-¿Buenas y malas noticias otra vez? -preguntó Ketrian
cuando Mak regresó por segunda vez-. ¿Dónde está Uskgarv?
-Muerto -dijo, pareciendo complacido y triste a la
vez-. Ahí fuera sólo hay unos pocos myills y sus jefes. Están arrancando
cualquier cosa de valor y metiéndolo todo en un carguero. Han caído presos de
auténtico pánico. Hay naves de ataque dirigiéndose hacia aquí. Rescatadores
imperiales, supongo. Te pondrás bien, Ket. Tan pronto como aseguren el
transporte, tendrás ese antídoto.
-¿Y qué pasa contigo? -preguntó ella, apretando su
brazo.
Él se encogió de hombros:
-Me atengo al plan A. Me oculto aquí, esperando que
me cuenten entre los muertos, y luego abandono la nave en la primera ocasión
que se me presente.
-Yo no quiero volver al Imperio –repitió-. Pero aún
más, no quiero volver a dejarte. -Lo besó-. ¿Dices que esas inyecciones que el
médico de la nave me ha estado poniendo eran para mantener el envenenamiento
bajo control? -Él asintió con la cabeza-. Bien, entonces. A mí me parece que ya
no es demasiado peligroso salir ahí fuera. Iré hasta la enfermería. Sé lo que me
han estado administrando. Tomaré un montón de eso y lo traeré de vuelta aquí.
Entonces podré quedarme escondida contigo.
Él la miró fijamente.
-No lo sé. Suena arriesgado.
-La vida contigo es siempre arriesgada –dijo-. Así
es como lo quiero. No voy a aceptar un no por respuesta. No somos sólo nosotros...
puedo dar mi nueva aleación a la Alianza. Por Ali.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato, y
luego dijo asintiendo en silencio:
-Por Ali. -Ketrian intentó moverse hacia adelante y
él la tomó del brazo, sosteniéndola-. Ahí fuera dimos muchas vueltas por los pasillos.
¿Podrás encontrar el camino?
Ella le dedicó una sonrisa irónica.
-Me he familiarizado bastante con este nivel recientemente.
Debo de haber recorrido cada pasillo una docena de veces, tratando de reunir el
valor para hablar contigo, y tratando de pensar qué decir cuando lo hiciera. Sólo
tengo que regresar al pasillo principal y luego ir hacia proa y subir dos
niveles hasta la enfermería. La conozco bien, también. No te preocupes, la
encontrar, incluso con todo el aire turbio y la iluminación de emergencia.
Makintay asintió y la ayudó con el acceso. Mientras
trabajaba para abrir la cubierta, Ketrian comprobó los bolsillos de su mono.
-No voy a salir ahí fuera sin un cuchillo -le dijo
mientras él se volvía hacia ella-. Podría cruzarme con algunos de tus amigos
piratas merodeando en los niveles superiores.
-Sí, podríamos -dijo, acentuando con firmeza el
plural. Acarició la pistola de su cinturón-. Esto resultará útil y tal vez
podamos encontrar una para ti también. -Hizo ademán de bajar al pasillo pero
ella lo agarró.
-No, Mak –protestó-. Por favor, quédate aquí. Corres
demasiado peligro ahí fuera. Si el Imperio vuelve a apresarte... -Se estremeció
y apartó la mirada-. Pedrin se jactó de lo que iban a hacerte en Coruscant.
-Me imagino -dijo Mak con amargura. Le levantó la
cara hasta que sus miradas se encontraron-. De ninguna manera vas a andar por
ahí sola y enferma. No hay problema. Soy un alférez naval –dijo, golpeando la
insignia de su túnica-. Lo pone aquí. Este chico y todos sus amigos están
muertos. Desapareceré mucho antes de que nadie lo organice todo para hacer una
verificación de identidad. -Ella frunció el ceño con incertidumbre y añadió-: Confía
en mí.
Ella puso los ojos los ojos en blanco.
-Ya sabía que no podrías aguantar mucho más tiempo
sin decirlo. Está bien, está bien, tú abres la marcha, entonces. Cuanto antes
consigamos esa medicina, antes podré devolverte a tu pequeño y acogedor escondite.
-Siempre te metes con mi gusto para la decoración de
interiores -se quejó, fingiéndose insultado-. Soy yo el que se crió en un
palacio.
-Oh, perdóneme, Su Alteza –dijo ella, y se rió. Mak
se deleitó con el sonido. Saltó afuera, se volvió y la tomó en sus brazos,
disfrutando de esa sensación tanto como lo había hecho de su risa. ¿Cuánto
tiempo había esperado para abrazarla, ansiado oír su risa? ¿Se vería pronto obligado
a desprenderse de ella de nuevo? ¿Debía permitirle que se arriesgase a esconderse
con él, y que la arrestasen y la acusasen de traición si la encontraban con él?
Emociones conflictivas y argumentos se agolpaban en su mente, mientras abría
cautelosamente la marcha hasta el final del pasillo. Allí, se detuvo y miró a
la vuelta de la esquina.
El gas metano parecía irse despejando, aunque
todavía era mejor que usasen máscaras de respiración. Por delante había otro
pasillo bañado en una tenue luz roja. Cuerpos ensangrentados llenaban las
planchas de la cubierta. El silencio sólo era roto por esporádicos sonidos
apagados de fuego bláster. Ketrian tenía razón: cualquier pirata perdido fácilmente
podría verse obligado a retroceder por ahí. Era mejor que él y Ketrian permanecieran
alerta.
Cuando entraron en el pasillo principal, fueron arrojados
al suelo por la onda expansiva de una explosión en alguna parte por encima y
delante de ellos.
-¿Qué ha sido eso? -jadeó Ketrian presa del pánico
mientras apoyaba las manos en el suelo para sentarse junto a Makintay.
-Probablemente, tácticas piratas estándar -le dijo-.
Una trampa en las escotillas. Ahora que pienso en ello, será mejor que también
evitemos los turboascensores.
Ketrian gimió.
-¿Escaleras? ¿Dos niveles completos? -Ya estaba sin
aliento y terriblemente débil mientras él la ayudaba a volver a ponerse en pie.
-No vas a tener que subir nada -dijo Mak-. Yo te
llevaré.
-No, no lo harás -se negó ella-. Sujeta bien esa
pistola. Uno de nosotros tiene que estar listo para luchar. Yo no estoy en
condiciones de utilizar este cuchillo.
-¿Tú? –bromeó-. ¿La dama que puede arrancar el ala
de un insecto a cien pasos? Bueno... –Se tocó con el dedo índice la cicatriz
debajo del ojo-. Por otra parte, recuerdo que tienes tus días malos.
Ella reprimió una sonrisa.
-Nunca vas a dejar que me olvide de eso, ¿verdad?
-No -sonrió, pero la sonrisa se desvaneció mientras
le sostenía la mirada y decía en voz baja-: Todos esos largos meses de prisión,
esta cicatriz era todo lo que tenía para recordarte.
-Oh, Mak -susurró. Tiernamente trazó la marca que
le había hecho en un accidente causado por los celos-. Si yo hubiera sabido
dónde estabas. Habría conseguido sacarte de allí. Te lo juro.
-Sé que lo habrías hecho. -Él le besó los dedos.
Ella temblaba por escalofríos causados por la fiebre-. Pero ahora soy yo quien
tiene que sacarte de aquí. Vamos. Apóyate en mí.
Agradecida, ella lo hizo. Más tarde, a medio camino
de una escalera, se desmayó y estuvo demasiado débil para soltarse cuando él
insistió en cargar con ella. En la puerta de salida la dejó suavemente sobre
sus pies.
-Espera aquí -aconsejó él-. Voy a echar un vistazo
fuera. Estoy seguro de haber oído algo. Parecían soldados.
-Entonces debería ir yo y tú esperar aquí –jadeó
ella.
-No –repitió él. Entró a toda prisa por la puerta
antes de que ella tuviera la oportunidad de seguir discutiendo. Distraído de
ese modo, no pudo ver al hombre que se escondía agachado en un rincón lleno de
humo al final del pasillo. Un disparo de bláster pasó silbando a escasos centímetros
por encima de su hombro izquierdo y dejó un agujero chamuscado en el mamparo
detrás de él. Instintivamente se arrojó cuan largo era al suelo y rodó buscando
refugio al otro lado, mientras otra andanada de disparos bláster lo perseguía.
-Mak –llamó Ketrian llena de miedo-. ¿Estás bien?
La puerta de la escalera se abrió aún más. Ketrian
no era tan tonta como para dejarse ver, pero Mak sabía que su miedo por él
podría hacerla salir.
-Quédate ahí –gritó hacia ella, incapaz de verla
desde su posición. Tal vez los piratas se volverían y escapasen si les daba la
motivación suficiente. Se asomó y disparó algunos tiros, obteniendo una visión
fugaz de sus objetivos mientras trataban de ganar terreno hacia él a través de
la penumbra. No eran piratas, y tampoco soldados de asalto.
-¿Qué dem...? -murmuró Mak, perplejo y lleno de
esperanza al mismo tiempo. Esos uniformes... Se arriesgó a asomar la cabeza
para echar otro vistazo y casi consigue que se la vuelen-. Hey –exclamó-, sois
rebeldes.
-Puedes apostar a que lo somos -gritó una voz
familiar-. Si quieres seguir de una pieza, impe, más vale que tires la pistola
al pasillo y salgas con las manos en alto. Ya.
-Vale, vale -dijo Mak alegremente-. Me rindo. Tú
ganas, Hal. Soy yo. Mak. Voy a salir. No me dispares. -Apartándose la máscara
de respiración de la cara y con una sonrisa de oreja a oreja, tiró la pistola al
suelo y salió al pasillo.
-Soy yo. Makintay -repitió, con las manos por
encima de su cabeza-. No quedaría muy bien en tu expediente si disparases a tu
líder de escuadrón, teniente Dallin.
-Mak -exclamó feliz el piloto al reconocerle-. Eres
tú, ¿no es así? ¿Qué estás haciendo con ese uniforme?
-Por supuesto que soy yo. -Mak rió, cada vez más
cerca, pero sin atreverse a bajar los brazos-. El uniforme me queda mejor que
un traje de presidiario. -Más hombres salieron detrás de Dallin-. Keto, Erik -saludó
Mak-. Por una vez, Inteligencia finalmente os ha enviado al lugar correcto,
muchachos.
-Inteligencia, bah -resopló el copiloto de corbeta Keto-.
Hemos estado esperando cruzarnos en tu camino desde que supimos que te habían
capturado y enviado fuera. Encontramos esta nave a la deriva por nosotros
mismos. -El hombre negro, grande y corpulento, dio un toque al boquiabierto
Dallin-. Creo que será mejor que le digas que puede bajar las manos antes de
que decida degradarte, Hal.
-Uh, sí, claro -murmuró Dallin.
-¿Mak? –exclamó Ketrian desde la salida de la
escalera-. ¿Qué está pasando ahí fuera?
-Hemos sido rescatados, Ket -gritó, moviéndose
hacia ella-. Sal y conoce a mis amigos.
***
Makintay se inclinó sobre el hombro del médico rebelde
y observó como la hipodérmica descargó su contenido en el brazo de Ketrian.
-¿Estás seguro de que es el material adecuado? -preguntó
Mak con ansiedad.
El rebelde de pelo gris suspiró profundamente.
-Soy médico. He sido entrenado específicamente para
tratar este veneno. ¿Y tú?
-Sólo quería asegurarme -dijo Mak. Se volvió hacia
Ketrian, que yacía cómodamente recostada en la cama de la enfermería-. ¿Cómo te
sientes? Todavía estás pálida.
Ketrian sacudió la cabeza alegremente, extendiendo su
mano y colocándola en la palma de la mano de Makintay.
-Me siento mejor de lo que estarás tú si sigues
molestando al médico. No puedes esperar que el antídoto haga efecto tan rápido.
-¿Por qué no? –dijo. Se volvió al médico-. ¿Cuándo
podrá ponerse en pie de nuevo?
-Mak -le reprendió Ketrian-. Deja de quejarte y
deja que el pobre hombre atienda a los heridos. Estoy bien y no voy a ocupar esta
cama cuando hay otros que la necesitan más. –Se incorporó, sentándose en la
cama.
-Gracias, señorita Altronel -dijo el médico con una
sonrisa-. Tal vez pueda hacer que el comandante la acompañe de nuevo a su
cabina. Debería sentirse mucho mejor para cuando aterricemos en el Nido de
Águilas.
-¿Nido de Águilas?
-Tu nuevo hogar -le dijo Mak. Se inclinó para
deslizar sus brazos debajo de ella y recogerla-. Te va a encantar. Cálido y
soleado. Y tenemos nuestra propia playa.
-¿Playa? -dijo, complacida. Entonces se acordó de
protestar-. Déjame en el suelo. Puedo caminar.
-Ah-ah -negó él, besándole la coronilla-. Guarda tu
energía. La necesitarás cuando los peces gordos descubran ese pequeño regalo
que llevas en el bolsillo para ellos.
-Oh, la aleación -se rió-. Eso es lo que empezó
todo esto y casi me olvidó de ella. ¿Te he dicho que podría ser utilizada para
aumentar la potencia de fuego de vuestros alas-X? -Él casi se detuvo,
sorprendido mientras la llevaba por el pasillo. La miró y sacudió la cabeza-.
Bueno, pues puede. No directamente, ya entiendes. Todo tiene que ver con la
absorción de calor. Si reemplazamos con ella las puntas de los cañones láser, debería...
Escuchando, Makintay sonrió. Se preguntó cuántas
mejoras más inventaría en todos los años que tendrían juntos… si la Fuerza les
acompañaba.
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