El sable de luz de Leia
Bill Slavicsek
-No creo que esté preparada para esto, Luke –protestó
Leia Organa Solo, princesa de Alderaan y heredera del legado Skywalker,
mientras su hermano la observaba.
-Estás tan preparada como lo estaba yo –replicó con
calma Luke-. Lo harás bien.
-¿No podemos volver a repasarlo? –preguntó ella con
nerviosismo. Sabía la fe que él tenía depositada en ella, y no quería
decepcionarle.
-Es ahora o nunca, Leia –dijo Luke Skywalker con
suavidad pero con firmeza-. Ahora sal allí y hazlo.
-Muy bien, Luke –aceptó Leia con reticencia-. Lo
intentaré.
-No lo intentes, Leia –respondió Luke, tratando de
reprimir una sonrisa-. Hazlo...
Leia asintió, sopesando en sus manos el juego de
arcaicas herramientas que Luke le había entregado. Le había dicho que habían
pertenecido a Ben Kenobi.
-Yo construí mi sable de luz con esas herramientas,
Leia –dijo él, completando los pensamientos de su hermana-. En Tatooine, en la
vieja casa de Ben, justo antes de que rescatáramos a Han de las garras de Jabba
el Hutt.
Ella ya sabía todo eso. Luke se lo había explicado
mientras la instruía acerca de la Fuerza. Él había perdido en Ciudad Nube el
sable que Ben le había dado, el que había pertenecido a su padre. Lo perdió
cuando perdió su mano bajo la hoja de Darth Vader. Darth Vader, su padre... a
veces todo era de lo más confuso.
-Calma, Leia, calma –la tranquilizó Luke, recordándole
sus lecciones-. Siéntete en paz contigo misma.
-Sí, maestro –dijo, y ambos sonrieron. Ella dio a
Luke un rápido abrazo, y luego se adentró en la espesura. Con un débil silbido,
Erredós-Dedós la siguió.
-¿Luke...? –preguntó Leia, mirando con
incertidumbre al droide astromecánico.
Luke se encogió de hombros.
-Él estaba conmigo cuando construí el mío. Tal vez
él crea que sería buena idea que estuviera contigo también.
El droide emitió un pitido mostrando su acuerdo, y
continuó rodando junto a la princesa. De algún modo, Leia se sentía aliviada.
El pequeño droide la acompañaría mientras ella buscaba los componentes y luego
los ensamblaba. No se le permitía ayudar, por supuesto, pero su presencia le
haría sentirse un poco menos sola.
Nunca estás
sola.
El pensamiento de Luke llegó a su mente con
confortante suavidad. Se aferró a él durante los tres siguientes días mientras
seguía todas las cosas que le había enseñado y confiaba en la Fuerza para que
le mostrara el camino. Para el final del tercer día, ya había obtenido todos sus
componentes. Cuando rompía el alba del octavo día, emergió de la espesura, con
Erredós a su lado, para encontrar a Luke sentado exactamente en la misma
posición en la que estaba la última vez que le vio.
-¿Y bien? –le preguntó a su hermana. Estaba sorprendido
al ver lo rápidamente que había regresado; a menudo los Jedi necesitaban casi
un mes para construir un sable de luz. Claramente, ella compartía las mismas extraordinarias
capacidades naturales que él tenía.
Ella extrajo la lisa empuñadura tubular de los
pliegues de su túnica y la sostuvo ante él para que la inspeccionara. Él no la
tocó, pero sus ojos la recorrieron en toda su longitud con gran cuidado.
Asintió con la cabeza.
-Pruébalo –dijo Luke, señalando el interruptor de
activación.
-No hay que probar –respondió Leia con calma-, hay
que hacer.
Con un gesto del pulgar, un brillante haz de luz
surgió del brillante disco superior. La luz iluminó el sereno rostro de Luke, y
el zumbido vibrante llenó el claro con su sonido.
-Entonces ya es hora de que comiences realmente tus
lecciones –declaró Luke, poniéndose en pie y sonriendo ampliamente-. Te va a
encantar usar los remotos.
-No puedo esperar –dijo, apagando su sable de luz. Su sable de luz. Le gustaba cómo sonaba
eso. También le gustaba el haber tenido éxito. Tal vez ella también pudiera ser
un Jedi. Como su padre antes que ella. Como su hermano.
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