miércoles, 8 de mayo de 2013

Destello de gloria (II)


Diez mil metros después. Todos hacia abajo.
-Sabes -dijo Hugo Cutter-. Si fueras Han Solo o Wedge Antilles o cualquiera de un centenar de pilotos que conozco, no estaríamos aquí ahora.
-Cállate -espetó Lex Kempo-. No vi que ayudases a aterrizar la cápsula.
Por supuesto, era difícil para el navegante hacer valer su argumento teniendo en cuenta que el equipo de asalto Luna Roja se encontraba colgando dentro de una cápsula de escape atrapada sobre el denso dosel de la selva de Gabredor.
-¿Ayudaría si hiciera esto? -exclamó la voz de Brixie desde las profundidades de la cápsula. Una compuerta secundaria voló, cortando lianas y ramas. Sin medios de apoyo adicional, la vaina cayó los restantes 40 metros hasta que aterrizó en la gruesa raíz de un anciano árbol de pantano.
Tigereye se rascó la cabeza magullada mientras él y los otros salían de la vaina y caían a tierra.
Kempo fue el primero en ponerse en pie sobre el suelo de la selva. Revisó rápidamente el pequeño arsenal de armas que llevaba. Conforme, se volvió y ofreció un burlesco saludo militar a Sully Tigereye.
-Los Lunas Rojas han aterrizado.
-Gracias por el informe. ¿Brixie?
-¿Sí? -La novata se irguió. Se había unido a los Lunas Rojas hacía sólo dos meses, entrenando en una base distante con otros reclutas que estaban descontentos o decepcionados con los esfuerzos de la Nueva República para liberar el resto de la galaxia. Sus padres, ambos dedicados a las ciencias médicas y a salvar vidas, habían sido reclutados a la fuerza para el servicio militar con una facción imperial que se hacía llamar el Alineamiento Pentaestrella. Brixie se había alistado con los Lunas Rojas como técnico médico, esperando poner fin de algún modo a la servidumbre de sus padres. Seguía peleándose con el blindaje que le habían proporcionado poco antes los encargados de abastecimiento de los Lunas Rojas, que no era de su talla.
-¿Has tirado tú de la palanca de la escotilla?
Ella se mordió el labio inferior. Había cosas peores que uno podía hacer peores que enfadar a un trunsk. Incómoda, se resignó a su destino.
-Sí, señor, he sido yo.
-¿Y qué es lo que te dije antes?
Puso los ojos ligeramente en blanco.
-Que no hiciera nada a menos que me dijera que lo hiciera.
-Exactamente. –Dando a entender que en realidad no debería estar enfadado con ella, le quitó el casco de la cabeza e hizo varios ajustes a las correas de la redecilla interior. Un momento después, el casco encajaba perfectamente en la cabeza de Brixie-. Ahora presta atención y no te alejes.
-¡Sí, señor!
-Y acaba con esa tontería del señor.
-Sí... –Reprimiéndose, se agachó para volver a la cápsula salvavidas para ayudar a recoger equipamiento.
-Disculpa –dijo Kempo con las manos en su dolorido costado-. Sabes cómo odio interrumpir tu instrucción a las tropas, pero...
Finalmente, Tigereye ya comenzaba a irritarse con sus desafortunadas invectivas.
-¿Qué pasa, Kempo?
-Por favor, ¿podríais conducirme hacia los malos para que podamos freírlos y luego encontrar una forma de salir de este bonito rincón de vacaciones?
-Actitud equivocada. Este no es un trabajo de búsqueda y destrucción como la última chapuza que hiciste en Dantooine. Esta es una misión de búsqueda y rescate. Estos son los sujetos que hay que rescatar.
Pasó una tableta de datos a Kempo. Aparecieron imágenes de dos rostros jóvenes de frente y de perfil. Una arruga característica surcó la frente del navegante mientras Brixie también miraba a la pantalla de la tableta de datos por encima de su hombro.
-Niños. ¿Hemos chocado en esta bola de barro sólo para salvar a un par de cachorros? –Kempo devolvió la tableta de datos a Tigereye-. El coronel debe de haberse vuelto loco.
-¡Hey! –saltó Cutter-. El coronel Stormcaller es la última persona cuerda que queda en la galaxia. Yo personalmente pongo la mano en el fuego por él.
-Que todos se inclinen. El Rey Pirata de Corellia ha hablado –dijo Kempo con sarcasmo mientras sujetaba un lanzagranadas bajo el cañón del rifle bláster “adquirido” a las tropas de asalto que llevaba-. De modo que nosotros cuatro vamos a enfrentarnos a un campamento de esclavistas para llevarnos a dos niños, sin nave. Diría que nos enfrentamos a una de las famosas situaciones ventajosas de los Lunas Rojas, Tigereye.
-¿Quiénes son? ¿Por qué son tan importantes? –Brixie comenzó a añadir “señor”, pero logró cortarlo a tiempo.
-No te molestes –respondió Kempo mientras hacía girar una pistola bláster DL-18 en su dedo índice-. Nuestro trabajo no es preguntarnos el por qué. Para eso ya están los diplomáticos y los recaudadores de impuestos. Nosotros somos soldados. Nos pagan por resolver los problemas que ellos generan. Y quiero que sepas, trunsk, que pretendo que se me pague muy bien por este pequeño paseo por el campo.
Tigereye le lanzó una mirada gélida mientras tendía la tableta de datos a Brixie.
-Estudia cuidadosamente sus rostros y sus descripciones. Los necesitamos vivos. E intactos.
-Pero no tenemos nave. ¿No deberíamos esperar a una recogida de emergencia? –comenzó a decir Brixie.
-Tú eres el médico del equipo –la mirada de Tigereye se endureció como el dinavidrio-. ¿Hay alguien herido aquí?
Ella miró a Kempo y al inexpresivo Hugo Cutter. De modo que esta es la vida de un mercenario, pensó hoscamente. Obedecer órdenes ciegamente. Arrastrarse en un mundo inmisericorde, con enemigos a todo su alrededor. Sin fuerzas de apoyo. Sin ayuda. Sin remordimientos. Negó lentamente con la cabeza.
El alarido del motor de un caza muy por encima del dosel de los árboles rompió de repente el silencio. Después de un momento de tensión, finalmente pasó.
Criaturas y otros habitantes de los árboles volvieron poco a poco a ulular y a llamarse entre sí a través del denso follaje.
La expresión de Kempo se ensombreció.
-Han encontrado el lugar del accidente. Será mejor que empecemos a movernos.
Tigereye expresó inmediatamente su acuerdo.
-Puedo volver a triangular las coordenadas del campamento de esclavos desde nuestra posición actual. Yo iré en cabeza. Kempo, ocupa la retaguardia. Asegúrate de tener tus equipos de supervivencia y los repelentes de criaturas. Los esclavistas eligieron esta roca musgosa por una razón, y probablemente sea porque estos mundos selváticos pueden ser francamente hostiles. Muy bien. ¡En marcha!

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