El pequeño apartamento de Ketrian estaba contiguo
al complejo de la refinería, al igual que el resto de viviendas. Ella lo encontraba
conveniente, pero Alikka se quejaba de que era como vivir en una prisión. Sólo
había una puerta en los altos muros de duracemento que les rodeaban, y estaba
siempre fuertemente custodiada. Arriba, en los caminos de ronda, las armaduras
blancas de los soldados brillaban con el sol poniente.
Ketrian abrió la puerta principal y dejó a Alikka en
la sala de estar. Se había comprado un vestido nuevo y estaba ansiosa por quitarse
su mono de trabajo. Momentos más tarde, salió del baño, enderezando el escote
en V y terminando de arreglarse el pelo suelto.
-¿Y bien? -preguntó ella-. ¿Crees que a tu misterioso
piloto mercante le gustará?
Alikka dejó en su lugar la escultura coralina que
había estado admirando. Le había dicho a Ketrian que el comerciante llevaba
nuevas mercancías, y había organizado este encuentro.
-Oh, sí. Mucho. -Sonrió y se volvió hacia los
estantes que recubrían la sala de estar-. ¿Estás segura de que puedes encontrar
un espacio para algo más?
Ketrian rió mientras cogía su abrigo.
-Siempre hay espacio para más.
-¿Tal vez si quitas todas esas horribles espadas y cuchillos
de la otra pared?
Ketrian se acercó a la misma, pensando en ello.
Alargó la mano para tocar una de las espadas más pequeñas, un florete. La
primera vez que había visto a Stevan Makintay, estaba realizando una exhibición
con la espada. Se movía con toda la gracia de un felino.
Observando el ablandamiento de la expresión de Ket,
Alikka se preguntó si estaba haciendo lo correcto, engañando a Ket. Pero Ali
tenía que hacer todo lo posible para ayudar a la Rebelión.
-No -dijo Ketrian-, demasiados recuerdos. -Apostaba
a que Mak nunca se paraba a pensar en ella. Su único amor verdadero eran las
estrellas. Desde luego, había estado dispuesto a abandonarla por ellas-. Venga –dijo
poniéndose el abrigo-, vamos a llegar tarde.
Salieron y subieron al deslizador que les esperaba,
molestas como siempre al ver otro deslizador siguiéndoles a corta distancia.
Los vigilantes de Pedrin.
Cuando llegaron a la Taberna del Farol, Ketrian se
molestó aún más al encontrar a Grathal, un comerciante de antigüedades conocido,
esperándolas. Explicó que al comerciante interestelar no le gustaba mostrar su
mercancía en público... especialmente con los funcionarios imperiales cerca. Los
impuestos especiales de las aduanas podían arruinarle. Grathal les mostró una
salida trasera a través del almacén de la bodega.
-No sé si me gusta esto -dijo nerviosamente Ketrian
cuando salieron al aire húmedo de la noche.
-Oh, vamos -instó Alikka-. ¿Dónde está tu espíritu
de aventura? Es un contrabandista. Qué romántico.
-Bueno -decidió Ketrian mientras Grathal los guiaba
a su deslizador-, servirá para librarnos de los payasos de Pedrin por un
tiempo. Probablemente ahora estén llegando a la puerta principal.
Grathal las condujo a lo más profundo de los
sectores más miserables, junto al río, y finalmente se detuvo en un callejón
sombrío junto a un almacén en ruinas. Grathal abrió la puerta del deslizador,
dejando entrar el aire brumoso.
-La gente desaparece en estos lugares -dijo Ketrian
con amargura-, y luego su cuerpo aparece ahogado en el puerto.
-Oh, no seas tan melodramática. -Alikka la empujó
fuera-. ¿No eras tú la que es tan buena con los cuchillos?
-Sí. Pero no los traigo conmigo cuando llevo
vestido.
Grathal los guió hasta la puerta lateral del
almacén y entraron. La habitación era de techo bajo, cerrada por agrietadas paredes
de metal oxidado, y olía a humedad y pescado. En el centro había una mesa
desvencijada sobre la que colgaba una única vara de luz. Sobre la mesa había
dos hombres y un joven vestidos con diversas prendas monótonas y desconjuntadas.
Sobre la mesa había algunas tarjetas de datos, un holo-proyector y tabletas de
datos.
-¿Quiénes son? -preguntó Ketrian a Grathal-. Pensé
que se trataba de una muestra exclusiva. ¿Dónde están las muestras?
Una puerta trasera se abrió con un chirrido. Un
hombre alto con una chaqueta azul entró... Ketrian supuso que era el
comerciante. Llevaba una pistola en la parte baja del muslo derecho. Ketrian volvió
a mirar y advirtió que las demás personas estaban armadas de manera similar.
-Hola, Ketrian -dijo el comerciante, volviéndose
hacia ella. Había una delgada cicatriz blanca en lo alto de su mejilla-. Ha pasado
mucho tiempo.
-¡Mak! -exclamó Ketrian-. ¿Qué estás haciendo aquí?
-Se volvió airadamente hacia Alikka-. ¿Tú sabías algo de esto? ¿Qué está
pasando aquí?
-Yo lo sabía -admitió Alikka, con cierto aire
culpable-. Dijo que necesitaba hablar contigo, para explicar...
-¡Explicar! -espetó Ketrian-. ¿Explicar qué? Que te
ha engañado del mismo modo que me engañó a mí. Esa es la verdad, ¿no, Mak? ¿Has
venido a iniciar otra revuelta campesina? ¿No quedaste saciado de sangre y
muerte la última vez? Veo que has encontrado más mártires para tu causa. -Agitó
un brazo abarcando el grupo sentado a la mesa-. ¿Están dispuestos a morir sólo
para que puedas vengarte de tu padre?
-Bueno -dijo él, arrastrando las palabras, acercándose
a la mesa-, veo que no has cambiado.
Ella lo miró fijamente.
-Me voy.
-Por favor... -Alikka se interpuso entre ella y la
puerta. Grathal no estaba a la vista-. Quédate, Ket. Por mí. Por mi hermano. -Ket
sabía que él estaba en uno de los campos de trabajo de Pedrin-. Yo quería que
vinieras aquí más que cualquiera de estas personas. No te podía decir nada de
esto donde pudieran escucharnos.
-Oh, Ali -suspiró Ketrian-. ¿En qué estás metida
ahora? Sabes que Pedrin sospecha de ti.
-Menos mal que alguien está tratando de evitar que haya
más Alderaanes -dijo una aguda voz juvenil desde la mesa.
Ketrian se volvió hacia quien había hablado, el hombre
joven.
-No me digas que te crees esas mentiras.
-¿Cuáles? –le replicó-. ¿Que Alderaan estaba
planeando la guerra bacteriológica? ¿Que todos teníamos una plaga incurable? ¿Que...?
-Basta, Merak. -Un hombre canoso se acercó al joven
para ponerle la mano en el hombro-. Compartimos tu dolor y el luto por tu hogar
perdido.
Ketrian se le quedó mirando.
-¿Eres alderaaniano?
Él asintió con la cabeza, lleno de orgullo.
-Uno de los pocos.
Mak se adelantó.
-Todo lo que Merak pide es que le escuches. Tiene
algunas holo-cintas que quiere que veas. -Ketrian parecía insegura-. No es sólo
Alderaan. El Imperio ha estado ocupado últimamente.
-Entonces -dijo Ketrian lentamente-, ¿ahora trabajas
con ellos?
-¿La Alianza Rebelde? -dijo Mak-. Sí. La mejor
elección de mi vida. Por una vez en mi vida he encontrado el medio para ayudar
realmente a la gente. Escúchanos, Ket. Eso es todo lo que pedimos. Entonces, si
todavía quieres hacerlo, podrás irte.
Ketrian se irguió, enojada.
-¿Esta... -indicó la holomáquina- es la única razón
de que vinieras aquí?
-No -sonrió. Era la misma sonrisa desgarradora y
dulce que recordaba-. Esta ha sido una excusa perfecta, una oportunidad para volver
a verte. Merak y el equipo podrían haberse ocupado de ello, pero les convencí
para que me permitieran venir. Nunca he dejado de pensar en ti, Ket. En el día
que me vi obligado a dejarte.
-¡Obligado! -se burló-. Huiste de las amenazas de tu
padre. Huiste a tus preciadas estrellas. Tu padre no podía soportar ver cómo te
casabas con una plebeya en lugar de esa dama que eligió para ti. Creí que
estabas dispuesto a permanecer a mi lado, pero me abandonaste.
-También tenemos pruebas de la verdad detrás de la
desaparición de Makintay –dijo otro de los rebeldes, tomando la palabra-. Su prometido
pasó un año en una colonia penal en Garen IV después de que fuera secuestrado y
arrojado allí con una identificación falsa.
-¿Colonia penal? -Ketrian quiso creer, para sanar
esa vieja herida.
Mak asintió con tristeza.
-Mi padre se aseguró de que desapareciera en algún
lugar donde nunca volviera a oír nada de mí. -Cogió una de las tarjetas de
datos-. Con el tiempo me escapé y volví aquí para liderar ese levantamiento.
Cuando fracasó, la Alianza se puso en contacto conmigo. Todo está aquí.
-¿Por qué esperaste tanto tiempo para decírmelo?
Él se encogió de hombros.
-Oficialmente, yo era un criminal fugado. Todo lo
que gané de la sublevación fue que pusieran precio a mi cabeza. Tú estabas a
salvo, trabajando para el Imperio.
Ella le sostuvo la mirada durante un largo instante,
luego miró hacia otro lado.
-Muchas personas sufrieron innecesariamente por tu
levantamiento. ¿No ves que la Alianza Rebelde no es diferente? Todas estas
acciones de guerra son inútil, Mak. Inútil. Escucharé lo que tus amigos tengan
que decir, eso es todo.
-Es justo -acordó Mak, invitándola con un gesto a
sentarse en una silla.
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