Relatos del complemento de Relatos de los Jedi
George R. Strayton
-Cuéntanoslo de nuevo –dijo
Roop, el más joven y más excitable de los tres.
Bedran Veb hizo
un esfuerzo por levantarse de la silla acolchada próxima a la chimenea.
-No, no –dijo,
alargando las palabras mientras se obligaba a ponerse en pie-. Ya hace rato que
pasó vuestra hora de acostaros. No creo que a vuestros padres les guste que os
mantenga despiertos más tiempo.
Roop soltó un
bufido y frunció los labios, cruzando los brazos con fastidio. Pero después de
tan sólo un instante, como si de pronto le hubiera llegado una inspiración, se
volvió hacia su hermano y hermana mayores y les ofreció su mejor mirada
suplicante. Bedran reprimió una risita ante el súbito cambio de táctica.
Nara, la mayor,
se agachó sobre una rodilla para colocar sus ojos a la altura de los de Roop.
-Madre y padre
regresarán a casa mañana. No querrás estar cansado cuando lleguen aquí,
¿verdad?
Roop se encogió
de hombros con un movimiento que involucró todo su cuerpo.
-Pero quiero
escuchar la historia otra vez –dijo con un gemido cantarín.
Buen intento, Nara,
pensó Bedran, echando un vistazo al gran cronómetro oval colocado sobre la
chimenea. Tal vez sería más rápido limitarse a contar la historia de nuevo en
lugar de discutir con el niño durante la hora siguiente. Niños. Parecían poseer
un poder innato que rivalizaría con el de un Jedi.
-Ya que esta es la última noche
que os quedáis conmigo, os contaré la historia una vez más. Pero en cuanto
termine, a dormir. ¿Todo el mundo está de acuerdo con esta condición?
Nara y Frim asintieron mara
mostrar su acuerdo, mientras Roop daba un salto hacia delante y se abrazaba a
las piernas de Bedran. Esforzándose para mantenerse erguido, Bedran acarició la
cabeza del niño y luego volvió a acomodarse en su silla acolchada. Nara y Frim
ya habían tomado sus posiciones normales en el sillón frente a la chimenea
mientras Roop trepaba al regazo de Bedran, enroscado en lo que era una posición
cómoda para él (por desgracia para Bedran), y acurrucó su cabeza en la parte
interior del codo de Bedran.
-¿Estamos todos cómodos? –dijo
Bedran-. Bien. Bueno, veamos, ¿cómo empieza esta historia...?
-Hace mucho tiempo, antes de que
existiera una República Galáctica... –exclamó rápidamente Roop.
Bedran bajó la mirada hacia el
chiquillo.
-¿Estás seguro de que necesitas
que te cuente esta historia?
Roop asintió con entusiasmo.
-Entonces deja que la cuente yo.
Hizo una pausa para darle a Roop
tiempo suficiente para decir algo, pero el niño permaneció en silencio. Como
debía ser.
-Bueno: Hace mucho tiempo, antes
de que existiera una República Galáctica...
***
-Mentiras distorsionadas y
retorcidas –dijo la reina Amanoa, con palabras rebosantes de indignación.
El prisionero ante ella consiguió
ponerse trabajosamente en pie por tercera vez. Sólo con un esfuerzo
considerable logró alzar la cabeza y mirarla fijamente.
-Usted... ¡usted es la oscuridad! –gritó con voz quebrada-. Iziz caerá. No
puede soportar la presión de esta pesada sombra por mucho más tiempo.
Amanoa ya no podía seguir
reprimiendo su rabia, y se puso en pie con un movimiento fluido, con su capa
negra y violeta extendiéndose tras ella con una floritura. Se detuvo al borde
del estrado elevado del trono y bajó la mirada hacia el patético hombre. Como
si quisiera desafiarla aún más, el prisionero se negó a pestañear siquiera ante
su súbito movimiento.
La rabia de la reina estalló.
-¡Blasfemo! ¿Sinceramente crees
que dudaré en expulsarte fuera de estos muros? No pienses que el conocimiento
que posees es más valioso que tu vida. –Bajó el tono de su voz-. ¿Por qué
prolongar tu agonía? Hay otros que efectuarán la misma tarea que te solicito.
El hombre medio muerto le
mantuvo fijamente la mirada.
-Entonces vaya a encontrarlos.
Amanoa dio media vuelta como un
remolino, ahogando su grito en un gruñido amortiguado por sus cuerdas vocales
oprimidas. Se obligó a respirar profundamente y luego expulsó sonoramente el
aire, pero su ira salvaje no remitió.
Se volvió de nuevo hacia el
hombre, alzando una mano como si estuviera sosteniendo en su palma una delicada
esfera de cristal. De pronto, un resplandor verde emanó de la pálida piel de su
mano, formando una bola con un remolino de crepitante energía.
-Se te han acabado las
oportunidades, Olis. Y expulsarte a las tierras salvajes es demasiado bueno
para ti.
Su brazo descendió en un amplio
arco y arrojó la brillante esfera con una fuerza que desmentía su aparente
frágil constitución.
La bola radiante golpeó a Olis
en el centro del pecho, lanzándolo hacia atrás media docena de metros para
acabar derrumbándose en el suelo con un desagradable chasquido húmedo de huesos
quebrándose dentro de la carne.
Con su ira satisfecha por el
momento, Amanoa se alisó las arrugas de la túnica y llamó a uno de los guardias
dispuestos en la entrada del salón del trono.
-Llévate eso de aquí –dijo ella,
señalando el prisionero muerto con un desinteresado giro de muñeca.
-Como desee, mi reina.
Amanoa se deslizó de nuevo en su
gran e imponente trono, y observó cómo el guardia retiraba los restos.
-Y hazlo deprisa –dijo-, vamos a
tener visita.
Se volvió hacia uno de sus
ayudantes.
-Dile a Novar que traiga a los
tres Jedi al salón del trono de inmediato.
***
En las profundidades de los
retorcidos pasadizos de la ciudad subterránea de Onderon, en una cámara
abovedada tallada en la roca gris con vetas rojas de la corteza del planeta,
los iniciados se reunieron. Lujosas túnicas negras envolvían a los neófitos
como si un mar de oscuridad hubiera desbordado los confines de sus oscuros
corazones.
Los líderes de la procesión
indicaron a los demás que se dispersaran formando un círculo alrededor de un
estrado elevado central, sobre el que se encontraba una mesa de madera tallada
a imagen de un gigante mitológico onderoniano. Los fibrosos músculos de la
criatura se mostraban hinchados por el esfuerzo de sostener el gran disco que
hacía las veces de tablero de la mesa.
Los iniciados hicieron como se
les indicaba, sin emitir otro sonido que el suave siseo de sus túnicas al
moverse por la cámara. Una vez colocados en sus posiciones, el líder ascendió
una estrecha escalera de cinco peldaños hasta la superficie del estrado, y
colocó sobre la mesa un objeto piramidal tallado con miles de pequeñas
filigranas. Dio un paso atrás, bajándose al mismo tiempo la capucha de la túnica,
e inclinó la cabeza hacia el Holocrón.
-Hemos venido a escuchar las
palabras de los Sith... a aprender de los caminos oscuros... a unificarnos con
el lado oscuro –dijo con voz monótona que no osciló en tono, énfasis ni
volumen.
Durante un instante, la cámara
permaneció en silencio. Ni siquiera el susurro de una corriente de aire o el
crujido de una roca al asentarse se atrevió a perturbar lo sagrado de la
ceremonia.
Entones creció de la nada un
sonido como un motor repulsoelevador al arrancar, aumentando hasta llenar el
inmenso volumen de la cámara tallada en la cueva. Ninguna de las figuras allí
reunidas se movió, porque todos habían experimentado antes el asombroso
despertar del Holocrón.
Desde la cima de la pirámide
surgió un chorro de niebla translúcida verde azulada que formó una nube que
cambiaba de forma lentamente y luego se transformó de pronto en la silueta de
un guerrero vestido con una armadura con pinchos y con una diadema plateada
sobre su cabeza. Lentamente fueron apareciendo los detalles, y el rey guerrero
Sith se alzó como un gigante entre una reunión de insectos, debido más a su
poderosa presencia que a su por otra parte impresionante estatura. Sus ojos se
centraron en el hombre que le había convocado.
-Novar –dijo con su fuerte
acento, rezumando las sílabas como sirope de dacha-. ¿Por qué me has molestado?
Novar alzó la cabeza para
dirigirse al guardián del Holocrón del lado oscuro.
-Rey Adas, estamos preparados
para su sabiduría. Por favor, instrúyanos en los caminos de los Sith.
Adas los observó.
-¿Crees que estos iniciados son
dignos? –Soltó un bufido despectivo al mirar el círculo de espectadores
entunicados-. No malgasto mis enseñanzas con los débiles.
Novar se enderezó, aparentando
seguridad en sí mismo... aunque su mente le pedía a gritos que huyera de allí.
Adas hacía presa sobre los tímidos de voluntad débil, y aunque Novar nunca
había oído hablar de que un guardián de Holocrón actuase sobre el mundo que le
rodeaba, no le cabía duda de que Adas encontraría una manera.
-Estos son los mejores de entre
nuestras filas –dijo Novar, señalando majestuosamente a los iniciados-. Han
completado los requerimientos necesarios para avanzar al siguiente nivel, y
todos están preparados y dispuestos a ofrecer sus vidas al lado oscuro. Se han
ganado el derecho a practicar los caminos Sith.
Adas escuchó sin modificar su
expresión o indicar sus pensamientos de cualquier otra manera. Después de un
breve pero incómodo silencio, habló.
-Les enseñaré. Pero se
consciente de esto, Novar. Si cualquiera de estos neófitos me falla de alguna
forma, encontraré la manera de ocuparme de ti.
Novar necesitó un instante para
asumir completamente esa afirmación, y otro más para calmarse lo suficiente
para responder.
-Acepto la responsabilidad.
Después de todo, pensó, había
llegado a dominar los fundamentos de la hechicería Sith. ¿Qué podría llegar a
hacerle Adas?
Un susurro desde algún lugar en
el fondo de su mente llamó su atención. No
quieras saberlo.
***
-Bien –siseó la imagen etérea de
Freedon Nadd, atravesando con su silbido el laberinto de pasadizos subterráneos
de la ciudad.
El rey Ommin se
concentró con más fuerza, impulsado por la alabanza de su mentor. Realmente
podía sentir los flujos y ondulaciones de las ajetreadas masas de la ciudad
sobre él, tal y como Nadd había dicho. Mientras continuaba absorbiendo las
sensaciones de millones de seres ocupados en sus actividades cotidianas,
comenzó a advertir pequeños pinchazos de violencia y odio estallando
aleatoriamente por todo Iziz. Los oscuros estallidos le llamaban, atrayendo sus
pensamientos, pidiéndole que los reforzara.
Ommin sintió una
oleada de poder atravesándole, sintió el lado oscuro entrelazándose con su
propia esencia, y supo entonces que podía hacer uso de la Fuerza para hacer su
voluntad. Sus manos se aferraron con más fuerza a los nudosos reposabrazos de
su trono y se zambulló profundamente en sí mismo, abandonando su existencia
corpórea para abrazar la metafísica. El mundo a su alrededor se desvaneció
rápidamente en una fusión brumosa, ofreciéndole la ligeramente incómoda
sensación de haber sido desconectado. Pero la emoción duró tan sólo un instante
antes de apartarla y centrarse en su actual ambición.
Siguió
avanzando, escarbando más profundamente en sí mismo, hasta que llegó a lo que
sólo podía describir como una barrera. Parecía ondularse como si estuviera
construida con tela de araña, pero era fuerte como una aleación de acero
templado. Ommin se detuvo ante la barricada, súbitamente inseguro.
-¡Débil! –escupió
Nadd desde la periferia de la consciencia de Ommin-. Nunca alcanzarás tu
potencial si flaqueas ante el más ligero obstáculo. Tras ese muro se encuentra
tu destino. Tras ese muro se encuentra todo el poder del lado oscuro. Si no
tienes la fuerza para alcanzarlo, ¡entonces no mereces convertirte en hechicero
Sith!
La rabia de
Ommin se encendió. Había llegado tan lejos en tan poco tiempo, y Nadd aún
esperaba más... más de lo que ningún onderoniano podría ofrecerle. ¿Acaso los
ancestros de Ommin penetraron tan rápidamente en la Fuerza? Y si lo hicieron,
¿cómo habrían sobrevivido? El lado oscuro ofrecía mucho, pero arrebataba aún
más. Ommin no sabía si podría dar tanto de sí mismo.
La voz de Nadd
se alzó de nuevo.
-Tu duda será tu
derrota, Ommin. –Esta vez las palabras poseían un aire de seducción, una cualidad
cálida y tentadora hacia la que Ommin se sintió inexplicablemente atraído-.
Estás preparado. No hay nada que temer.
El siseo de la
voz de Nadd parecía arremolinarse en su mente, cobijándose en algún lugar junto
a ella, al mismo tiempo dentro y fuera de los confines de la consciencia de
Ommin.
-¡Golpea ahora! –gritó
de pronto Nadd-. Ven al lado oscuro ahora, cuando te está llamando, o habrás
fracasado. ¡El lado oscuro se apartará para siempre de ti, el loco de mente
débil que creyó que tenía derecho a blandir su poder!
Ommin había
sacrificado más de lo que jamás había pensado que sacrificaría en su misión de
convertir al lado oscuro en su aliado. Y ahora todos sus esfuerzos dependían de
un único momento, su única oportunidad de probar su valía, como si todo lo que
había hecho antes no significara nada. El lado oscuro había desgarrado demasiadas
cosas de su vida. No podía dejar que se escapara de entre sus dedos, burlándose
de cómo le había expoliado y le había convertido en nada más que un cascarón
roto despojado de su esencia vital. No podía dejar que eso ocurriera.
Su rabia se
convirtió tanto en su arma como en su armadura mientras golpeaba la barrera que
se alzaba ante él. La pared se ondulaba salvajemente bajo el ataque, pero no
cedió. Ommin redobló sus esfuerzos, extrajo el odio a todas las cosas –incluyendo
el lado oscuro- desde las profundidades de su alma, canalizándolo a sus golpes.
Entonces, de
pronto, el muro se abrió como una herida desgarrada. Antes de que Ommin pudiera
reaccionar, fue absorbido al interior, arrastrado por una fuerza más poderosa
de lo que jamás hubiera podido imaginar. El lado oscuro inundó inmediatamente
su ser, unificándose con cada célula de su cuerpo.
Entonces regresó
a su mente la imagen de la ciudad que se alzaba sobre él, y atacó los
aguijonazos de maldad dispersos por la ciudad con llamaradas de energía del
lado oscuro. Los incidentes, ya de por sí malvados, instantáneamente se
volvieron aún peores, cuando los individuos involucrados se llenaron momentáneamente
de un odio que les era ajeno.
Ommin observaba,
maravillado y horrorizado al mismo tiempo. Entonces se dio cuenta de que, con
el lado oscuro apoyándole, era invencible. Nada podría derribarle. Nada podría ya
nunca herirle ni destruirle, ni siquiera el propio lado oscuro.
Su visión normal
regresó, y vio la forma fantasmal de Freedon Nadd flotando cerca de él. Ommin
se sintió más fuerte que nunca, y quería mostrar a su mentor lo que había
logrado.
Se levantó de su
trono antiguo, y entonces se derrumbó bajo su propio peso, sus piernas
incapaces de seguir soportándole.
Nadd emitió un
profundo sonido en staccato que Ommin sólo pudo suponer que era una risa.
-El lado oscuro
no acude sin coste –dijo el espíritu Sith-. Tienes poder sobre la Fuerza, pero
a cambio has perdido el poder sobre tu propio cuerpo.
Nadd le había
advertido acerca del tributo de iniciación al lado oscuro una década antes, cuando
comenzó su entrenamiento. No podía recordar si había elegido aceptar ese precio
o si lo había ocultado a propósito en los rincones de su memoria. Ahora ya no
importaba, de todas formas. Finalmente había alcanzado su objetivo: el lado
oscuro le pertenecía.
Por desgracia,
ahora él también pertenecía al lado oscuro.
***
El vapor se
alzaba en tenues nubes desde la ardiente fragua ubicada en el centro de la
inmensa cámara subterránea. Una mezcla de olores a azufre y sudor inundaba el
aire, y llamaradas de gases sobrecalentados brotaban aleatoriamente de las
llamas de magia Sith que mantenían con vida el equipo.
Pero Shas Dovos
ignoró las violentas sensaciones que asaltaban sus terminaciones nerviosas. El trabajo
que tenía ante él absorbía toda su atención. Ni siquiera se había dado cuenta
de que habían pasado cuatro días desde que comenzó sus esfuerzos. Todo lo que
importaba –todo lo que siempre había importado- era completar su tarea.
Le había costado
años descifrar el tomo Sith que había robado del antiguo fortín del lado oscuro
oculto en las tierras salvajes de su planeta nativo. El libro le fascinaba y le
repugnaba a un tiempo, pero su obsesión rápidamente superó a su miedo y con el
tiempo perdió el interés en todos los demás aspectos de su vida. No deseaba
otra cosa que descifrar los secretos Sith ocultos en el papel y la tinta de ese
tomo de miles de años de antigüedad.
Ahora, más de
una década después de haber descubierto el libro, estaba a punto de completar
lo que había llegado a considerar que era su destino. Su martillo resonaba en
la frecuencia perfecta al golpear el acero que se enfriaba rápidamente,
lanzando a la oscuridad brillantes chispas rojas. Cualquier observador casual
podría haber pensado que ese era un espectáculo lleno de belleza, pero Shas no
veía nada de eso, tan cautivado como estaba por el objeto de sus esfuerzos. La
placa pectoral –todas las piezas individuales que componían la armadura, de
hecho- requería una mezcla perfecta de artesanía y magia Sith. Una mezcla que
se desviara en cualquiera de las direcciones llevaría al fracaso, como Shas
había descubierto más veces de las que le gustaría recordar.
El martillo
golpeó una vez más sobre el acero, y ese último golpe pareció resonar por la
cámara y escapar por los pasajes anexos de modo distinto a cualquier otro golpe
anterior. Shas se detuvo y fijó su mirada, con el sudor resbalando por su
rostro y su pecho. Los estímulos externos comenzaron a entrometerse en su
concentración, pero sin esfuerzo los apartó de nuevo al fondo. El martillo cayó
de su mano y resonó por vez final al colisionar con el suelo de piedra.
La armadura
estaba completa.
Shas no supo
cuánto tiempo permaneció de pie, cautivado por su creación. Podrían haber sido
minutos, pero también podrían haber sido horas o incluso días. Luchó con varias
emociones a un tiempo, cada una de ellas transformándose rápidamente en la
siguiente, hasta que regresó al principio y comenzó el ciclo de nuevo.
¿Realmente había tenido éxito después de todos esos años? Sin duda no tenía
semejante control sobre la magia Sith. Y sin embargo, ahí estaba ante él la
armadura, perfecta en cada detalle.
¿Pero merecía llevarla?
Una creación así, ¿no se vería malgastada en su persona, un hombre que tenía
que robar la brujería necesaria para crearla?
No, dijo otra
voz en su interior. Si no hubiera rescatado el conocimiento Sith de las
oscuridades de las regiones salvajes de su planeta, la armadura nunca habría
cobrado forma. Si alguien merecía portar la exquisita armadura, rodearse con su
poder innato, ese era Shas Dovos.
-Sí, debes
llevar la armadura –dijo una voz desde la oscuridad.
Shas se volvió
mirando a su alrededor, arrancado de sus pensamientos.
-¿Quién está ahí?
–preguntó.
Al otro lado de
la cámara, unas brasas parecían flotar a casi cuatro metros del suelo. Cada
pocos instantes, palpitaban, lanzando destellos amarillos y luego regresaban a
un estable color rojizo.
-Ya sabes quién
soy. Sin mí nunca podrías haber entendido el libro, y mucho menos crear la
armadura. Al principio tu arrogancia me molestó, pero con el tiempo vi cómo
podría hacer uso de ti.
Las brasas
estallaron con un brillante destello y Shas tuvo que protegerse los ojos.
Cuando la luz se desvaneció, se atrevió a volver a mirar.
Ante él se
alzaba la forma translúcida de un ser alienígena de una especie que no
reconocía, pero que aparentaba ser casi humano. Llevaba una larga túnica, con
la capucha bajada para revelar su feroz semblante.
El corazón de
Shas dio un vuelco, y sintió cómo daba instintivamente un paso hacia atrás.
-¿Quién...
quién...?
-Soy el
protector de ese libro cuya posesión tan alegremente reclamas. Soy su guardián
contra los estragos del tiempo. Sin mí, esa colección de frágiles moléculas se
habría derrumbado convirtiéndose en polvo hace miles de años.
El espíritu
caminó –no, flotó- hacia él, creciendo en volumen y estatura conforme se
acercaba a Shas.
-Soy yo quien
decide quién es merecedor de descubrir su sabiduría. Soy yo quien decide cómo
se usará ese conocimiento. Y tú has hecho exactamente lo que yo he ordenado.
Docenas de
pensamientos distintos lucharon por captar la atención de Shas, pero cada uno
era derribado rápidamente por el siguiente, y Shas era incapaz de concentrarse
en absoluto. El miedo dominaba ahora sus emociones, perdida su curiosidad,
desvanecida su arrogancia. Retrocedió tambaleándose mientras el espíritu parecía
crecer en lugar de simplemente moverse hacia él.
-Y ahora que te
he permitido el honor de crear la armadura, debes realizar un servicio para mí.
Shas se encogió
de miedo ante esas palabras. Cualquiera que fuese el deseo del protector del
libro, Shas sabía que de algún modo acarrearía su perdición.
-No es tu
perdición, Shas. No, es como siempre te he dicho en tus sueños más profundos;
es tu destino.
El espectro
estalló en una sonora carcajada.
Shas echó un
vistazo a la media docena de salidas que tenía la cámara, pero todas parecían
estar demasiado lejos. Si el espíritu no quería que se marchara, no le dejaría
hacerlo. Y Shas no tenía ningún deseo de descubrir cómo realizaría esa acción.
-No te
preocupes, discípulo mío. Tendrás tu lugar en la historia de la galaxia. No te
he hecho llegar tan lejos para que acabes ahora tu, por otra parte,
insignificante existencia. No, te convertirás en una extensión de mi persona.
Irás donde yo no puedo ir y ayudarás a restaurar la gloria de los Sith.
Shas sintió que
regresaba su curiosidad, aunque su miedo no remitió.
-Pero antes de
que te enseñe las habilidades que necesitarás para tener éxito en tu misión,
debo hacerte más fuerte. –El espíritu miró hacia la armadura que reposaba en un
montón en la base de la forja-. Esta –dijo, señalándola- será tu nueva piel.
Al principio
Shas estaba confuso, pero en seguida lo comprendió todo.
-Y este nuevo
ser que se creará con la fusión del hombre y el metal, decididamente merece un
nuevo nombre. Creo que “Warb Null” será adecuado.
Shas extendió
las manos para defenderse y gritó de terror cuando el espectro se abalanzó
sobre él.
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