No se esperaba eso...
Bill Slavicsek
La lanzadera aterrizó con precisión al detenerse en
su ranura de atraque en la bahía de hangar del Monte Tantiss.
-Firmes –exclamó el coronel Selid. Su voz no era
fuerte, pero tenía determinación y confianza. Sabía que sus órdenes llegarían a
la legión de soldados reunida en formación al pie de la rampa de aterrizaje de
la lanzadera. Con un chasquido de botas con tacones metálicos, la hilera de
soldados se enderezó al unísono.
Selid se permitió un momento de orgullo por sus
soldados, complacido de que mostraran tal profesionalidad, particularmente
teniendo en cuenta quién era su visitante. No era habitual que recibieran la
visita de un oficial tan notable, especialmente uno que había servido a las
órdenes del legendario general Veers. Servir a las órdenes de Covell sería un agradable
cambio de ritmo frente al relativo aburrimiento inherente al mando de una
guarnición tan remota. Remota era una descripción muy adecuada a la instalación
de Tantiss. Un destino perdido e inútil,
pensó Selid.
Selid sentía una ligera e ilógica afinidad con
Covell. Ambos oficiales eran jóvenes y se les conocía por su preferencia a
dirigir tropas desde las líneas del frente en lugar de desde la seguridad de un
bunker de mando. Una lástima que ese
tal... C’baoth esté acompañando al general, pensó Selid. Este no es un lugar para civiles.
Selid se puso firmes cuando la rampa de la
lanzadera descendió y los ocupantes de la nave comenzaron a salir. Selid
observó con desdén el cabello y la barba descuidados de la figura entunicada
que surgió primero. Ese debe ser C’baoth,
pensó.
A C’baoth le siguió el general Covell.
-General Covell –anunció Selid, saludando
marcialmente-. Dejo el puesto de comandante de la base y le cedo la autoridad
por orden del Gran Almirante Thrawn.
Covell sonrió vagamente, y devolvió el saludo con
gesto torpe, como si nunca antes hubiera realizado el movimiento.
-Eh... sí... hmmm... coronel, ¿verdad? Aún no.
Asumiré el mando... por la mañana.
-General –comenzó a decir Selid con cautela,
profundamente sorprendido-. Respetuosamente solicito que asuma el mando ahora. Mis órdenes indican que se le
conceda el mando inmediatamente
después de su llegada. Señor.
C’baoth susurró algo al oído del general. Covell
miraba hacia delante con la mirada perdida. Tras una breve pausa, Covell volvió
a centrar su mirada perdida en Selid.
-Coronel –dijo-, su seguridad es... laxa. Necesito
hablar a mis tropas. ¿Dónde está el comedor? –La voz del general era monótona,
mecánica.
Oh, bueno,
pensó Selid. Un oficial con la reputación
de Covell probablemente pueda permitirse ser excéntrico. Con un suspiro, el
coronel condujo al general al comedor. Tal
vez simplemente tenga hambre.
-Ruego al general que me disculpe, pero, ¿puedo
preguntar qué hay de malo en la seguridad de la montaña? –preguntó Selid, con la
esperanza de que hacer que el general hablara de asuntos tácticos le ayudara a
encontrar algún terreno común con ese inusual oficial.
C’baoth volvió a murmurar algo.
Por todos los
soles, ¿qué está haciendo ese hombre?, se preguntó Selid.
-Mis órdenes... vienen del propio Gran Almirante.
Le... notificaré muy pronto los cambios que debe implementar en... sus
procedimientos de seguridad. Nos dejará solos. –El general Covell hablaba
lentamente, y parecía mirar fijamente algo más allá de la oreja de Selid.
-Sí, señor –dijo Selid-. ¿Quiere que ordene a las
tropas de la guarnición que acudan a esta reunión? Si va a hablar de asuntos de
seguridad, estoy seguro que querrá que el resto de la base lo oiga.
-No –dijo Covell, con una pausa-. Sólo los soldados
que he traído a bordo del Draklor serán...
suficientes. Puede retirarse.
-¿Señor? –Selid estaba completamente confundido por
la actitud del general y la abrupta despedida-. ¿No debería estar yo presente
mientras se habla de sus disposiciones en la seguridad? Como su segundo al
mando...
-Puede... retirarse –dijo el general Covell, con
una débil sonrisa hueca asomando en sus labios.
La puerta del comedor se cerró deslizándose,
dejando de pie al otro lado a un muy confuso coronel Selid, mientras escuchaba
la risa burlona de Joruus C’baoth. Selid se preguntaba exactamente qué era tan divertido.
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