martes, 24 de febrero de 2015

Un cambio de mando

Un cambio de mando
Paul Sudlow

-El almirante le recibirá ahora.
Wedge hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza hacia la joven alférez. Parecía cansada. Echó un vistazo por el pasillo central de la Fragata Cuartel General. Todo el mundo parecía cansado. Y vencido. Se puso en pie, alisándose lentamente el uniforme. Las placas de la cubierta temblaron cuando uno de los motores principales pareció toser; había resultado dañado al escapar de Coruscant.
Wedge entró en la oficina del almirante y permaneció respetuosamente inmóvil junto a la puerta esperando a que se le diera permiso para continuar. El almirante Ackbar estaba de pie mirando por la ventana al ondulante torbellino moteado del hiperespacio. Se volvió con un suspiro áspero, acariciándose pensativamente los tentáculos de la barbilla. Sus ojos vidriosos giraron en sus cuencas para centrarse en Wedge.
-Por favor, acomódese, comandante. Como si estuviera en su casa. –Esperó a que Wedge se sentara y luego él también se sentó-. He leído su informe. El trabajo que usted y el Escuadrón Pícaro realizaron cubriendo la evacuación de Coruscant es digno de elogio.
-Gracias, señor.
-Sin embargo, no le he hecho venir aquí para ofrecerle felicitaciones. –Ackbar inclinó su bulbosa cabeza-. Los imperiales también han hecho bien su trabajo. Al lanzar su ataque sorpresa cuando estábamos celebrando nuestra victoria sobre Thrawn, sorprendieron a muchos de nuestros líderes militares en sus puestos de revista en los desfiles terrestres. Entre la primera oleada del ataque, las batallas subsiguientes, y la evacuación, hemos perdido más del 60 por ciento de la plantilla de mando del Ejército. La jerarquía superior ha sido severamente dañada. Aún tenemos numerosos comandantes y coroneles, pero por encima de eso... Debe entender que esta información aún no se ha hecho pública.
Wedge tragó saliva. Había escuchado que algunas de las divisiones del Ejército habían perdido comandantes, pero no tenía ni idea de que la situación fuera tan seria.
-Esa noticia va a diezmar la moral  -dijo-. Los generales Riekaan y Madine deben de estar volviéndose locos para buscar reemplazos.
Ackbar asintió.
-Desde luego, estamos ascendiendo a tantos cargos de rangos inferiores como podemos, y el general Madine está tomando medidas para reclamar oficiales de otros puestos y otros mundos. Estoy seguro de que son comandantes capaces, pero muchos de nuestros mejores oficiales de mando, incluso aquellos estacionados en otros mundos, habían viajado a la Ciudad Imperial para las celebraciones de la victoria. –Volvió a suspirar y tocó con la punta de sus dedos una pequeña escultura de coral que se encontraba sobre su escritorio-. La cuestión es que el liderazgo del Ejército ha sufrido un doloroso golpe. El general Dodonna y otros miembros de la antigua estructura se han ofrecido a salir de su retiro, y Calrissian  ha vuelto a asumir su cargo, pero nos enfrentamos a una verdadera escasez de otros oficiales de alto rango.
Wedge frunció el ceño. No estaba del todo seguro de adónde quería llegar Ackbar, pero sabía que no le gustaba mucho el rumbo general del asunto.
-Bueno, ¿qué puedo hacer por usted, almirante? ¿Quiere que instruya a los nuevos? ¿Que ponga rápidamente al día acerca de la tecnología y las tácticas navales actuales a algunos oficiales retirados?
Ackbar se inclinó hacia delante y le miró a los ojos.
-Le quiero en el Ejército.
Wedge trató de no reír, pero la petición fue demasiado súbita, demasiado inesperada. Después de todo lo que había ocurrido la última semana, era simplemente demasiado. Soltó una risita.
Los tentáculos de Ackbar se sacudieron.
-¿Encuentra divertida mi petición, comandante?
Wedge volvió a poner un semblante neutro.
-No, señor, disculpe, señor. Es sólo que... quiero decir, yo, ¿en el ejército de tierra? ¡No estoy entrenado para eso!
-Es usted demasiado modesto. Su papel como comandante de vuelo del Escuadrón Pícaro le ha preparado de sobra para tales tareas. Y el trabajo que realizó esta misma semana dirigiendo las milicias de la Ciudad Imperial ha despejado todas las dudas que aún pudiera tener acerca de su habilidad para dirigir hombres en tierra tan bien como en el aire.
Wedge dudó. No podías decirle “no” sin más a un almirante.
-Con todo el debido respeto, almirante, siento que puedo servir mejor a la Nueva República en mi cabina que en un tanque repulsor en alguna parte.
Ackbar abrió sus mandíbulas en una risita mon calamari.
-No tengo planeado mandarle al campo de batalla, comandante Antilles. Le quiero en mi plantilla de mando. Hace tiempo que merecía un ascenso, ¿no es cierto? ¿Qué le parecería ser general?
Wedge sonrió sarcásticamente.
-Me siento profundamente halagado, almirante, pero no me uní a la Armada para convertirme en general, precisamente.
Ackbar hizo un gesto a Wedge para que se acercara más.
-Yo también soy de la Armada, Antilles –dijo con voz baja y áspera-, y no le he pedido que dé la espalda al Servicio a la ligera. Pero como usted mismo ha dicho, la moral está baja. Necesitamos líderes que inspiren a las tropas. Usted ha estado mucho tiempo con la Alianza. Todos los hombres y mujeres que han servido bajo su mando le quieren y respetan, y es usted un héroe a los ojos del pueblo. Debo tener veteranos como usted a la cabeza de mi Ejército. –Hizo una pausa-. No voy a ordenar su traslado. No le quiero si usted no viene voluntariamente, por muy desesperada que pueda ser nuestra hora.
Wedge hizo una mueca. Ackbar sabía exactamente lo que estaba haciendo, apelando a su sentido del deber y el honor. Ackbar podía fingir que estaba dándole a Wedge una elección, pero ambos sabían que le tenía enganchado. No, no podías decirle “no” sin más a un almirante.
Pero tampoco tenía porque rendirse sin luchar. Con el Imperio en Coruscant y persiguiendo a la Nueva República por toda la Espina Comercial, puede que tuviera algún poder negociador.
-Mientras pueda dirigir al Escuadrón Pícaro, puede asignarme cualquier rango o título que desee.
Ackbar abrió los ojos por la sorpresa. Bueno, ahí estaba. O bien Ackbar aceptaba, o no lo hacía.
-Un... general mandando un escuadrón de cazas de la armada es, ciertamente, una proposición novedosa. Pero supongo que el Escuadrón Pícaro tampoco es un escuadrón corriente... –Ackbar realizó una larga pausa, y volvió a fingir que examinaba su escultura de coral-. Muy bien. Probablemente Madine se subirá por las nubes, pero acepto esas condiciones.
Ackbar se puso en pie, y Wedge hizo rápidamente lo mismo.
-General Antilles, a partir de este momento usted será mi Enlace con el Mando de Cazas. Servirá en mi personal de mando como representante del Ejército, y espero que se familiarice con los protocolos de esa rama y llegue a conocer a sus colegas, oficiales y tropas, a lo largo de la cadena de mando. Puede permanecer como comandante de vuelo del Escuadrón Pícaro, y puede continuar volando en misiones siempre y cuando ello no interfiera con sus nuevos deberes. Continuará informándome directamente a mí. ¿Es satisfactorio?
Wedge sonrió.
-Acaba de conseguir un general, almirante.

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