jueves, 2 de mayo de 2013

Blásters de alquiler

Blásters de alquiler
Anthony P. Russo

En el infinito vacío del espacio, el crucero de patrulla de la Nueva República Gloria de Yavin se aproximó con cautela y se enganchó a la nave imperial a la deriva descubierta por sus sensores de largo alcance. Tras unos breves instantes para alinear el puerto de atraque del crucero, técnicos con sopletes láser se prepararon para abrir la escotilla de acceso de la nave imperial. Con un gemido de metal reticente, las puertas finalmente se abrieron. Las tropas de abordaje de la Nueva República se apresuraron por el pasillo de acceso, con sus blásters a punto. Avanzando por los pasillos extrañamente silenciosos, el equipo de abordaje avanzaba con técnicos de sensores que blandían sus instrumentos realizando pequeños arcos ante ellos. Un técnico de sensor murmuró al líder del equipo de abordaje.
-Siguen sin detectarse formas de vida excepto nosotros, señor.
-Los instrumentos aún podrían estar equivocados. –El oficial dudó un instante, luego estornudó de repente-. Hay mucho polvo aquí.
Otro soldado se acercó, cubriendo con la mano el comunicador de su casco.
-El segundo equipo ha alcanzado el puente. Están extrayendo datos de los registros. No hay tripulación a bordo. Se han lanzado todas las cápsulas de escape.
Se detuvo para apartar su visor, y estornudó.
El oficial meneó la cabeza. Esto no le gustaba.
-Entonces, ¿qué ha pasado aquí? No hay daños de batalla. No hay signos de lucha. No hay evidencias de un motín.
Pasaron por el pasillo junto al cuerpo averiado de un droide de servicio estándar, cuyas entrañas seguían lanzando pequeñas chispas por un circuito quemado.
-Curioso –comentó el técnico del sensor, rascándose la mejilla al sentir un picor-. Parece que se averió.
-¿Pero por qué? –El oficial estornudó de nuevo, luego se rascó una repentina irritación en la nariz. Otro soldado hizo lo mismo. Luego otro. No pasó mucho tiempo ante de que todo el equipo de abordaje estuvo de pronto aquejado de estornudos incontrolables, seguidos de un irresistible deseo de rascarse. El oficial ordenó que todo el mundo abandonase inmediatamente la nave imperial y acudiera rápidamente a descontaminación.
Más tarde, el capitán del Gloria de Yavin localizó al oficial del equipo de abordaje. Estaba supervisando el examen de su equipo en el laboratorio quirúrgico por los droides médicos de la nave. Salvo por la presencia de algunas erupciones cutáneas fáciles de tratar e irritaciones menores de garganta, él y sus hombres estaban bien. El capitán sacó una pesada bombona metálica, dejándola caer en el regazo del oficial de menor graduación.
-Encontramos esta y cerca de una docena de otras similares en los sistemas de ventilación y reciclado atmosférico de la nave. Todas contenían DX-343, un disolvente industrial. Expuesto a un ambiente rico en oxígeno, se convierte en una neblina microscópica que no sólo causa averías en los circuitos eléctricos, sino que irrita los conductos nasales, los pulmones y la piel. Quienquiera que las colocase, preparó un dispositivo temporizador que hizo que las bombonas se abrieran, una a una, y desactivó los sensores de contaminación de la nave. Debió de haber tomado totalmente por sorpresa a la tripulación, y a juzgar de la gravedad de la reacción de su equipo a los agentes químicos, probablemente les obligó a abandonar apresuradamente la nave. Estamos usando droides de salvamento sellados para limpiar la nave. Aparte de algunos sistemas quemados y un montón de droides inservibles, la nave casi está en perfecto estado. Prácticamente envuelta para regalo para que nos la quedemos. –El capitán se rascó la cabeza-. Pero que me ahorquen si sé quién usaría deliberadamente un agente irritante sólo para obligar a una tripulación a abandonar su nave.
El oficial giró la bombona, revelando una media luna roja que había sido pintada allí, con pequeñas gotas de pintura roja recorriendo los bordes lisos de la bombona. Agitó la cabeza y sonrió de pronto.
-Tenía que haberlo supuesto. Los Lunas Rojas.
El capitán le miró con extrañeza. Obviamente, no era un término familiar para él.
-¿Quién o qué son los Lunas Rojas?
-Mercenarios, señor. Antiguos rebeldes, por lo que he oído. Han estado sembrando el caos en el Alineamiento Pentaestrella cerca del sistema Entralla.
El capitán pareció enojado con la idea.
-¿Mercenarios? Me cuesta creer que la Nueva República pueda caer tan bajo como para contratar mercenarios para que luche por nosotros.
-No los contratamos, señor. –El oficial tendió de nuevo la bombona de disolvente vacía al capitán, con una media sonrisa mientras se rascaba ligeramente la oreja-. Sin embargo, en cierto modo me alegro de que estén de nuestro lado.


¿Quién interfiere en la casa de la moneda imperial?

-No puedo creerlo. –Hugo Cutter apretó los dientes mientras él e Ivey se acercaban a la entrada, abovedada y con gruesas puertas, del Banco del Control de Seguridad y Confianza Pentaestrella, en Entralla. Los oficiales de la Patrulla Pentaestrella, con sus túnicas negras y azules pulcramente planchadas y sus cascos blancos pulidos para darles un lustre brillante, saludaron educadamente mientras cruzaban la entrada-. Ya puestos, no puedo creer que yo esté haciendo esto...
-¡Shh! –le hizo callar Ivey, haciendo un gesto cortante en el cuello-. Se supone que somos lugareños. Deja de parecer tan nervioso.
-¿Quién está nervioso? ¿Yo? ¿Te parece que esté nervioso?
-¡Hugo! –le amenazó Ivey de nuevo.
Una serie de pasajes con cubículos se abrían a su izquierda, mientras que un muro de temperacero blindado se alzaba a su derecha, con ventanillas de cajeros a intervalos regulares. Exactamente como decían los planos que había extraído de las especificaciones del constructor, Ivey contó 13 metros a su izquierda y se movió en esa dirección, llevando a Hugo Cutter reticentemente tras ella. Un dron de vigilancia flotó brevemente sobre sus cabezas, luego se fue a examinar a otro cliente.
-¿Por qué no podría Sully hacer esto contigo? –gimió-. Es mejor que yo en estas cosas.
-Porque es un alienígena, y sabiendo los sentimientos del Alineamiento y del Imperio hacia los alienígenas, no queremos atraer más atención de la necesaria. –Le dio un codazo en las costillas-. Relájate. Casi hemos llegado.
Llegaron a su destino, un escritorio con el cartel “Información de nuevos préstamos”. Un funcionario alzó la mirada de la aburrida pantalla que mostraba el monitor de su terminal, les saludó con un breve gruñido y luego les indicó que se sentaran.
-¿Cómo puede ayudarles hoy Control de Seguridad y Confianza Pentaestrella? –dijo, sonriendo con la frase estándar de la compañía-. Somos responsables de la seguridad financiera de todo un sector... y también de la suya.
-Qué bien. Estamos interesados en realizar una inversión en su banco.
-¡Muy bien! Tenemos 16 formas diferentes y demostradas para doblar su inversión.
Ivey le ofreció la mano al hombre, sonriendo.
-De hecho, estaba interesada en una decimoséptima forma.
El hombre le devolvió la sonrisa mientras se inclinaba para estrecharle la mano. Al hacerlo, ella mostró un brillante brazalete de metal en la otra mano.
El funcionario miró con extrañeza la pieza de metal cromado, pero reaccionó demasiado tarde cuando ella sujetó sus dos muñecas con las esposas y le inmovilizó en el escritorio. Cutter intercambió entonces la pluma estilográfica del bolsillo superior de su chaqueta por un objeto de forma similar.
-¡Eh! ¿Qué dem...?
Ivey le hizo callar con un profundo sonido gutural.
-Escuche, con mucha atención. Mi pervertido amigo, aquí presente, acaba de colocar en su bolsillo un pequeño, pero extremadamente poderoso, artefacto explosivo. Coopere y no lo activará. ¿Entendido?
Una línea de sudor se formó inmediatamente en la frente del hombre, pero no dijo nada. Ivey se colocó entonces junto a él, girando el monitor del terminal hacia ella mientras sus manos danzaban sobre el teclado. El hombre observaba, susurrando casi sin aliento.
-¿Qué es lo que, eh... planean hacer? –Se rió para sí mismo-. ¿Atracar el banco?
Cutter rió, dando una sonora palmada en la espalda al funcionario. El hombre tosió.
-¿Atracar el banco? Avance con los tiempos cósmicos, amigo mío. No estamos robando el banco. Estamos haciendo un depósito.
-¿Un qué? –El funcionario parecía más confuso que nunca.
Ivey hablo, sin levantar la mirada de la pantalla del terminal, que cambiaba rápidamente mientras trabajaba.
-Un depósito. Control de Seguridad y Confianza Pentaestrella toma con mucho gusto el dinero de la gente, y más si puede, ¿no es cierto?
-Bueno, eh... sí. Claro. –El funcionario trató de mirar hacia abajo para ver si el cilindro de su bolsillo realmente era una bomba. Ivey pulsó dos teclas más, y luego devolvió la pantalla a su posición original.
-Hecho. Un depósito de un millón de créditos.
-¿Un millón de créditos? –El funcionario abrió unos ojos como platos-. ¿Pero por qué se tomarían todas estas molestias de esposarme a mi escritorio sólo para depositar un millón de créditos?
-Bueno, no hemos depositado un millón de créditos reales, en sí mimos. –Explicó Cutter mientras ambos se ponían en pie-. Sólo un millón de créditos falsos. Los hice yo mismo con obleas de exo-proteínas reconstituidas. –Sacó una ficha de crédito azul y la hizo caer en el escritorio para que el funcionario la viera-. La dulce dama aquí presente simplemente acaba de alterar el programa de control de inventario del banco para que no pueda distinguir los créditos falsos de los reales.
-¡Créditos falsos! –exclamó el hombre, todavía encadenado a su escritorio como el esclavo corporativo que era. Todo el mundo en el banco se volvió para mirarles-. ¿No se dan cuenta de lo que han hecho? ¡Este banco es el responsable financiero de todo el sector!
Cutter continuó.
-Suponemos que su banco tendrá que cancelar las operaciones durante un tiempo para arreglar el desaguisado. Mientras tanto, el valor de la divisa imperial caerá en picado. Cualquiera que haga negocios con créditos imperiales en todo el sector va a pegarse, digámoslo así, “un chapuzón”. Naturalmente, la gente culpará de todo este lío al Alineamiento Pentaestrella... y a su banco.
Ivey sonrió tan amablemente como siempre mientras pellizcaba al hombre en la mejilla y pulsaba un botón en el cilindro del bolsillo del hombre.
-Gracias de nuevo. Y sinceramente esperamos que los Lunas Rojas podamos hacer más negocios con ustedes en el futuro cercano.
-¡Esperen! ¡Deténganse! –El hombre, sin preocuparse en ese momento de su vida o sus extremidades, finalmente gritó en voz alta-. ¡Ayuda!
Pero pronto desapareció dentro de una asfixiante nube de humo que se extendía rápidamente. Otras bombas de humo, depositadas en las papeleras, estallaron también. Para cuando los guardias se dieron cuenta de lo que había ocurrido, todo el vestíbulo quedó engullido y hacía tiempo que los dos “inversores” habían escapado.

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