Su mejor trabajo
Eric Trautmann
Garrbo V’Droz era el mejor de la galaxia en su trabajo,
y él habría sido el primero en decirlo a cualquiera que quisiera escuchar.
Era uno de los arquitectos más sorprendentemente
inteligentes y con más talento del espacio imperial, y por mucho que la mayoría
de la gente odiaba su actitud y su arrogancia, no podían evitar admirar su
talento y su obra. Sus diseños adornaban la Ciudad Imperial y muchos de los
Mundos del Núcleo, y era venerado como uno de los seres con más talento que
jamás se dedicaron al campo de la arquitectura. Garrbo V’Droz se encontraba en
ese momento cantando las alabanzas de su última obra a su actual cliente.
-Como puede ver –dijo el pomposo arquitecto de
cabello verde, arrastrando las palabras-, el diseño cumple a la perfección sus especificaciones.
-Ya veo –dijo con calma el cliente, observando con
admiración los acabados de la sala, que había sido construida por el equipo de
construcción del propio V’Droz. El cliente entrecerró los ojos, golpeó con
agrado el muro de piedra con su mano pálida, y sus ojos amarillos brillaron de
placer.
Otro idiota
satisfecho, pensó el engreído arquitecto.
-El laberinto es diabólicamente difícil. De hecho,
esta mañana despistó a uno de los droides trabajadores. Volvió completamente
loco a su sencillo sistema de guiado. –V’Droz mostró una sonrisa satisfecha. Por supuesto. Se suponía que así debía ser.
-Aunque, por sí mismo, el laberinto es capaz de
poner a prueba el intelecto de la mayoría de la gente, he añadido un pequeño extra
de seguridad, aunque estoy seguro de que probablemente usted se dará cuenta de
ello. –Garrbo V’Droz era desesperadamente odioso cuando estaba orgulloso de su
obra. En ese momento estaba muy orgulloso-.
Como ve, he añadido en los muros un pequeño material trac-reflectante muy
interesante. Ningún mapa de sensores del laberinto será igual a otro.
El cliente asintió mostrando su aprobación, dejando
pasar por el momento el hecho de que él hubiera sugerido precisamente esa
característica en el diseño original.
-La entrada a las criptas está ubicada en el
laberinto, justo donde usted lo pidió. Le he proporcionado un mapa –dijo V’Droz,
ignorando la mirada penetrante que le lanzó su cliente cuando el vanidoso
arquitecto hizo aparecer el esquema del laberinto en su tableta de datos-.
Aunque nunca podré imaginar para qué quiere que un puñado de losas de piedra y
chismes místicos se apilen en el fondo de una montaña. En cualquier caso, todos
han sido trasladados a su interior. –Garrbo V’Droz había escuchado decir que su
cliente tenía bastante mal genio, pero le costaba mucho imaginarse que ese
hombrecillo supusiera una gran amenaza. Al
menos paga bien.
-La cámara principal está a más de un kilómetro por
debajo, y se puede bajar a ella mediante escaleras o con un pozo de
repulsoelevadores –concluyó.
-Desearía verla –se limitó a decir su cliente-.
Vayamos.
Encogiéndose de hombros, el arquitecto se pasó la
mano por su cabello color esmeralda, abriendo la marcha por el laberinto, hasta
que finalmente se detuvo y señaló un hueco de turboascensor artísticamente
oculto.
-Después de usted –dijo.
-No –dijo su cliente, comenzando a dirigirse a unas
escaleras igualmente ocultas-. Por aquí es más... adecuado.
-Lo que usted diga –dijo V’Droz con una sonrisa. No, pensó, este hombrecillo no es difícil de contentar. En absoluto.
Se estremeció brevemente al recordar los meses
previos durante la construcción y las figuras acorazadas que transportaron los
diversos objetos y artefactos a la tumba subterránea. Su cliente caminaba
delante de él, conduciéndolo a las profundidades del laberinto. A pesar de las
varas luminosas que ambos llevaban en las manos, las sombras y la oscuridad
parecieron engullirlos conforme descendían por la retorcida escalera.
Finalmente, entraron a la cripta propiamente dicha.
La cripta estaba casi completamente a oscuras, y la
luz de la vara luminosa de Garrbo V’Droz rebotó fantasmalmente en los muros y
el suelo. Aunque proyectaba una imagen de confianza, el arrogante diseñador de
edificios estaba asustado. Muy asustado.
Observó intranquilo fila tras fila de los “tesoros”,
todos ellos descansando sobre estanterías de piedra talladas en la roca. Su
cliente tenía gustos extraños: antiguas armas de energía, amuletos, cristales,
chismes alienígenas e ídolos religiosos, cuerpos momificados... e infinidad de
otras cosas que el arquitecto no quería ni saber.
Garrbo V’Droz estaba complacido por la atmósfera
antinatural que poseía la sala; por mucho que le pusiera de los nervios, se
ajustaba perfectamente al diseño solicitado. Pero algo le preocupaba, había
algo... familiar... en los objetos de la cripta.
Echando un vistazo a la siguiente cámara de la
cripta, vio el cuerpo de un humano musculoso vestido con túnicas marrones,
agarrando sobre su pecho un cilindro de metal. Por todos los soles, ¿qué es eso?, se preguntó.
-¿Cuántas copias del mapa del laberinto has hecho? –preguntó
su cliente. Su voz vagamente sinuosa resonó en la quietud de la tumba.
-Sólo la que está en mi tableta de datos –respondió
el arquitecto, sin dejar de mirar fijamente la siguiente hilera de objetos
junto a la que estaba pasando. ¿Esos
cilindros de metal son... sables de luz?-. ¿Por qué?
-No, por nada –dijo su cliente con una risita.
Garrbo V’Droz casi dejó caer su vara luminosa
cuando, en una de las cámaras, iluminó con ella un rostro que pudo reconocer.
Había una sonrisa lúgubre en su rostro. El ocupante de la cámara, de cabello
verde, era alguien con quien Garrbo V’Droz estaba íntimamente familiarizado: su
hermano, el capataz de construcción.
Volviéndose violentamente hacia su cliente, gimió:
-¿Qué significa esto?
El Emperador Palpatine sonrió y respondió
tranquilamente.
-Significa que tú y yo somos los únicos que quedan
que conocen el camino a través del laberinto hasta mi... hogar para tesoros
demasiado valiosos hasta para el museo que tengo arriba. Y pronto, sólo quedaré
yo –dijo el Emperador con una horrible mueca, mientras Garrbo V’Droz se
encogía.
-No te preocupes, amigo mío –siseó la figura
oscura, señalando con grandes gestos un lugar vacío en la cámara-, aquí tendrás
un lugar de honor. Te lo has ganado.
Palpatine alzó las manos, preparándose para
golpear, y entonces, permitiéndose un último instante para saborear el miedo en
su víctima, añadió:
-Y si alguna vez necesito tus servicios de nuevo,
no dudaré en clonarte.
V’Droz se estremeció mientras el Emperador le
lanzaba violentas ráfagas de rayos desde sus manos y se aseguraba de que el
mejor arquitecto de la galaxia formara parte para siempre de su última y mayor
obra
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