A Maglenna Pendower el corazón le latía con tanta
fuerza en el pecho que le temblaban los brazos. Cerca del núcleo de potencia,
la iluminación roja estaba en un parpadeo permanente; combinado con el cálido
olor de los diversos metales y aceites, daba la ilusión de que algo estaba
ardiendo. Respiró profundamente, entró en el hueco de mantenimiento, y miró a
su alrededor.
Era una sala muy pequeña con grandes cajas
amenazantes ocupando la mayor parte del espacio. A la derecha de Maglenna había
una pared de acero repleta de pantallas y lucecitas brillantes, muchas de las
cuales soltaban chispas. Echó un vistazo a los esquemas en su tableta de datos:
Sí, eso es la matriz de energía.
Justo cuando confirmó eso, distinguió el olor a carne quemada entre el resto de
olores de la sala, y vio a Morgan.
No era difícil imaginarse lo que había ocurrido:
Morgan había sido electrocutada por la matriz y arrojada contra el tabique. En
ese momento, se encontraba yaciendo sobre las rejillas del suelo, sujetando una
hidrollave medio fundida.
Maglenna se asomó por la puerta y extrajo una vara
de tierra de su caja de emergencia junto a la pared.
-¿Morgan? –dijo, golpeando suavemente el hombro de
Morgan con la vara aislante-. ¿Estás bien?
El reflejo rojo de Maglenna le devolvió la mirada
desde las gafas de soldadura de Morgan. La pantalla en la punta de la vara dijo
“negativo”; Maglenna la arrojó a un lado y buscó el pulso carótido con su mano
desnuda. Nada. Se lo estaba esperando, pero se le hizo un nudo en el estómago
de todas formas. La chica aún no tendría siquiera veinte años.
Maglenna había salido a medias del hueco con Morgan
antes de que Jayme apareciera en la puerta del mamparo y se hiciera cargo.
Llevó a Morgan a la bahía de reparaciones, le abrió el chaleco, e
inmediatamente comenzó a bombearle el pecho.
-Ve a buscar ayuda –dijo a Maglenna.
-Yo soy la ayuda –dijo, sacando su tarjeta de
identificación médica del bolsillo de su manga.
Jayme alzó la mirada y se centró en la tarjeta sin
detener lo que estaba haciendo.
-Tráigame un medipac con una cinta desfibriladora y
un escáner –dijo ella-. Puede encontrar uno en el extremo norte de...
Jayme señaló con la cabeza el conjunto de armarios,
en la base del cual se encontraba una mochila medicalizada de lujo.
Maglenna la tomó con aire ausente. ¿No habían dicho
que necesitaban...?
El escáner confirmó sus sospechas: fibrilación
ventricular. No tenía sentido discutir por los medipacs. Maglenna le quitó a
Morgan las gafas y sujetó al rostro de Morgan el resucitador de presión,
manteniéndole la mandíbula abierta mientras el tubo de descompresión localizaba
automáticamente la tráquea y alimentaba sus pulmones.
-Bien –dijo Maglenna, colocando un parche de
adrenalina en el cuello de Morgan y ofreciendo a Jayme un estrecho paquete con
su mano libre-. Esto es una cinta desfibriladora adhesiva. Conducirá una señal
por su pecho, desde este hombro hasta justo sobre el corazón. Póngasela y aléjese.
Jayme quitó la protección de la parte trasera de la
cinta la colocó donde Maglenna había indicado. Ambos retrocedieron mientras el
dispositivo se activaba. Una señal
eléctrica cruzó el cuerpo de Morgan, que se sacudió una vez con convulsiones.
Dos veces. Tres. Cuatro.
La luz en el lateral del resucitador se volvió
verde.
-Ya respira por sí misma, ¿verdad? –preguntó Jayme.
-¿Quiere decir que ha funcionado? –dijo Maglenna,
incrédula.
Los oscuros ojos de Jayme la atravesaron.
-¿No habías hecho esto antes?
-Claro que sí. –En un simulador, pero no mencionó
eso. Jayme no insistió en el tema; estaba súbitamente fascinado por algo en la
muñeca izquierda de Morgan.
-¡Lo encontré! –gritó Haathi, quien llegó corriendo
por la puerta del mamparo. Se detuvo en seco al ver la situación.
Jayme hizo un gesto para tranquilizarla.
-Está bien, T’Charek. Tenemos pulso.
Maglenna mantuvo estable la cabeza de Morgan mientras
el tubo de descompresión iba retirándose. Tras ella, podía sentir a Haathi,
observando, evaluando, juzgando. Un soldado de seguridad se abrió paso a
trompicones a la bahía de reparaciones, transportando medipacs en un trineo
repulsor.
-Necesita algo de ayuda –dijo Maglenna en voz alta.
Un joven delgado y desaliñado surgió de las
profundas sombras rojas de la puerta de la bahía de reparaciones.
-Ya estoy aquí. Ya podéis relajaros.
-Oh –dijo Maglenna. Entornó los ojos-. Usted debe
de ser Nord.
-El mismo. –Apartó a Maglenna de su camino y se
agachó junto a Morgan, con el soldado tras él. En cuestión de instantes
confirmaron que Morgan tenía una clavícula y tres costillas fracturadas, pero
no tenía daños en la columna; la cargaron en el trineo y salieron rápidamente
de la nave. Parecía que Haathi y Jayme querían seguirles, pero en cambio se
volvieron hacia Maglenna, que estaba apoyada incómoda contra el tabique. Los
ojos negros de Haathi estudiaron durante largo rato el rostro de Maglenna.
-Pensé que eras una funcionaria –dijo Haathi. Su
voz era firme, pero con muy poco volumen.
-No es por propia elección –dijo Maglenna
serenamente.
-¿Te llamas Pendower?
-Llámeme Maglenna.
-Maglenna, ¿te importaría asegurarte de que Nord no
extirpa el corazón de Morgan y lo dona a la ciencia?
Maglenna parpadeó. El tono de Haathi no había
cambiado en absoluto.
-¿Qué?
-Simplemente digo que vayas a asegurarte de que
hace bien su trabajo. –No había malicia en el tono de Haathi. Aparte del
comentario irónico, sólo había frialdad profesional.
-Desde luego, comandante –dijo Maglenna.
Los ojos de Haathi finalmente pasaron su atención a
Jayme, que estaba buscando ruidosamente en uno de los armarios.
-¿Qué te pasa? –le preguntó.
-Voy a averiguar quién le hizo esto a Morg –dijo.
-Nadie hizo nada –dijo Maglenna-. Fue un accidente.
Probablemente se tropezó con la matriz de energía. Capitán, ya ha visto lo
obvio que resultaba.
-No –dijo Jayme, sacando dos blásters pesados del
armario y deslizándolos en sus respectivas fundas-. No lo he visto.
***
Morgan vagó por varios niveles de consciencia, pero
Maglenna no pudo encontrar sentido en nada de lo que estaba diciendo. Estaban
en el cubículo de suministros médicos; estaba previsto que los heridos graves
fueran transferidos a la fragata médica más cercana, lo que significaba que no
había tanques de bacta para el extraño desastre. Así que lo único que había
entre Morgan y la muerte era una manta anti colapsos acolchada cubierta de
cables y sensores, un lector digital de constantes vitales albergado en una de
las almohadillas acolchadas cerca del corazón, y la pura suerte.
Maglenna estaba sentada junto al catre de Morgan.
Ahora que Nord se había marchado, todo estaba casi opresivamente silencioso. Le
daba a Maglenna demasiado tiempo para pensar en todo lo que podía haber salido
mal. ¿Le habrían culpado Haathi y Jayme si Morgan hubiera muerto? Pero, por
otra parte, ¿acaso no le habían dado las gracias, a su propia y extraña manera?
Pensar en Jayme trajo otra cosa a su mente. Maglenna
tomó la vendada mano izquierda de Morgan y examinó la muñeca. Desde luego, ahí
había algo: un pequeño verdugón rojizo, completamente ajeno al shock eléctrico.
De pronto, los dedos de Morgan se crisparon, y
abrió los ojos.
Pendower sostuvo la mano de Morgan.
-¿Morgan? ¿Puedes oírme?
-¿Qu...?
-Todo está bien. Estás en el punto de recogida de
la Alianza en Gelgelar...
-Yo no soy el Creador –dijo con voz pastosa.
-¿Qué?
Morgan lo repitió varias veces, y luego regresó a
un murmullo ininteligible. Maglenna observó el lector digital con la mirada
perdida. Desde luego, el organismo de Morgan estaba saturado de drogas, y
Maglenna sabía por Nord que lo que Morgan decía no tenía mucho sentido incluso
cuando estaba sana. Sin embargo, Maglenna conocía un contexto en el que “el
Creador” significaba otra cosa aparte de la nave, y si esto tenía algo que ver
con el estado actual de Morgan, Maglenna no quería pensar en lo que Jayme iba a
encontrarse.
***
Jayme estaba de pie bajo El Creador, mirando fijamente la plataforma de aterrizaje, escuchando
los sonidos de los droides y trabajadores que pululaban por el almacén. El
camino lógico del asaltante de Morgan le había llevado a tierra a través de la
escotilla de escape del compartimento del motor. Había una rejilla abierta en
el suelo a dos metros a su izquierda.
Jayme se tumbó sobre la tripa y se deslizó con la
cabeza por delante en la apertura. Seguramente esta conducía a un túnel de
mantenimiento. Dobló el torso hacia abajo, se sujetó con las piernas en la
plataforma de aterrizaje, y se quedó allí colgando un instante mientras sus
ojos se ajustaban a la oscuridad. Salvo que el espacio del pasadizo no estaba
totalmente oscuro. Había un brillo que manaba de un distante par de luces
rojas. Jayme pensó que eran parte de un panel de control hasta que
desaparecieron tras una esquina. Pensó que podía bajar y perseguir las luces,
pero luego lo pensó mejor. Se puso en pie, salió de un salto de la plataforma
de aterrizaje, y agarró un cartel con un plano de la base que colgaba de uno de
los paneles de control. Por un instante estudió el cartel; luego salió
corriendo cruzando la plataforma de aterrizaje en la dirección que seguían las
luces.
En ese momento, todas las luces del almacén se
apagaron.
Jayme se detuvo en seco. Medio segundo después se
activaron las luces de respaldo, lumas baratas y brillantes que dejaban partes
del almacén bajo una luz casi cegadora y otras partes en profundas tinieblas.
Oh, no, no,
no.
Corrió cruzando el hangar, casi tropezando con sus
propios pies.
Quiere
atraparnos aquí con él. Si llega a los controles de la puerta del hangar,
estamos todos muertos.
De pronto estaba allí, de pie ante el panel de
control, arrancando la cubierta de mantenimiento con rallas amarillas y
empapándose del esquema de control del interior. Con la potencia cortada, todo
el sistema tenía que volver a prepararse antes de poder abrir las puertas
manualmente. Dos grandes palancas desactivaban el sistema de freno hidráulico,
e hicieron horribles ruidos de carraca cuando las bajó; y entonces se escuchó
un tremendo golpe metálico desde las puertas del hangar cuando los ganchos de
freno salieron de sus ranuras.
-De acuerdo –dijo Jayme en silencio para sí mismo,
secándose las manos sudorosas en los pantalones-, anulación manual, anulación
manual.
La disposición no estaba bien mapeada. Jayme deseó
que Morgan estuviera allí. Podría haber abierto las puertas en dos segundos y
dibujado un esquema de control mejor en el dorso del envoltorio de un caramelo.
Pensar en Morgan le despejó la cabeza. Encontró el
interruptor negro que despresurizaba los sistemas hidráulicos automáticos y
activaba los sistemas manuales. Luego, con mucho esfuerzo, encajó en su sitio
los cilindros de potencia auxiliar de la unidad, y finalmente puso sus manos
sobre la gigantesca palanca que desbloquearía las puertas del hangar.
Y habría tirado de ella, además, si no fuera porque
su propia sombra se alzó de pronto ante él, y un pequeño punto rojo apareció en
el panel ligeramente a su izquierda.
Antes de que el punto pudiera colocarse en su nuca,
antes de que se oyera el sonido de los disparos de bláster, antes de que todo
el panel explotara, encerrando por completo a todos en el interior, Jayme había
ascendido por una cadena de cables, a mitad de camino al segundo nivel. Bajo él
escuchó los pitidos de su asaltante, un pequeño y brillante droide asesino.
Y él y su equipo lo habían traído hasta aquí.
***
Haathi arrojó una tableta de datos contra el
mamparo, después de haber pasado los últimos veinte minutos tratando de
entender las notas de Morgan acerca del fallo en la matriz de potencia. Justo
cuando estaba pensando en saltar sobre la tableta y aplastarla, sonaron unos
golpecitos en la puerta.
-¿Comandante? –dijo el coronel Stijhl-. Pensé que
apreciaría algo de ayuda.
-Qué amable por su parte, señor, pero, ¿sabe usted
algo de placas de circuitos?
-Nada en absoluto. Precisamente por eso le he
traído una ingeniera de verdad.
Pasó apretujándose junto al coronel, una tímida
sullustana con el pelo apelmazado que llevaba una caja de herramientas. Haathi
se apartó de su camino.
-Esta es la sargento Nofre Ecls. Es una de nuestros
agentes encubiertos; regenta la Bahía de Reparaciones de Nofre –dijo Stijhl-.
No se lo diga a su hermano. No le gustan demasiado los rebeldes.
-Gracias, señor. Se lo agradezco.
-Que no se le salten las lágrimas o algo así. Tengo
otras cuatro naves que van a necesitar este hangar hoy, ¿sabe?
-A propósito, ¿su hangar es siempre así de ruidoso?
Parece como si hubiera una revuelta desencadenándose ahí fuera.
-Eso es lo que usted quisiera. A mí me suena más a
que un droide de carga ha chocado contra una columna. Probablemente nada.
-Nunca es nada, señor.
-No cuando ustedes están cerca –dijo Stijhl, y
salió de la nave.
***
Subir la cadena, cruzar el raíl del segundo nivel
sobre las manos y las rodillas, ponerse luego de pie, correr, saltar sobre un
montón de cajas, correr, correr. Jayme recordó la carrera de obstáculos en la
base de entrenamiento imperial de Merikon, tan difícil cuando era un
adolescente. No se le había ocurrido entonces agradecer que no le persiguiera
un droide asesino hecho a medida. Podía oír sus repulsores zumbando tras él,
imaginárselo flotando sobre el suelo, deslizándose entre los raíles, avanzando
tras él. El pensamiento hizo que un escalofrío le recorriera la espalda, y
sintió que el corazón estaba a punto de estallarle.
Tranquilo. No
te pongas a llorar todavía.
Blandió su bláster hacia atrás y disparó. El
destello rojo chisporroteó inocuamente en los escudos del droide.
Vale, ahora
sí puedes llorar.
Al menos el droide era más lento que él. Además,
advirtió Jayme cuando se acercaba a una escalera, había salido con una buena
ventaja. Y salir con ventaja era perfecto para una cosa.
Jayme saltó sobre el borde de la escalera y se
agarró a uno de los escalones sobre su cabeza. Un instante después, un disparo
bláster de color amarillo golpeó el suelo donde se habían encontrado sus pies.
Para cuando salió un segundo disparo, Jayme estaba trepando por fuera de los
escalones, mano tras mano.
Tan pronto como Jayme se aupó a la barandilla, una
cortina de disparos cayó sobre los escalones, anticipando su siguiente
movimiento. Pero no saltó a los escalones. En lugar de eso, se dejó caer de
nuevo al suelo del segundo nivel, al otro lado de las escaleras.
El droide detuvo su ráfaga, confuso. Eso
proporcionó a Jayme el tiempo suficiente para subir corriendo los escalones sin
más. La mente de Jayme pensaba con rapidez. ¿Qué
hay arriba? ¿Qué puedo usar?
La respuesta le vino en un doloroso destello.
Arriba estaban las vigas del techo, y una vez que llegó allí no tenía ningún
lugar donde esconderse.
***
La sullustana trabajaba diligentemente en la matriz
de potencia, sujetando bajo el brazo la placa del circuito principal. La matriz
aún humeaba un poco; trajo a la memoria de Haathi el olor a carne quemada.
Está viva. No
pienses en ello.
-¿Cuál es la situación? –preguntó Haathi.
-La placa de circuito maestro está frita –le dijo
Nofre.
-Lo sé. Háblame de la matriz de energía.
-La... eh... la matriz de energía también está
frita.
Haathi tuvo que hacer una pequeña pausa para
impedirse a sí misma gritar. No es culpa
suya.
-¿Podrías concretar más, por favor?
-Tengo que recablearla por completo.
-¿Qué? –gritó Haathi.
Nofre retrocedió encogida contra el mamparo.
Haathi se aclaró la garganta.
-Quiero decir... eh... que parece que es un
problema mayor de cómo lo haces sonar.
-No, señora, simplemente me llevará varios días.
-Quiero que mi técnica esté en una fragata médica
para mañana a estas horas.
-Lo siento. No puede hacerse.
-Vamos. Tiene que haber un modo.
Nofre negó firmemente con la cabeza.
-¿No podemos empalmar sin más el motor principal al
núcleo de potencia?
-No creo que quiera hacer eso.
-¿Por qué no?
-Estarían volando sin ningún tipo de salvaguarda.
-¿Qué significa “salvaguarda”?
-Un pico de energía y toda la nave estallaría.
Haathi soltó un salvaje suspiro de alivio.
-¿Eso es todo? –gritó, incrédula-. ¿Y por qué no me
lo has dicho antes?
Nofre abrió los ojos como platos.
-El coronel Stijhl me dijo que no lo hiciera.
-Tía, me aburres. Vamos a hacer una cosa. Empalma
el núcleo de potencia y yo recablearé la placa de circuito principal.
La sullustana apretó firmemente la placa de
circuito contra su pecho.
Haathi avanzó inclinándose sobre ella.
-Sargento –dijo, y añadió las tres palabras que
casi nunca usaba-: Es una orden.
***
El coronel salió de El Creador al caos. Kovings llegó corriendo hasta él para darle,
sin aliento, un informe acerca de las puertas del hangar bloqueándose, los
canales de comunicaciones siendo interferidos, y varios técnicos muertos en el
pozo de mantenimiento delantero. Alrededor de Stijhl, los miembros de la
limitada fuerza de seguridad del almacén disparaban a ciegas contra las luces
del techo, bajo las cuales un objeto sombrío estaba persiguiendo a alguien por
las vigas.
Entonces comenzaron las explosiones. Grandes
montones de cajas en el lado oeste del hangar volaron por los aires y las que
contenían algo inflamable comenzaron a arder. Mozos de carga con uniformes
color canela salieron aullando al espacio abierto. Desde arriba surgió entonces
una salva de fuego bláster, y cada uno de los disparos dio en su objetivo.
Stijhl, agazapado tras una columna, vio
boquiabierto cómo su gente caía en rápida sucesión. Cuando los disparos
terminaron, comenzaron a explotar más cajas, enviando al espacio abierto otra
oleada de nuevos objetivos.
-¡A cubierto! –gritó el coronel. Algunos de ellos
le escucharon y trataron de encontrar un lugar seguro entre los suministros que
estallaban y el campo de tiro del enemigo.
-¡Señor! –exclamó alguien mientras llovían más
disparos de bláster-. ¿No deberíamos evacuar?
Stijhl reconoció al médico de campo de Haathi.
-¡Nord, busque a Haathi! Necesitamos esa nave ya
mismo, ¿lo entiende? ¡Que todo el mundo suba a esa nave!
Puede que Nord le escuchase, pero Stijhl no pudo
saberlo, porque en ese momento sintió una quemazón en la espalda, y luego nada.
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