Por los pelos
Timothy S. O’Brien
-Entonces, sargento, ¿cuándo
puedo afeitarme? –preguntó Jop en voz baja-. Esto me está empezando a picar.
Apuró los
últimos restos del paquete de raciones fría que constituía su cena y se comió
la sustancia pegajosa y gris.
La tradición de
la unidad indicaba que todos los soldados recién transferidos se dejaran crecer
la barba, si podían, o trenzas, si no podían. Jop llevaba sólo un par de
semanas fuera del campamento base. Sabía que podría afeitársela en un momento
dado, pero cuándo exactamente seguía siendo un misterio. La mayoría de los
soldados mantenía la barba, o no se afeitaba durante las misiones de campo,
pero Jop pensaba que era elección suya. La barba del propio Jop estaba saliendo
fuerte y estaba llegando a un punto que se sentía la piel como si fuera a
desprenderse en cualquier momento. En esos bosques hacía frío, pero la barba no
parecía ayudar.
El sargento Hork
se rascó su propia barba tupida y miró a Jop con una mirada llena de secretos.
-Ya te diré
cuándo, soldado. Mientras tanto, aguanta con ello. No estás de guardia esta
noche. Duerme un poco. Mañana nos espera una gran ofensiva.
-Qué emocionante.
Jop sólo había
estado en una escaramuza menor, y no estaba ansioso por experimentarlo de
nuevo. Sin embargo, para eso se había enrolado; para tener una oportunidad de
luchar contra el Imperio.
Se arrastró en
silencio hacia su posición. Los soldados imperiales estaban allí fuera, a un
par de cientos de metros de distancia. Nadie estaba interesado en combatir de
noche, así que por acuerdo tácito, los disparos se detenían con la puesta del
sol. A pesar del informal alto el fuego nocturno, Jop era lo bastante listo
como para andar de pie por la noche. Eso
delataría nuestra posición, pensó, y nunca sabes si hay algún francotirador
dispuesto ahí fuera. Afortunadamente, los imperiales no sabían realmente
dónde estaban los soldados de la Alianza, y permanecían principalmente en su
posición fortificada. El pelotón de Jop había permanecido a cubierto el tiempo
suficiente para que los imperiales siguieran preguntándose por su paradero.
Jop dormitó, por un tiempo
indeterminado, sin soñar. De pronto, sintió algo frío frotándose contra su
mejilla. Abrió los ojos de golpe, con el corazón en un puño, y quedó inmóvil.
Las lunas habían desaparecido. Todo estaba negro como boca de gundark.
-Todo va bien, soldadito. Vuelve
a dormir –entonó una tranquila voz en su oído. Permaneció inmóvil y esperó.
Ningún sonido. Se dio cuenta de que su corazón latía con fuerza. Movió
lentamente la mano hacia su rifle, lo tomó y lo agitó en la oscuridad. No había
nadie allí. Pasó el tiempo. Sus latidos regresaron a su velocidad normal. Las
estrellas se movieron lentamente por el cielo. Finalmente, volvió a dormirse.
A la mañana siguiente, contó la
historia a su escuadra mientras desayunaban otra ración de “suplemento
nutritivo” frío y gris... deteniéndose sólo para limpiar el sabor gomoso de su
boca con una taza de cafstim tibio.
-Por el Tormento
de Garhol, ¿quién fue? –terminó, mirando enfáticamente al sargento Hork.
-Un infiltrador.
No puedes verlos, oírlos ni tocarlos. Se dirigían al puesto fortificado
imperial para facilitarnos las cosas, abatir a unos cuantos soldados de asalto
y asustar un poco a los oficiales. Probablemente estaban comprobando si eras un
soldado de vanguardia imperial –dijo Hork-. Eres un hombre con suerte. Comprobaron
si tenías pelo largo o pelusilla. La normativa imperial requiere que los
soldados permanezcan pulcramente afeitados y con el pelo corto, incluso en
combate.
”Por cierto, ahora
ya puedes afeitarte, si realmente quieres.
Esa noche Jop no
podía dormir. La adrenalina y el miedo –efectos residuales del combate del día-
conspiraban para mantenerle despierto. Habían tomado la posición fortificada
imperial con sólo unas pocas bajas. Por supuesto, no podían mantener la
posición; la doctrina militar de la Alianza ordenaba que todas esas operaciones
consistieran en atacar y desaparecer. El pelotón se trasladó casi
inmediatamente con los prisioneros y el equipo capturado.
Tumbado en su
catre improvisado esa noche, Jop se dio cuenta de que la barba no le había
picado en todo el día. Minutos más tarde, se durmió.
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