lunes, 8 de febrero de 2016

Relatos de héroes y pícaros

Relatos de héroes y pícaros
Paul Sudlow y Rick Stuart

Lógica irrefutable
Hesoc era un piloto de caza de primera, uno de los mejores. Se dice que sigue alterando sus registros informáticos –cambiando su fecha de alistamiento por otra más antigua- para que su hoja de servicio sea cada vez más larga. Durante la campaña de Matacorn, Hesoc dio cuenta por sí solo de 18 cazas TIE y cuatro bombarderos TIE antes de que un interceptor le pillara en el lado equivocado de un “giro de garra”. De algún modo, Hesoc logró regresar con su ala-X dañado. Pero ni el caza, ni él, estaban de una pieza, exactamente.
Después de eso, “Hacha Hesoc” terminó con un remplazo cibernético para su pierna izquierda. Bajo circunstancias normales, eso habría significado el fin de la carrera de Hesoc como piloto. Pero Hesoc dejó claro que nunca aceptaría que lo destinaran a adiestramiento.
Desafiando las órdenes, apeló directamente a su comandante de sector, el general Lesilk. En su petición para permanecer en el servicio activo, Hesoc argumentó –totalmente en serio- que, “lejos de ser un obstáculo, la pierna sintética recibida recientemente me proporciona una ventaja real sobre otros pilotos. En caso de un despegue urgente, puedo llegar a mi caza más rápido que la mayoría, ¡dado que ya llevo puestos un calcetín y una bota de vuelo!”
Se dice que, después de leer la apelación de Hesoc, el general Lesilk sonrió y respondió: “¿Quién puede discutir una lógica tan irrefutable?” No se sabe con certeza si “Rictus Lesilk” realmente llegó a sonreír en esta ocasión. Sea cual sea la verdad de esa alegación, Hesoc regresó al servicio de combate y todos los supervivientes de su escuadrón quedaron muy contentos de que así fuera.


En directo y a todo (sangriento) color...
-...¡Por aquí, Andross! Mantén despejada esa línea de datos. ¡Vigila dónde pisas! –Hailey LaMelle, la más candente reportera de noticias de Namore, señaló las figuras distantes al otro lado de la plaza-. ¿Te lo puedes creer? Ese es el prefecto Gerom, hablando con Dasar Zorm, ¡que resulta ser el mayor mafioso de todo el planeta!
”Asegúrate de que estás grabando en holo todo esto... –Hailey guiñó un ojo para mirar por su propia lente monocular-. Parece que Zorm está abriendo esa maleta... –Abrió los ojos como platos-. ¡Maldita sea! Mira todos esos créditos... ¿Qué le está dando el prefecto a Zorm? Parece una especie de carpeta de documentos.
Hailey volvió la mirada hacia su operador de holocámara.
-¿Crees que esto es alguna especie de soborno?
Andross estaba retrocediendo lentamente hacia la pared con una expresión enfermiza en su rostro. Bajó la holocámara. Ella frunció el ceño.
-Andross, ¿qué crees que estás haciendo? ¡Sigue filmando!
Fue entonces cuando ella sintió la dura punta de un rifle bláster clavándose en la parte baja de su espalda.
-Oh, oh...


Pensamientos acerca de la rebelión
Fragmento de un tratado de Alendar Jarvis
El caos y la debilidad deben ser evitados a toda costa, o nos encontraremos de nuevo en los oscuros días finales de la Antigua República, donde los líderes eran indecisos e ineficaces. El Imperio es la evolución natural de la cultura humana. La filosofía de “buen rollo, somos una gran familia feliz” de la Antigua República condujo a la corrupción y la podredumbre. Todo suena muy amoroso y maravilloso en las transmisiones de propaganda rebelde, pero la gente instruida sabe que eso no funciona. Hicieron falta siglos para demostrarlo, pero ahora sabemos que definitivamente no funciona.
Los rebeldes son peligrosos porque desafían a la autoridad, y nos animan a dar marcha atrás en el reloj y adoptar una filosofía sin salida que ya ha demostrado ser impracticable.
Desde luego, algunos de esos locos errados pueden tener buenas intenciones, pero esos son los fanáticos más peligrosos de todos, incluso más que los terroristas de la Red de Justicia en Acción. Por el bien del Imperio y sus ciudadanos, se les debe convencer para que dejen a un lado su rebelión sin sentido, o deben ser destruidos.


¡Sólo una revuelta planetaria!
El gobernador Cathers tamborileaba nerviosamente con los dedos sobre el bruñido escritorio de madera greel, un símbolo de su poder y su prestigio. Echó un vistazo a la quemadura de bláster que dibujaba una muesca dentada en su brillante superficie e hizo una mueca. Los monstruos rebeldes se estaban volviendo tan poderosos como osados. El ataque de la última noche había estado demasiado cerca de tener éxito, para su gusto. De haber estado en su oficina...
Cathers sintió un escalofrío, y suspiró aliviado cuando su ayudante, dubitativo, hizo pasar a un hombre con traje de combate completo. El asistente se marchó de la sala con una reverencia mientras los dos hombres se mantuvieron la mirada. Fue Cathers quien la retiró. Había algo extraño en ese hombre, algo que no le gustaba en absoluto. No podía explicar bien el qué. Los ojos del hombre brillaban con algo... casi parecía una expectación animal ante la caza. De pronto, deseó que el ayudante no hubiera abandonado la sala.
El recién llegado saludó.
-Soy el comandante Fenris Sarhl, al mando de la Operación de Socorro de Demnadi de la FuerzaComp, parte del regimiento asignado para pacificar este... planeta suyo.
Cathers sonrió radiante.
-¡Excelente, comandante, excelente! No puedo expresarle lo contentos que estamos todos de verle. Obviamente, esos alborotadores han sido sobornados por facciones rebeldes locales. –Se hundió en su silla con un sonoro suspiro-. Simplemente no atienden a razones, comandante, y las fuerzas de mi milicia ya no son suficientes para aplacarlos. Insisto en que pase a la acción de inmediato.
-Por supuesto, excelencia.
-Muy bien. –Cathers examinó detenidamente al joven que le habían asignado temporalmente-. Dígame, comandante, ¿cuántas escuadras hay en su Fuerza de Socorro?
-Sólo una, excelencia.
-¿Qué...? ¿Quiere decir que sólo han mandado una escuadra?
-No, excelencia, no una escuadra; una persona. Yo soy la Fuerza de Socorro de Demnadi.
-¡No lo entiendo!
-Su comunicación decía que sólo tenía una revuelta planetaria en sus manos, ¿no es así, excelencia?


Un placer hacer negocios con usted...
Una sonrisa obsequiosa se extendió, húmeda, en el rechoncho rostro de Magresh.
-Pase, capitana, pase. Siéntese. Póngase cómodo. ¿Puedo hacer cualquier cosa por usted?
La seria oficial imperial entró erguida en la sala, y miró enfáticamente la silla que le ofrecían. No se sentó. Alzó la mirada para clavarla en su anfitrión con unos ojos color violeta que brillaban con rabia apenas disimulada.
-Ahorrémonos las formalidades hipócritas, Magresh. Sabe por qué estoy aquí...
La sonrisa de Magresh flaqueó sólo por un instante.
-Ah, sí, capitana Vran, algo acerca de su compra de ciertos suministros médicos a mi firma, o eso me han informado mis fuentes. Mis fuentes también me informan de que suministros como esos son difíciles de conseguir desde la muerte del Emperador.
Vran asintió.
-Sus fuentes están en lo cierto, hombrecillo. No tengo otra alternativa que volver a comprar los suministros médicos que sus matones robaron la pasada noche de mi almacén de material en el País del Oeste.
Magresh palideció con una imitación no demasiado convincente de sorpresa consternada.
-¿Sus instalaciones fueron atacadas la pasada noche? Qué sorprendente, y qué desafortunado. –Parecía triste.
Ella soltó un bufido.
-No para usted. Parece que va a sacar un buen provecho de nuestro infortunio.
Magresh extendió las manos y se encogió de hombros con gesto de impotencia.
-Bueno, ¿qué puedo hacer yo? Da la impresión de que estoy bien situado para serle de utilidad, ¿verdad? –Se sentó y se hurgó los dientes con un palillo-. Por supuesto, puede usted ir a otro lugar a remplazar sus fármacos.
Vran dejó caer el puño sobre la desvencijada mesa entre ellos.
-¡Maldita sea, Magresh, tengo hombres en el hospital que necesitan esos suministros! ¡No me presione, y no me tome por estúpida!
Magresh dejó de examinarse la bufanda.
-Muy bien entonces, capitana, sin juegos. Todos hacemos lo que manda la necesidad. ¿Supongo que ha traído el pago completo?
Vran hizo una señal, y cuatro soldados silenciosos entraron cargando varias cajas grandes.
-Las armas que ha solicitado están aquí mismo: diez lanza misiles portátiles. No quiero saber para qué pretende usarlos.
Magresh miró las cajas y sonrió.
-Pretendo usarlos para obtener beneficios, mi querida capitana. Un gran beneficio, de hecho. –Lanzó un suspiro y levantó su mole de la silla-. Bueno, veo que todo está en orden. Mis hombres ya están cargando sus suministros médicos a bordo de su transporte. Sólo tenemos que darnos un apretón de manos para concluir nuestros negocios.
-Me perdonará si prescindo de esa costumbre local en particular. –Vran parecía como si le faltaran instantes para saltar por encima del escritorio y estrangular al gordo mercader con sus propias manos.
-Es una lástima –dijo Magresh con una sonrisa sarcástica, disfrutando de los apuros de su “clienta”-. En todo caso, ha sido un placer hacer negocios con usted. Buenos días.
Cinco minutos y cinco kilómetros más tarde, la capitana Noran Vran del 656º regimiento detuvo su deslizador de mando Cuadriga en lo alto de una pequeña colina. Desde allí distinguía el edificio de oficinas de tres pisos de altura de que acababa de salir. Ubicado en una sección apartada de Ciudad Xanas, el lugar era una ubicación ideal desde donde el traficante de armas Magresh podía efectuar sus negocios sin atraer atención oficial “indeseada”.
Cuando la manecilla pequeña de su cronómetro llegó a cero, la joven oficial sonrió. Una oleada casi ensordecedora de explosiones de una serie de misiles explosivos sacudió de un lado a otro al Cuadriga. Observando el cráter que acababa de aparecer en las calles de abajo, la oficial sonrió ferozmente para sí misma.
-Sí, Magresh, gusano traicionero –murmuró-, ha sido un placer hacer negocios contigo.


Esta vez va a ir por los pelos...
Jandrell trabajaba con su servo de mano tan rápido como podía. Un desliz ahora, y el mecanismo de cierre en la esclusa dañada quedaría atascado definitivamente. ¡Maldito sea ese estúpido fedejik del piloto por tratar de pasar con su nave por un cinturón de asteroides clase cinco! Ahora su preciosa nave estaba inhabilitada, su motor iónico próximo a sobrecalentarse, y tres pequeñas perforaciones en el casco estaban desangrando el aire de la última cabina intacta.
Jandrell echó un vistazo a las lecturas del visor en el casco de su traje y soltó una palabrota. Activó el micrófono de comunicaciones con la lengua y exclamó a su compañero, que flotaba a tres metros por encima de ella.
-Sólo nos quedan unos pocos minutos más, Mangrill. Esa maldita planta de energía se está degradando rápidamente.
Mangrill giró en su traje para que Jan pudiera ver cómo asentía con la cabeza. Se dio la vuelta y continuó trabajando en su parte de la esclusa. De pronto, Jan sintió un golpe seco y amortiguado vibrando por el casco cuando la esclusa se selló.
-¡Creo que lo tenemos!
Abrió el panel de acceso de la esclusa y comenzó a recablearlo.
Justo entonces, múltiples indicadores en su casco comenzaron a parpadear mostrando advertencias en rojo. El motor número dos acababa de entrar en una espiral de sobrecarga. Jandrell cerró los ojos por un instante y redobló sus esfuerzos. Oh, sí, pensó para sí misma, tan sólo otro glorioso día más en la vida del Cuerpo de Rescate Espacial. Maldición, esta vez va a ir por los pelos...


Este debe de ser el lugar...
De las memorias de Shelby Tribold
En la señal del exterior de la hundida choza de ferrocemento podía leerse “Rutas Espaciales BaChorin, Sociedad Ilimitada”. La palabra “Ilimitada” al parecer se refería a la cantidad de desorden del interior. Después de abrirnos paso entre un laberinto de rebosantes armarios archivadores, nos encontramos de lleno en el corazón de la oficina de BaChorin. Esquivando montones de viejos ejemplares de El Informante Estelar y Astrogación Hoy, que nos llegaban hasta los tobillos, alcanzamos la relativa seguridad de una mesa de escritorio con manchas de bebidas. Allí, una enorme pila de facturas sin pagar e impresos de datos de un año de antigüedad amenazaban con desafiar las leyes de la gravedad. Desde esa atalaya examinamos nuestro entorno. En las inmediaciones, flotaban precariamente viejos planeadores. En la esquina, una máquina de BurbuGlub abollada hacía ruidos que estoy seguro que no debería hacer. Y donde quiera que mirásemos colgaban maquetas de naves estelares imperiales, listas para enredarse con el peatón desprevenido.
De repente, Castrella me agarró el brazo, aterrorizada. Ni a tres metros frente a nosotros, una gran mano peluda, conectada a un antebrazo aún más grande y sucio, asomó de un montón de cartas estelares desfasadas apiladas sobre un sillón gravitatorio raído.
El apéndice se agitó y tembló mientras avanzaba a tientas hacia un sándwich de fregeni asado a medio comer que se encontraba sobre la base de una lámpara cercana. Como si le guiara una fuerza invisible, la garra avanzó. Un instante después atrapó su presa con un agarre vicioso. Lentamente retrocedió con el botín. Los temores de Castrella se acrecentaron aún más cuando, en las profundidades de esa montaña de mapas creada por el hombre, se pudo escuchar el sonido al masticar.
A decir verdad, yo mismo estaba pensando en una rápida retirada. Al menos, hasta que divisé la foto de la pared. Allí, en un holo-marco agrietado, se veía a un hombre corpulento de pie, rodeado por compañeros, pilotos de caza estelar. El gigante en el centro de la imagen abrazaba con todas sus fuerzas a un compañero más pequeño. A juzgar por el modo en que le miraban sus camaradas, el comandante de vuelo estaba alegrándose por el regreso de un camarada al que creían perdido en el espacio. Fue entonces cuando advertí la insignia de la unidad en el pecho del gigante: el estilizado diseño de un relámpago ramificándose en tres direcciones. Sorprendido por el descubrimiento, me acerqué más y, más o menos, pude distinguir la placa con el nombre en el antebrazo derecho del gigante.
¡Elbren BaChorin! ¡BaChorin de la 865ª! ¡Por el espacio, debería haberlo sabido!
En ese momento, cualquier duda que pudiera haber tenido acerca de nuestras probabilidades de supervivencia se desvaneció rápidamente. ¡Conocía a ese hombre, así como también conocía al hombre que trató de salvar con tanto empeño cuando los demás huyeron!
-No te preocupes, amor mío –aseguré a mi compañera-. Creo que este es el lugar que estábamos buscando.


El primer mundo del Núcleo
Jerell hizo una mueca cuando el ruido sordo de un disparo de artillería pesada sacudió el centro de comunicaciones subterráneo. Pedazos de polvo de ferrocemento cayeron del techo, rebotando sobre la pulida cúpula de su unidad R2. El pequeño droide trinó airado, y giró la cabeza para limpiarla de escombros.
Escuchó el juramento de Bettle y miró hacia ella. Se había levantado de un salto de su silla y se inclinaba sobre el equipo de comunicaciones disperso sobre la mesa, usando su cuerpo para proteger los delicados componentes de los escombros que caían.
-No parece que le esté yendo muy bien Ralltiir, ahí arriba –señaló Jerell.
-Yo podría estar haciendo cosas bastante mejores, Papá. Que me ahorquen si comprendo por qué dejé que me arrastraras a esta rebelión tuya.
Jerell se encogió de hombros.
-¿Por qué paga mejor que el contrabando?
Bettle murmuró algo para sí misma, y ajustó su receptor.
Las luces de la pequeña sala parpadearon, se atenuaron, y luego volvieron a cobrar fuerza. Bettle maldijo cuando su auricular chirrió en su oído con retroalimentación, y luego miró a su padre con una sonrisa complacida.
-¡Gracias al Creador! ¡La banda de Spike acaba de cargarse el cañón iónico de los muñecos de nieve! –Soltó una risa maliciosa-. Espero que también le quiten unos cuantos kilos al trasero de Graeber.
Jerell hizo una mueca al pensar en el hinchado gobernador imperial que le había arrebatado su otra hija.
-Por favor –murmuró sarcásticamente-, ese gordo ni siquiera los echaría de menos. –Echó un vistazo a sus propias lecturas-. La flota debería salir del hiperespacio dentro de una hora. Espero que podamos retenerles ese tiempo.
Otro disparo impactó en el edificio superior del bunker con un ruido sordo y seco.
-¡Papá! ¡Estoy captando una transmisión de los imperiales!
-Conéctala.
El malvado rostro de Dennix Graeber llenó la pantalla visora. Estaba sonriendo.
-Suponía que estarías escondido en tu ratonera, Jerell –dijo entre alegres risitas-. ¿Por qué no te rindes? Tu pequeña fortaleza está rodeada. Vuestros ataques al generador de escudos han fracasado. La tan cacareada Nueva República aún tiene que apoderarse de un mundo del Núcleo.
-“Aún” es la palabra clave, Graeber –dijo Jerell con frialdad-. ¿Por qué no mandas a tus chicos aquí abajo? Tenemos una bonita recepción planeada para ellos.
-Tal vez. Todo a su debido tiempo.
Apartó la mirada cuando un ayudante presa del pánico se acercó a él y le susurró al oído.
Bettle se acercó silenciosamente a Jerell y cortó el canal de audio a los imperiales.
-Acabo de recibir noticias de Spike –dijo en voz baja-. Los generadores de Graeber acaban de caer. –Sonrió con malicia-. Y me complace informar de que seis cruceros mon cal acaban de salir del hiperespacio justo fuera del pozo de gravedad, y no hay ningún Destructor Estelar a la vista.
Jerell volvió a activar el canal de audio. El rostro de Graeber estaba ahora considerablemente más pálido.
-Felicidades, gobernador Graeber. ¡Tiene usted el honor de ser el primer líder de un mundo del Núcleo en recibir a la Nueva República en su tierra! Nos vemos pronto, gordo.

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