Luna de Combate
John Whitman
El holograma del guerrero s'krrr arremetió contra Mika con sus
antebrazos como cuchillas. Mika giró haciéndose a un lado, clavando su daga de
prácticas en su abdomen.
-Penetración en tórax inferior -dijo la voz de Leda por el
altavoz-. Resultado: Seccionada columna de nervios.
El s'krrr holográfico brilló y se alteró ligeramente. Ahora
sostenía en la mano un bastón de dos metros de largo con una cuchilla en un
extremo. Una pica de energía. Agitando la pica, el s'krrr atacó de nuevo. Mika
esquivó el golpe de barrido y se deslizó rodeando al holograma insectoide mientras
la hoja de su daga atravesaba las dos alas pequeñas y diáfanas en su parte
posterior.
El holograma se congeló. La voz de Leda llegó de nuevo por el
altavoz, esta vez un poco desconcertada.
-Desmembramiento de alas vestigiales. Los s'krrr ni siquiera
necesitan esas alas, Mika. Ningún daño.
Mika Streev se limpió una fina capa de sudor de la frente. Podía
ver a Leda través de la ventana de transpariacero de la cabina de control de la
sala de prácticas.
-Daño psicológico, Leda –jadeó-. Los s'krrr usan esas alas para
hablar su lengua tradicional. Además, son un objetivo difícil y, por lo tanto,
honorable.
La puerta de la sala de prácticas se abrió con un suspiro, y Leda
Kyss quedó encuadrada en el marco. Al igual que Mika, llevaba la bandolera roja
de un guerrero rabaanita, repleta de insignias al mérito cosidas en ella. A
diferencia de Mika, a su bandolera le faltaba el símbolo del más alto honor de
Rabaan: el sello del resplandor solar de un artista que ha creado su obra
maestra.
Leda se adelantó y señaló el holograma del s'krrr. Alcanzando
los 1,7 metros
de altura, el insectoide gris parecía una serie de ángulos afilados diseñados
para intimidar. Sus grandes ojos negros brillaban fríamente, colocados en lo
alto de la cabeza triangular del s'krrr. Un exoesqueleto de cáscara dura cubría
incluso su cara, por lo que las emociones de los s'krrr, con su aspecto de
mantis, eran inescrutables para todos, salvo para los seres humanos más
atentos.
Leda señaló a la criatura de aspecto formidable.
-Vas a luchar un único combate que decidirá el futuro de Rabaan.
¿Cómo puedes hablar de honor y arte en un momento como este?
Mika sonrió.
-¿Qué mejor momento para sacar el tema? ¿Crees que voy a dejar
que un pequeño debate político sobre qué especie destruyó la plataforma orbital
de quién se interponga en mi camino? Son los burócratas quienes deben decidir
eso. Yo, perfecciono mis habilidades. En eso consiste ser un guerrero, ¿no es
así?
El rostro de Leda pareció distante de repente.
-Aquí, tal vez. No en todas partes... -murmuró.
-Leda, ¿estás bien? Llevas meses en las nubes. Tal vez pillaste
algo en Circarpo IV. No sé por qué te molestaste en salir del planeta, para
empezar.
-Para ver lo que hay ahí fuera, Mika. Puede que seas el mejor
artista-guerrero de Rabaan, pero hay más vida aparte de los rituales de
combate. Hay una gran galaxia ahí fuera, y confía en mí, hay lugares a medio
día de salto de desde Rabaan donde no les importa cómo se gana la batalla.
Arrasarían un planeta para vencer a una sola persona.
Mika se burló.
-¡Bárbaros! Me sorprende que el Imperio no ponga fin a ese tipo
de brutalidad.
Leda frunció el ceño, pero no dijo nada.
***
Ciento ochenta y seis millones de kilómetros más cerca del sol
amarillo del sistema Ishanna, el planeta S'krrr recorría su camino de manera
constante a través del vacío del espacio. Cuarenta kilómetros de atmósfera resguardaban
a los seres vivos de S'krrr de ese vacío. Medio kilómetro de frondoso bosque proporcionaba
sombra a las capas superiores del suelo de S'krrr bajo el cálido sol caliente
del sistema. Dos metros de duracemento separaban esa capa superior del suelo y
el techo de la pequeña cámara subterránea donde Sh'shak de los S'krrr había
elegido el mantra de la distancia para su ejercicio de meditación.
También él se preparaba para la batalla. Mientras parte de su
mente continuaba con el mantra de la distancia, Sh'shak pensó en los
acontecimientos que habían conducido a esta confrontación. Una de las
plataformas orbitales rabaanitas había sido destruida en el accidente de una
lanzadera (dos metros desde la cabeza de un ser humano hasta sus pies, una cabeza
de unos 20
centímetros de altura...), un accidente que los
rabaanitas atribuyeron a los s'krrr. Los s'krrr, inocentes, se habían defendido
de la acusación, y los ánimos se habían caldeado hasta que la guerra parecía
inevitable.
Sh'shak se pasó uno de sus brazos como cuchillas (medio metro desde
la punta de la hoja hasta la articulación del codo, medio metro desde la
articulación del codo hasta el enlace abdominal...) a lo largo de la cresta de
la frente con un movimiento suave. Afortunadamente, Rabaan y S'krrr habían
aprendido hacía mucho tiempo a resolver sus conflictos de una manera
civilizada. Cuando no podían encontrarse soluciones políticas, cada planeta
elegía un campeón. Los dos guerreros se encontraban en terreno neutral; un
pequeño planetoide estéril llamado Luna de Combate. Sólo un guerrero volvía de
esos encuentros, y su planeta era declarado ganador de la disputa.
Sh'shak pulsó un botón en una consola cercana y solicitó una
visualización anatómica de la estructura del cuerpo humano. Estaba revisando la
variedad de objetivos disponibles para él. Lo hizo con mucha calma. No sentía
rencor hacia los seres humanos en general, y ciertamente ninguno hacia los
rabaanitas, por quienes sentía gran estima. Sin embargo, Se había convocado el
Combate, y él, Sh'shak de la casta guerrera, había sido elegido. Iría a la Luna
de Combate y mataría al rabaanita que encontraría allí. Y si, como Sh'shak
esperaba, el guerrero humano resultaba digno, Sh'shak compondría una breve canción
para él en el canto de las alas.
Con el mero pensamiento del canto de las alas, las pequeñas alas
vestigiales de Sh'shak se agitaron, frotándose una contra otra en un suave
s'krrrrrrr que se había convertido en el nombre en básico de la especie.
Milenios de actividad interplanetaria habían convencido a los s'krrr para adoptar
el básico en la mayoría de las comunicaciones. Pero todavía mantenían su lenguaje
del canto de las alas, mucho más difícil -y mucho más hermoso- para fines
ceremoniales y artísticos.
Perdido en el sonido del canto de las alas, Sh'shak cambió del
mantra de la distancia al mantra del equilibrio, mientras sus alas continuaban
murmurando.
***
El suave murmullo en la sala de conferencias del destructor estelar
Coacción se silenció cuando el gobernador
Klime entró en la habitación. Los oficiales imperiales sentados alrededor de la
mesa le llamaban "gobernador" en deferencia a su nuevo cargo como
jefe supremo del sistema Ishanna y los sistemas circundantes, pero en sus
mentes todavía era el general Klime, el táctico brutal que había logrado que
una docena de mundos se arrodillasen ante el Imperio.
Los oficiales más cortos de mente se preguntaban por qué Klime
había accedido a abandonar el ejército para asumir un puesto civil. Aquellos
con mentes más ágiles sabían, al igual que Klime, que en estos días de la
rebelión el ejército ya no ofrecía la suficiente flexibilidad para los más
ambiciosos. Como gobernador, Klime todavía podía usar al ejército para
intimidar a los planetas débiles y, en el caso de planetas fuertes como Rabaan
y S'krrr, apoyarse en métodos más sutiles para conseguir lo que quería.
-Informe.
Un asistente se cuadró.
-A pesar de los continuos rumores, hemos sido incapaces de
encontrar una base rebelde en ninguna parte del sistema Ishanna. Inteligencia duda
de la fiabilidad de los rumores. Nuestro hombre en Rabaan nos dice que los
s'krrr y los rabaanitas han acordado un combate ritual.
-¿Está nuestro hombre en posición?
-No, señor. No logró posicionarse correctamente. Está esperando
sus instrucciones.
-¿Lugar y fecha del combate?
-La única luna de Rabaan, conocida como Luna de Combate.
Coordenadas...
-Si la luna está en órbita rabaanita -gruñó Klime-, nuestras naves
pueden ser detectadas.
-N-no, señor -balbuceó el asesor-. Tanto los rabaanitas y como
los s'krrr están notoriamente poco interesados en el tráfico y los viajes
espaciales. Además, los Combates tradicionalmente tienen lugar en el apogeo de
la luna, cuando está demasiado alejada para que los sensores de cualquiera de
los planetas obtengan lecturas claras.
Klime juntó las manos, formando una cúpula con los dedos.
-Continúe.
-Sí, señor. Los dos combatientes serán depositados en la
superficie en lugares aleatorios. Entonces se... darán caza entre ellos. Fecha:
Dentro de dos días locales, a las 18:00.
Klime sonrió cruelmente, y aplastó la cúpula de sus manos en dos
apretados puños.
-Comandante Glave.
-¡Señor! -El comando imperial se puso en pie de un salto,
mirando al frente con los pequeños ojos de su rostro grabado con marcas de
viruela como valles y lleno de cicatrices. Cualquier otro que demostrase un
celo como el suyo habría sido llamado lamebotas, pero Glave inspiraba el tipo
de terror que impedía tal desprecio. Veterano de 30 conflictos a pequeña y gran
escala, el comandante Glave nunca había perdido una batalla. En un tiroteo en
Kestos Menor, el casco de Glave quedó destrozado por un disparo de pistola a
quemarropa, clavando fragmentos de dura-blindaje en su rostro. Ignorando el
dolor, Glave contuvo él sólo a todo un pelotón de rebeldes hasta que llegaron
los blindados AT-AT.
El gobernador Klime miró a esa máquina de matar como un soldado
que admiraba un bláster recién cargado.
-Reúna a sus hombres, comandante. Y llame también a nuestro
informante local. Cuando esos dos lugareños lleguen a esa Luna de Combate,
quiero su equipo listo y esperando.
***
-¡Mika, estoy esperando! -Leda golpeó la puerta-. ¡Mika!
-Hola. -Leda se volvió cuando la voz le susurró al oído.
Instintivamente, sacó su daga y atacó con ella. Mika le agarró la muñeca con
facilidad y le dio un rápido beso en los labios. La joven soltó su mano y guardó
la hoja.
-¡No vuelvas a hacer eso! -gritó Leda-. -¡Podría haberte herido!
Mika se encogió de hombros.
-Sólo quería ver qué tal andabas de reflejos. Muy bien. Pero no
deberías dejar que la gente te sorprenda así.
Leda gruñó y se dirigió hacia la puerta.
-La mayoría de las personas no parece flotar al caminar, como tú,
Mika. Vamos. ¡Y no me beses en público!
Mika sonrió ante la timidez de Leda. Esa prohibición raabanita de
las manifestaciones públicas de afecto entre los no-prometidos ya estaba pasada
de moda. Pero ya que Mika no había podido ofrecerle su Promesa, en realidad no
podía quejarse de su mojigatería. Sospechaba que era sólo su manera de decirle
que era mejor que actuase pronto.
La puerta se abrió y caminó por la Arcada, la larga sala
principal del Gimnasio. El Gimnasio comprendía cinco manzanas enteras del
centro de Ban Belos, la capital de Rabaan. El complejo de varios niveles servía
como vivienda, centro de formación y arena de competición para los mejores
guerreros de Rabaan. La flor y nata, como Mika, disponía de suites personales y
estudios privados de formación justo fuera de la Arcada. Era el lugar más
prestigioso del planeta.
En las horas previas a la partida de Mika al Combate, la
seguridad del Gimnasio había prohibido el acceso a la Arcada a todos salvo a
los residentes. Conforme Mika y Leda pasaban junto a las grandes columnas de
piedra, sus pasos resonaban en el espacio vacío.
-Es como un pueblo fantasma -dijo Leda-. Hablé demasiado pronto.
Acercándose hacia ellos por el pasillo venía un hombre muy alto;
tan alto que tuvo que agacharse bajo un arco para evitar golpear una viga
decorativa de piedra con su cabeza de cabello oscuro. Su bandolera roja colgaba
perezosamente a través de su cuerpo desgarbado, pero el sello del resplandor
solar había sido pulido para que brillase descaradamente.
-Mika Streev -dijo el hombre alto, a través de una tensa sonrisa-.
¿Ha llegado ya el momento?
-Hola, Andos -dijo Mika-. Leda, ya conoces a Andos, ¿no? Mi
vecino... con el segundo mejor apartamento de la Arcada.
La sonrisa no desapareció del rostro de Andos.
-Me habrían dado el tuyo, Mika, pero tuvieron que reservarlo
para alguien de menor estatura. -Se volvió hacia Leda-. Encantado de conocerte.
Leda asintió con la cabeza.
-Te reconozco de los Juegos, por supuesto.
Andos bostezó.
-Sí, sí, mi nombre se ha hecho famoso desde que perdí ante Mika
en la final por el derecho a defender Rabaan. Todos los adolescentes del
planeta me consideran ahora “ese otro competidor”. Bueno, bueno, dicen que las
cosas siempre son para bien. Buena suerte contra el cabeza-concha, Mika.
Les ofreció de nuevo su tensa sonrisa, y pasó de largo, con sus
largas piernas alejándole ágilmente por la Arcada.
Leda le observó alejarse.
-Esa es una amarga tierra en la que plantar una mala semilla.
Mika se encogió de hombros.
-Envidia, eso es todo. Es difícil ser el segundo mejor en algo.
Creo que Andos tenía su corazón puesto en poder defender Rabaan esta vez.
Llegaron a la entrada de la Arcada, una antigua puerta de
madera, supuestamente la puerta original del antiguo Gimnasio en tiempos
remotos. Más allá, se oía un murmullo bajo y constante.
Leda hizo una pausa y respiró hondo.
-¿Estás listo? -Mika asintió-. Por favor, no montes una escena.
Tenemos cosas más importantes que hacer.
Mika volvió a asentir.
La puerta se abrió con un fuerte crujido, y los dos humanos fueron
agredidos por una tormenta de luz y el ruido. Sonaron vítores desde la multitud
que había esperado horas para poder ver a Mika Streev, el campeón de Rabaan.
-¡Mika! ¡Mika!
-¡A por ellos, hijo!
-¡Contamos contigo, Mika!
Mika sonrió ampliamente y devolvió el saludo a la multitud. Al
avanzar, la masa de gente se separó hacia los lados como aguas abriéndose,
despejando el camino hacia la lanzadera que le esperaba. Canosos ancianos
rabaanitas, niñas enamoradas de su ídolo, y jóvenes que soñaban con la gloria,
todos extendían sus manos para tocarle el hombro o el brazo. "Estuve así
de cerca de Mika Streev", contarían a sus nietos.
Leda le seguía un paso atrás con un gesto sombrío en la frente.
Los miembros de los equipos de holonoticias captaban cada sonrisa radiante,
cada guiño, cada risa, en las lentes de sus holo-cámaras del tamaño de la palma
de una mano, y transmitían las imágenes por todo el globo. Rabaan enviaba a su
guerrero estrella para defender el honor del planeta, y la prensa lo estaba
devorando. En la lanzadera, Mika se volvió y levantó las manos, y la multitud
estalló de nuevo. Cientos de lentes reflejaron su imagen mientras Leda tiraba
de la manga de Mika y señalaba hacia la lanzadera, y miles de millones de holos
alrededor del planeta copiaron el gesto inocente de Mika al encogerse de
hombros y volverse de nuevo hacia sus admiradores.
La partida de la lanzadera se retrasó media hora, mientras Mika
disfrutaba de su adoración.
Finalmente, Leda arrastró a Mika al transporte y la puerta
automática se cerró y bloqueó con un zumbido. Leda se dejó caer en el asiento
del piloto y se cernió sobre sus controles, cargando coordenadas en el
ordenador de navegación y pulsando interruptores hasta que los motores del
crucero de bolsillo cobraron vida. Después de haber montado las elegantes naves
nuevas tan fácilmente disponibles en toda la galaxia, Leda era dolorosamente
consciente de lo atrasado que se había quedado Rabaan. Su gente simplemente no
estaba interesada en los viajes espaciales, y eso se notaba que su pequeña y
ruinosa flota. Sentía como si estuviera pilotando un bote de remos.
El viejo crucero se estremeció cuando los motores repulsores
parecieron empujar el planeta lejos de ellos. Después de unos momentos, ascendieron
hasta la estratosfera. Con un gesto irritado de sus dedos, Leda activó un
obsoleto motor iónico Hoersch-Kessel que lanzó a la reacia nave hacia delante.
Tan pronto como el vetusto crucero de bolsillo se asentó en un
patrón de vuelo suave, Leda se volvió hacia Mika.
-Eres repugnante.
-¿Qué? -preguntó inocentemente.
-¿Cómo pudiste hacer eso?
-¿Hacer qu...?
-¡Quedarte ahí sumergido en toda esa gloria como si esto no fuera
más que un partido de Balón-buceo Mon Calamari!
Mika parpadeó.
-¿Qué es un Mon Calamari?
-¡Oh, cielos! -Leda dio un puñetazo en el mamparo del crucero-.
Es cierto, se me olvidaba. Nunca has estado fuera del planeta. ¡Nunca has visto
lo que está pasando ahí fuera! ¡Nunca has pensado en nada más allá que tu
próximo trofeo!
Mika había visto a Leda Kyss luchar por su vida. La había visto entrenar
10 horas al día, todos los días durante un año, para ganar su bandolera roja.
La había visto llorar de frustración después de perder partidos en los Juegos,
y la había visto hacer un agujero en la pared de un puñetazo al enterarse de un
falso rumor de que la estaba engañando. Pero nunca antes la había visto tan
enojada por algo. Su guerrero interior quería contraatacar, responder a esa
agresión con la suya propia. Pero el amante en él no se lo permitió.
-Leda -dijo pacientemente-, no te entiendo. Rabaan ha tenido una
casta guerrera por más tiempo del que nadie puede recordad, y tú y yo somos
parte de ella. Eso es lo que somos. Eso es lo que hacemos. No sólo yo... Ambos.
Leda apoyó la cabeza entre sus manos.
-Es sólo que a veces me siento tan enojada...
-¿Por qué? Antes no te ocurría, y sé que yo no he cambiado. ¿Qué
ha cambiado entonces?
Leda miró hacia arriba. Tenía los ojos húmedos de lágrimas, pero
su rostro estaba tenso por la frustración. Al principio Mika pensó que iba dirigida
hacia él, pero luego vio que tenía la mirada perdida más allá de él, a través
de él, centrada en algo enorme y distante que la enfurecía y la aterrorizaba.
Los músculos de su mandíbula estaban furiosamente tensos. Luego liberó esa
tensión en un largo suspiro de cansancio.
-Oh, Mika. Hay tanto que me gustaría poder decirte. Confío en ti...
pero no puedo.
Mika tocó suavemente su muñeca con unas manos que podían romper huesos
con facilidad.
-Leda, ¿te pasó algo fuera del planeta? ¿Alguien te hizo
algo...?
-¡Sí! -dijo Leda-. Pero nada malo... a menos que llames algo
malo a madurar. Fuera del planeta conocí... a algunas personas, Mika. Me
mostraron lo que estaba pasando en la galaxia. Me mostraron... -Su voz se
convirtió en un susurro y miró a su alrededor con recelo, como si las curvas
mamparas de la vieja nave se inclinaran para espiar-. Me mostraron que el
Imperio es malvado.
Se hizo el silencio.
Mika ladeó la cabeza hacia un lado. No sabía qué decir. Leda
bien podría haberle dicho que el aire era malvado, o el suelo de Rabaan era malvado.
El Imperio era el Imperio; tan básico y fundamental para la vida como el aire o
el suelo: a veces benigno, a veces molesto, pero siempre, siempre, fundamental
para el orden natural de las cosas.
Al menos él siempre había pensado así, hasta que miró a los ojos
a Leda mientras ella le rogaba que lo entendiera.
-El Imperio toma planetas por la fuerza. Destruyen gobiernos.
Esclavizan poblaciones enteras...
-¡Ridículo! -resopló Mika-. Si eso sucediera, lo sabríamos...
-¿Cómo? -espetó Leda-. ¿Por las redes de noticias? ¿Quién
controla las redes de noticias? ¡El Imperio!
-Sí, pero hay otras formas. Mercaderes. Turistas. Hay una gran
cantidad de tráfico cruzando el hiperespacio. Las noticias se propagarían.
-Las noticias se propagan, Mika -dijo Leda-. Los rebeldes se aseguran
de eso. Están organizados. Están contraatacando... y últimamente incluso han
estado ganando.
-¿Rebeldes? -Mika se echó a reír-. ¿Organizados? ¿Te crees esas
tonterías? La Alianza Rebelde no es más que un montón de forraje de bantha
difundido por comerciantes chismosos y... -Hizo una pausa.
-¿Turistas? -terminó Leda.
Segura de haber ganado el debate, volvió a sus instrumentos.
Mika estudió a Leda por un momento, la estudió con ojos
entrenados para evaluar las habilidades de un oponente digno. Vio un nuevo
poder en su vieja amiga, un poder desconocido para él. Había visto a los
guerreros ganar confianza conforme dominaban nuevas armas, pero esto era
diferente. Leda Kyss no había entrado en una nueva fase de su vida militar. En
algún lugar, en el cosmos, había entrado en un mundo más grande.
***
En el lado opuesto de la Luna de Combate, un crucero s'krrr trazaba
órbita solitaria alrededor de la superficie gris del satélite. A bordo de la
nave, Sh'shak de deslizó a través de la bodega de carga entre las filas de sus compañeros
con aspecto de mantis. Nadie de ellos habló. No hubo palabras de despedida en
S'krrr, ni buena suerte ni adiós. Sólo hubo el elegante aleteo de las alas de
la memoria.
Sh'shak entró en la pequeña cápsula de escape y comprobó
rápidamente sus instrumentos. La cápsula estaba diseñada para una sola
reentrada atmosférica. Una vez que aterrizase, se convertiría en un montón
inútil de cableado fundido y agrietadas entrañas de repulsores.
A continuación, Sh'shak comprobó con calma su única arma: una
pica de energía telescópica de dos metros. Los combates entre s'krrr y humanos
eran tradicionales y honorables, a la par que violentos. Ambas partes preferían
usar armas tradicionales de lucha cuerpo a cuerpo.
Por supuesto, uno puede ser prudente al tiempo que honorable,
pensó Sh'shak mientras palmeaba el pequeño bláster de mano escondido en su
cinturón. Por último, Sh'shak comprobó el enlace portátil a la red de comunicaciones
de su mochila... o más bien, la mitad del enlace que obraba en su poder. El
humano tendría la otra mitad. Por separado, cada unidad era inútil. Cuando se
instalaban juntos, el dispositivo podría enviar una señal lo suficientemente
fuerte como para llegar tanto a Rabaan como a S'krrr, donde cada bando esperaba
ansiosamente. La primera palabra triunfante que se dijera en ese canal de la
red de comunicaciones enviaría rápidamente naves de rescate hacia la Luna... y anunciaría
la victoria. Para los perdedores, sólo habría silencio.
Sh'shak activó un mecanismo y la escotilla se cerró. Sin
ceremonia, apretó un interruptor y la cápsula de escape salió de la barriga de
su nodriza como un recién nacido de acero saltando hacia sus primeros momentos
de vida. A continuación, los ordenadores de a bordo arrancaron, y la cápsula se
estabilizó en un vector de aterrizaje. Sh'shak miró por la ventana a la luna que
crecía con rapidez. Sabía que, en algún lugar cercano, su oponente humano
estaba haciendo lo mismo.
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