lunes, 9 de febrero de 2015

El sable de luz de Leia

El sable de luz de Leia
Bill Slavicsek

-No creo que esté preparada para esto, Luke –protestó Leia Organa Solo, princesa de Alderaan y heredera del legado Skywalker, mientras su hermano la observaba.
-Estás tan preparada como lo estaba yo –replicó con calma Luke-. Lo harás bien.
-¿No podemos volver a repasarlo? –preguntó ella con nerviosismo. Sabía la fe que él tenía depositada en ella, y no quería decepcionarle.
-Es ahora o nunca, Leia –dijo Luke Skywalker con suavidad pero con firmeza-. Ahora sal allí y hazlo.
-Muy bien, Luke –aceptó Leia con reticencia-. Lo intentaré.
-No lo intentes, Leia –respondió Luke, tratando de reprimir una sonrisa-. Hazlo...
Leia asintió, sopesando en sus manos el juego de arcaicas herramientas que Luke le había entregado. Le había dicho que habían pertenecido a Ben Kenobi.
-Yo construí mi sable de luz con esas herramientas, Leia –dijo él, completando los pensamientos de su hermana-. En Tatooine, en la vieja casa de Ben, justo antes de que rescatáramos a Han de las garras de Jabba el Hutt.
Ella ya sabía todo eso. Luke se lo había explicado mientras la instruía acerca de la Fuerza. Él había perdido en Ciudad Nube el sable que Ben le había dado, el que había pertenecido a su padre. Lo perdió cuando perdió su mano bajo la hoja de Darth Vader. Darth Vader, su padre... a veces todo era de lo más confuso.
-Calma, Leia, calma –la tranquilizó Luke, recordándole sus lecciones-. Siéntete en paz contigo misma.
-Sí, maestro –dijo, y ambos sonrieron. Ella dio a Luke un rápido abrazo, y luego se adentró en la espesura. Con un débil silbido, Erredós-Dedós la siguió.
-¿Luke...? –preguntó Leia, mirando con incertidumbre al droide astromecánico.
Luke se encogió de hombros.
-Él estaba conmigo cuando construí el mío. Tal vez él crea que sería buena idea que estuviera contigo también.
El droide emitió un pitido mostrando su acuerdo, y continuó rodando junto a la princesa. De algún modo, Leia se sentía aliviada. El pequeño droide la acompañaría mientras ella buscaba los componentes y luego los ensamblaba. No se le permitía ayudar, por supuesto, pero su presencia le haría sentirse un poco menos sola.
Nunca estás sola.
El pensamiento de Luke llegó a su mente con confortante suavidad. Se aferró a él durante los tres siguientes días mientras seguía todas las cosas que le había enseñado y confiaba en la Fuerza para que le mostrara el camino. Para el final del tercer día, ya había obtenido todos sus componentes. Cuando rompía el alba del octavo día, emergió de la espesura, con Erredós a su lado, para encontrar a Luke sentado exactamente en la misma posición en la que estaba la última vez que le vio.
-¿Y bien? –le preguntó a su hermana. Estaba sorprendido al ver lo rápidamente que había regresado; a menudo los Jedi necesitaban casi un mes para construir un sable de luz. Claramente, ella compartía las mismas extraordinarias capacidades naturales que él tenía.
Ella extrajo la lisa empuñadura tubular de los pliegues de su túnica y la sostuvo ante él para que la inspeccionara. Él no la tocó, pero sus ojos la recorrieron en toda su longitud con gran cuidado. Asintió con la cabeza.
-Pruébalo –dijo Luke, señalando el interruptor de activación.
-No hay que probar –respondió Leia con calma-, hay que hacer.
Con un gesto del pulgar, un brillante haz de luz surgió del brillante disco superior. La luz iluminó el sereno rostro de Luke, y el zumbido vibrante llenó el claro con su sonido.
-Entonces ya es hora de que comiences realmente tus lecciones –declaró Luke, poniéndose en pie y sonriendo ampliamente-. Te va a encantar usar los remotos.
-No puedo esperar –dijo, apagando su sable de luz. Su sable de luz. Le gustaba cómo sonaba eso. También le gustaba el haber tenido éxito. Tal vez ella también pudiera ser un Jedi. Como su padre antes que ella. Como su hermano.

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