Matt se frotó el chichón en la parte posterior de su
cabeza e hizo una mueca para sus adentros. La luz del sol se filtraba a través
de la ventana de su prisión. Había estado inconsciente durante bastante tiempo.
Al otro lado de la celda, un hombre roncaba ruidosamente. El tercer ocupante de
la celda estaba despierto, con la mirada perdida en el techo.
Matt se sentó, colocando ambos pies en el suelo.
Agarrando los lados del camastro con las dos manos, empujó esperando no caer de
bruces. Mareado, presionó la parte posterior de sus piernas contra las
barandillas de la cama para mantener el equilibrio. Respiró hondo, y luego
caminó trabajosamente a través de la celda hacia la ventana. Su borde inferior
parecía estar a menos de un metro por encima de su cabeza. Se estiró, y apenas
tocó el borde con la yema de un dedo.
-No se puede salir por ahí -dijo el hombre que
había estado roncando.
-No, realmente no lo creía -respondió Matt,
volviéndose hacia su compañero de celda. El hombre era viejo, su pelo peinado
hacia atrás estaba completamente blanco. Las arrugas surcaban un rostro con el
que el tiempo no había sido amable.
Sentándose, el anciano dejó caer sus piernas a un
lado de la cama.
-No creo que te conozca, hijo. ¿Cómo has quedado
atrapado en una celda con un par de espías rebeldes?
Matt desvió la mirada del anciano. Su compañero de
celda todavía no se había movido. Parecía analizar con aire solemne el ajedrezado
del techo, aparentemente ajeno a la conversación.
-Mi nombre es Matt Turhaya -dijo al anciano-.
¿Estuvo involucrado en esas explosiones de anoche?
-Si. Yo y Chaz, ese de ahí -señaló al joven enjuto-.
Me llamo Blaide, por cierto. Sí, los viejos impes nos atraparon a los dos.
Chaz cobró vida de repente, saltando de la cama. Se
acercó a Matt y le miró con desconfianza.
-Cuidado, Blaide. Podía ser un topo.
-Le han zurrado de lo lindo para ser un topo, Chaz
-dijo Blaide con una sonrisa.
-Eso no prueba nada -dijo Chaz. Se pasó los dedos
por el pelo largo y rubio que le caía sobre los ojos verde esmeralda, unos ojos
que estaban llenos de más experiencias de las que sugería su edad.
-Sí, tienes razón, Chaz -admitió Blaide-, no hay
manera de que podamos estar seguros de que el Sr. Turhaya es quién dice ser.
Debo estar haciéndome viejo.
-No soy un espía -insistió Matt.
-Entonces, ¿por qué te han encerrado? -preguntó
Chaz.
-Los Imperiales estaban buscando a uno de vuestros
amigos. Me tomaron a mí en su lugar.
-¡Lo sabía! -dijo Blaide, golpeándose la pierna con
la mano-. Te lo dije, Chaz, ¿no es cierto?
-¿Qué es lo que sabía? -preguntó Matt, sorprendido
por el estallido de Blaide.
-Nuestro amigo... tiene que ser Dodger. ¡Te dije
que escapó!
-¿Dodger? -repitió Matt.
-El líder de nuestra célula.
-Todavía no podemos estar seguros de que sea él,
Blaide. –La voz de Chaz tembló ligeramente-. Podría tratarse de alguno de los
otros.
-Mantén arriba el ánimo, joven Chaz. -Una leve
sonrisa se deslizó por el rostro de Blaide mientras se levantaba de su camastro.
Se acercó a los dos hombres más jóvenes y puso su brazo sobre el hombro de Chaz-.
Si Dodger sigue vivo, yo diría que tenemos bastantes probabilidades de salir de
aquí. -Blaide asintió con confianza-. Sí, estoy comenzando a sentirme mucho
mejor acerca de este lío en el que estamos.
Pero a medida que transcurría el día, Matt se
preguntó si alguien podría hacer algo para ayudarlos. Oyó el cambio de guardia al
fondo del pasillo, en el cuarto de seguridad. Acababan de recoger las bandejas
de la cena, y habían atenuado las luces en el bloque de celdas. El sol se había
sumergido en el cielo de primera hora de la noche. Las sombras caían sobre la
celda.
Entonces, de la nada, resonaron por el pasillo los
gimoteos de una voz de mujer.
-Sargento -estaba diciendo la mujer, con un tono
agudo que perforaba los oídos de Matt-, ¿qué quiere usted decir con que no
tiene constancia de esta llamada?
Blaide se acercó a los barrotes que los separaban
de la libertad. Chaz se sentó en su cama apoyado en un codo, con los oídos alerta.
No pudieron escuchar la respuesta del guardia a la pregunta de la mujer. Pero
su réplica fue aún más fuerte.
-¡¿Quiere usted decir que algún incompetente me
llamó cuando se supone que debo estar fuera de servicio y me hizo venir hasta
aquí para nada?! -Hubo un momento de silencio-. Mire, aquí lo pone, sargento: a
las 18:42... Llamada del OSE, preso enfermo, acuda de inmediato.
Chaz gimió, cayendo de nuevo en la cama. Matt se
volvió bruscamente y lo miró, y entonces sonrió para sus adentros. Gimiendo de nuevo,
Chaz se retorcía en la cama.
-¿Lo ve? –exclamó la mujer-. ¡Le dije que aquí
había un hombre enfermo! –Echó a caminar por el bloque de celdas.
El soldado de asalto la siguió haciendo resonar sus
pasos en el suelo.
-Tendrá que esperar y dejar que verifique esto con
el OSE -insistió.
Chaz estaba ahora teniendo arcadas. Matt nunca antes
había visto a un hombre ponerse de esa tonalidad de azul.
-¡Dense prisa! -gritó Blaide desde su celda-. ¡Está
teniendo problemas para respirar!
Matt miró a la mujer joven de ceño fruncido que
apareció a la vista. Una gorra ocultaba el escaso pelo de su cabeza. Su túnica
negra le quedaba muy ceñida, un uniforme imperial con insignias del cuerpo
médico y la insignia de rango de teniente.
-Abra la puerta, sargento -le ordenó.
-No es más que un espía rebelde, teniente. Lo van a
ejecutar en un par de horas de todos modos -gruñó el soldado de asalto.
-Sargento, si desean ejecutarlo, me parece
perfecto. Pero mi deber es asegurarme de que se encuentre lo bastante bien para
estar de pie frente a ese pelotón de fusilamiento. Después de todo -dijo
sarcásticamente, arrugando la nariz ante los hombres al otro lado de los
barrotes-, queremos estar seguros de que todos sus amigos sepan que vamos en
serio. Ahora –insistió-, abra esta puerta.
-Ustedes dos, apártense -indicó el soldado de
asalto a Blaide y Matt. Tecleó el código de seguridad en el panel de acceso.
Con su rifle desintegrador preparado, el soldado entró en la celda. La teniente
estaba dos pasos por detrás de él, hurgando ya en su bolso médico cuando la puerta
del turboascensor se abrió al final del pasillo.
Dos disparos sonaron cerca de la estación de
seguridad.
Reaccionando con rapidez, el soldado se volvió,
deteniéndose a medio movimiento, cuando se dio cuenta de que la teniente le estaba
apuntando con una pistola bláster en la cabeza.
-Suelte el arma, sargento -dijo ella.
Otro par de pasos resonaron por el pasillo mientras
el rifle desintegrador del soldado caía al suelo. Matt miró con incredulidad a
Metallo corriendo hasta la celda.
-¿Todo el mundo está bien? -preguntó ella. La
tensión en su rostro se disipó cuando vio a Matt en la esquina de la celda.
-Sólo unos cuantos chichones, jefa -le dijo Matt,
frotándose el punto sensible en la parte posterior de su cabeza.
-Salgamos de aquí -sugirió Blaide, agachándose para
recoger el rifle desintegrador del soldado de asalto. En un rápido movimiento
se enderezó, golpeando el pecho del soldado con la culata del fusil. El hombre trastabilló
hacia atrás y Blaide lo derribó al suelo agarrando su casco y girándolo hasta
que el cuello del soldado se rompió.
-¿Eso era necesario? -preguntó Metallo.
-Nos vendrá bien el rifle. Además, ¿quién ha pedido
tu opinión?
-Ya basta, Blaide -dijo la teniente con el ceño
fruncido.
-Me alegro de verte de nuevo, Midget -saludó Chaz a
la joven, saltando fuera de la litera.
-Tu actuación ha sido encomiable, Chaz -respondió
ella. Señaló el uniforme del muerto-. Ahora, veamos qué tal haces de soldado de
asalto.
Cinco minutos más tarde Midget conducía su esquife
por las calles de Eponte mientras el sol se deslizaba por debajo del horizonte.
La niebla se había apoderado de la ciudad. Las farolas brillaban como si estuvieran
encerradas tras una gruesa cortina. Un edificio incendiado aún ardía desde la
breve batalla de la noche anterior.
Blaide miró a su alrededor con nerviosismo cuando unos
soldados de asalto los detuvieron en un puesto de control. Chaz, de pie con
rigidez en la parte trasera del vehículo, sostenía un rifle bláster sobre su
pecho blindado. Midget entregó un cuaderno de datos a uno de los soldados.
Inclinando la cabeza, estudió las órdenes que contenía, y luego, lentamente, examinó
a sus prisioneros.
-Investigación experimental, ¿eh, teniente? -preguntó
el soldado de asalto.
-Así es, capitán -respondió Midget.
-Nunca antes vi algo como eso -dijo, señalando
hacia Metallo.
-Interesante, ¿verdad?
-¿Y los otros dos?
-Yo sólo soy la encargada de la entrega, capitán.
No tengo ni idea de lo que tienen planeado para ellos -respondió mientras otros
dos soldados se acercaban al esquife.
Agitándose incómodo, Blaide tropezó con Chaz y e
hizo que perdiera el equilibrio. Alarmado, uno de los soldados de asalto sacó
su rifle bláster y apuntó al grupo.
-No pasa nada -dijo Chaz-, lo tengo todo bajo
control.
-Más le vale, sargento -contestó el capitán.
-Si no le importa, capitán, tengo que seguir
adelante -dijo Midget.
-Un momento, teniente -contestó.
Matt lanzó una mirada preocupada a Metallo. Calmada
y fría, se volvió ligeramente para que sus manos quedasen ocultas a la vista.
Por el rabillo del ojo, vio a Blaide detrás de él, haciendo un sutil gesto con
la cabeza a Chaz.
El capitán se volvió hacia uno de sus subordinados.
-Sargento...
Antes de que tuviera la oportunidad de decir una
palabra más, los disparos de bláster iluminaron la estación de control. Midget
disparó su pistola contra el capitán de las tropas de asalto. Metallo extrajo
su propio bláster y se encargó de un segundo soldado mientras Chaz intercambiaba
fuego con el tercero.
-¡Sácanos de aquí! -exclamó Metallo.
Midget aceleró al máximo los controles cuando una
explosión golpeó la parte trasera del esquife. Blaide hizo un último disparo,
golpeando al soldado de asalto con el que Chaz no había terminado.
-Sabía que no debería haber tomado ese atajo -dijo
Midget.
-Está bien, Midget. Estamos todos a salvo -le dijo Metallo.
-Idiotas incompetentes -masculló Blaide entre
dientes.
-Por suerte para nosotros -dijo Chaz.
-Hey, Midget, de todas formas, ¿dónde vamos? -preguntó
Blaide.
-Hangar 10.
-No hay señales de persecución -le dijo mientras el
esquife cruzaba la calle a gran velocidad pasando por delante de una hilera de
almacenes oscuros-. ¿Qué pasó con Dodger?
-Nos está esperando.
-Te lo dije, ¿no es cierto, Chaz?
-Sí, tienes razón, Blaide -respondió Chaz, soltando
un suspiro de alivio.
-Hangar 10 -repitió Blaide-. ¿Vamos a irnos a
alguna parte?
-Con gusto os sacaré del planeta si creéis que no estáis
a salvo en Kabaira -dijo Metallo.
-¿Tienes una nave?
-Sí. Es un viejo carguero Suwantek. Suelo transportar
suministros, pero creo que puedo sacar de contrabando unos espías rebeldes sin
ningún problema.
Blaide asintió.
-Bien -dijo en voz baja. Apuntó con su arma a
Metallo-. Creo que eso es todo lo que necesito saber.
-¿Blaide?
-Lo siento, Chaz. Tal vez sea sólo un viejo loco.
Pero tengo la intención de estar en el lado ganador cuando todo esté dicho y
hecho. -Encogiéndose de hombros, apretó el gatillo del rifle bláster.
-¡No! -gritó Matt, saltando hacia Blaide mientras
el fusil disparaba. Golpeado por la explosión, Matt se derrumbó cuando el esquife
viró bruscamente en una curva. Chaz embistió con la cabeza a Blaide. Blaide lo
empujó a un lado, tratando de recuperar el equilibrio. Se puso en pie. Con los
ojos abiertos y una expresión de incredulidad en su rostro, se encontró mirando
al cañón del bláster de Metallo. Ella disparó. Agarrando su vientre, Blaide
jadeó en busca de un último aliento y cayó al suelo del esquife junto a Matt.
Metallo se arrodilló junto a Matt.
-No te me mueras, Matt. ¡No después de todas las
molestias que me he tomado!
-Estoy bien, jefa. -Matt hizo una mueca,
incorporándose lentamente a medida que el esquife tomaba otra curva del camino.
-¿Qué estabas tratando de hacer? ¿Conseguir que te
maten?
-Sólo me ha rozado, jefa. No vas a deshacerte de mí
tan fácilmente.
Metallo sonrió, apretando su brazo.
-Gracias, Matt -dijo mientras el esquife se detenía
en el hangar 10.
Hunter salió de la nave saludando a sus amigos en
la parte inferior de la rampa. Sonriendo, agarró a Chaz en un abrazo de oso.
-Pensé que te había perdido, hijo -dijo.
-Estoy bien, papá -susurró Chaz al oído de su
padre, escuchando la brusca inhalación mientras el hombre más viejo hizo una
mueca de dolor-: ¿Y tú?
-Bien. Todo está bien ahora.
Fuera del hangar, otro esquife dobló la esquina,
derrapando con un chirrido.
-¡Tenemos compañía! -gritó Midget.
-Es hora de irse, amigos -dijo Metallo, subiendo a
la nave por la rampa con Matt detrás de ella.
Hunter golpeó el cierre de la escotilla tan pronto
como todo el mundo estuvo a bordo.
-¡Vamos, Tere! ¡Salgamos de aquí! -gritó hacia la
cabina.
La nave se elevó lentamente del suelo de duracemento
de la bahía de aterrizaje. Levantando polvo, dejó detrás una nube mientras una
docena de soldados de asalto entraba precipitadamente en la bahía.
-Matt, ¿puedes ocuparte...?
-Sin problema, jefa. Trazando un curso directamente
fuera de aquí -le dijo, tecleando febrilmente en la consola del copiloto-. Nos
están llamando del espaciopuerto. Nos ordenan que volvamos atrás.
-Estoy recibiendo varias señales, Matt.
-¿Qué son? -preguntó Hunter, examinando los cielos mientras
el Búsqueda Estelar abandonaba la atmósfera
de Kabaira y se dirigía hacia la oscuridad llena de estrellas del espacio
profundo.
-Tres Cazadores de Cabezas -respondió Matt-.
Probablemente la patrulla espacial local.
Chaz se acercó a su padre en la cabina.
-¿He oído que decías Cazadores de Cabezas?
-Sí.
-¿Tienes una nave rápida, capitana? -preguntó Chaz.
-Es una muy buena nave, jovencito -respondió
Metallo.
-Escudos activados -informó Matt-. Treinta segundos
hasta que saltemos.
Metallo estudió los sensores de la nave. Los Z-95s les
estaban ganando un poco de terreno.
-Es hora de un poco de pilotaje creativo,
muchachos. Será mejor que os sujetéis bien -les dijo mientras el Búsqueda Estelar se ladeaba fuertemente
a babor. Le guiñó un ojo a su co-piloto-. ¡Matt, recuérdame, cuando lleguemos a
un puerto seguro, que tenemos que hacer algunas modificaciones al motor si
vamos a seguir en esta línea de trabajo!
Matt sonrió.
-De acuerdo, jefa -dijo mientras la nave giraba a
través de una serie de rizos. Varios disparos les golpearon la proa.
-¿Tiempo?
-Cinco segundos.
-Nos vamos -exclamó Metallo, activando la
hipervelocidad.
Estrellas moteadas llenaron la pantalla de visión
cuando el Búsqueda Estelar hizo su
paso al hiperespacio. Matt miró cómo las estrellas se estiraban formando líneas
estelares, maravillado ante la increíble belleza de todo eso. Y por primera vez
en mucho más tiempo de lo que podía recordar, se sintió completo de nuevo. No
estaba seguro de lo que le depararía el futuro, pero por ahora era un comienzo,
un nuevo pasaje de su vida, con nuevos amigos, nuevas batallas... y nuevos
enemigos.
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