Droides rebeldes
Thomas Bowling
Felben Cuplatt pulsó con nerviosismo el intercomunicador en el marco de la puerta. Mientras esperaba una respuesta, sus ojos se centraron en las letras negras impresas en la puerta: “Crizby Rumbo, Vicepresidente, Transportes Cosmocarga”. Una voz que sonaba bastante parecida a un gundark iracundo retumbó atronadora por el altavoz del intercomunicador.
-¿Quién es?
Cuplatt quiso escapar y esconderse. Se mordió el labio y permaneció firme en su lugar.
-Soy Cuplatt, señor. Tengo algunas mañas noticias sobre nuestro último envío.
La puerta se abrió deslizándose a un lado y pequeñas nubes de humo apestoso salieron flotando al pasillo. Cuplatt ahogó una tos y se deslizó al interior de la sala. Tras un escritorio se encontraba sentado un hombre grueso y rubicundo. Un cigarro puro, sujeto entre sus dientes amarillentos, era la fuente de todo el humo. Le recordaba a Cuplatt los cutres salones de sabacc que había visitado en sus últimas vacaciones.
El hombre gordo indicó a Cuplatt que se sentara y posó su cigarro sobre el escritorio.
-De acuerdo, Cuplatt, oigámoslo.
-Bueno, señor, otro de nuestros cargueros ha sufrido una emboscada de nuevo. Como los demás, fue abordado por corsarios que decían representar al Imperio. Un cargamento entero de seda llameante rodiana fue confiscado. El capitán del carguero se resistió, pero le pegaron un tiro por causar problemas. El copiloto ha traído la nave de vuelta.
“Señor, este es el tercer envío emboscado en lo que va de ciclo de producción. Los dos últimos no fueron molestados, pero iban escoltados por cazas ala-X. Los corsarios nunca atacan naves con escolta.
“He estado en comunicación con un representante de la Nueva República y ya no pueden proporcionarnos protección. Simpatizan con nuestra situación, pero ya no tienen ni los fondos ni los efectivos para continuar con las escoltas. Están teniendo suficientes problemas sólo para mantener unido su gobierno. Parece que tendremos que valernos por nosotros mismos.
Rumbo extrajo otro cigarro de su escritorio y lo encendió. Las volutas de humo añadieron un toque de fuego y azufre a sus palabras conforme salían de su boca.
-¡No puedo creerlo! ¡La Nueva República no puede permitirse ayudarnos, pero serán los primeros en saltarnos al cuello cuando sea uno de sus envíos el que no consiga llegar a su destino!
Cuplatt reflexionó por un instante.
-Bueno, podríamos emplear nuestras propias escoltas para proteger los cargueros.
Rumbo agitó su papada.
-No. Eso sería demasiado costoso. Además, no quiero simplemente asustar a esa escoria. Eso les dejaría libres de saltar sobre nosotros en otra ocasión. No, Cuplatt, quiero que se les atrape y se les castigue con todo el peso de la ley. El único modo de atraparles es tender una emboscada a esa escoria cuando estén abordando los cargueros. Podríamos contratar ayuda barata para hacerlo en los mismos muelles. ¡Cuplatt, encárgate de ponerlo en marcha!
-Señor –protestó Cuplatt-, realmente no creo que reclutar mercenarios sea una buena idea.
El rostro de Rumbo se volvió aún más rojo.
-¡Mercenarios no, Cuplatt! ¡"Mercenarios" es una palabra muy fea y no muy buena para las relaciones públicas! ¡Llamémosles marines independientes!
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