Stephen
Kenson
-Bienvenido a casa, señor –dijo Enetrés cuando su
amo entró en sus aposentos a bordo del Destructor Estelar Trueno. El comandante Tobal Siy no era una persona feliz. Hasta un
droide podría verlo claramente. Eso significaba que N-3PO podía verlo mejor que
la mayoría. El droide de protocolo había servido durante varios años como su
mayordomo y asistente personal y conocía bien sus actitudes y estados de
ánimo-. ¿Quiere que le traiga algo?
Siy se aflojó el cuello de su uniforme gris.
-No, Enetrés. –Hizo una pausa, se masajeó la frente
con una mano, y lanzó un fuerte suspiro-. Pensándolo mejor, tráeme un poco de
agua y una dosis de algo para aliviarme este dolor de cabeza.
El droide se marchó para obedecer la petición de su
amo mientras Siy se derrumbaba en una de las sillas acolchadas de la
habitación. Enetrés regresó rápidamente con un vaso y un par de pastillas
blancas.
-Si me permite preguntar, señor –aventuró el droide
mientras Siy se tragaba las pastillas-, ¿está usted enfermo o necesita atención
médica? –El comandante Siy tomó otro sorbo de su bebida, dejando que su calidez
le confortara antes de responder.
-No. Sólo otro día inútil persiguiendo
contrabandistas rebeldes por todo el sector, Enetrés. Son como fantasmas. De
algún modo esquivan todos nuestros esfuerzos por atraparlos; droides sonda,
barridos de cazas TIE, escaneos de sensores, bombardeos orbitales, nada de lo
que intentemos parece tener ningún efecto. Si nos llega noticia de una base o
almacén rebelde, siempre está abandonado antes de que podamos llegar allí. –Siy
se detuvo y se obligó a sí mismo a relajar la mandíbula y tomar otro sorbo de
agua.
-Estoy seguro de que con el tiempo atraparán a los
rebeldes, señor –dijo Enetrés con un tono tan esperanzado como un droide era
capaz de conseguir.
-Sólo hay un modo de que los rebeldes puedan estar
siempre un paso por delante de nosotros –murmuró Siy, hablando más para sí
mismo que para el droide-. Deben de tener un espía a bordo.
-¡Un espía! –graznó Enetrés-. ¿En esta nave? ¡Pero,
señor! ¡Eso es imposible!
Siy tomó otro sorbo de su bebida y dijo con tono
irritado.
-Ya lo sé. He incrementado la seguridad tres veces.
No hay señales de ningún infiltrado en nuestro personal. No hay dispositivos de
escucha, ni transmisiones inusuales. No hay rastro de un espía rebelde, pero
los rebeldes están obteniendo información de algún modo. –Una oleada de
cansancio invadió a Siy, y dejó su vaso en la mesa cercana, recostando la
espalda en su silla.
-Tal vez debería descansar, señor –dijo la voz de
Enetrés, llegando desde lo que parecía una gran distancia. Siy sintió cómo iba
sumiéndose en el sueño incluso mientras el droide hablaba-. Eso es, duerma y
libere su mente de preocupaciones. No hay nada de lo que preocuparse. Ya
debería estar muy relajado. –El comandante Siy emitió un ligero sonido y
asintió un poco con la cabeza.
-Bien –dijo el droide de protocolo, con sus ojos
amarillos eternamente abiertos fijos sobre el comandante-. Ahora, comandante,
hábleme de los últimos esfuerzos para encontrar a los contrabandistas rebeldes
y de las medidas de seguridad que han tomado para encontrar a cualquier espía a
bordo. –El comandante Siy se lamió ligeramente los labios y comenzó a divagar
en voz baja acerca de un plan de colocar espías imperiales entre las filas de
la comunidad del contrabando local en un esfuerzo de localizar a aquellos
contrabandistas que estaban ayudando a la Rebelión. Proporcionó los nombres de
los agentes imperiales y habló de los esfuerzos para identificar cualquier
elemento extraño a bordo del Trueno
que pudiera ser indicativo de una infiltración rebelde. El droide de protocolo
escuchó cuidadosamente cada una de las palabras de Siy.
-Eso está muy bien, comandante -dijo el droide con
tono suave y tranquilizante-. Ahora, vaya a dormir y olvídelo todo acerca de
nuestra pequeña charla. Se despertará dentro de una hora más o menos
sintiéndose bastante descansado y seguro de que sus planes le permitirán
localizar a los rebeldes. –Siy se recostó en los cojines de la silla y se quedó
dormido casi de inmediato. Enetrés observó por unos instantes al comandante
hasta que su respiración cobró un ritmo estable y constante. Entonces el droide
tomó el vaso de agua y lo depositó en la unidad de tratamiento de residuos.
Enetrés se dirigió al pequeño armario de
mantenimiento al fondo de los aposentos del comandante, donde se suponía que el
droide pasaba su tiempo recargándose cuando era necesario. La puerta del
armario se deslizó cerrándose con un débil siseo y Enetrés abrió un panel que
ocultaba un pequeño pero complejo conjunto de circuitos y cables. El droide
manipuló unos botones de control en sus propios hombros y pecho y abrió su
panel pectoral para revelar el habitual conjunto de circuitería que componía
las entrañas de un droide de protocolo modelo 3PO.
Esa capa de mecanismos fue igualmente levantada
para revelar un cristal brillante, casi de la longitud del torso del droide,
embebido entre los mecanismos y cables del interior del cuerpo de Enetrés. El
droide conectó con destreza y eficiencia las conexiones del panel abierto a
puertos alrededor del cristal, que palpitaba y titilaba con su propia luz
interior. Una vez que todas las conexiones estuvieron en su lugar, Enetrés
comenzó a dictar un informe que ayudaría a sus aliados rebeldes a evitar ser
capturados un día más, y, tal vez, llevaría a la Rebelión un paso más cerca de
la victoria contra el Imperio.
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