jueves, 12 de febrero de 2015

En las Regiones Desconocidas

En las Regiones Desconocidas
Bill Slavicsek

El Puño de Hierro, un destructor estelar clase Victoria, se encontraba en una órbita alta sobre el planeta designado como UR41-284. Como tantos otros de los mundos de las Regiones Desconocidas, el pequeño planeta rojo no tenía nombre oficial en los mapas imperiales. Si los habitantes del mundo tenían un nombre para su planeta, no estaba registrado en la tableta de datos del capitán Ferob. De hecho, en la pantalla brillante de la tableta de datos del capitán aparecía poco más que las especificaciones generales del planeta. Conocía su trayectoria orbital, su gravedad, el contenido de su atmósfera. Sabía dónde estaban los primitivos centros de civilización, la clase de nivel tecnológico que poseían sus habitantes. Pero no sabía nada de naturaleza personal. Para él, el planeta era sólo otra esfera que cartografiar mientras su nave continuaba su misión por las Regiones Desconocidas.
La unidad de comunicación emitió un pitido, llamando la atención del capitán Ferob. Era la frecuencia de mando, lo que significaba que el Gran Almirante Thrawn estaba llamando desde la superficie del planeta. Ferob alcanzó el interruptor de encendido sin un momento de duda. Demorarse, mantener a la espera al Gran Almirante, sería arriesgarse a sufrir la ira del Gran Almirante. Después de servir durante casi tres años a las órdenes de Thrawn, sabía lo terrible que esa ira podía llegar a ser.
-Al habla Ferob, señor –dijo el capitán por la unidad comunicadora, tratando de mantener una voz firme. Respetaba a Thrawn, incluso lo temía, pero seguía teniendo problemas para ocultar su rechazo. ¿Cómo podía el Emperador haber nombrado Gran Almirante a ese... ese alienígena?
-Los habitantes de este mundo se niegan a aceptar la voluntad del Emperador, capitán Ferob –le informó Thrawn, con la voz llena de la tranquila crueldad que el capitán había llegado a conocer tan bien desde que partió hacia las Regiones Desconocidas con Thrawn-. Voy a proporcionarle las coordenadas de una región del principal núcleo de población. Comiencen los bombardeos a mi señal. Quiero que arrasen todo en un radio de setenta kilómetros de esas coordenadas, sin tocar las coordenadas propiamente dichas. Quiero que esa parte del terreno permanezca intacta.
-Entendido, Gran Almirante –respondió Ferob, introduciendo las órdenes en su tableta de datos. Extrajo la tarjeta de datos y se la entregó a su primer oficial, quien pasaría las órdenes a los artilleros y se aseguraría de que las cumplieran al pie de la letra.
-¿Alguna pregunta, capitán Ferob? –preguntó el Gran Almirante por el canal de comunicaciones que seguía abierto.
Tan perceptivo como siempre, pensó Ferob.
-Si me permite, señor –comenzó con indecisión-. ¿Por qué esas coordenadas son tan importantes?
-Arte, capitán –dijo Thrawn, con una pizca de excitación asomando en su voz marcial-. Las coordenadas pertenecen al distrito de museos del núcleo de población.
-Por supuesto, señor –dijo Ferob, recordando la peculiar obsesión del Gran Almirante-. ¿Debo preparar su equipo de recogida?
-A su debido tiempo –respondió Thrawn-. De momento, demostremos a este mundo lo que significa rechazar al Imperio. Pueden comenzar el bombardeo, capitán Ferob.
-¿Y  luego nos ocupamos del arte, señor?
-Y luego nos ocupamos del arte.
El bombardeo comenzó...

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