viernes, 3 de mayo de 2013

Enemigos de por vida

Enemigos de por vida
Stephen Luminati

El Gorgona estaba a la espera, oculto en las sombras de Tinn VI-B. La órbita de la luna lo llevaba justo fuera del campo magnético del gigante gaseoso, lo que hacía que fuese la posición de vigilancia perfecta. Habían escapado de él en su último encuentro... sólo su genial capacidad de astrogación le había permitido predecir su punto de salida del hiperespacio. Estaban huyendo como animales asustados, mirando sólo a su espalda en busca de signos de persecución. No verían el gigante gaseoso hasta que no estuvieran atrapados en su devastador campo.
Superpuso el cristal de análisis de trampas de gravedad del Gorgona sobre la pantalla de su monitor holográfico y esperó. Veinte segundos más tarde, la pantalla indicó una fuerte emisión gravimétrica a medio camino del campo magnético de Tinn VI. Amplificando los transceptores de espectro, observó cómo el holograma pasaba a mostrar un carguero con marcas de carbonilla saliendo en espiral del hiperespacio. La nave estaba claramente fuera de control. En teoría, no podrían recuperar el timón a tiempo para evitar el gigante gaseoso. Pero él sabía que eso no era así. El piloto era ingenioso, cuando no excesivamente fanfarrón.
El carguero tembló, se enderezó, y luego perdió cualquier indicación de emisiones de energía. Sonrió: el gigante gaseoso Tinn VI se había cobrado otra víctima. El aislamiento magnético de su nave había fallado, dejándoles dos opciones: apagar la potencia principal o explotar como una pequeña supernova. Sabiamente, habían elegido la primera opción. Observó cómo la nave dañada activaba de pronto la energía de emergencia, rotaba lentamente en posición y luego avanzaba con dificultad hacia la luna poblada de Echnos.
Podría precipitarse ahora para dar el golpe de gracia. Pero el contrato aún no había sido declarado oficialmente, y quería el dinero más de lo que quería la venganza. Sólo mediante canales no oficiales había descubierto el extraordinario valor de su presa. Sí. Esperar ocho horas. Dejar que quedasen embelesados por la riqueza y los placeres de la ciudad abovedada. Y luego dejar que el pánico les corra por la garganta y paralice sus mentes antes de golpear. Dentro de ocho horas.
Y entonces comenzaría la caza.

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