Relatos de la guía para contrabandistas de Platt
Peter Schweighofer
La joven se
apoyó en la barandilla de la cubierta de observación, mirando cómo despegaban y
aterrizaban los transportes en el infinito panal de bahías de atraque que
formaban el Puerto Independiente de Votrad. En la torre de mando que se alzaba
sobre ella, los controladores de tráfico monitorizaban las naves, dirigiéndolas
a las bahías de aterrizaje o entregándoles vectores de salida. Había estado
allí arriba una vez, en una excursión del colegio. Dirigir a los pilotos no le
interesaba... quería pilotar una de esas naves.
Había cambiado
su túnica académica por otras ropas que había comprado en secreto; un atuendo
más apropiado para trabajar en un carguero que para atender a aburridas
lecciones. La ropa era un poco más grande de lo que quería; el chaleco le
llegaba casi a las rodillas, y los pantalones estaban metidos dentro de las
botas en un vano intento de aparentar que le quedaban bien. Había ocultado esa
ropa y el resto de su equipo cerca de la puerta del complejo residencial de su
familia. Nadie había advertido que su mochila escolar estaba un poco más llena
cuando salió por la mañana. Nadie lo habría entendido. Se esperaba que la hija
de una prominente casa comercial de Brentaal asistiera a la academia de
comercio y se convirtiera en un importante eslabón del negocio familiar. No era
precisamente la vida más emocionante posible. Unos cuantos años tras un
escritorio en la escuela lo habían demostrado.
Una brisa
revolvió su cabello blanco mientras seguía observando los transportes. Había
pasado muchas tardes allí, siguiendo con la mirada los cargueros vagabundos mientras
se elevaban velozmente en la atmósfera, o siguiendo el lento descenso de las
lanzaderas. Hoy haría algo más que mirar. Hoy abandonaría Brentaal.
Una lanzadera de
pasajeros aterrizó en una bahía cercana, mostrando en su cola la insignia del
crucero de línea sullustano Nube Luz de
Estrellas. Platt recogió la mochila de equipo que descansaba a sus pies, se
la colgó del hombro, y se dirigió a las bahías de atraque.
***
Platt se
despidió afectuosamente de la tripulación del Ravelev. Trabajar a bordo del transporte
le había proporcionado una muestra de la vida como transportista autónomo.
Había servido dos años a bordo del carguero del capitán Kassler, y antes de eso
dos años como azafata de cabina en el crucero de línea sullustano. Una vez más
era el momento de avanzar por la galaxia.
Habían aterrizado en el puerto
estelar de Boztrok, en el extremo más alejado de la Vía Hydiana, justo antes
del Sector Corporativo. Kassler era reticente a dejarla allí, pero Platt
aseguró al viejo viajero espacial canoso que se las arreglaría perfectamente
por su cuenta. Afirmaba que encontraría trabajo en el puerto estelar y así
podría ahorrar los créditos para comprarse su propio carguero.
En lugar de eso, Platt iba a
unirse al Gremio de Comercio Klatooinano.
Las operaciones del Gremio en
Voorlach la habían impresionado. Todo el mundo parecía de buen humor, con
muchos créditos para gastar y con una calidad de vida decente. Allí, uno de los
peones de carga le había recomendado que se uniera al Gremio como piloto de
transporte. Al principio Platt tenía sus dudas, pero el estibador dijo que el
Gremio proporcionaba cargueros a cambio de unos cuantos años de servicio. Platt
quería su propia nave más que nada en el mundo.
La única vez que mencionó la idea
de unirse al Gremio, el capitán Kassler le advirtió de que no lo hiciera.
Afirmaba que el sindicato prácticamente esclavizaba a sus empleados,
encadenándoles con deudas, obligaciones y chantaje. El Gremio de Comercio
Klatooinano era un billete rápido para la miseria, dijo.
Pero la tentación de tener su
propio carguero era demasiado grande.
Después de intercambiar
despedidas con sus antiguos compañeros, Platt salió a buscar su fortuna.
Callejeó por los túneles y puentes que conectaban el puerto estelar, siguiendo
las indicaciones que un soldado de seguridad del Gremio le había dado. La
gigantesca torre de Pok Nar-Ten, el representante del Gremio en Boztrok,
parecía tener plataformas de atraque brotando de los robustos muros como una
especie de árbol extraño. Pudo ver unos cuantos cargueros ligeros atracados
allí; Uno de esos es mío, pensó
Platt.
La entrada abovedada estaba
abierta de par en par, así que Platt se limitó directamente a entrar. Pilotos
de carguero, manipuladores de carga, guardias y mecánicos caminaban entre
empujones por un vestíbulo central. Un viajero espacial que pasaba indicó a
Platt la puerta que conducía a la cámara de audiencias de Nar-Ten.
Conforme Platt se acercaba a
santuario tenuemente iluminado, un advozse con un pedazo de tela cubriendo la
mayor parte de su cuerno salió a su paso para interceptarla. El mayordomo de
Nar-Ten le preguntó acerca de sus intenciones, tomó algunas notas en su tableta
de datos, y luego la condujo de la mano al interior de la cámara.
Pok Nar-Ten estaba sentado entre
esplendor bajo una elevada cúpula. El nimbanel vestía las mejores túnicas a ese
lado del Borde Exterior. Su escritorio era poco más que una diminuta mesa
comparada con su ornamentado trono de madera greel. Todo el mundo –cortesanos, funcionarios
y guardias discretamente armados- alzó la vista de su trabajo para mirar
fijamente a Platt.
El mayordomo advozse la condujo
al centro de la cámara, y entonces hizo una pronunciada reverencia ante Nar-Ten
y extendió su brazo, invitando a Platt a hablar. Ella puso las manos en sus
caderas y forzó una sonrisa confiada.
-Me llamo Oakie –mintió Platt.
El capitán Kassler le había enseñado el valor de usar un nombre falso de vez en
cuando-. Tengo entendido que contrata pilotos de carguero.
Todo el salón estalló en
carcajadas; una sonrisa retorcida floreció en el hocico de Pok Nar-Ten. Cuando
se calmó la conmoción, comenzó a hablar.
-El Gremio siempre está buscando
pilotos experimentados dispuestos a servir a sus propósitos –dijo-. ¿Qué
experiencia posees?
Platt le habló de su huida de
Brentaal, su servicio en el crucero de línea y su posterior viaje por el Cúmulo
Anarid a bordo del Ravelev, añadiendo
algunos adornos sobre la marcha. Mientras hablaba, Platt observaba al nimbanel,
advirtiendo en él un aire de oportunidad y astucia; una chispa de apreciación
de un emprendedor avispado, o tal vez las más oscuras ambiciones de un maestro
manipulador, no estaba segura.
Cuando Platt hubo terminado, Pok
Nar-Ten rió entre dientes para sí mismo.
-Si ese capitán Kassler supiera
que estás aquí, el miserable estúpido asaltaría la torre y trataría de arrancarte
de un empleo provechoso. –Hizo una señal al mayordomo-. El Gremio de Comercio
Klatooinano se sentirá privilegiado de tener una piloto tan estimable como tú
transportando sus cargamentos –declaró-. Haré que mi ayudante Gjeel prepare el
papeleo necesario. –Pok señaló con la cabeza al advozse que la había conducido
a la sala-. Una vez que se haya firmado el contrato, serás un miembro oficial
del Gremio, y capitana de un estupendo carguero ligero. Tengo en mente la nave
perfecta.
Platt no podía esperar.
***
El mayordomo advozse a quien
Nar-Ten había llamado Gjeel condujo a Platt fuera de la oficina, cruzando el
vestíbulo principal, hasta una de las plataformas de aterrizaje que colgaban
precariamente del muro de la torre. Hablaba en voz baja a un comunicador
mientras caminaba, volviéndose de vez en cuando para asegurarse de que Platt le
estaba siguiendo.
La plataforma de atraque proporcionaba
una excelente vista del puerto estelar: torres que se alzaban de la orilla del
mar; puentes que unían las torres con cuevas en las paredes del acantilado, que
conducían al resto de la ciudad; el amplio cielo azul. Pero Platt no estaba
interesada en las vistas; sus ojos estaban fijos en el viejo y baqueteado
Ghtroc que descansaba en la plataforma. Tenía su corazón puesto en una de esas
naves corellianas de aspecto esbelto, pero esta tendría que bastar por el
momento.
Una joven salió de un conducto
de mantenimiento y se reunió con Gjeel. Llevaba el cabello sujeto en la nuca
con una coleta, y su rostro y su atuendo estaban sucios con manchas de grasa. Miró
a Platt con aire escéptico mientras Gjeel hablaba.
El advozse finalmente se volvió
hacia Platt y le presentó a la mecánica.
-Nazrita es nuestro jefe de
técnicos –dijo-. Ella te mostrará la nave mientras me ocupo de ciertas tareas
administrativas asociadas. Necesitaré algunos de tus datos personales, para los
diversos permisos y licencias, por supuesto; y un nombre para la nave.
Platt tecleó unas cuantas
respuestas en la tableta de datos de Gjeel. Nazrita miraba por encima de su
hombro, y entonces rió para sí misma cuando vio el nombre que Platt había
elegido para su nave.
-¿Princesa de Brentaal? –preguntó-. Eso es bastante pretencioso.
Platt devolvió la mirada a la
técnico. Gjeel dio media vuelta y se encaminó de nuevo a la torre, con una
ligera sonrisa asomando en su rostro.
-Olvídalo –dijo Nazrita-. Ven
conmigo. –Subió por la rampa de entrada del Ghtroc y condujo a Platt a la
cabina-. Aquí tienes todo el equipo estándar –dijo, indicando a Platt que se
acomodara en el asiento del piloto-. Hemos hecho algunas modificaciones:
potencia aumentada a los cañones láser dobles superiores, nuevos motores
iónicos, mejores controladores de flujo en los escudos, y algo de blindaje extra
en el casco. Pero esto es mi auténtico gozo y orgullo. –Nazrita señaló un panel
de armamento adicional junto a los controles de fuego de los láseres-. Tubo de
torpedos de protones, montado justo bajo la cabina. Presenta el mismo aspecto
que un puerto de salida de gases; ningún inspector notará la diferencia. El
sistema puede albergar cinco torpedos, aunque ahora sólo tenemos cargados tres.
El sistema de almacenamiento está oculto bajo la placa de la cubierta de
mantenimiento principal de la cabina.
-Tendrías que desmontar la nave
para encontrarlo –advirtió Platt.
-Esa es la idea –dijo Nazrita-.
Ven, te enseñaré la bodega.
La bahía de carga estaba
cubierta de redes de sujeción desparramadas y unas cuantas cajas. Un droide
treadwell trasteaba en una escotilla de servicio abierta en uno de los
mamparos.
-Este es Be-Cerobé –dijo Nazrita-.
Será tu droide de mantenimiento. Conoce este cascarón casi tan bien como yo. Di
hola, Be-Cerobé.
El droide siguió trabajando en
el interior de la escotilla de servicio. Nazrita dio una suave patada en las
ruedas de cadena del droide. Los sensores visuales del treadwell giraron,
escanearon de arriba abajo a Platt, mostró su aprobación con una serie de
pitidos y silbidos, y luego regresó al trabajo.
-Está haciendo algunos ajustes
de última hora –dijo Nazrita-. Mejorando la sintonía de los nuevos motores
iónicos.
-¿Qué hay en las cajas? –preguntó
Platt.
-Tu primer cargamento. –Nazrita entrecerró
los ojos.
-¿Qué hay dentro?
-Gjeel no te lo dijo, ¿verdad?
Ese pequeño advozse astuto. Es mejor que no preguntes. Pok quiere que lo
transportes a unos amigos en Zhar.
-¿El enclave imperial?
Platt se acercó a una de las
cajas y abrió el cierre: componentes electrónicos. Rebuscó un poco y encontró
un condensador del tamaño de su mano. Lo agitó, y escuchó algo parecido a arena
sonando en su interior.
-¿Especia?
-Ryll –dijo Nazrita, con una
sonrisa sardónica cruzando su rostro-. De alta calidad. Que no te atrapen con
esto.
-¿Pero cómo se supone que voy a
conseguir pasar todo esto delante del Imperio? Si me atrapan, me enviarán a
Kessel...
-Ese es tu problema. –Nazrita se
volvió y miró duramente a Platt-. Bienvenida al Gremio de Comercio Klatooinano.
***
Platt había tomado su tableta de
datos de permisos y había comenzado a acercarse a la escotilla principal
incluso antes de escuchar el golpe metálico de la pasarela de atraque del
Destructor Estelar clase Victoria
contra el casco de su nave. Sabía que los imperiales eran protectores con su
plataforma de atraque orbital sobre Wroona, pero no pensaba que molestasen al
tráfico local de cargueros. Platt esperaba que sus preparativos distrajeran
cualquier inspección de esa caja refrigerada que se encontraba al fondo de la
bahía de carga; bajo la capa de pez frella congelado, estaba repleta de ryll.
Si perdía este cargamento, sería el tercer pago de la nave que se retrasaba.
Pok Nar-Ten no toleraba los fallos, especialmente cuando afectaban a sus
créditos.
La escotilla de abordaje se abrió
deslizándose con un doloroso sonido chirriante. Un joven teniente imperial y su
escolta de soldados de asalto la atravesaron. Platt se limitó a apoyarse con
aire casual en el mamparo y extendió la mano que sostenía la tableta de datos.
-Buenos días, capitana –dijo el
oficial, aunque Platt no estaba de acuerdo. Él tomó la tableta de datos y
comenzó a inspeccionar los permisos. Los soldados de asalto se cernían
ominosamente tras él. El teniente alzó la mirada y escrutó la apariencia de
Platt. Ella sonrió y se pasó la mano por el cabello. El oficial no estaba
contento.
-Ha entrado en una zona restringida
de entrenamiento, capitana Palata –declaró el teniente, devolviéndole la
tableta de datos con los permisos-. La Armada Imperial está usando el sistema
Wroona para maniobras prácticas.
-No había escuchado nada al
respecto –dijo Platt-. Creía que el servicio aduanero del puerto estelar de
Kelada realizaba habitualmente estas inspecciones.
-¿No ha comprobado el canal de
comunicaciones de MEAESP?
-Ups. Se me debe de haber olvidado.
-El comando de la flota ha
puesto al Centinela a cargo de
interceptar e interrogar las naves que entren en el sistema durante dichas
maniobras. El Imperio siempre está preocupado por mantener la seguridad frente
a la amenaza terrorista rebelde. Vamos a inspeccionar su nave.
Pasó de largo junto a Platt sin
siquiera advertir su mirada inocente y encantadora. Los soldados de asalto le
siguieron. Ella fue detrás, no demasiado cerca; los imperiales casi tropezaron
con Be-Cerobé, su viejo y maltrecho droide treadwell que esperaba lealmente
justo dentro de la compuerta de la bahía de carga. Be-Cerobé rodó haciéndose a
un lado y dejó pasar al equipo de inspección.
El teniente echó un vistazo a la
bodega con gesto de desaprobación. Las cajas estaban apiladas aquí y allá de
cualquier forma. Varios paneles de mantenimiento estaban abiertos, exponiendo el
cableado de las retorcidas entrañas de la nave. Las redes de sujeción de la
carga se amontonaban en una desordenada maraña en un rincón.
-¿Ve algo que le guste? –preguntó
Platt, mirando por encima del hombro del teniente.
-Esas cajas no tienen los sellos
aduaneros oficiales del imperio.
-Normalmente los obtengo cuando
paso por las aduanas en Wroona –dijo Platt-. Pero, como puede ver, aún no he
llegado allí, porque ustedes los pulcramente vestidos oficiales de la Armada
Imperial gastan su precioso tiempo en labores de control de aduanas.
El teniente le frunció el ceño
con gesto severo y se volvió al sargento de los soldados de asalto.
-Envíe parte de su escuadra a
registrar el resto de la nave, y deje aquí dos para que realicen una inspección
de esas cajas.
La mitad de la escuadra siguió
al sargento, y la otra mitad comenzó a husmear en las cajas. Varias estaban
abiertas, aunque los soldados de asalto tenían problemas en introducir sus
puños acorazados entre las capas superiores de pez frella congelado. El
teniente examinó el exterior de varios contenedores... incluyendo el que tenía
el ryll.
Be-Cerobé se acercó rodando al
teniente y lo escaneó con sus sensores de vídeo. Sus brazos manipuladores se
agitaron mientras pitaba y trinaba. El oficial apartó la mirada de la caja y
miró con desdén al droide.
-Sacad esa máquina de aquí.
Be-Cerobé gimió y soltó una
serie de pitidos, luego afianzó sus cadenas en el suelo y comenzó a rodar hacia
la escotilla de la bahía de carga. En su camino chocó contra un soldado de asalto,
giró, y luego atropelló a otro. El droide consiguió molestar a todo el mundo
antes de salir de la bodega.
-¿Qué es esto? –preguntó el
teniente, señalando uno de los detectores de tóxicos empotrados en el mamparo.
El producto químico en su centro había pasado de azul oscuro a naranja
fluorescente.
-Oh, no se preocupe –dijo Platt,
acercándose a él, arrancándolo de la pared y arrojándolo a una esquina-. Una de
mis cajas refrigeradas se quedó sin energía y el pez frella del interior se
echó a perder. La caja está justo ahí, por si quiere que se la abra...
El oficial retrocedió
bruscamente.
-No, eso no será necesario.
Los demás soldados de asalto
regresaron de su búsqueda.
-Nada que informar, señor –dijo el
sargento-. Todo está en orden.
-Bien. Asegúrese de que todo
pasa la inspección en el puerto estelar. –El oficial se volvió para marcharse-.
Y la próxima vez no olvide comprobar los MEAESP. La Armada Imperial no tolera
la falta de respeto a sus ejercicios militares.
-Así lo haré, señor –dijo Platt
con un rápido saludo marcial y una sonrisa cautivadora.
***
Platt caminaba apresuradamente
por las calles del puerto espacial de Wroona. Había pasado el día viendo a
gente, negociando tratos y haciendo planes. Una parada más y lo tendría todo
preparado para su viaje de vuelta a Boztrok.
Después de engañar al teniente
imperial que había registrado su nave, Platt deslizó el ryll por las aduanas en
el lado oscuro del puesto estelar de Wroona. Había tratado antes con el
burócrata de inspección. Si Platt flirteaba lo suficiente con el agente Allia –y
le invitaba a unos tragos más tarde en el Descanso del Espaciante-, le dejaría
pasar por la inspección de aduanas con la mitad de toda la especia de Kessel.
Luego se dirigió a Equipamiento para Naves Estelares de Tulagn para arreglar
una cita en su sala trasera más tarde esa misma noche. Había pasado el resto de
la tarde rondando la bahía de atraque, entregando los bienes que había pasado
de contrabando y regateando el precio con el agente del punto de entrega. El
propietario del hangar le había hecho un favor y había reabastecido el Princesa de Brentaal por la mitad de la
tasa de servicio habitual. Platt le prometió alguna baratija del mercado negro
de Boztrok la próxima vez que pasara por Wroona.
Ahora se encontraba maniobrando
por los oscuros callejones secundarios del distrito comercial del puerto
estelar de Wroona. Platt evitaba las avenidas principales; los laberínticos pasajes
protegían la puerta trasera de la tienda de Tulagn. Sólo había estado allí un
par de veces antes, así que tomó el giro equivocado y tuvo que retroceder
varias veces antes de encontrar la puerta trasera. Era un portal solitario en
el extremo sin salida de un callejón. Platt golpeó con los nudillos tres veces.
La puerta se abrió deslizándose
y apareció un sonriente rodiano.
-Lo hong, nechak –dijo,
indicándole que entrara. Platt entró en la “sala trasera”, una zona de almacén
repleta de cajas de mercancía sin marcar. Tulagn cerró la puerta y le condujo a
un paquete con etiqueta de Chandrila dispuesto sobre un contenedor -. Zhovat
sufa nee hlinga –dijo-. Zhar daa...
Platt miró con desdén la caja, y
luego fulminó con la mirada a Tulagn.
-Dijiste que tendrías una caja
del mejor tovash gruviano que pudieras encontrar –dijo Platt-. No quiero esta
bazofia, puedo encontrarla en el almacén de cualquier importador del planeta.
El rodiano deslizó sus dedos
gomosos en los bolsillos del sucio delantal que llevaba, con el logotipo difuminado
de “Equipamiento para Naves Estelares”.
-Abee sufa nechak...
-No me importa a quién tuvieras
que sobornar –dijo ella-. Por eso te pago esos precios tan ridículamente
elevados.
Los dos se mantuvieron la mirada
mutuamente durante un instante, y entonces Tulagn se rindió. Se deslizó en un
almacén, murmurando para sí mismo. Cuando regresó, llevaba una caja similar con
un sello de aduanas de Gruvia estampado.
-Mucho mejor –dijo Platt. Contó
quinientos chits de crédito. Tulagn frotó entre sí dos de sus dedos y extendió
la mano-. No –dijo Platt-. Dijiste 500 créditos por una caja pequeña. No me
importa lo que prometieras a tu importador.
Tulagn entrecerró los ojos, y
Platt supo que estaba pensando si debía o no dejar marchar la caja por 500
créditos o guardarla para otra persona.
-Sakef vooda seffa lasha.
-Un pequeño favor, ¿eh? –dijo Platt,
considerando la oferta-. Muy bien, pero va a tener que ser un favor pequeño. ¿Qué te parece la próxima vez
que esté en el puerto?
El rodiano asintió, con una
sonrisa asomando lentamente en su hocico.
Platt se echó la caja al hombro.
-Un placer hacer negocios
contigo, Tulagn.
Cruzó la puerta y se adentró en
los callejones, con Tulagn observando cómo desaparecía en la noche. Una vez que
depositara el tovash gruviano en la nave, regresaría al Descanso del Espaciante
a tomar unos cuantos tragos con Allia... para sonsacarle información.
***
Platt avanzaba por los
callejones traseros del puerto estelar de Wroona. Llevaba la pequeña caja de
tovash gruviano cuidadosamente equilibrada sobre el hombro. Esperaba que fuera
un buen regalo para Pok Nar-Ten. Lo bastante bueno, tal vez, para ayudarle a
olvidar lo retrasada que iba en los pagos de su nave estelar. Platt dobló una
esquina y se detuvo. Una figura le bloqueaba el camino. Una figura acorazada.
Una cazarrecompensas.
-¿Vas a alguna parte,
contrabandista? –preguntó la gélida voz femenina. Platt sabía que era Zo’Tannath,
una cazarrecompensas humana aficionada a la armadura ubese. Era una mercenaria.
Esa semana parecía que trabajaba como agente recaudador para Pok Nar-Ten.
-Mira, precisamente iba a ir a
ver a tu jefe –dijo Platt-. Con los créditos que obtenga de este trabajo, podré
ponerme al día en mis pagos. Además –dijo, indicando el tovash gruviano que llevaba
al hombro-, tengo una pequeña ofrenda de paz para Pok.
-Pok está harto de tus
lamentables excusas –dijo con desdén Zo’Tannath-. Te quiere a ti y a tu nave.
Puede dar el carguero a algún piloto que se lo merezca más, y venderte a algún esclavista
amiguito suyo. Es probable que sólo con eso, el viejo nimbanel obtenga los
créditos suficientes para pagarme y cubrir los intereses que le debes por la nave.
-Tratemos de llegar a un acuerdo
–dijo Platt-. ¿Cuánto quieres por decir que no pudiste encontrarme en Wroona?
-No se la juego a mis jefes –dijo
la cazarrecompensas, activando su pica de fuerza-. Especialmente cuando trabajo
para el Gremio de Comercio Klatooinano. Deberías saberlo. Ahora deja la caja en
el suelo y pon las manos contra la pared. Lentamente.
Platt suspiró. Se arrodilló y
dejó la caja suavemente en el suelo. Al levantarse, sin embargo, desvió una
mano al bláster pesado que llevaba en un costado. Se levantó de golpe y extrajo
el arma. Antes de que Platt pudiera disparar siquiera, la pica de fuerza de Zo’Tannath
cortó el aire y le arrebató el arma de las manos. A pesar de las placas de
armadura y el casco, la cazarrecompensas se movía con una letal agilidad
femenina. Hizo girar el otro extremo de la pica de fuerza y golpeó a Platt en
la barriga. La contrabandista se dobló sobre sí misma mientras Zo’Tannath la
noqueaba con un golpe bien colocado en la cabeza.
Mientras Platt se derrumbaba en
el suelo y su visión se difuminaba, sintió como Zo’Tannath cerraba grilletes de
contención sobre sus muñecas, y la vio recoger la caja de tovash gruviano.
-Me aseguraré de que Pok Nar-Ten
reciba esto –dijo la cazarrecompensas-. Pero como un regalo de mi parte.
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