-¡Tú eras el Elegido! -gritó Obi-Wan a lo que quedaba de Anakin Skywalker, quien agonizaba al final de una rampa de arena negra al borde de un río de lava de Mustafar. Su agotador duelo les había alejado de la plataforma de aterrizaje donde la nave de Padme se había posado, y donde Anakin había usado la Fuerza para asfixiar a su aparentemente desleal esposa.
Pero ahora el duelo había acabado. Con un simple balanceo de su sable de luz, Obi-Wan había rebanado las piernas de su antiguo Padawan, y también su brazo izquierdo.
Mientras Anakin luchaba por levantar la cabeza de la ardiente arena, sus ojos brillaron con furia cuando miró a Obi-Wan. ¡No moriré así! ¡Sigo siendo más fuerte que tú!
-¡El que destruiría a los Sith, no el que uniría a ellos! -continuó Obi-Wan-. ¡El que vendría a traer el equilibrio a la Fuerza, no a hundirla en la oscuridad!
Sintiendo que el intenso calor penetraba por su túnica desgarrada, Anakin vio su sable de luz, caído a poca distancia de él. Demasiado aturdido y herido para enfocar sus poderes, observó con rabia como Obi-Wan se agachó para recoger el sable de luz, lo colocó junto al suyo y comenzó a ascender la pendiente.
-¡Te odio! -rugió Anakin, manteniendo sus ojos fijos en la figura que se marchaba.
Obi-Wan detuvo sus pasos y se giró por última vez para enfrentarse al furioso y derrotado monstruo.
-Tú eras mi hermano, Anakin -dijo Obi-Wan-. Yo te quería.
La ropa de Anakin se prendió fuego, y todo su cuerpo quedó pronto engullido por las llamas. Sus gritos estaban tan llenos de rabia como de dolor, no muy distintos a los de una criatura completamente indefensa. Su instinto era rodar y sofocar las llamas, pero debido a sus heridas y a las piedras al rojo vivo bajo su malherido cuerpo y su cabeza, lo único que podía hacer era arder sin parar.
Obi-Wan se alejó, dejando que Anakin muriera. De algún modo, a través de su agonía, Anakin sintió un último destello de la presencia de Obi-Wan antes de que el Jedi desapareciera de su vista.
Anakin siguió gritando.
Las llamas se habían extinguido finalmente. El brazo mecánico de Anakin excavaba en la arena. Se apoyó en él, y se deslizó unos pocos milímetros hacia arriba en la pendiente. ¡Otra vez!
Con cada movimiento, ardientes fragmentos volcánicos arañaban y rasgaban su carne achicharrada. Le hizo falta toda su concentración para desplazar sus restos abrasados hacia arriba en la pendiente, alejándose del río de lava.
Gimió. Sólo sus poderes evitaban que perdiera el sentido.
¡Una vez más!
Sólo su odio hacia Obi-Wan le hacía desear seguir viviendo.
Anakin -él seguía pensando en sí mismo como Anakin- escuchó el motor de una nave estelar que llegaba, sobre su posición. No supo cuanto tiempo pasó antes de escuchar la voz de un soldado clon.
-Majestad, por aquí -exclamó.
Entonces escuchó la voz de Palpatine.
-Ahí está. Aún sigue con vida.
El ennegrecido torso de Anakin quedó completamente inerte cuando finalmente permitió que la oscuridad cayera sobre él.
Anakin se despertó en una mesa de operaciones, rodeado por droides. El recién nombrado Emperador Palpatine le había llevado a un centro de reconstrucción quirúrgica de Coruscant, y los droides estaban ocupados encajando miembros robóticos a su tembloroso torso, que estaba sujeto a la mesa con correas metálicas. Los droides estaban trabajando rápidamente para mantener a los preciosos midiclorianos que existían en la sangre y los tejidos de Anakin. Para evitar que los midiclorianos fueran dañados por sustancias químicas externas, los droides estaban trabajando sin anestesia.
Anakin lo sentía todo.
Sentía cada fría hoja de metal que cortaba su espantosamente herida carne para permitir que otras herramientas analizasen y estabilizasen sus dañados órganos internos. Se retorcía de dolor cuando los huesos astillados eran reemplazados por plastoide, y se encogía cuando los láseres soldaban los nuevos miembros en sus lugares. En un momento dado, escuchó en la lejanía cómo un droide quirúrgico explicaba a Palpatine que necesitaría un casco especial y un equipo adicional para hacer circular el aire dentro y fuera de sus dañados pulmones.
A pesar de ese daño, durante todo el proceso, nunca dejó de gritar.
Finalmente estabilizado, Anakin yacía silenciosamente en la mesa a la que seguía sujeto. Estaba embutido en un traje de soporte vital de un brillante color negro, con un panel de control lleno de luces ubicado sobre su pecho. Observaba como un mecanismo robótico descendía lentamente sobre su cabeza, colocando en su rostro una máscara negra con receptores visuales ovalados y una rejilla de respiración triangular, mientras que otro mecanismo colocaba un casco sobre su cráneo. El casco y la máscara encajaron entre sí al tiempo que se encajaban en el anillo blindado que rodeaba su cuello. Completamente integrados con el traje presurizado, escuchó un trabajoso sonido mecánico, y entonces se dio cuenta de que era el sonido de su propia respiración.
La mesa se inclinó, poniendo el maniatado cuerpo de Anakin de pie. Desde las sombras de la mesa de operaciones, el encapuchado Emperador avanzó unos pasos.
-Lord Vader -dijo-. ¿Puedes oírme?
¿Vader? Es cierto... Soy Darth Vader. Anakin ya no existe.
Vader exhaló.
-Sí, Maestro -dijo. El vocalizador de la máscara había convertido su voz en la de un autoritario barítono. Se seguía sintiendo débil, de modo que giró lentamente la cabeza con cierta dificultad, ajustando su visión a través del casco para ver mejor al Emperador. El rostro del emperador estaba arrugado y retorcido, deformado por los relámpagos Sith que habían sido reflejados brevemente por Mace Windu durante su lucha.
-¿Dónde está Padme? -dijo Vader con su nueva voz. Después de todo lo que había pasado, seguía preocupado por ella, aún la quería, aún quería salvar su vida-. ¿Está a salvo? ¿Se encuentra bien?
-Según parece -dijo Palpatine con su tono más conciliador-, llevado por la ira, tú la mataste.
-¿Yo? No puede ser -dijo con incredulidad Vader. ¡Yo la amaba! Hice todo lo que pude por salvarla... La voz de su mente le sonaba extraña, más débil que el bramido de trueno sintetizado que emitía por su máscara. Recordó haber asfixiado a Padme en Mustafar, cómo observó su cuerpo agitarse y caer en la plataforma de aterrizaje.
Yo no quería...
-Estaba viva. ¡Lo percibí! -exclamó Vader.
Palpatine dio un cauteloso paso atrás cuando Vader rugió de dolor y rabia. A su alrededor, el equipo y los droides del laboratorio comenzaron a agitarse y reventar cuando Vader arremetió con sus poderes de la Fuerza en todas direcciones. Se escuchó un fuerte chasquido metálico cuando liberó su brazo izquierdo de la mesa, y luego el derecho. Se tambaleó hacia adelante con sus piernas de aleación, enfundadas en botas torpes y pesadas, hasta que llegó al borde de la zona de operaciones. Y de algún modo, a través de toda su ira, sintió de pronto al menos una verdad: Padme estaba muerta, junto con su bebé no nato.
-¡No! -bramó de manera tan fuerte y prolongada que su grito resonó por los muros. Tras su máscara, apretó con fuerza los ojos en un esfuerzo de contener las lágrimas que era físicamente incapaz de derramar.
Pero no hubo lágrimas. Ni sabía si es que los droides quirúrgicos habían alterado o extraído sus conductos lacrimales, o es que ya nada le importaba. Todo lo que sabía a ciencia cierta es que Padme se había separado de él para siempre... y que aún quedaban unos cuantos Jedi esperando a ser asesinados.
Careciendo del amor de nadie, e incapaz de sentir el tacto de nada a través de sus dedos enguantados y cibernéticos, Darth Vader finalmente estaba preparado para abrazar por completo el lado oscuro.
Y así lo hizo.
Pero ahora el duelo había acabado. Con un simple balanceo de su sable de luz, Obi-Wan había rebanado las piernas de su antiguo Padawan, y también su brazo izquierdo.
Mientras Anakin luchaba por levantar la cabeza de la ardiente arena, sus ojos brillaron con furia cuando miró a Obi-Wan. ¡No moriré así! ¡Sigo siendo más fuerte que tú!
-¡El que destruiría a los Sith, no el que uniría a ellos! -continuó Obi-Wan-. ¡El que vendría a traer el equilibrio a la Fuerza, no a hundirla en la oscuridad!
Sintiendo que el intenso calor penetraba por su túnica desgarrada, Anakin vio su sable de luz, caído a poca distancia de él. Demasiado aturdido y herido para enfocar sus poderes, observó con rabia como Obi-Wan se agachó para recoger el sable de luz, lo colocó junto al suyo y comenzó a ascender la pendiente.
-¡Te odio! -rugió Anakin, manteniendo sus ojos fijos en la figura que se marchaba.
Obi-Wan detuvo sus pasos y se giró por última vez para enfrentarse al furioso y derrotado monstruo.
-Tú eras mi hermano, Anakin -dijo Obi-Wan-. Yo te quería.
La ropa de Anakin se prendió fuego, y todo su cuerpo quedó pronto engullido por las llamas. Sus gritos estaban tan llenos de rabia como de dolor, no muy distintos a los de una criatura completamente indefensa. Su instinto era rodar y sofocar las llamas, pero debido a sus heridas y a las piedras al rojo vivo bajo su malherido cuerpo y su cabeza, lo único que podía hacer era arder sin parar.
Obi-Wan se alejó, dejando que Anakin muriera. De algún modo, a través de su agonía, Anakin sintió un último destello de la presencia de Obi-Wan antes de que el Jedi desapareciera de su vista.
Anakin siguió gritando.
Las llamas se habían extinguido finalmente. El brazo mecánico de Anakin excavaba en la arena. Se apoyó en él, y se deslizó unos pocos milímetros hacia arriba en la pendiente. ¡Otra vez!
Con cada movimiento, ardientes fragmentos volcánicos arañaban y rasgaban su carne achicharrada. Le hizo falta toda su concentración para desplazar sus restos abrasados hacia arriba en la pendiente, alejándose del río de lava.
Gimió. Sólo sus poderes evitaban que perdiera el sentido.
¡Una vez más!
Sólo su odio hacia Obi-Wan le hacía desear seguir viviendo.
Anakin -él seguía pensando en sí mismo como Anakin- escuchó el motor de una nave estelar que llegaba, sobre su posición. No supo cuanto tiempo pasó antes de escuchar la voz de un soldado clon.
-Majestad, por aquí -exclamó.
Entonces escuchó la voz de Palpatine.
-Ahí está. Aún sigue con vida.
El ennegrecido torso de Anakin quedó completamente inerte cuando finalmente permitió que la oscuridad cayera sobre él.
Anakin se despertó en una mesa de operaciones, rodeado por droides. El recién nombrado Emperador Palpatine le había llevado a un centro de reconstrucción quirúrgica de Coruscant, y los droides estaban ocupados encajando miembros robóticos a su tembloroso torso, que estaba sujeto a la mesa con correas metálicas. Los droides estaban trabajando rápidamente para mantener a los preciosos midiclorianos que existían en la sangre y los tejidos de Anakin. Para evitar que los midiclorianos fueran dañados por sustancias químicas externas, los droides estaban trabajando sin anestesia.
Anakin lo sentía todo.
Sentía cada fría hoja de metal que cortaba su espantosamente herida carne para permitir que otras herramientas analizasen y estabilizasen sus dañados órganos internos. Se retorcía de dolor cuando los huesos astillados eran reemplazados por plastoide, y se encogía cuando los láseres soldaban los nuevos miembros en sus lugares. En un momento dado, escuchó en la lejanía cómo un droide quirúrgico explicaba a Palpatine que necesitaría un casco especial y un equipo adicional para hacer circular el aire dentro y fuera de sus dañados pulmones.
A pesar de ese daño, durante todo el proceso, nunca dejó de gritar.
Finalmente estabilizado, Anakin yacía silenciosamente en la mesa a la que seguía sujeto. Estaba embutido en un traje de soporte vital de un brillante color negro, con un panel de control lleno de luces ubicado sobre su pecho. Observaba como un mecanismo robótico descendía lentamente sobre su cabeza, colocando en su rostro una máscara negra con receptores visuales ovalados y una rejilla de respiración triangular, mientras que otro mecanismo colocaba un casco sobre su cráneo. El casco y la máscara encajaron entre sí al tiempo que se encajaban en el anillo blindado que rodeaba su cuello. Completamente integrados con el traje presurizado, escuchó un trabajoso sonido mecánico, y entonces se dio cuenta de que era el sonido de su propia respiración.
La mesa se inclinó, poniendo el maniatado cuerpo de Anakin de pie. Desde las sombras de la mesa de operaciones, el encapuchado Emperador avanzó unos pasos.
-Lord Vader -dijo-. ¿Puedes oírme?
¿Vader? Es cierto... Soy Darth Vader. Anakin ya no existe.
Vader exhaló.
-Sí, Maestro -dijo. El vocalizador de la máscara había convertido su voz en la de un autoritario barítono. Se seguía sintiendo débil, de modo que giró lentamente la cabeza con cierta dificultad, ajustando su visión a través del casco para ver mejor al Emperador. El rostro del emperador estaba arrugado y retorcido, deformado por los relámpagos Sith que habían sido reflejados brevemente por Mace Windu durante su lucha.
-¿Dónde está Padme? -dijo Vader con su nueva voz. Después de todo lo que había pasado, seguía preocupado por ella, aún la quería, aún quería salvar su vida-. ¿Está a salvo? ¿Se encuentra bien?
-Según parece -dijo Palpatine con su tono más conciliador-, llevado por la ira, tú la mataste.
-¿Yo? No puede ser -dijo con incredulidad Vader. ¡Yo la amaba! Hice todo lo que pude por salvarla... La voz de su mente le sonaba extraña, más débil que el bramido de trueno sintetizado que emitía por su máscara. Recordó haber asfixiado a Padme en Mustafar, cómo observó su cuerpo agitarse y caer en la plataforma de aterrizaje.
Yo no quería...
-Estaba viva. ¡Lo percibí! -exclamó Vader.
Palpatine dio un cauteloso paso atrás cuando Vader rugió de dolor y rabia. A su alrededor, el equipo y los droides del laboratorio comenzaron a agitarse y reventar cuando Vader arremetió con sus poderes de la Fuerza en todas direcciones. Se escuchó un fuerte chasquido metálico cuando liberó su brazo izquierdo de la mesa, y luego el derecho. Se tambaleó hacia adelante con sus piernas de aleación, enfundadas en botas torpes y pesadas, hasta que llegó al borde de la zona de operaciones. Y de algún modo, a través de toda su ira, sintió de pronto al menos una verdad: Padme estaba muerta, junto con su bebé no nato.
-¡No! -bramó de manera tan fuerte y prolongada que su grito resonó por los muros. Tras su máscara, apretó con fuerza los ojos en un esfuerzo de contener las lágrimas que era físicamente incapaz de derramar.
Pero no hubo lágrimas. Ni sabía si es que los droides quirúrgicos habían alterado o extraído sus conductos lacrimales, o es que ya nada le importaba. Todo lo que sabía a ciencia cierta es que Padme se había separado de él para siempre... y que aún quedaban unos cuantos Jedi esperando a ser asesinados.
Careciendo del amor de nadie, e incapaz de sentir el tacto de nada a través de sus dedos enguantados y cibernéticos, Darth Vader finalmente estaba preparado para abrazar por completo el lado oscuro.
Y así lo hizo.
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