Mirando fijamente las anodinas paredes grises de su
pequeña celda a bordo del transporte, Makintay decidió que al menos ahí le
dejaban tranquilo. Calculaba el tiempo por la dispensación automática de sus
raciones de cada ocho horas. Ya había ocurrido tres veces. Parecía que el
sistema de impulsión del transporte no estaba en buena forma. Estaban haciendo
frecuentes paradas y saltos cortos. A él le parecía perfecto, no tenía ninguna
prisa.
El único pensamiento positivo que pudo encontrar
fue saber que había convencido a Ketrian de que él no la había abandonado. Eso,
y la expresión de su cara cuando lo había visto en la plataforma de la
lanzadera. Había empezado a sentir de nuevo, la vieja chispa estaba de vuelta
en esos ojos encantadores.
Mak se sobresaltó cuando la puerta de la celda se
abrió con un zumbido. En silencio, los guardias de las tropas de asalto le
sacaron a empujones de la celda y le condujeron por el pasillo hasta una
pequeña habitación. Su único mobiliario era una silla equipada con grilletes. Los
soldados le empujaron sobre ella, colocándolo de manera que las abrazaderas
electrónicas se activaron, asegurando brazos y piernas. Luego le dejaron solo.
Esperó, cada vez más nervioso. La puerta se abrió y
entró Ketrian.
-Ket -dijo con alivio.
-Me has metido en un montón de problemas –dijo-. Me
debes una.
-No estoy exactamente en condiciones de conceder
favores. -Se dio cuenta de que ella no parecía capaz de mantenerse quieta,
retorciéndose las manos y dando pasos por la habitación, inquieta. Los músculos
se marcaban en sus mejillas y en los antebrazos desnudos que podían verse a
continuación de la manga corta del mono de trabajo. Sus ojos brillaban
febrilmente y su piel mostraba un color amarillo verdoso poco saludable-.
¿Estás bien? -preguntó.
Ella se detuvo y lo miró fijamente.
-¿Bien? Oh, claro, nunca he estado mejor. Me
encanta recibir descargas aturdidoras, que me detengan para interrogarme, y que
me obliguen a abandonar mi hogar.
Él le sostuvo la mirada.
-Lo siento, Ket. Realmente lo siento.
-¿Y se supone que eso lo arregla todo? -Le dio la
espalda, se agarró los codos y empezó a temblar de pies a cabeza.
Mak frunció el ceño. Ella había pasado por un mal
momento, pero él había estado con ella en momentos peores. Nunca la había visto
tan alterada. Su postura y comportamiento le recordaban algo... o a alguien.
-¿Estás segura de que no estás enferma? -repitió.
Se dio la vuelta.
-He estado vomitando desde que salimos de Hargeeva.
Este barco está saltando tanto que no puedo soportarlo.
-El hiperespacio nunca te ha hecho enfermar antes.
Tal vez sea el shock aturdidor.
-No -Volvió a dar pasos por la habitación-. Ya
arreglaron eso en la guarnición.
Mak sintió que un escalofrío le atravesaba. Ahora
recordaba donde había visto síntomas similares.
-¿Lo arreglaron? ¿Cómo?
-El droide médico de Pedrin me puso una inyección.
¿Contento? No lo habría necesitado si no me hubieras arrastrado a este lío.
-No -dijo lentamente-. No, no lo habrías
necesitado. ¿Has venido aquí a pedirme un favor?
Ella asintió con la cabeza y empezó a hablar, pero
el volumen de un repentino gemido de los motores de hipervelocidad ahogó sus
palabras. Los mamparos crujieron transmitiendo la tensión, y a continuación se
estabilizaron de nuevo-. Maldita gabarra de basura. Probablemente se caiga en
pedazos antes de la próxima parada. -Las lágrimas llenaron sus ojos-. Y no creo
que me importe.
Mak deseaba estar libre para abrazarla.
-¿Te contaron lo de Alikka? -adivinó. Ella asintió
con la cabeza-. ¡Diablos! Ella era una dama. Te juro que no sufrió, Ket. Las
drogas sobrecargaron su corazón.
Ketrian lo miró fijamente, con el rostro todavía
más pálido que antes.
-¿De qué estás hablando? Pedrin me dijo que todavía
estaba siendo interrogada.
Mak maldijo.
-Sucio mentiroso. Lo siento, Ket. No hay error posible.
Estábamos en la misma celda. Yo... yo la sostuve mientras moría. Ella estaba
hablando de ti, preocupada por ti. -Ketrian le miró boquiabierta, y luego
comenzó a sollozar. Impotente, no podía ofrecerle ningún consuelo-. ¿Ves lo que
tu Imperio hace a la gente?
-¿Mi Imperio? No es mi Imperio. Nunca lo ha sido.
-Trabajas para ellos.
Los ojos azules de Ketrian brillaron con pura
furia.
-Fue tu maldita Alianza la que mató a Alikka.
-Ahogó un sollozo-. Pedrin dijo que la dejaría ir si...
-¿Si yo te daba las respuestas que quiere?
Ella asintió con aire de culpabilidad.
-Yo sólo quería salvar a Alikka.
-Oh, Ket. ¿No lo ves? Eso es lo que ella sentía.
Ella quería salvar a su hermano, salvar a todas las demás víctimas del Imperio.
Asegurarse de que nunca hubiera otro Alderaan.
Una ensordecedora explosión retumbó a través de las
placas de cubierta y arrojó a Ketrian al suelo. El transporte se estremeció y
se sacudió como un animal en sus últimos estertores. Entonces, de repente, se
quedaron muy quietos y en silencio. Mak se dio cuenta de que los motores habían
parado. Estaban de vuelta en el espacio real.
Miró a Ketrian, que se ponía insegura en pie.
-¿Estás bien?
Ella asintió con la cabeza.
-¿Qué ha pasado?
-Creo que hemos sido saboteados. Solía transportar
mercancías a lo largo de estas rutas, están atestadas de...
-¡Piratas! -gritó alguien en el pasillo. Un
aterrorizado alférez naval asomó la cabeza por la puerta-. Estamos siendo
abordados. Será mejor que vuelva a su camarote, señorita.
-¿Qué pasa con él? -Ketrian señaló a Makintay.
-Déjelo. Todos los soldados han ido a proa para
luchar contra los piratas. Vamos, tengo que acompañarla a su cabina. Dese
prisa.
-No puedo –exclamó-. Me caí y me lastimé el
tobillo. Ayúdame. -El joven se acercó y se preparó para sostenerla, y luego se
derrumbó en el suelo cuando ella le golpeó con fuerza con algo que había sacado
del bolsillo.
Mak la miró. Ella sonrió nerviosa, abrió la mano y
mostró un pedazo de metal de color azul mate.
-Mi nueva aleación. Pedrin me dijo que la mantuviera
a salvo.
La nave se estremeció y se oyó el sonido de metal
contra metal cuando los piratas atracaron. A continuación, una cacofonía de
sonidos de batalla resonó por los pasillos.
-Sácame de esta cosa -dijo Mak, luchando contra sus
ataduras. Ella pulsó el interruptor de apertura y él cayó sobre la cubierta.
Mientas se encontraba tirado en las placas de la cubierta, Mak advirtió la
pistola en la cartuchera del alférez inconsciente-. Ya que estoy aquí abajo...
-comentó Mak, recogiendo el arma y poniéndose después en pie.
-¿Y ahora qué? -preguntó Ketrian.
-Salimos de aquí a toda prisa y encontramos una
cápsula de escape. -Le agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Se
inclinó hacia fuera, y comprobó el pasillo-. Despejado. Vamos.
-No, espera –protestó ella-. Si alguien te ve con
esa ropa, te pegarán un tiro. -Makintay miró consternado a ropa de presidiario
de colores brillantes. Ketrian señaló con la cabeza al hombre inconsciente-.
Parece más o menos de tu talla.
Mak sonrió.
-Esa es la mujer que amo. -Impulsivamente, la
atrajo hacia sí y la besó.
-¿En serio?
-Siempre lo he hecho -dijo intensamente,
sosteniendo su mirada-. Pero primero tengo que sacarte de aquí.
-Hey -dijo ella riendo-, ¿quién está rescatando a
quién? -Un espasmo de náuseas le hizo doblarse sobre sí misma. Makintay la
sostuvo y cuando Ket se encontró con su mirada vio miedo desnudo en los ojos
del hombre. Miedo por ella.
***
No habían llegado muy lejos cuando se dieron cuenta
de que tendrían que encontrar una ruta menos pública si no querían quedar
atrapados en el fuego cruzado. Los imperiales estaban perdiendo terreno
rápidamente ante un rival mejor armado y más feroz.
-¿Qué son? -susurró Ketrian, mirando por encima del
hombro de Mak, agachados en una alcoba de equipamiento anti-incendios cubierta
por las sombras.
-Los que parecen criaturas escamosas de pantano
superdesarrolladas se llaman ghawems –dijo-. Tenemos que alejarnos de ellos.
Soltarán gas metano de sus mochilas. Ahora que lo pienso, probablemente ya
hayan inundado con él las cubiertas superiores. ¡Diablos! Tendremos que
encontrar algunos respiradores. Tal vez puedo tomar prestado uno de uno de los
pequeños tipos azules y peludos.
-¿Q-qué? -tartamudeó mientras otra ola de náuseas
la atravesaba. ¿Qué le estaba pasando? Estaba temblando casi constantemente. No
estaba tan asustada.
-Los myills -explicó, dirigiéndose a ella-. Son una
especie de esclavos de los ghawems. Hacen todo el trabajo sucio. Estarán en la
retaguardia, y respiran oxígeno. Espera aquí.
-Ni hablar. Voy contigo. -Trató de ponerse en pie,
pero tuvo que agarrarse al mamparo.
-No vale la pena -le dijo-. Voy a tener que volver
por aquí de todos modos y tú necesitas descansar. Dame ese cuchillo. -Ella
había obtenido el arma de un tripulante muerto y no parecía contenta de
desprenderse de ella-. No te voy a dejar desarmada –explicó-. Lo necesito para
soltar estos pernos. -Se hizo a un lado para que pudiera ver una cubierta de
acceso de ingeniería en el mamparo-. Si no me equivoco, esto se abre a un
verdadero laberinto de túneles que transportan todo tipo de conductos. Estarás
a salvo ahí dentro. -Ella le dio el cuchillo, y momentos después él dejó caer
la tapa sobre la cubierta. El estruendo que hizo al caer se perdió en el ruido
de fondo de disparos de bláster, explosiones y gritos. Ayudó a Ketrian a subir
y entrar-. No te muevas. Volveré.
-M-más te vale. -Alargó la mano y tocó la cicatriz
de su mejilla-. Ten cuidado.
Él la tomó de la mano.
-Estás fría como el hielo. Toma, ponte este abrigo.
-Se quitó el suyo, se lo ofreció a ella y volvió a cerrar la cubierta de
acceso. Luego desapareció por el pasillo, con la pistola en la mano.
***
Encogida en el túnel negro como la pez, Ketrian
esperó. El tiempo pasó y ella tenía cada vez más frío, contenta de tener el
abrigo de Mak, convencida de que eso era lo único que le impedía morirse de
frío. Seguramente él debería haber vuelto ya. ¿Y si no volvía? No, no la
abandonaría, nunca lo había hecho. Él dijo que la amaba... ¿Todavía le amaba
ella a él?
El sonido de arañazos en la cubierta de acceso la
llenó de terror. ¿La habían encontrado los piratas? Se agarró con fuerza a su
cuchillo. La tapa cayó hacia atrás, inundando su escondite con aire verdoso y
maloliente.
-¿Ketrian? -la llamó Mak-. ¿Estás ahí?
-¿D-dónde si no...? -tosió y se atragantó. Makintay
subió junto a ella y le puso una mascarilla de oxígeno sobre el rostro. Ella
tragó aire puro y dulce. Mak se dio la vuelta y Ket le oyó volver a colocar la
cubierta de acceso-. Hey –protestó-, pensaba que íbamos a irnos.
Los alrededores de Ketrian se hicieron claramente
visibles cuando él encendió una vara de luz. Ella parpadeó al examinarle
detenidamente. Corría sangre de un corte superficial en la frente y tenía
algunos nuevos cardenales añadidos a los viejos. Varios equipos de supervivencia
de emergencia estaban atados sobre su ahora sucio uniforme.
-Tengo buenas y malas noticias -dijo él, haciendo
un esfuerzo evidente para animarla.
-Dime –suspiró ella.
-Los imperiales no nos molestarán más, pero todas
las cápsulas de escape se han ido.
-¿Qué? No podemos quedarnos aquí. ¿Qué vamos a
hacer?
-No tengas miedo -le guiñó un ojo-. Tengo un plan.
Ella gimió.
***
-Así que ya ves -repitió Makintay algunos minutos
más tarde-, tenemos todos los suministros que necesitamos. Todo lo que tenemos
que hacer es permanecer aquí y escabullirnos cuando lleguen a puerto.
Ella frunció el ceño.
-Oh, claro. Salimos de esta nave directos a algún
enclave pirata. Gran plan.
-Hey. -Le lanzó una mirada herida-. No sabemos si
se dirigen a su base. Puede que tengan un comprador esperando en algún lugar.
-De acuerdo. –Tembló con más fuerza-. Espero que no
tengamos que permanecer aquí mucho tiempo. Hace mucho frío aquí dentro.
-No hace tanto frío, Ket –Su voz sonaba
preocupada-. Estás enfermo. Si empeoras, voy a tener que conseguirte ayuda.
-¿De ellos? –dijo ella, boquiabierta.
-Sí, ¿por qué no? Hice algunos tratos con el viejo
Uskgarv en mis días de piloto mercante.
-¿Uskgarv?
-El estimado líder de este grupo heterogéneo de
piratas –explicó-. Si no tocamos tierra en algún lugar en las próximas horas,
hablaré con él. No tienes muy buen aspecto.
-¿Estás loco? -protestó ella-. No tenemos ningún
poder de negociación.
-Oh, sí, lo tenemos -dijo Mak en voz baja-. Tú
vales una fortuna para el Imperio.
-Rescate. -Él asintió con la cabeza y ella pensó en
ello-. Supongo, pero ya no estoy interesada en trabajar para ellos nunca más.
-Me alegro de oír eso -dijo. La atrajo para sí para
que apoyase la cabeza en su hombro-. ¿Has tenido otras ofertas últimamente?
Ella sonrió.
-Una.
-¿Y?
-Y cada vez tiene mejor pinta. –Él la rodeó con sus
brazos.
***
Ket se despertó un poco más tarde sintiéndose más
enferma que nunca en su vida. Temblando de fiebre, miró a los ojos de Mak y vio
su propio miedo reflejado en ellos.
-¿Qué me está pasando? -Ella vio cómo cambiaba su
expresión-. Lo sabes, ¿no?
Él suspiró profundamente.
-Tenía la esperanza de no tener que decírtelo. Ya
he visto esto antes, en desertores que llegaban a la Base Nido de Águilas.
-N-no lo entiendo.
-Veneno, Ket. -Ella se puso rígida por el miedo-.
No pasa nada, hay un antídoto. El problema es cómo llevarte a él. Nos estamos
quedando sin tiempo. Tengo que ir a hablar con Uskgarv. Deben tener algo de eso
en la enfermería de este transporte. Pedrin se habría asegurado de ello. Por si
acaso había algún retraso al llevarte a Coruscant.
-¿Me ha envenenado?
Mak asintió.
-El droide médico, ¿recuerdas? Es el procedimiento
imperial estándar para evitar que las personas útiles se conviertan en
desertores útiles o en prisioneros de la Alianza saludables.
Pura furia inundó las venas de Ketrian.
-Ojalá le hubieran permitido a Pedrin hacer este
viaje. Tal vez los piratas me habrían dejado descuartizarle.
Makintay rió.
-Guárdate esa idea para otro momento. -Se movió
hacia el acceso-. Voy a conseguirnos un alojamiento mejor.
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