ross sonrió, dejando dormir al exhausto contrabandista, y avanzó a la consola de mando principal.
-Kierra, ¿ha salido Saahir de la nave? –Encendió as pantallas de los monitores, escaneando varios informes sobre el estado funcional actual de su carguero-. Kierra –dijo levantando la voz-. ¿Saahir todavía está a bordo con nosotros?
-Sí y no –fue la lacónica respuesta.
Picado por la inesperada acritud en la voz de la inteligencia droide, Ross se recostó en la silla de aceleración, mirando fijamente a uno de sus orbes ópticos.
-¿A qué te refieres con sí y no?
-Has hecho dos preguntas. Te he dado dos respuestas –dijo Kierra con suficiencia-. Sí, ha salido de la nave. No, no está a bordo.
Aunque Kierra tenía cierta tendencia a ser combativa y difícil, Ross sabía que había un preciado lazo de unión entre ellos. Sorprendido por la peculiar conducta de la inteligencia droide, lentamente filtró el tono cáustico de su voz y detecto los celos que estaban detrás. Al recordar los eventos de la noche anterior, dejó caer la cabeza mientras un cálido azoramiento recorría sus mejillas y su nuca.
-Kierra, con respecto a la noche pasada –comenzó a decir pensativamente, dándose cuenta de que la inteligencia droide había visto y escuchado todo el asunto-. No era mi intención que vieras... Quiero decir... –Lanzó las manos al cielo, exasperado por una necesidad de explicarse-. No estaba pensando con claridad. Nunca te haría daño intencionadamente... –Ross se detuvo, luchando por encontrar una justificación para sus actos-. ¿Kierra?
-Ha sido duro, ¿sabes? –dijo Kierra finalmente, sus altavoces apenas audibles en el silencio de la cabina-. No nos conocemos demasiado bien, y sospecho que harán falta muchos ajustes más, para ambos. –Sonó un suspiro sobre la estática del receptor-. Lo entiendo, Thadd, realmente lo entiendo. No he sido exactamente la mejor compañera para ti, especialmente en los últimos meses. –El suspiro se convirtió en un ligero lloriqueo, resonando por el canal de comunicaciones-. Y además están mis cambios de humor, mis estallidos emocionales, mis hinchazones hidráulicas, mi ganancia de peso... Todo eso pasa factura, Thadd, de modos que no puedes ni empezar a imaginar. Y, por supuesto, no puedo ofrecerte esa satisfacción físi...
-¡Déjalo ya! –saltó Ross, viendo a través del dramatismo de la inteligencia droide. Al escuchar un bufido y una risita a su espalda, Ross se volvió hacia Winterrs-. Y eso también va por ti. Siempre siguiéndole la corriente.
Cambiando de postura perezosamente en la silla aceleradora, Trep sonrió socarronamente.
-Eh, no la pagues conmigo, Rosco. Eres tú quien hace que los contrabandistas tengan fama de engreídos.1 –Puso los ojos en blanco con fingida indignación-. Cortejando a dos hermosas damas al mismo tiempo. Ya sabes el viejo dicho, colega. Si tiene un buen par de caderas o de servomotores, va a causarte problemas. –Winterrs arrojó una tableta de datos al irritado contrabandista.
-¿Qué es esto?
-Esa pista que estabas buscando. Saahir me lo dio antes de salir disparada. Coordenadas, contactos, contraseñas, toda la pesca.
Ross examinó brevemente la información conforme iba apareciendo en pantalla.
-El sistema Aurea. No está demasiado lejos.
-A sólo media hora por el hiperespacio. –Trep se puso en pie y se desperezó, haciendo crujir y saltar sus articulaciones por toda la longitud de su delgado cuerpo-. Tomamos tierra en el Cruce de Merich, en el lado más alejado de la tercera luna de Aurea. Allí es donde recogemos la mercancía.
-Bueno –dijo Ross con una media sonrisa. Comenzó a pulsar botones e interruptores, activando los motores iónicos del Kierra-. No podemos hacer esperar a la dama. Kierra, contacta con Control de Tráfico y solicita permiso de despegue.


1 En el original, realiza un juego de palabras con smug (engreído, petulante) y smuggler (contrabandista). (N. del T.)

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