Potencia de fuego
Carolyn Golledge
Más luces rojas se encendieron en el panel de vuelo
del ala-X y por la ventanilla podía verse el metal gris lleno de impactos de
láser. El droide R2 de Makintay, el líder del escuadrón, chilló e hizo sonar
alarmas, diciéndole que acababan de perder su potencia de fuego de babor. El
conjunto de la punta del láser se desprendió cuando el alerón-S pasó rozando el
vientre del transporte imperial.
-Podemos hacerlo. Aguanta -instó Mak, deseando que
su pequeño caza se librase. Una luz de color dorado rojizo llenaba la cabina,
mientras el Ala-X casi era consumido por las emanaciones de escape de los
motores del transporte. Mak cerró los ojos y luego, en la siguiente
respiración, la luz se había ido. El espacio estrellado le dio la bienvenida
mientras se aceleraba alejándose hacia arriba y afuera, dirigiéndose veloz
hacia el punto de salto.
-Líder Verde –le llamó su compañero de ala-. ¿Estás
bien?
-Maldita sea, Dallin -espetó Mak-. Obedece órdenes. ¡Vete! –Tanto el escuadrón Verde como el Azul ya no deberían estar
a la vista. Les habían dado un vector hiperespacial preestablecido para saltar
fuera de la zona de batalla. Mak advirtió que la corbeta corelliana que les
acompañaba ya había saltado a un lugar seguro. Habían esperado ver cómo
abordaba al transporte Imperial. Mak maldijo; ya no había ninguna posibilidad
de eso. De alguna manera, el carguero había superado las señales de
interferencia de los Rebeldes para llamar a su escolta de cazas TIE.
En respuesta a las órdenes de su comandante, Dallin
y los seis cazas que le seguían en una cerrada formación en V saltaron al
hiperespacio.
Makintay echó una rápida mirada hacia atrás, como
despedida al joven piloto que había intentado salvar. Girando cada vez más lejos
en el espacio, el ala-X de Gifford había quedado reducido a escombros
fragmentados.
-Maldito seas, Dru -maldijo Mak con voz áspera por
la emoción contenida-, te dije que lo dejaras. -No tenía tiempo para una elegía
más larga. Los TIEs rodeaban el transporte, dirigiéndose hacia él, buscando otra
víctima.
Mak activó el salto al hiperespacio y la luz de las
estrellas se hizo aún más borrosa en su ya emborronada visión. Gifford también
sabía lo mucho que sus amigos rebeldes de la Base Nido de Águilas necesitaban
esos suministros. El personal de tierra estaba apático y cansado, tanto por las
escasas raciones como por un horario de trabajo agobiante. El desastre de Hoth
no había mejorado las cosas. Nido de Águilas había acudido en auxilio de los
supervivientes, dando lo poco que podían permitirse para ayudar al Comando
Central de la Alianza a establecer una nueva base.
Era un círculo vicioso que crecía más a cada día
que pasaba: necesitaban desesperadamente capturar una nave de suministros imperial,
o saquear una de sus bases, pero cada vez más alas-X se quedaban en tierra por
falta de piezas de repuesto. Maldita suerte. Casi tenían completamente vencido
a ese transporte descarriado, con el motor ventral el único que seguía funcionando,
cuando regresaron esos TIEs.
Tan cerca pero tan lejos, y peor aún, Gifford había
muerto, otro ala-X perdido para ellos. Mak había intentado salvar al muchacho a
toda costa, arriesgando su propia vida. Había desviado a dos de los
perseguidores de Gifford, lanzando su caza al fragor de la lucha mientras el
valiente y temerario rebelde se atrevía a lanzar una última andanada contra el
motor del transporte. Mak había imaginado que su ala-X era una espada defensora
en su puño, destellando para interceptar las hojas de los enemigos.
En los mundos de alta tecnología más allá del
planeta natal de Makintay, Hargeeva, la espada era considerada un arma arcaica.
Mak resopló. No, actualmente incluso en su hogar en Ciudad Arginall la espada
se consideraría irremediablemente anticuada. Pero 20 años atrás, en su octavo cumpleaños,
Mak había sido enviado al entrenamiento habitual con la guardia de palacio de
su padre. Poco más que un bebé, ya recibía reverencias y miramientos, y
curtidos y aguerridos soldados le llamaban “Mi Señor”. Lord Stevan Makintay,
hijo mayor y heredero. Parecía imposible que esos días hubieran pertenecido a
la misma vida.
Desheredado por un padre enfurecido, lo único con
lo que Mak se quedó fue su inútil experiencia con una espada. Sin embargo,
había muchas cosas en los movimientos de esgrima que podían adaptarse a las
estrategias de batalla, incluso cuando tu arma era un ala-X. Los pilotos de Mak
gustaban de bromear sobre sus frecuentes referencias a la esgrima. Suponían que
se había ganado su famosa cicatriz en uno de los duelos de la aristocracia de
su mundo natal. Mak sonrió y se llevó una mano enguantada a la delgada línea
blanca que iba desde la esquina de su ojo derecho hasta el lóbulo de la oreja.
De ninguna manera iba a revelar jamás que fue una amante celosa quien le había hecho
ese corte. Desde luego, Ketrian Altronel no era de las que perdonaban.
Debían de haber pasado años desde que la había
visto por última vez. A menudo se preguntaba si ella habría pensado alguna vez
en él. Pero no, él sabía que ella se habría encerrado en su trabajo. Nunca
había conocido a nadie que pudiera llegar a apasionarse tanto por las
aleaciones metálicas. Ella era una brillante metalúrgica; había oído que
recientemente había sido ascendida a jefa de su departamento. Trabajando para
el Imperio. Y probablemente dedicando su devoción al Imperio, también.
Cualquiera que respaldara sus revolucionarias teorías científicas con becas de
investigación generosamente financiadas, se ganaría su favor sin duda.
Solamente las estrellas sabían lo que podría haber
inventado hasta ahora; rara vez sabía en qué día vivía cuando una idea se había
apoderado de ella. Era un alivio que pudiera encontrar consuelo en su trabajo, pensó
Mak, sintiendo la habitual punzada de culpa. Tal vez debería haberse esforzado
más en ponerse en contacto con ella, en explicarle. Le dolía pensar que ella creyera
que la había abandonado.
Un pitido de su ordenador de vuelo trajo a Mak de vuelta
de sus recuerdos. Su unidad R2 le informó de que estaban llegando a Karatha. Cuando
las líneas estelares se colapsaron de nuevo a su alrededor, Mak no pudo
encontrar nada de su habitual alivio al estar a salvo en casa. Delante de él, a
punto de desaparecer en la atmósfera azul verdosa de Karatha, Mak contó un caza
de menos. A pesar de su severa disciplina, Mak amaba a sus hombres, y hacía
todo lo posible para protegerlos. Había estado orgulloso de su baja tasa de
bajas. Hasta hoy.
La mano de Mak temblaba mientras revisaba sus
sensores, evaporando el pesar en un infierno al rojo vivo de pura rabia. Allí
estaban los responsables de la muerte de Gifford, complacientes, seguros en sus
asientos del consejo de mando, enviando a jóvenes a la batalla con equipos defectuosos
e informes de inteligencia aún peores. Parecía que allá abajo hacía un hermoso
día soleado, un nuevo día que Gifford no vería.
Las brumas marinas matutinas se habían deshecho,
alejándose de los imponentes acantilados de piedra caliza que sostenían el Nido
de Águilas. Ese era el nombre que los pilotos daban al sumidero natural que
ocupan los dos niveles de hangares principales de la base, sobre los barracones
que bordeaban la playa de debajo. Muy distinto de la pesadilla helada que Mak
recordaba antes de ser trasladado aquí desde Hoth. Pero en Hoth habían tenido
más comida, más combustible, más personal.
La ira de Mak llegó a su máximo al recordar como el
mando de cazas los convocó antes del amanecer. Habían recibido informes de
inteligencia acerca de un carguero de suministros imperial descarriado. Todos
los escuadrones estaban entusiasmados con eso, pero a Mak y al resto de líderes
de escuadrón les denegaron los cazas adicionales que creían que necesitaban
para asegurar la captura del carguero. No podían permitirse el tiempo necesario
para terminar las reparaciones de aquellos alas-X que quedaban en tierra... ni aunque
tuvieran las piezas necesarias. Inteligencia les había asegurado que encontrarían
poca resistencia. Ahora Gifford había muerto, y ellos volvían con las manos
vacías.
Hoy sería la última vez que les enviarían sin la
preparación adecuada. Mak juró que no volvería a ocurrir. Girando su ala-X para
apresurarse a llegar a casa por los acantilados junto al mar, como una de las
aves de presa nativas, Mak decidió entregar sin demora ese juramento al
Comandante de Inteligencia Baran. ¡Al demonio las órdenes! El mando de cazas
podía esperar para que les entregase su informe. ¿Quién sabe? Puede que incluso
ya se hubiera enfriado un poco para entonces, pero lo dudaba. Una mirada al
lugar vacío de Gifford sería suficiente para asegurarlo.
Sintió un salvaje placer ensayando un discurso virulento,
mientras su droide R2 hacía gran parte del trabajo para que el ala-X descendiera
y se dirigiera hacia el hangar. Mak se puso en pie y saltó fuera de su asiento tan
pronto como la carlinga se deslizó hacia atrás.
-Lo siento, Mak -oyó decir a alguien en voz baja
detrás de él mientras sus botas se posaban en el asfalto-. Dallin dijo que
hiciste todo lo que pudiste.
-¿Sí? -gruñó Mak. Se dio media vuelta, enfrentándose
a Merinda, la pequeña técnica que era la líder de su personal de tierra. Ni
siquiera la genuina preocupación en sus verdes ojos ovoides podía enfriar su
temperamento-. Bueno, no fue suficiente –gritó-. Y esta vez -levantó un acusador
dedo índice-, esos incompetentes pulidores de sillas no se saldrán con la suya.
-Salió corriendo hacia el turboascensor que lo llevaría hasta el Centro de Mando.
-¡Espera, Mak! -Merinda corrió para mantenerse a su
altura-. ¡Piensa! -Se aferró a su brazo, frenándolo un poco. Ella sabía que,
incluso presa de la rabia, era demasiado caballero para empujarla a un lado. El
turboascensor estaba lleno y ella aprovechó su oportunidad mientras él se veía
obligado a esperar-. ¿De qué servirá hacer que te degraden de nuevo? Acuérdate de
lo que pasó la última vez.
Mak la fulminó con la mirada, dispuesto a decirle
que no le importaba. Pero eso no era cierto; si dejaba de ser líder del
escuadrón, habría menos hombres capaces para proteger a sus pilotos.
-Diablos, Merin -dijo, repentinamente cansado-. ¡Tengo
que hacer algo! -Frustrado, se pasó una mano por el pelo desordenado.
-Lo sé -dijo ella con simpatía-, y estoy de
acuerdo. Pero necesitas un plan si pretendes causar un impacto real en ese
idiota de Cabeza Hueca.
El apodo despectivo para el comandante Baran trajo
una leve sonrisa a los labios de Mak.
-Un plan, ¿eh? -dijo. Hizo un gesto a su jefa de técnicos
para que entrase con él en el turboascensor cuando este se abrió para ellos-.
Estás tramando algo. ¡Cuéntame!
Así lo hizo, explicando sus ideas para enfrentarse
al mando con un esquema para conseguir expertos que pudieran fabricar los
repuestos necesarios en Karatha en lugar de hacer que los escuadrones tuvieran
que obtenerlos asaltando.
-Seguro que mejor que cualquier cosa que se le haya
ocurrido últimamente a Baran –convino Mak cuando volvieron a salir del
ascensor.
-Un millón de gracias -dijo Merinda con amargura-. Un
gusano-tritón podría pensar mejor que Baran.
-No pretendía... -Vio su sonrisa y se dio cuenta
que le estaba tomando el pelo de nuevo, tratando de disparar sus pretenciosos modales-.
Es sólo que ya sé lo que dirá Baran.
-Yo también. -Ella imitó el tono correcto y formal
de Baran-. ¿Y dónde están todos esos expertos dispuestos a desertar que han
estado escondiéndose de nosotros, Jefe? ¿Bajo su cama? ¿En su caja de
herramientas?
-¡Expertos! -exclamó Mak, deteniéndose tan de
repente que Merinda chocó con él-. ¡Eso es! Debería haberlo pensado antes.
-¿Qué? -preguntó ella.
-“Qué” no. Quién -afirmó, sonriendo-. Ketrian
Altronel.
***
No se parece en nada a su hijo, pensó Ketrian con
amargura. Permanecía de pie al otro lado de la pequeña oficina de Refinería Arginall,
observando la expresión del Gobernador Imperial Makintay mientras él trataba de
comprender los diagnósticos informáticos. Nunca se pareció, pero todas esas
fiestas vespertinas tampoco ayudan.
-Estúpido viejo pomposo -susurró AIikka Nolan a Ketrian-.
No tiene ni la menor idea de lo que está mirando. -Como supervisora de personal,
se esperaba que estuviera presente en la evaluación de la muestra de la
aleación de Altronel.
-No -respondió Ketrian, inclinándose hacia su amiga,
de cabello rubio y menor estatura-, pero desde luego él sí. -Señaló al imperial
de mediana edad uniformado que estaba sentado al lado del gobernador.
El Mayor Nial Pedrin era el comandante de la
guarnición de Arginall adjunta a la refinería. También era un geólogo
calificado, por lo que le habían dado ese destino cuando el Imperio descubrió la
riqueza mineral de Hargeeva. La variedad y la individualidad eran los odios
personales de Pedrin. Naturalmente, su único interés era la geología: la piedra
nunca cambiaba. O al menos no lo hacía, a menos que se llevase a uno de los
laboratorios de Ketrian.
La muestra de hoy era el resultado de su trabajo sobre
un mineral conocido como ostrina. Después de meses de intentar varias
combinaciones, Ketrian había descubierto las trazas de elementos correctas y había
llegado a un método revolucionario de unión cristalina y plástica que convertía
la ostrina en bruto en algo completamente diferente. Los ojos de Pedrin se abrían
aún más con cada línea que leía. Cogió la muestra de aleación de encima del
escritorio, casi acariciándola con los dedos.
Alikka se agitó con impaciencia. Pedrin la miró, penetrándola
con la mirada con sus fúnebres ojos negros como el vacío del espacio bajo sus
finas cejas. Alikka le sostuvo firmemente la mirada. Los dos compartían tanta
animosidad mutua como lo hacían Ketrian y el gobernador.
-¿Y bien? –preguntó el Gobernador Makintay-. A mí me parece adecuado. -Los ardientes ojos de
Pedrin se volvieron a él y el hombre de mayor edad se sonrojó. Puede que
Makintay fuera gobernador, pero era Pedrin quien ejercía el verdadero poder en
Hargeeva-. Por supuesto, usted es el experto. -Avergonzado, Makintay bajó su
doble papada contra su pecho vestido de satén rojo. Pedrin desaprobaba la
vestimenta tradicional de la aristocracia hargeevana.
Pedrin puso la aleación de nuevo sobre la mesa, y
levantó su dedo índice para alisarse su ya de por sí liso bigote.
-Un trabajo notable -dijo. Sus ojos brillaban con
la luz reflejada del ordenador mientras miraba a Ketrian-. Notable.
Desde sus días universitarios, Ketrian no había
oído una alabanza tan clara.
-Gracias, Mayor -dijo ella. Pudo sentir cómo se
ruborizaba y supo que su rostro haría juego con el color de su pelo-. Encontrar
la fórmula exacta para aumentar diez veces la absorción de calor de esa manera fue...
-Sin duda -interrumpió, poniéndose de pie. Su
guardia de tropas de asalto se movió para abrir la puerta a las mujeres-. A
partir de ahora estos resultados están clasificados como alto secreto. ¿Han
entendido? -Ellas asintieron-. Alto secreto -repitió, con sus severos ojos fijos
en Alikka-. Ni una palabra a nadie fuera de este complejo. Hay penas severas por
hablar demasiado. No quiero tener que recordarle esas sanciones por segunda
vez, supervisora.
Los ojos grises de Alikka brillaron en desafío.
-¿Y quién cree usted que estaría interesado? Ya ha
encarcelado...
-Querrá transmitir esos diagnósticos a sus
superiores inmediatamente, ¿verdad? –interrumpió Ketrian, cambiando de tema.
Pedrin asintió con la cabeza, con los ojos todavía
en Alikka.
-Entonces le dejaremos que lo haga. Todo está ahí,
listo para su descarga. Alikka y yo tenemos una cita para cenar en la ciudad. –Ketrian
tomó el brazo de su amiga.
-¿La Taberna del Farol de nuevo? -preguntó Pedrin.
Ketrian suspiró irritada.
-Sí. ¿Es necesario que sus hombres nos sigan a
donde quiera que vayamos?
-Es por su propia seguridad –dijo él-, nunca lo olviden.
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