Las cubiertas estaban atestadas de los pasajeros que subían
a bordo del Princesa Kuari en
Mantooine para el viaje de regreso a Endoraan a través de la Nebulosa
Maelstrom.
Celia saludó cortésmente con la cabeza a un grupo de
ithorianos y a tres empresarios corellianos.
Sonrió a una pareja de jóvenes, todavía vestidos con las
galas de su boda. Era evidente que se encontraban en su luna de miel y no
parecían ver nada de lo que había a su alrededor, sólo el uno al otro.
-Su billete, por favor –pidió la azafata Kelsa Vilrein a
una pasajera de aspecto muy adinerado.
-Señorita -le preguntó la mujer-, ¿podría decirme dónde está
la plataforma de observación? No quiero perderme nuestra entrada en el Maelstrom.
He oído hablar mucho de él.
-Está en la cubierta Lido -le dijo Kelsa-. El capitán lo
anunciará cuando nos acerquemos. Por supuesto, se da cuenta de que no entraremos
al Maelstrom hasta dentro de 15 horas, ¿verdad?
-Sí, gracias, querida.
Kelsa inclinó la cabeza en dirección a Celia.
-Buenas noches, teniente.
-¿Cómo estás, Kelsa? -dijo Celia a la mujer de cabello
oscuro.
-Su billete, por favor -respondió ella, mirando hacia
abajo para comprobar los alojamientos de otro pasajero-. Cubierta Hornthor. Dos
niveles más arriba. –Guiñó un ojo a Celia-. Estoy bien, teniente.
-¿Ha regresado a bordo el jefe Kaileel? -preguntó Celia.
-Regresó hace cosa de media hora. Su billete, por favor.
-Gracias, Kelsa.
-¿Celia?
La voz le resultaba familiar, pero no la había escuchado
en mucho tiempo. Mirando a su alrededor, Celia abrió los ojos como platos.
El corazón le dio un vuelco.
-¿Adion? ¡Por todos los...!
-¡Reconocería esa melena roja en cualquier parte! –exclamó
él, avanzando para tomar su mano-. Celia Durasha. ¡Santo cielo! ¿Qué haces tan
lejos de Inkashiir?
-Soy la navegante de la Princesa Kuari. ¡Pero mírate...!
-¿Qué te parece? -preguntó, tirando de su túnica para
enderezar cualquier parte del uniforme que osase estar fuera de lugar.
-Teniente... hmm... –dijo ella, mirando su cuerpo alto y
musculoso. Adion Lang parecía más guapo de lo que recordaba. Tal vez sea el uniforme, pensó-. Me
gusta.
-Celia, estás absolutamente encantadora -le dijo.
-¡Shh! -respondió ella, volviendo la cabeza mientras el
rubor subía a sus mejillas-. No se le permite avergonzar al navegante de la
nave.
-Está bien, intentaré no hacerlo.
-Soy muy amiga del Jefe de Seguridad, teniente Lang. ¡Cualquier
incorrección y haré que le arroje al calabozo!
-Sí, señora –sonrió-. No ha cambiado nada, Celia.
-¡Ni un poco! -Ella se echó a reír-. Ahora, vamos. Dejemos
el paso libre. –Mientras lo conducía por los pasillos de la nave hacia la
plataforma de observación, Celia no pudo dejar de advertur las dos sombras de
armadura blanca que los seguían a una distancia prudencial-. ¿Amigos tuyos?
-preguntó.
Adion miró hacia atrás.
-Oh, ¿ellos? No te preocupes por ellos. Sólo un par de
guardias que han tenido la suerte de acompañarme -respondió con indiferencia-.
Dime, Celia, ¿cuánto tiempo ha pasado?
Pensó por un momento.
-Siete años, supongo.
-Mucho tiempo –dijo él-. Háblame de ti, de tu familia. Me
temo que he perdido el contacto con tus hermanos.
-Bueno, Jak se encuentra todavía en la armada, destinado
a bordo del Implacable. Bern es
teniente de un batallón de blindados en el Sector Generis, y recién hablé con
Raine la semana pasada. Su unidad se estaba preparando para embarcar hacia
Ralltiir... algún tipo de problema local, supongo. Les echo terriblemente de
menos a todos, pero sobre todo a Raine.
-Supongo que es natural: él es tu hermano gemelo,
después de todo -dijo Adion-. Pero, ¿qué pasó con todos tus grandes planes?
Pensé que asistirías a la Academia como tus hermanos.
Celia frunció el ceño, incapaz de ignorar la marea de
emociones que llegaba unida a ese tema.
Adion se detuvo en medio del pasillo, obviamente,
consciente de que había tocado un punto sensible.
-Lo siento -le dijo él, tomándola de la mano-. Puedo notar
que algo no va bien.
-No pasa nada -dijo Celia mientras viejos sentimientos
de ira inundaban sus sentidos-. Mi solicitud no llegó a reenviarse fuera del
Sector.
-¿Qué? ¿Quién haría algo así?
Mirando más allá de Adion, la voz le tembló, llena de
amargura.
-El comandante Reise Durasha.
-¿Tu padre?
Asintiendo con la cabeza, Celia se alejó de Adion. Pasó
la mano por la barandilla dorada que recorría el pasillo profusamente decorado.
-¿Pero por qué? -preguntó Adion, dando dos gigantescos pasos
para alcanzarla.
Ella se detuvo, cruzando los brazos sobre el pecho, y lo
miró directamente a los ojos.
-Creo que sus palabras fueron: “Ninguna hija mía va a
asistir a la Academia. No es lugar para las mujeres”, o algo por el estilo.
Adion bajó los ojos, arrastrando los pies en el suelo de
mármol pulido de la nave. Su silencio sonó más fuerte que un trueno.
-¿Tú también? ¿Estás de acuerdo con él? -preguntó ella,
tratando de moderar su ira y su dolor.
-Celia, habrías sido notable en la Academia. Pero, ¿sabes
dónde acaban la mayoría de las mujeres después de la graduación?
Ella le miró. Lo sabía muy bien. Mundos perdidos, trabajos de
mala muerte, con pocas oportunidades de probarse a sí mismas, o de obtener
alguna vez un ascenso. Pero no le importaba. Ella había deseado llevar el
uniforme, servir con orgullo como otros en su familia habían hecho durante
generaciones.
-Tu padre sólo estaba pensando en tu bienestar -dijo
Adion.
-¿Mi bienestar? Perdona, ¿por qué iba a estar tan
preocupado por una hija a la que apenas conocía?
-¡Y sin embargo, querías seguir sus pasos! ¿Ver a tu
familia cada tres o cuatro años, si las circunstancias lo permitían? Celia -le
reprendió suavemente-, ¿cómo puedes estar todavía molesta con él después de
todos estos años?
-Interfirió con mi vida, Adion. No tenía derecho a tomar
esa decisión por mí.
-Tal vez tengas razón.
-¿Podemos dejar el tema? -preguntó ella-. No me has
dicho qué estás tú haciendo en la Princesa
Kuari.
Adion la tomó del brazo.
-Muéstrame tu nave –dijo-, y te hablaré acerca de mi destino
en Aris.
-¿Aris? El cuartel general del sector, ¿eh? -ella
sonrió, subiendo con él la gran escalera a la plataforma de observación Lido-. Estoy
impresionada. Un trabajo de lujo, sin duda.
-Estás mirando al nuevo ayudante del Moff -le dijo.
-¡Felicidades, Adion! Eso es maravilloso. -Ella se
detuvo, volviéndose a mirar por una de las ventanas. Mantooine se alzaba
delante de ellos, el resplandor de la luz del sol iluminando el horizonte mientras
la órbita de la nave los llevaba a través de línea que separaba el día de la
noche-. Es todo tan hermoso aquí –suspiró-. Pero espera a que
entremos en la Nebulosa Maelstrom.
-He oído hablar de ella –dijo él, suavizando su voz-. Pero
no puede ser tan espectacular como el hermoso pelo rojo que solía acariciar
desde mi asiento en las clases de física. -Apartó un rizo suelto de su cara y
luego la tocó suavemente en la mejilla-. Te he echado de menos, Celia.
Celia se sonrojó y apartó la mirada de él. Adion extendió
la mano para girarle el rostro hacia el suyo. Poniéndole el brazo alrededor de su
cintura, la atrajo hacia sí. Poco a poco, sus labios se encontraron. Por un breve
momento ninguno de ellos fue consciente de los pasajeros que les miraban curiosos
al pasar.
Temblando, Celia se apartó de él. Viejos recuerdos se
precipitaron sobre sus sentidos. Puede que hubiera habido un tiempo, hace años,
en el que le habría seguido hasta los confines de la galaxia. Pero entonces él
abandonó su planeta natal para asistir a la Academia Raithal y ella no le había
visto ni había sabido nada de él en todos estos años. ¿Acaso esperaba continuar
justo donde lo habían dejado?
Tenía los ojos fijos en él. Había algo diferente en él,
algo en esos penetrantes ojos azules que ella no podía precisar.
-Me tengo que ir, Adion. Pronto saldremos de órbita y se
supone que ahora debo estar de servicio.
-¿Puedo verte más tarde? -preguntó.
-Yo... me reuniré contigo por la mañana –dijo ella,
volviéndose para marcharse.
Confundida por las emociones que él había agitado
profundamente dentro de ella, emociones que ella pensaba que había dejado atrás
en el pasado, Celia se alejó. Necesitaba tiempo para pensar. Algún puerto
seguro. Y sabía exactamente dónde encontrarlo.
***
La puerta se abrió en una oficina decorada modestamente.
Un holograma en una pared mostraba una sección transversal de la Princesa Kuari. Una docena de monitores
ocupaba otra pared a la derecha de un escritorio que estaba ocupado con media
docena de tarjetas de datos.
El jefe Kaileel estaba inclinado sobre su terminal de
computadora. Alzó la vista para mirar a Celia, y su aspecto
momentáneo de fastidio desapareció rápidamente, sustituido por una expresión
más suave.
-Buenas noches, querida Carmesí. ¿Puedo ayudarte en
algo?
-Yo, uh, pensé que tal vez tendrías más información
sobre los blásters desaparecidos, jefe -dijo sin convicción.
Los grandes ojos oscuros de Kaileel le miraron con el
ceño fruncido por encima del monitor.
-No tengo nada nuevo que informar, teniente -contestó,
mirándola con suspicacia-. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarte?
Los ojos de Celia vagaron por la habitación.
-Tengo guardia en el puente durante una hora más, y
luego estaré lista para nuestra revancha.
Kaileel tamborileó con sus dedos largos y verdes sobre
la mesa.
-Te das cuenta de que es un poco tarde, ¿no?
-¿No estarás tratando de escaquearte de la partida,
verdad?
-Por supuesto que no, teniente. Estaré fuera de servicio
dentro de dos horas.
-Bien -contestó Celia, contenta de poder tener la
partida para mantener su mente alejada de cierto apuesto teniente imperial-. Entonces
esperaré a que te reúnas conmigo en la plataforma de observación.
Los bordes de la boca de Kaileel se curvaron hacia
arriba detrás de su hocico.
-¡Oh, mi querida pequeña amiga de cabello carmesí, no me
perdería la oportunidad de derrotarte de nuevo ni por toda la especia de
Kessel!
-¿Derrotarme? -Ella sonrió, su estado de ánimo
repentinamente alegre-. ¡No cuentes con ello, jefe!
-Vuelve a tu puente, pequeña. ¡Pilota tu nave! ¡Guíanos en
línea recta!
Inclinándose sobre la mesa, el rostro de Celia se puso
serio.
-Pareces cansado, jefe -dijo ella-. ¿Todo va bien?
Kaileel se reclinó en su silla.
-Sí... bueno, no -admitió al ver el ceño fruncido en su
rostro-. Recibí algunas noticias inquietantes en mi visita a Mantooine.
-¿Jefe? -llamó otra voz desde la puerta-. Perdón por la
interrupción, teniente.
-¿Qué ocurre, Raban? -preguntó Kaileel al oficial de
seguridad mientras Celia caminaba detrás de la mesa para mirar por la ventana.
-Se nos ha informado de una pelea entre dos pasajeros en
la Tienda Galería.
-¿Quién se está ocupando?
-Brankton. Y le hemos enviado apoyo.
-Mantenedme informado -dijo Kaileel al hombre, y se
volvió para sonreír a Celia-. Puede que esto llegue a ser una emocionante travesía.
-¡Ni siquiera hemos dejado la órbita todavía! -se
maravilló Celia.
-Y tú que pensabas que tu trabajo era interesante.
-Jefe, ¿qué estabas a punto de decirme? Las noticias que
recibiste en Mantooine...
-Más tarde, querida. Te lo diré más tarde.
Celia miró a su viejo amigo. Había algo que le procupaba.
Pero antes de que pudiera sondearlo para sacar más información, la voz del
capitán sonó por el intercomunicador.
-Jefe Kaileel, ¿está la teniente Durasha con usted?
-Sí, capitán -dijo Kaileel.
-Estaba de camino al puente, señor -agregó Celia.
-Teniente, necesito hablar con usted en privado. ¿Puede
reunirse conmigo en mi oficina de inmediato?
-Por supuesto, señor. Estoy en camino. Me pregunto qué
se irá todo esto -dijo mientras Kaileel apagaba el intercomunicador-. Te veré
en un par de horas, jefe.
***
-Capitán Glidrick, ¿quería verme?
-Por favor, teniente, siéntese -dijo. Stenn Glidrick era
un hombre de mediana edad con un cabello castaño que empezaba a ponerse gris.
Al igual que Celia, iba vestido con un pantalón azul con una franja dorada en
cada pierna. Su túnica blanca estaba decorada con medallas; un recordatorio
para todo el mundo de su servicio en la Armada Imperial.
-¿De qué se trata, señor? ¿Qué ha ocurrido?
-He recibido un mensaje de su padre...
Celia se levantó bruscamente, con el rostro enrojecido.
-¿Mi padre le ha enviado un mensaje? -preguntó ella, con
un tono inconfundible de ira en su voz.
-Por favor, teniente...
-No quiero saber nada de él...
-¡Teniente Durasha, siéntese! -ordenó el capitán.
Respiró profundamente-. Su padre envió la noticia a través de mí, porque sabía
cuál sería su reacción. Se trata de su hermano...
Celia palideció.
-¿Qué? -Sus manos temblaron mientras se agarraba al
borde de la mesa de Glidrick y se desplomaba en la silla.
-Ha muerto -le dijo el capitán-. Lo siento.
Cerrando los ojos, Celia se mordió el interior del
labio, tratando de rechazar las lágrimas.
-Capitán, tengo tres hermanos. ¿Cuál...?
Glidrick miró el cuaderno de datos.
-Es Raine –dijo-. Su padre dijo que hay más detalles en
este holo que acompañaba al mensaje que recibí. Tómese todo el tiempo que
necesite, Celia. Realmente lo siento.
-Gracias, señor -respondió Celia, aturdida, tomando el
holo.
Se levantó lentamente de la silla y se las arregló para
encontrar el camino a su camarote. A solas, Celia escuchó el mensaje. Cuando
terminó, lo pausó, mirando fijamente la holo-imagen congelada de su padre. La
pequeña habitación pareció encoger a su alrededor.
Inconscientemente, Celia pasó la mano hacia atrás y hacia
adelante por su pistolera, y luego hacia abajo, rozando su suave bota de cuero.
Desenvainó el cuchillo que escondía allí. Había sido un regalo especial de Raine, uno que le había
dado la noche antes de salir para su último período de servicio. Sentados bajo los cielos llenos de estrellas de
Lankashiir, habían recordado los buenos momentos que habían pasado explorando
los bosques de su mundo natal.
Dio varias vueltas al cuchillo en su mano. La luz de la holo-imagen
tocó la hoja de acero gris y cayó en cascada sobre el escritorio. Su pequeña
mano encajaba perfectamente alrededor del mango, tallado en un ébano
excepcional. Estudió la llameante joya roja incrustada justo sobre la hoja, y la
vio brillar con fuerza incluso en escasa luz de la cabina.
Los buenos recuerdos parecían ahora poco más que un eco
lejano. Celia dejó el cuchillo, se pasó la mano con cansancio por la frente, y volvió
a activar el mensaje de su padre.
-Tu hermano Raine ha sido asesinado por las fuerzas
rebeldes en el planeta Ralltiir -dijo la figura en el holo. Reise Durasha
parecía mucho mayor y mucho más delgado que la última vez que lo había visto.
Su uniforme verde grisáceo del Ejército Imperial parecía flotar libremente en
su cuerpo doblado. Oscuras sombras rodeaban sus ojos-. Sé lo unidos que
estabais tú y Raine...
Celia hundió el rostro entre sus manos y se echó a
llorar. Emocionalmente exhausta, entumecida por el dolor, el
sueño finalmente acabó con su dolor. Cuando el intercomunicador de la cabina zumbó más de una
hora más tarde, se despertó de repente. Poco a poco, se acercó a él y lo
encendió.
-Aquí Durasha -dijo con voz cansada.
-Celia, creía que esta noche teníamos una partida.
Ella miró fijamente al panel de comunicaciones.
-¿Celia? –preguntó el jefe de nuevo, con más
insistencia.
-Oh, jefe -dijo finalmente-, se me olvidó.
-¿Todo va bien? –preguntó-. No tenemos por qué jugar
esta noche...
-No, sólo dame unos minutos.
Cuando Celia llegó a la plataforma de observación, el holo-tablero
estaba a oscuras. Un vaso de alguna bebida exótica se encontraba al borde de la
mesa de juego.
-¿Qué es esto? -preguntó Celia, señalando la bebida.
-Brandy zadariano. Parecía que te vendría bien un buen
trago -le dijo Kaileel.
Celia se limpió una lágrima del ojo. Tomó el brandy,
hizo girar el vaso en su mano, pensativa, y finalmente tomó un largo sorbo. El brebaje corrió por su garganta, pero su calor no hizo
nada para disminuir el frío que sentía. Podía sentir los ojos del jefe fijos en ella.
-¿Qué ha pasado? –preguntó él.
Mirando a las estrellas borrosas que pasaban ante ellos
en el hiperespacio, Celia pareció no oírle.
-¿Celia? -Se puso de pie, colocando suavemente la mano
sobre su hombro.
Temblando, Celia se volvió hacia Kaileel y le miró a los
ojos.
-Mi hermano -lloró, enterrando la cara en su pecho.
Kaileel la rodeó con sus largos brazos escamosos y la
abrazó con fuerza.
-Lo siento, mi querida Carmesí -dijo.
Cuando sus lágrimas se secaron, Celia le contó a su
viejo amigo cómo la unidad de Raine había sido emboscada por los rebeldes en el
espacio-puerto de Ralltiir.
Kaileel sacudió la cabeza con tristeza.
-Muchos morirán -dijo en voz baja-. En ambos bandos.
Los ojos de Celia se abrieron como platos.
-No apoyarás la causa rebelde, ¿verdad?
-Digamos simplemente que no estoy de acuerdo con los
métodos del Imperio para la resolución de este conflicto -le dijo.
-¿Qué quieres decir, jefe?
Kaileel miró por la ventana.
-Piensa en la Nebulosa Maelstrom, Celia -dijo.
-¿Qué pasa con ella?
-Desde Mantooine... ¿qué aspecto tiene?
-Es apenas una mota -respondió ella.
-Cierto -asintió con la cabeza-. ¿Y qué pasa cuando
entramos en la Nebulosa?
Ella le lanzó una mirada de perplejidad.
-¿Esto es una clase de astrofísica, jefe?
-Por favor, sígueme la corriente -dijo.
-Muy bien. Cuando entramos en la Nebulosa, nuestras
comunicaciones no funcionan bien. Y nuestros sensores están cegados. Pero, ¿qué
tiene eso que ver con...?
Kaileel levantó un largo dedo verde.
-Desde una gran distancia, sólo podemos suponer los
peligros de la Nebulosa nos puede presentar. ¿Por qué es que hasta que no estamos
cerca, hasta que no nos toca, no reconocemos el peligro?
“El Imperio es así, pequeña Carmesí. Desde una distancia,
es posible que no sintamos el peligro; estamos demasiado lejos de su toque.
Pero una vez que se nos viene encima, escuchamos y vemos sólo lo que desea el Imperio.
-Mi familia sirve a ese Imperio, jefe. Incluso mi
hermano murió luchando por él -le recordó-. Será mejor que no dejes que otros te
oigan hablar de esta manera. Puede que sospechen que fuiste tú quien robó los...
Se detuvo a media frase, incorporándose bruscamente, y
se inclinó sobre el holo-tablero.
Kaileel la miró, y luego hizo girar lentamente el licor
rojizo de su propio vaso.
-¿Entregaste esos blásters a los rebeldes en Mantooine?
-le preguntó en voz baja-. ¿Era ese el negocio que tenías que atender?
Antes de que el jefe pudiera responder, Dap Nechel apareció
en la habitación.
-¿Por qué no me dijisteis que estabais jugando?
-preguntó, llenando su voz de una angustia exagerada.
Celia cayó sobre las almohadas mullidas. Miró a Kaiteel,
luego a Dap, y luego apartó la mirada. Kaileel se enderezó en su asiento y tomó
un largo sorbo de su bebida.
-Lo siento -dijo Dap-. Me parece que he interrumpido una
conversación privada. Ya me voy.
-No, no pasa nada, Dap -dijo Celia-. Quédate. Sólo estábamos
preparando el tablero. -Apretó un botón en un costado de la mesa de juego. Un
resplandor verdoso iluminó sus rostros y una docena de guerreros aparecieron,
de pie en posición de firmes, llevando las armas sobre su hombro derecho, a
cada lado de la placa holográfica.
-Celia, no tenemos por qué jugar... -comenzó a decir Kaileel.
-No pasa nada, jefe -dijo ella-. Es tu turno.
Mientras Dap se subía al sofá junto a Celia, Kaileel
posicionó su waroot. Celia trasladó uno de sus farangs.
El jefe contestó avanzando otro de sus guerreros. Celia estudió el tablero de juego. Se incorporó, sacó su
bláster de su funda y frotó pensativa el cañón con su mano.
-Hmm, jefe –dijo-, ese no ha sido un movimiento
inteligente.
-¿En serio? Yo creo que todo depende de tu punto de vista
-respondió.
-¿Mi punto de vista? -Frunció el ceño.
-Abre los ojos, querida Carmesí. Mira lo que está
sucediendo a tu alrededor.
Dap miró a sus dos amigos.
-¿De qué estáis hablando? –preguntó-. ¿Alguien podría
contármelo, por favor?
Celia miró hacia otro lado.
-El hermano de Celia ha sido asesinado por los rebeldes
en Ralltiir.
-Oh, cielos. Eso es terrible, teniente. Había oído
hablar en las holonoticias de una insurrección allí. Pero el Imperio se está ocupando
de esos rebeldes –dijo-. Y de los de Alderaan. Sí, desde luego. Esos ya no
darán más problemas al Imperio.
-¿Alderaan? -preguntó el jefe.
-¡Santo cielo! ¿No habéis oído la noticia...? Bueno, no,
supongo que no, si habéis estado sentados aquí durante la última hora.
-¿Qué ha ocurrido en Alderaan? -repitió Celia.
-Los servidores del Emperador descubrieron que varios de
los líderes de la rebelión eran de Alderaan: el mismísimo Bail Organa, y su
hija, la princesa Leia. Nuestras fuerzas han hecho servir ese mundo de ejemplo.
-¿Qué quieres decir?
-Alderaan ha sido destruido.
-¡¿Qué?! -exclamó Celia.
Kaileel sacudió la cabeza con tristeza.
-¿No te lo había dicho?
-¿Todo el planeta?
-Ahora no es más que miles de millones de partículas de
polvo -dijo Dap.
-Millones de personas, como peones -dijo Kaileel, señalando
a los personajes en su tablero de juego- para que el Emperador haga lo que
quiera con ellos.
-Pero, jefe...
-Me temo que el juego ha terminado -dijo Kaileel
suavemente.
Frunciendo el ceño, Celia se inclinó sobre el tablero de
juego para comprobar la posición de sus guerreros.
-No vas a rendirte tan fácilmente -dijo ella, advirtiendo
de repente por el rabillo del ojo la expresión de sorpresa de Dap.
El jefe Kaileel exhaló profundamente, dejando escapar un
gran suspiro. Celia alzó la vista. Dos soldados de asalto apuntaban
con rifles bláster a su amigo.
-Así es, espía Rebelde –dijo amenazadoramente la voz de
Adion Lang. Salió de detrás de los soldados de asalto-. El juego ha terminado.
-¡Adion! -exclamó Celia, enfundando con cuidado su
bláster-. ¿Qué significa esto? –Trató de levantarse lentamente, sin querer
alarmar a los soldados de asalto-. El jefe Kaileel no es ningún espía.
-Por favor, Celia, no trates de defender a este traidor.
Lo sabemos todo acerca de las actividades de... -hizo una pausa, buscando la
descripción correcta- esta criatura. Tenemos pruebas de que ha suministrado
armas a los agentes rebeldes de Mantooine. Y teniendo en cuenta la conversación
que acabo de escuchar...
-¡Nos ha estado espiando! -exclamó Dap.
-Ese es mi trabajo. Celia, lamento que esta... cosa... se
haya ganado tu amistad. Sólo recuerda lo que sus amigos han hecho a tu hermano -dijo
Adion-. Raine todavía estaría vivo si no fuera por traidores como él.
Sus frías palabras atravesaron el corazón de Celia como
una vibrohoja. Había perdido a su hermano a manos de los rebeldes. Y
ahora estaba perdiendo a su mejor amigo a manos del Imperio. Miró a Kaileel... ella
nunca le culparía de la muerte de Raine. Esperaba que él pudiera ver eso en sus ojos.
-No pasa nada, querida Carmesí -le dijo Kaileel-. Yo soy
sólo uno. Pero el Imperio pronto descubrirá que los unos se multiplican por
cientos de miles. Y un día, no podrán detenernos.
-Llévaoslo -ordenó Adion a los soldados de asalto.
-Disculpe, teniente -dijo Dap-. Si no van a necesitarme,
¿puedo marcharme?
-Sí, jefe Nechel -le dijo Adion-, aunque puede que más
tarde necesite tomarle declaración.
-Ya veo -respondió Dap-. Sí, claro, lo que usted
necesite. Ya sabe dónde encontrarme.
Celia vio cómo ponían esposas en las muñecas de Kaileel.
Sus fuertes brazos musculosos se movieron nerviosamente mientras se levantaba. Elevándose por encima de ellos, habría sido una vista
intimidante si no fuera por los rifles bláster que le apuntaban.
-Múevete -ordenó a Kaileel un soldado de asalto, clavando
su fusil en el pecho del jefe.
-Llévelo al calabozo de la nave y manténgalo bajo estrecha
vigilancia, sargento -ordenó Adion-. Recuerde, él conoce ese lugar mejor que
nadie en esta nave.
-Sí, señor.
Conforme se llevaban lejos a Kaileel, Celia se les quedó
mirando.
-¿Qué va a pasar con él, Adion?
-Querida Celia, no te preocupes por esos detalles -respondió,
alargando la mano para tomar la de ella.
-No lo entiendo, Adion. Creí que eras un ayudante
administrativo.
Él negó con la cabeza.
-Lamento haber tenido que mentirte, Celia. Estoy con la
Oficina Imperial de Seguridad. Hemos estado observando a vuestro jefe de
seguridad desde hace varios meses.
-Pensé que lo conocía tan bien. Nunca sospeché... -dijo,
tapándose la cara con las manos.
Adion tomó a Celia en sus brazos.
-Vamos, tranquila –dijo-, todo irá bien. Ven, siéntate
conmigo.
-Caballeros -resonó una voz por el intercomunicador de
la nave-. Les habla el capitán Glidrick. En aproximadamente 30 minutos, el Princesa Kuari saldrá del hiperespacio
para entrar en la Nebulosa Maelstrom. No querrán perderse la espectacular vista
desde los puertos de observación de la cubierta Lido. Será un espectáculo que
nunca olvidarán.
-La Nebulosa... -suspiró Celia. La comparación de
Kaileel entre el Imperio y la nebulosa llenó su mente... hasta que no te toca,
es posible que no te des cuenta del peligro que presenta.
-Olvídate de lo que te dijo esa vieja criatura, Celia. Sus
pensamientos son peligrosos.
Celia miró a los ojos azules de Adion. Parecían fríos y
vacíos. ¿Quién tenía razón? ¿El Imperio? ¿Los rebeldes? Había
sido herido por los dos. ¿Podría alguna vez unirse a unos u otros? Ya no sabía
qué pensar.
-Tengo que hablar con él, Adion.
-Eso no es una buena idea, Celia.
-Por favor... sólo unos minutos.
-Primero tendré que interrogarle, pero antes de que lleguemos
a Aris, dejaré que lo veas.
Asintiendo débilmente, ella apoyó la cabeza en el hombro
de Adion.
***
La puerta de la celda se cerró detrás de ella. Celia se
puso rígida, mirando a Kaileel. Después de más de 10 horas, por fin pudo hablar
con él, tal como Adion Lang había prometido.
Sacudiendo la cabeza, depositó sus tabletas de datos de
ayuda navegacional en un estante junto a la puerta y comenzó a caminar de un
lado a otro por la celda de Kaileel. Su mano acariciaba nerviosamente la pistolera vacía.
-¡Lo has admitido! -exclamó finalmente Kaileel.
-¿Qué otra cosa podía hacer, teniente? -le preguntó.
Deteniéndose en seco frente a él, Celia puso los ojos en
blanco en un gesto de disgusto.
-¡Mentir!
Kaileel miró más allá de ella, como si mirase por alguna
ventanilla inexistente.
-¿Para qué? Mi querida Carmesí -dijo, volviéndose para
mirarla a los ojos-, sé que no eres tan ingenua.
Celia apretó los puños y golpeó el pecho musculoso de Kaileel.
-¡Simplemente no lo entiendo, jefe! -exclamó-. ¿Qué te
ha hecho el Imperio?
-Nada.
-¿Entonces por qué te has mezclado con esos rebeldes?
-Lo que el Imperio está haciendo está mal -le dijo-, es
inmoral. ¿Recuerdas lo que te dije, ese cierto punto de vista? Deja de mirar al
Imperio desde la distancia. Echa un vistazo de cerca, Celia. Ya verás. Todos
los seres que aman la libertad saben que esto es verdad. -Tomó la mano de Celia
en la suya, presionándola contra su pecho-. Y yo sé, en el fondo de mi corazón,
que algún día lo entenderás.
Alzando la vista hacia sus enormes ojos negros, Celia trató
de tragar el nudo que tenía en la garganta.
-No sé, jefe...
La puerta de la celda se abrió.
-Se acabó el tiempo, teniente. Me temo que tendrá que
irse.
-Pero sólo han sido un par de minutos. ¿No puedo quedarme
un rato más, sargento?
-Tengo órdenes, teniente.
El soldado de asalto le hizo un gesto señalando la
puerta. Celia miró a Kaileel con el ceño fruncido. Finalmente, se alejó de él,
deteniéndose para mirar hacia atrás por última vez.
-¡Todavía quiero jugar la revancha contigo, jefe! -le
dijo, recogiendo las tabletas de datos del estante-. ¡No voy a dejar que se te
lleven de esta nave hasta que juguemos la revancha!
Las tabletas de datos resbalaron de las manos de Celia, cayendo
ruidosamente al suelo. Ella se agachó para recogerlos, sacando discretamente el
cuchillo de su bota. Poniéndose en pie bruscamente, condujo el cuchillo al
cuello del soldado de asalto, por debajo del casco. Él gritó de dolor cuando
ella le empujó fuera de la puerta, golpeando su cabeza contra la pared. Con
manos temblorosas, retorció la hoja una última vez más mientras el soldado se
desplomaba en el suelo.
-¡Vamos, jefe -dijo ella, volviendo a enfundar el
cuchillo en su bota-, tenemos que salir de aquí!
Un segundo soldado de asalto apareció en la puerta. Lanzándose
al suelo, Celia recuperó el rifle desintegrador del soldado caído y abrió
fuego. Su tiro astilló la pared cuando el soldado de asalto se
apartó de la puerta. Poniéndose en pie de un salto, Celia cruzó rápidamente
la puerta y le disparó mientras corría por el pasillo.
-¡Vamos, jefe! -exclamó, lanzándole el rifle
desintegrador. Tras ella, Kaileel pasó sobre los dos soldados de asalto
muertos.
-Dime, querida Carmesí, ¿realmente esperas salir de aquí
con vida? –preguntó-. ¿Dónde está el resto de nuestra gente de seguridad?
-Dap organizó un pequeño problema en la Cubierta Bazar -dijo
ella, recuperando el segundo rifle desintegrador.
-El bueno del viejo Dap. ¿Crees que el turboascensor es
el mejor camino hacia el hangar?
-Debería estar despejado, jefe.
-Asombroso.
-¡Tienes un montón de amigos a bordo del Princesa, viejo!
-Hay una barcaza...
-Ya está preparada. He desconectado el piloto automático
y realicé un poco de trabajo de recableado para poder pilotarla fuera de aquí.
-Directos a la Nebulosa Maelstrom -agregó el jefe.
-Allí estaremos a salvo.
Treinta segundos más tarde las puertas del turboascensor
se abrieron en la penumbra del hangar del crucero de lujo. Dos barcazas que eran
utilizados para conducir a los pasajeros dentro y fuera de la nave ocupaban la
sala de altos techos. Mirando a la bahía, Celia indicó a Kaileel que la
siguiera.
Estaban a medio camino a través de la bahía cuando Adion
Lang descendió por la rampa de la barcaza cercana. Su pistola estaba apuntando
hacia el jefe Kaileel, pero sus ojos estaban fijos en Celia.
-Soltad los blásters -les ordenó.
Celia se quedó mirando el bláster en su mano.
-Adion, por favor -dijo ella, con voz temblorosa-, deja
que Kaileel se vaya.
-Me temía que intentases algo como esto, Celia. Siempre
fuiste bastante impetuosa. Pero creo que sabes que no puedo dejar que se vaya -le
dijo-. Ahora, por favor, baja tu bláster. No quieres matarme.
Celia buscó en los ojos de Adion. No había emoción allí,
ni chispa de vida. No puede terminar así,
pensó. Tiene que haber algo que pueda
hacer.
El jefe Kaileel se movió lentamente para bajar su arma.
-Lo siento, pequeña Carmesí -dijo, levantando de pronto
el rifle para disparar a Adion. Su primer tiro salió desviado. Medio segundo
después, una ráfaga del fusil de Adion le golpeó en el pecho. Kaileel logró realizar
un segundo disparo, pero rebotó violentamente en el casco de la barcaza. Kaileel se derrumbó, herido de muerte, sobre el frío suelo
metálico del hangar.
Celia dejó caer su rifle desintegrador y corrió hacia su
amigo caído.
-¡No tenías por qué matarle! -le gritó a Adion. Las
lágrimas amenazaban con empañar su visión. Pero las rechazó mientras se
arrodillaba junto al cuerpo de Kaileel.
Adion se le acercó con cautela, apartando de una patada ambos
rifles bláster por el suelo del hangar.
-¿Por qué, Celia? ¿Por qué le estabas ayudando a
escapar? -le preguntó-. No eres una rebelde.
-Él era mi amigo -dijo en voz baja, ignorando el
desprecio que escuchaba en la voz de Adion. Se preguntó qué había pasado con el
joven que una vez había admirado, el hombre al que había amado.
-Vas a tener que venir conmigo, Celia -dijo Adion.
-No me obligues, Adion -le dijo ella, con los ojos fijos
en el cuerpo de Kaileel por temor a traicionar sus verdaderos sentimientos-. ¿No
vas a dejar que me vaya?
-Es mi deber, Celia -dijo fríamente, apuntándole en la
nuca con su arma-. Estás bajo arresto por actos de traición contra el Imperio.
Celia tomó la mano inerte de Kaileel, pasando tiernamente
sus dedos por ella.
-Parece que esta partida no va a ninguna parte, jefe –dijo-.
¿Cómo voy a tener mi revancha?
Adion se acercó un paso más, su alta silueta lanzando
una sombra oscura en el rostro de Kaileel. Su pierna rozó la espalda de Celia y
ella se encogió ante su toque.
-Levántate, Celia.
Una lágrima rodó por su mejilla. Poco a poco, se volvió
y miró a Adion. Su mano se deslizó imperceptiblemente hacia su bota. Sus dedos rodearon
el mango del cuchillo.
-Levántate -repitió Adion, agarrando su brazo izquierdo
y tirando de ella hacia arriba de modo que sus caras quedaron a escasos
centímetros de distancia. Negó con la cabeza, y por un breve momento Celia
pareció detectar una pizca de arrepentimiento. Luego, sus ojos azules se estrecharon. Cegado por su
propio odio, Adion nunca notó el destello de acero hasta que Celia le cortó en
el brazo.
Sus ojos se volvieron salvajes mientras gritaba de
dolor. El bláster se deslizó de su mano y cayó por el suelo mientras Celia
arremetía de nuevo. Tratando de protegerse del ataque, Adion perdió el agarre
sobre ella. Ella huyó a través del hangar y subió la rampa de la
barcaza.
A medida que la escotilla se cerraba escuchó a Adion
gritando su nombre.
-¡Celia, no lo hagas!
Segundos después, la barcaza despegó del suelo del
hangar. El pequeño transporte se deslizó en silencio saliendo hacia el remolino de la Nebulosa Maelstrom.
Desde la ventanilla, Celia vio a la Princesa Kuari desvanecerse conforme la barcaza se alejaba del crucero de lujo y se adentraba más en la nebulosa.
-Tablas, jefe -asintió para sí misma. La amargura se deslizó en su voz-. Nadie gana esta partida.
-Tablas, jefe -asintió para sí misma. La amargura se deslizó en su voz-. Nadie gana esta partida.
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